Stop a la ansiedad
La nueva epidemia del siglo XXI
Esta enfermedad silenciosa se ha convertido en el azote de nuestra sociedad, inoculada con el virus de la prisa. Prisa por llegar a tiempo a la reunión con el jefe, por recoger a los niños del colegio, por hacer la compra antes de que nos cierren... y, en ocasiones, no nos libramos ni en nuestros ratos de ocio. Nunca habíamos vivido tantos episodios de ansiedad, y prueba de ello es que en nuestro país el consumo de ansiolíticos es de los más altos del mundo y no deja de crecer cada año. Pero también tiene su lado positivo: cumple una función muy importante, y, de no ser por ella, los seres humanos nos habríamos extinguido hace mucho tiempo. Conoce sus síntomas, sus causas y cómo combatirla.
“Por la noche no puedo dormir. De repente siento que me ahogo, sudo mucho, me late el corazón muy rápido... Durante el día también estoy agobiada, no sé qué me pasa, pero salto por cualquier cosa, estoy irritable, hipersensible, no puedo dejar de preocuparme por todos los detalles de mi vida, como si siempre estuviera a punto de pasar lo peor. Llevo así mucho tiempo, meses, tal vez años. Aunque hay temporadas en las que me siento bien, al final siempre vuelve”, nos cuenta María, administrativa de cuarenta y dos años. Sus síntomas son típicos de un síndrome de ansiedad, dolencia que afecta a casi dos millones de españoles, el 4,1 % de la población, según cifras de 2017 de la OMS. Y el mundo entero está igual: la padecen un 3,6 %, esto es, unos 264 millones de personas.
“Suele hacer su debut al principio de la edad adulta y se ceba con la franja de edad de entre veinte y cincuenta años. Uno de cada cinco españoles ha experimentado en algún momento de su vida sus síntomas graves o moderados. Y la sufren más las mujeres que los hombres, en una proporción de dos a uno”, explica Carlos Baeza, psicólogo coordinador de la Clínica de la Ansiedad en Madrid. La ignorancia popular puede confundirlo con “ser una histérica”, “un agonías”, “cuestión de nervios”... Pero la verdad es que se trata de una enfermedad en toda regla, relacionada con alteraciones neuroquímicas en el cerebro. Tan seria que la OMS la considera hoy la sexta causa de discapacidad laboral en el mundo. Y su impacto en la calidad de vida es superior al de la artritis, la diabetes y las disfunciones cardiacas o respiratorias, según la Confederación Salud Mental España (FEAFES).
PUEDE MANIFESTARSE CON VARIAS CARAS, COMO FOBIAS SOCIAL O ESPECÍFICA, TRASTORNO OBSESIVO COMPULSIVO, CRISIS DE PÁNICO...
El caso de María es un trastorno de ansiedad generalizada que, como nos explica Rosario de Arce, jefa del Servicio de Psiquiatría del Hospital Universitario Puerta de Hierro de Madrid, se caracteriza por la angustia persistente en el tiempo –más de seis meses seguidos–. Molestias gastrointestinales, tensión muscular, jaqueca, agotamiento, dificultad para concentrarse, mareos y temblores son síntomas que completan el cuadro, aunque no siempre se presentan todos. Solo son imprescindibles tres de ellos para confirmar el diagnóstico.
La ansiedad es un mal escurridizo que a veces despista y se confunde con otros problemas de salud. “En casi el 40% de las personas que acuden al médico de cabecera por dolencias físicas, una vez examinados y tras las pruebas pertinentes, después de haber pasado por el neurólogo, el especialista en aparato digestivo, el neumólogo, el cardiólogo..., se demuestra que el origen de su problema es psicosomático, relacionado con la ansiedad o el estrés”, asegura Baeza.
Asma, obesidad –en un tercio de los casos– o dolores musculares son otros de sus síntomas secundarios. Para colmo, nos debilita, aumenta la falta de confianza y la aprensión y baja la autoestima, por lo que muchas personas se encierran en un círculo vicioso que, cuando caen en la depresión, es más difícil de romper. Según datos del Congreso Nacional de Ansiedad y Trastornos Comórbidos, entre un 50% y un 90% de los españoles que padecen depresión sufren, al mismo tiempo, ansiedad.
Sin embargo, solo una de cada diez personas reciben el tratamiento adecuado, afirma un estudio internacional liderado por el Hospital del Mar de Investigaciones Médicas de Barcelona. Tras encuestar a más de 51.000 sujetos de veintiún países, resultó que solo un 28% habían sido tratados de la ansiedad que padecían. De ellos, apenas el 9,8% obtuvo la terapia más adecuada, según publicaban los autores en 2018 en Depression and Anxiety.
Pero ¿quién no pierde el sueño alguna vez por las preocupaciones? La ansiedad no siempre tiene que ser patológica. Por ejemplo, la tensión y la angustia que experimentamos ante un examen es lo que nos hace estar alertas y ponernos a estudiar. Porque, dentro de unos límites, “es un mecanismo adaptativo y positivo que nos activa ante situaciones que consideramos amenazantes, en las que tenemos algo que ganar o que perder. Cumple una función parecida al dolor: no nos gusta, pero si no fuera por él, el ser humano se habría extinguido. Nos avisa con antelación de que puede haber un problema, que debemos prestarle atención y que igual tenemos que hacer algo para solucionarlo”, dice el doctor Baeza.
