El rey sueco que innovó el arte de la guerra
Gustavo Adolfo fue el mayor innovador militar de la guerra de los Treinta Años y sus avances hicieron temible a un ejército que invadió Alemania con sorprendente facilidad. Su mayor empeño fue el de conseguir huestes más rápidas. Para ello, apostó por las armas ligeras, y abandonó los pesados arcabuces, armas de fuego que requerían una horquilla de apoyo clavada en el suelo para dispararlas, y prefirió los mosquetes, más livianos. Lo mismo hizo en la artillería al reducir el tamaño de los cañones –que podían necesitar hasta cuatro caballos para ser desplazados– y preferir las culebrinas –más móviles–.
También buscando la movilidad, optó por formaciones de batalla más extendidas, con menos líneas de soldados de profundidad, a fin de resultar un blanco más difícil para los cañones enemigos.
Otro gran avance promovido por el monarca sueco fue profesionalizar su ejército en lugar de recurrir a mercenarios o levas. Quiso que recibieran una soldada mensual puntualmente, lo que supuso un cambio mayúsculo para lo que era habitual en la época.
Aun así, la larga duración del conflicto acarreó que se incurriera en muchos atrasos y por eso Suecia exigió una compensación económica en la Paz de Westfalia.