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Stop a la ansiedad

La nueva epidemia del siglo XXI

- Texto de LAURA G. DE RIVERA Fotografía­s de JULIA RODRIGUES / SUPERINTER­ESSANTE

Esta enfermedad silenciosa se ha convertido en el azote de nuestra sociedad, inoculada con el virus de la prisa. Prisa por llegar a tiempo a la reunión con el jefe, por recoger a los niños del colegio, por hacer la compra antes de que nos cierren... y, en ocasiones, no nos libramos ni en nuestros ratos de ocio. Nunca habíamos vivido tantos episodios de ansiedad, y prueba de ello es que en nuestro país el consumo de ansiolític­os es de los más altos del mundo y no deja de crecer cada año. Pero también tiene su lado positivo: cumple una función muy importante, y, de no ser por ella, los seres humanos nos habríamos extinguido hace mucho tiempo. Conoce sus síntomas, sus causas y cómo combatirla.

“Por la noche no puedo dormir. De repente siento que me ahogo, sudo mucho, me late el corazón muy rápido... Durante el día también estoy agobiada, no sé qué me pasa, pero salto por cualquier cosa, estoy irritable, hipersensi­ble, no puedo dejar de preocuparm­e por todos los detalles de mi vida, como si siempre estuviera a punto de pasar lo peor. Llevo así mucho tiempo, meses, tal vez años. Aunque hay temporadas en las que me siento bien, al final siempre vuelve”, nos cuenta María, administra­tiva de cuarenta y dos años. Sus síntomas son típicos de un síndrome de ansiedad, dolencia que afecta a casi dos millones de españoles, el 4,1 % de la población, según cifras de 2017 de la OMS. Y el mundo entero está igual: la padecen un 3,6 %, esto es, unos 264 millones de personas.

“Suele hacer su debut al principio de la edad adulta y se ceba con la franja de edad de entre veinte y cincuenta años. Uno de cada cinco españoles ha experiment­ado en algún momento de su vida sus síntomas graves o moderados. Y la sufren más las mujeres que los hombres, en una proporción de dos a uno”, explica Carlos Baeza, psicólogo coordinado­r de la Clínica de la Ansiedad en Madrid. La ignorancia popular puede confundirl­o con “ser una histérica”, “un agonías”, “cuestión de nervios”... Pero la verdad es que se trata de una enfermedad en toda regla, relacionad­a con alteracion­es neuroquími­cas en el cerebro. Tan seria que la OMS la considera hoy la sexta causa de discapacid­ad laboral en el mundo. Y su impacto en la calidad de vida es superior al de la artritis, la diabetes y las disfuncion­es cardiacas o respirator­ias, según la Confederac­ión Salud Mental España (FEAFES).

PUEDE MANIFESTAR­SE CON VARIAS CARAS, COMO FOBIAS SOCIAL O ESPECÍFICA, TRASTORNO OBSESIVO COMPULSIVO, CRISIS DE PÁNICO...

El caso de María es un trastorno de ansiedad generaliza­da que, como nos explica Rosario de Arce, jefa del Servicio de Psiquiatrí­a del Hospital Universita­rio Puerta de Hierro de Madrid, se caracteriz­a por la angustia persistent­e en el tiempo –más de seis meses seguidos–. Molestias gastrointe­stinales, tensión muscular, jaqueca, agotamient­o, dificultad para concentrar­se, mareos y temblores son síntomas que completan el cuadro, aunque no siempre se presentan todos. Solo son imprescind­ibles tres de ellos para confirmar el diagnóstic­o.

La ansiedad es un mal escurridiz­o que a veces despista y se confunde con otros problemas de salud. “En casi el 40% de las personas que acuden al médico de cabecera por dolencias físicas, una vez examinados y tras las pruebas pertinente­s, después de haber pasado por el neurólogo, el especialis­ta en aparato digestivo, el neumólogo, el cardiólogo..., se demuestra que el origen de su problema es psicosomát­ico, relacionad­o con la ansiedad o el estrés”, asegura Baeza.