Los hijos heredan la ansiedad de sus padres, y no solo debido a los genes –responsables de la dolencia en un 35 %–, sino también por el ambiente que respiramos en casa desde niños
Los problemas personales, económicos, laborales y de pareja también pueden actuar como desencadenantes de esta enfermedad al provocar que nuestra seguridad se tambalee
Entonces, ¿cuándo deja de ser normal para convertirse en una enfermedad? “Cuando los síntomas son tan intensos que interfieren en el rendimiento laboral o en la estabilidad familiar, y van acompañados de sufrimiento. Si nos paraliza e impide llevar a cabo obligaciones y actividades cotidianas, es necesario buscar ayuda”, responde la doctora Arce. Baeza está de acuerdo: “Las preocupaciones son normales, nos motivan para buscar soluciones. Pero algo estamos haciendo mal cuando no nos dejan dormir o funcionar con normalidad, cuando se convierten en pensamientos obsesivos que nos roban el tiempo y nos impiden concentrarnos”.
En cuanto a su base fisiológica, científicos de la Universidad de Columbia (EE. UU.) anunciaron recientemente en la revista Neuron el hallazgo de las neuronas de la ansiedad en una parte del hipocampo, área del encéfalo encargada, entre otras cosas, de regular el estado de ánimo. La intención de los expertos no era otra que encontrar un receptor específico en las neuronas de la ansiedad para luego desarrollar un fármaco que actuara directamente sobre ellas. En su experimento con ratones, comprobaron que esta región se activaba cuando exponían a los roedores a situaciones amenazantes. Al contrario, si se les colocaba en los mismos escenarios peligrosos después de haberles apagado dichas neuronas de modo artificial –mediante una técnica conocida como optogenética–, los animales actuaban sin signos de temor.
“¿Y por qué yo?”, te puedes preguntar. La respuesta pasa por un abanico de causas. Primero, los estudios apuntan a que hay un componente familiar que nos predispone a la ansiedad; y no solo por los genes – culpa
bles de la dolencia en un 35%–, sino por el ambiente que respiramos en casa desde niños. Una investigación publicada en The American Journal
of Psychiatry, en 2015, concluyó, tras analizar a mil familias, que también se aprende a ser ansioso por contagio. Asimismo, influyen los rasgos de carácter. Según la doctora Arce, las personas perfeccionistas o con baja autoestima son más vulnerables. Y los problemas personales, económicos, laborales y de pareja también pueden actuar como desencadenantes, cuando hacen que sintamos amenazada nuestra seguridad.
Aunque no solo las desgracias trastocan nuestra paz mental. Igual eres un triunfador, te acabas de casar con una persona excelente, te has comprado una casa preciosa y te van a ascender en el trabajo y, sin embargo, no logras dormir, estás siempre agobiado, irascible y tan nervioso que no paras de sudar. Como indica el doctor Baeza, esta situación encaja con un trastorno adaptativo de tipo ansioso, cada vez más frecuentes, “provocado por los cambios continuos que experimentamos en el día a día –de lugar de residencia, de trabajo...– que nos obligan a adaptarnos con rapidez a situaciones para las que, a veces, no estamos preparados”, señala.
POR ALGO, LA OMS ALERTABA EN FEBRERO SOBRE EL INCREMENTO ALARMANTE EN TODO EL MUNDO DE ENFERMEDADES MENTALES COMO LA ANSIEDAD, QUE HA CRECIDO UN 15 % RESPECTO A LA DÉCADA ANTERIOR.
¿Y por qué somos más ansiosos que nuestros abuelos? Lisa Petro, consultora de educación y cofundadora de Know My World, una organización para el intercambio cultural entre estudiantes de distintos países, lo explica así: “Vivimos en una era de saturación de información y todo va tan deprisa que no podemos seguirle el ritmo. Solo hay tiempo para mantenerse al día, no hay lugar para procesar las emociones naturales de cualquier ser humano, que quedan arrinconadas hasta que explotan en forma de ansiedad u otros trastornos”. En este sentido, nada menos que un pequeñísimo 4 % es la cifra de españoles que declara no haberse sentido estresados durante el año pasado, según una encuesta publicada este año por Cinfa y la Sociedad Española para el Estudio de la Ansiedad y el Estrés. En la otra cara de la moneda, los estudiantes –un 55,6 % de ellos–, los que buscan su primer empleo –un 50,7 %– y los que tienen hijos –un 61,2 %– son quienes más sufren sus consecuencias.
Para Petro, la inteligencia emocional es una herramienta de prevención: “Valores como la empatía, la comunicación, la flexibilidad y la tolerancia reducen la ansiedad. Pero, antes, debemos ser conscientes de qué sentimos, por qué y qué consecuencias provoca a nuestro alrededor, lo que nos da la posibilidad de cambiarlas. Esta habilidad nos hace dueños de nuestra vida, y la convierte en algo menos terrorífico, más emocionante”.
