Si pica, mejor
Los científicos no hacen más que encontrar propiedades beneficiosas a la capsaicina, un compuesto natural presente en las guindillas que, además de poner picante en los guisos, regula la tensión, alivia el dolor, adelgaza y ayuda a prevenir muchos tipos d
Con solo rozarte los labios, Carolina Reaper hace que tu cuerpo arda y se empape de sudor. No es el nombre de una voluptuosa estrella del pop, sino del chile más picante del mundo. Tan abrasador que hace unos meses mandó al hospital a un chico de 34 años que participaba en un concurso para ver quién lo toleraba mejor. Su diagnóstico: síndrome de vasoconstricción cerebral reversible. Sus arterias cerebrales habían encogido, lo que le provocó unos dolores de cabeza intensos y breves –cefaleas en trueno, según la jerga médica– que le hicieron gritar de dolor durante semanas.
No es lo habitual. Lo normal es que llevarte a la boca una enchilada con jalapeños, un plato de sushi japonés con un toque de wasabi, un currywurst berlinés –salchicha, kétchup y curry– cargado de mostaza o un curry del diablo malasio te haga disfrutar de lo lindo. A la vez que, sin apenas darte cuenta, velan por tu salud.
PORQUE A PESAR DE LOS LAGRIMONES QUE ASOMAN A TUS OJOS, las arterias saltan de alegría cuando el chile fluye por la sangre. El mérito lo tiene la capsaicina, sustancia que relaja los vasos sanguíneos. Hasta tal punto es eficaz que, a largo plazo, una dieta rica en este compuesto del pimiento picante le puede parar los pies a la hipertensión.
Es una paradoja que se explica fácilmente. Consumir guindillas con asiduidad pone a funcionar un receptor de la pared de las venas y arterias llamado TRPV1.
Cuando este permanece mucho tiempo activado, aumenta la producción de óxido nítrico, un gas que evita que los vasos se inflamen. Eso explicaría por qué, mientras que en el norte de China dos de cada diez personas tienen la presión sanguínea alta, en el suroeste del país, donde es frecuente guisar con chile picante, la incidencia baja a la mitad.
Pero ahí no termina la cosa. Si las alergias o la rinitis te hacen la vida imposible, un aerosol cargado de capsaicina ayudará a que se descongestione tu nariz. Este mismo compuesto natural se añade desde hace varios años a cremas para aliviar dolores que sufren diabéticos, pacientes con esclerosis múltiple o enfermos de sida, ya que insensibiliza los receptores TRPV1 de las neuronas encargadas de percibir el dolor.
“No le tengas miedo al chile aunque lo veas colorado”, dicen los mexicanos. Si ponemos los datos científicos sobre la mesa, más que miedo habría que tenerle cariño. Sobre todo si tienes algún kilo de más, como le pasa a un tercio de la población mundial. La capsaicina pone las calderas corporales a funcionar y ayuda a destruir los michelines. Por eso nos sofocamos, porque la energía almacenada se convierte en calor. Pero este método tiene una pega: al sistema digestivo le cuesta absorber el compuesto que da pungencia a los platos.
La solución llegaba este verano de la mano de investigadores de la Universidad de Wyoming (EE. UU.): la metabocina, un fármaco diseñado por ellos, libera lentamente la capsaicina a lo largo del día y fomenta la pérdida de peso incluso si consumimos una dieta rica en grasas. Experimentos con roedores han demostrado que este tratamiento, además, mantiene los niveles recomendables de azúcar y colesterol. ¿El secreto? Una vez más, la capsaicina estimula los receptores TRPV1, que en el tejido graso fuerza a las células a quemar lípidos como locas. El consumo de calorías se dispara, los almacenes de grasa se vacían y el riesgo de sufrir diabetes, hipertensión o aterosclerosis cae en picado.
IGUAL QUE A NOSOTROS LA CAPSAICINA NOS SIENTA DE MARAVILLA, PARA LAS CÉLULAS MALIGNAS PUEDE SER UN GRANO EN EL TRASERO.
Hace más de diez años se demostró que, en altas dosis, este ingrediente del chile fulmina las células del cáncer de próstata. La lista se fue ampliando en años sucesivos al de mama, de colon, el gástrico, el cerebral, el de páncreas y el óseo. Para explicar su efecto se barajan dos hipótesis. Una es que cuando el compuesto natural se une a la superficie de la célula, interactúa con su membrana y la desgaja. También existen indicios de que empuja a que las células tumorales se suiciden. Es lo que los biólogos llaman apoptosis o muerte celular programada.
Y si se combina con jengibre, los efectos anticancerígenos se mul- tiplican: el 6-ginergol que contiene esta exótica raíz bloquea el crecimiento de los tumores, y hay sospechas de que frena el avance de las metástasis. Algo similar ocurre con la mostaza, planta de la familia del brócoli cargada de glucosinolatos e isotiocianatos que ayudan a mantener al tracto gastrointestinal, en especial al colon, a salvo del cáncer.
Tampoco hay que hacerle ascos al wasabi japonés. Llevarse a la boca una pizca de esta pasta verde, prima hermana de la mostaza, provoca una desconcertante sensación de quemazón en la cavidad nasal, sí. Pero lo interesante es que aniquila a la Escherichia co
li y al Staphylococcus aureus, dos microbios que merodean por la comida y que producen intoxicaciones alimentarias. Por eso, los nipones han empleado desde tiempos inmemoriales este condimento para preservar sus rollitos de pescado crudo.
Se ha descubierto que la capsaicina de la guindilla destruye las células malignas del cáncer de mama, de próstata o de colon