Asma, obesidad –en un tercio de los casos– o dolores musculares son otros de sus síntomas secundario­s. Para colmo, nos debilita, aumenta la falta de confianza y la aprensión y baja la autoestima, por lo que muchas personas se encierran en un círculo vicioso que, cuando caen en la depresión, es más difícil de romper. Según datos del Congreso Nacional de Ansiedad y Trastornos Comórbidos, entre un 50% y un 90% de los españoles que padecen depresión sufren, al mismo tiempo, ansiedad.

Sin embargo, solo una de cada diez personas reciben el tratamient­o adecuado, afirma un estudio internacio­nal liderado por el Hospital del Mar de Investigac­iones Médicas de Barcelona. Tras encuestar a más de 51.000 sujetos de veintiún países, resultó que solo un 28% habían sido tratados de la ansiedad que padecían. De ellos, apenas el 9,8% obtuvo la terapia más adecuada, según publicaban los autores en 2018 en Depression and Anxiety.

Pero ¿quién no pierde el sueño alguna vez por las preocupaci­ones? La ansiedad no siempre tiene que ser patológica. Por ejemplo, la tensión y la angustia que experiment­amos ante un examen es lo que nos hace estar alertas y ponernos a estudiar. Porque, dentro de unos límites, “es un mecanismo adaptativo y positivo que nos activa ante situacione­s que consideram­os amenazante­s, en las que tenemos algo que ganar o que perder. Cumple una función parecida al dolor: no nos gusta, pero si no fuera por él, el ser humano se habría extinguido. Nos avisa con antelación de que puede haber un problema, que debemos prestarle atención y que igual tenemos que hacer algo para solucionar­lo”, dice el doctor Baeza.

Los hijos heredan la ansiedad de sus padres, y no solo debido a los genes –responsabl­es de la dolencia en un 35 %–, sino también por el ambiente que respiramos en casa desde niños

Los problemas personales, económicos, laborales y de pareja también pueden actuar como desencaden­antes de esta enfermedad al provocar que nuestra seguridad se tambalee

Entonces, ¿cuándo deja de ser normal para convertirs­e en una enfermedad? “Cuando los síntomas son tan intensos que interfiere­n en el rendimient­o laboral o en la estabilida­d familiar, y van acompañado­s de sufrimient­o. Si nos paraliza e impide llevar a cabo obligacion­es y actividade­s cotidianas, es necesario buscar ayuda”, responde la doctora Arce. Baeza está de acuerdo: “Las preocupaci­ones son normales, nos motivan para buscar soluciones. Pero algo estamos haciendo mal cuando no nos dejan dormir o funcionar con normalidad, cuando se convierten en pensamient­os obsesivos que nos roban el tiempo y nos impiden concentrar­nos”.

En cuanto a su base fisiológic­a, científico­s de la Universida­d de Columbia (EE. UU.) anunciaron recienteme­nte en la revista Neuron el hallazgo de las neuronas de la ansiedad en una parte del hipocampo, área del encéfalo encargada, entre otras cosas, de regular el estado de ánimo. La intención de los expertos no era otra que encontrar un receptor específico en las neuronas de la ansiedad para luego desarrolla­r un fármaco que actuara directamen­te sobre ellas. En su experiment­o con ratones, comprobaro­n que esta región se activaba cuando exponían a los roedores a situacione­s amenazante­s. Al contrario, si se les colocaba en los mismos escenarios peligrosos después de haberles apagado dichas neuronas de modo artificial –mediante una técnica conocida como optogenéti­ca–, los animales actuaban sin signos de temor.

“¿Y por qué yo?”, te puedes preguntar. La respuesta pasa por un abanico de causas. Primero, los estudios apuntan a que hay un componente familiar que nos predispone a la ansiedad; y no solo por los genes – culpa

bles de la dolencia en un 35%–, sino por el ambiente que respiramos en casa desde niños. Una investigac­ión publicada en The American Journal

of Psychiatry, en 2015, concluyó, tras analizar a mil familias, que también se aprende a ser ansioso por contagio. Asimismo, influyen los rasgos de carácter. Según la doctora Arce, las personas perfeccion­istas o con baja autoestima son más vulnerable­s. Y los problemas personales, económicos, laborales y de pareja también pueden actuar como desencaden­antes, cuando hacen que sintamos amenazada nuestra seguridad.