Pero ¿qué pasa si ya estamos metidos hasta el cuello en un síndrome de ansiedad? Las conductas de evitación son el primer recurso que adoptan la mayoría de los afectados. “Estas estrategias de huida reducen el malestar de momento, pero mantienen el miedo al miedo y, con ello, retroalimentan la ansiedad”, advierte el doctor Baeza. Además, las medidas de superprotección excesivas pueden convertirse en una obsesión. Por ejemplo, un hombre se trazaba un mapa de todos los
Tratarla con fármacos puede parecer lo más fácil, pero, cuidado, porque aunque alivian el sufrimiento no llegan a curar el trastorno
hospitales en su ruta cada vez que conducía su coche, por si le pasaba algo al volante. Para vencer esos miedos infundados que merman nuestra calidad de vida, la terapia cognitivo conductual “tiene un nivel de eficacia del 80% o superior. Aparte de superar el trastorno mental, ejerce un cambio global en la persona, mejorando su autoconfianza, autocontrol y habilidades para afrontar los obstáculos de la vida”, asegura Bonifacio Sandín, catedrático de Psicopatología en la UNED y psicólogo clínico. La certeza de que “somos lo que pensamos” es la piedra angular del tratamiento, que no utiliza fármacos. Por eso, tras una fase de psicoeducación sobre la fisiología de la ansiedad y tras enseñar al paciente técnicas de relajación para paliar los síntomas, la parte más importante de la terapia pasa por regular los patrones de pensamiento que influyen en el estado emocional y en la conducta.
“Hay que desconfirmar las creencias dañinas, poner en evidencia los sesgos cognitivos que desembocan en el miedo y proponer formas alternativas de gestionarlo”, explica el experto. Otra herramienta muy útil es la administración de preocupaciones, una manera de enfrentarnos a lo que nos agobia, pero sin que nos haga daño.
SI HAY UN TEMA QUE NOS HACE DARLE VUELTAS CON UNA SENSACIÓN DE URGENCIA QUE NO ES REAL, ES HABITUAL QUE NOS ASALTEN CADA POCO TIEMPO RECORDATORIOS AUTOMÁTICOS DE ESE PROBLEMA.
Eso no se puede evitar, pero sí elegir cuándo nos vamos a ocupar de ello. Por eso, el doctor Baeza enseña a sus pacientes a reservar quince o veinte minutos diarios –lejos de la hora de irse a dormir– para considerar asuntos inquietantes. “Una idea desasosegante nos puede asaltar muchas veces en una jornada. Si no le seguimos el juego cada vez que aparece y continuamos con lo que estábamos haciendo, la suma de las interrupciones no pasará de unos minutos. Si, por contra, paramos lo que teníamos entre manos y nos enzarzamos en darle vueltas, en valorar qué pasaría si..., pesquisas, anticipaciones, posibles fallos, etc., la suma de tiempo empleado en detrimento de otras tareas se contará por horas”, advierte.
Además de la psicología cognitivo-conductual, la ansiedad puede abordarse desde otras formas de tratamiento, como el entrenamiento autógeno, una técnica de relajación científica que propone el psiquiatra Luis Rivera, director del Instituto de Psicoterapia de Madrid. “Enseñamos al paciente a distanciarse de sus pensamientos, a relajarse mediante la concentración en su propio cuerpo. El primer paso, y el más importante para combatir la ansiedad, es aprender a mantener la calma, algo esencial para una buena salud física y mental. Si consigue integrar la idea de que, pase lo que pase, siempre puede refugiarse en el estado de calma, la vida le resultará mucho más fácil en todos los sentidos”, afirma el doctor Rivera. Por su parte, el psiquiatra chileno Claudio Naranjo, adalid de la terapia Gestalt, explica: “La ansiedad tiene mucho que ver con no poder elegir en los conflictos internos, con el miedo a que, si te equivocas, lo echarás todo a perder. Trabajamos la capacidad de situarte en un bienestar básico con independencia de lo que decidas”.
Otra opción es la farmacológica. Para algunos puede resultar lo más fácil, pues la pastilla funciona sin que el paciente deba hacer ningún esfuerzo personal para enfrentarse a sus miedos. Pero, como advierte el psiquiatra Jerónimo Sáiz, jefe del Servicio de Psiquiatría en el Hospital Universitario Ramón y Cajal, “es un tratamiento solo sintomático, que alivia el sufrimiento sin curar el trastorno”.
Entonces, si recibimos la terapia adecuada y ponemos toda nuestra fuerza de voluntad en ello, ¿podremos librarnos de la ansiedad? “Cuanto antes se trate, mejor. Algunos casos tienen cura completa, cuando la persona aprende a vivir las cosas de otra manera. Otros aprenden a manejar mejor lo que les pasa. La clave está en comprender que este trastorno no implica un peligro de muerte. Comprender esta realidad siempre tranquiliza mucho al paciente”, afirma la doctora Arce.