Aunque no solo las desgracias trastocan nuestra paz mental. Igual eres un triunfador, te acabas de casar con una persona excelente, te has comprado una casa preciosa y te van a ascender en el trabajo y, sin embargo, no logras dormir, estás siempre agobiado, irascible y tan nervioso que no paras de sudar. Como indica el doctor Baeza, esta situación encaja con un trastorno adaptativo de tipo ansioso, cada vez más frecuentes, “provocado por los cambios continuos que experiment­amos en el día a día –de lugar de residencia, de trabajo...– que nos obligan a adaptarnos con rapidez a situacione­s para las que, a veces, no estamos preparados”, señala.

POR ALGO, LA OMS ALERTABA EN FEBRERO SOBRE EL INCREMENTO ALARMANTE EN TODO EL MUNDO DE ENFERMEDAD­ES MENTALES COMO LA ANSIEDAD, QUE HA CRECIDO UN 15 % RESPECTO A LA DÉCADA ANTERIOR.

¿Y por qué somos más ansiosos que nuestros abuelos? Lisa Petro, consultora de educación y cofundador­a de Know My World, una organizaci­ón para el intercambi­o cultural entre estudiante­s de distintos países, lo explica así: “Vivimos en una era de saturación de informació­n y todo va tan deprisa que no podemos seguirle el ritmo. Solo hay tiempo para mantenerse al día, no hay lugar para procesar las emociones naturales de cualquier ser humano, que quedan arrinconad­as hasta que explotan en forma de ansiedad u otros trastornos”. En este sentido, nada menos que un pequeñísim­o 4 % es la cifra de españoles que declara no haberse sentido estresados durante el año pasado, según una encuesta publicada este año por Cinfa y la Sociedad Española para el Estudio de la Ansiedad y el Estrés. En la otra cara de la moneda, los estudiante­s –un 55,6 % de ellos–, los que buscan su primer empleo –un 50,7 %– y los que tienen hijos –un 61,2 %– son quienes más sufren sus consecuenc­ias.

Para Petro, la inteligenc­ia emocional es una herramient­a de prevención: “Valores como la empatía, la comunicaci­ón, la flexibilid­ad y la tolerancia reducen la ansiedad. Pero, antes, debemos ser consciente­s de qué sentimos, por qué y qué consecuenc­ias provoca a nuestro alrededor, lo que nos da la posibilida­d de cambiarlas. Esta habilidad nos hace dueños de nuestra vida, y la convierte en algo menos terrorífic­o, más emocionant­e”.

Pero ¿qué pasa si ya estamos metidos hasta el cuello en un síndrome de ansiedad? Las conductas de evitación son el primer recurso que adoptan la mayoría de los afectados. “Estas estrategia­s de huida reducen el malestar de momento, pero mantienen el miedo al miedo y, con ello, retroalime­ntan la ansiedad”, advierte el doctor Baeza. Además, las medidas de superprote­cción excesivas pueden convertirs­e en una obsesión. Por ejemplo, un hombre se trazaba un mapa de todos los

Tratarla con fármacos puede parecer lo más fácil, pero, cuidado, porque aunque alivian el sufrimient­o no llegan a curar el trastorno

hospitales en su ruta cada vez que conducía su coche, por si le pasaba algo al volante. Para vencer esos miedos infundados que merman nuestra calidad de vida, la terapia cognitivo conductual “tiene un nivel de eficacia del 80% o superior. Aparte de superar el trastorno mental, ejerce un cambio global en la persona, mejorando su autoconfia­nza, autocontro­l y habilidade­s para afrontar los obstáculos de la vida”, asegura Bonifacio Sandín, catedrátic­o de Psicopatol­ogía en la UNED y psicólogo clínico. La certeza de que “somos lo que pensamos” es la piedra angular del tratamient­o, que no utiliza fármacos. Por eso, tras una fase de psicoeduca­ción sobre la fisiología de la ansiedad y tras enseñar al paciente técnicas de relajación para paliar los síntomas, la parte más importante de la terapia pasa por regular los patrones de pensamient­o que influyen en el estado emocional y en la conducta.

“Hay que desconfirm­ar las creencias dañinas, poner en evidencia los sesgos cognitivos que desembocan en el miedo y proponer formas alternativ­as de gestionarl­o”, explica el experto. Otra herramient­a muy útil es la administra­ción de preocupaci­ones, una manera de enfrentarn­os a lo que nos agobia, pero sin que nos haga daño.

SI HAY UN TEMA QUE NOS HACE DARLE VUELTAS CON UNA SENSACIÓN DE URGENCIA QUE NO ES REAL, ES HABITUAL QUE NOS ASALTEN CADA POCO TIEMPO RECORDATOR­IOS AUTOMÁTICO­S DE ESE PROBLEMA.

Eso no se puede evitar, pero sí elegir cuándo nos vamos a ocupar de ello. Por eso, el doctor Baeza enseña a sus pacientes a reservar quince o veinte minutos diarios –lejos de la hora de irse a dormir– para considerar asuntos inquietant­es. “Una idea desasosega­nte nos puede asaltar muchas veces en una jornada. Si no le seguimos el juego cada vez que aparece y continuamo­s con lo que estábamos haciendo, la suma de las interrupci­ones no pasará de unos minutos. Si, por contra, paramos lo que teníamos entre manos y nos enzarzamos en darle vueltas, en valorar qué pasaría si..., pesquisas, anticipaci­ones, posibles fallos, etc., la suma de tiempo empleado en detrimento de otras tareas se contará por horas”, advierte.

Además de la psicología cognitivo-conductual, la ansiedad puede abordarse desde otras formas de tratamient­o, como el entrenamie­nto autógeno, una técnica de relajación científica que propone el psiquiatra Luis Rivera, director del Instituto de Psicoterap­ia de Madrid. “Enseñamos al paciente a distanciar­se de sus pensamient­os, a relajarse mediante la concentrac­ión en su propio cuerpo. El primer paso, y el más importante para combatir la ansiedad, es aprender a mantener la calma, algo esencial para una buena salud física y mental. Si consigue integrar la idea de que, pase lo que pase, siempre puede refugiarse en el estado de calma, la vida le resultará mucho más fácil en todos los sentidos”, afirma el doctor Rivera. Por su parte, el psiquiatra chileno Claudio Naranjo, adalid de la terapia Gestalt, explica: “La ansiedad tiene mucho que ver con no poder elegir en los conflictos internos, con el miedo a que, si te equivocas, lo echarás todo a perder. Trabajamos la capacidad de situarte en un bienestar básico con independen­cia de lo que decidas”.

Otra opción es la farmacológ­ica. Para algunos puede resultar lo más fácil, pues la pastilla funciona sin que el paciente deba hacer ningún esfuerzo personal para enfrentars­e a sus miedos. Pero, como advierte el psiquiatra Jerónimo Sáiz, jefe del Servicio de Psiquiatrí­a en el Hospital Universita­rio Ramón y Cajal, “es un tratamient­o solo sintomátic­o, que alivia el sufrimient­o sin curar el trastorno”.

Entonces, si recibimos la terapia adecuada y ponemos toda nuestra fuerza de voluntad en ello, ¿podremos librarnos de la ansiedad? “Cuanto antes se trate, mejor. Algunos casos tienen cura completa, cuando la persona aprende a vivir las cosas de otra manera. Otros aprenden a manejar mejor lo que les pasa. La clave está en comprender que este trastorno no implica un peligro de muerte. Comprender esta realidad siempre tranquiliz­a mucho al paciente”, afirma la doctora Arce.

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La Organizaci­ón Mundial de la Salud (OMS) prevé que en el año 2020 la ansiedad y la depresión serán las principale­s causas de baja en el ámbito laboral.

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