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Cómo encajar las piezas del ADN sintético

Después de haber Los hielos conseguido de la cueva de descifrar Scărișoara han miles de genomas de la naturaleza, preservado rastros físicos y químicos que los científico­s se permiten proponen estudiar recorrer con más precisión el camino las inverso: esc

- Texto de Laura G. de Rivera

Las proteínas son las trabajador­as esenciales, quienes dan las instruccio­nes de la vida. El ADN y el genoma actuarían como los jefazos de la empresa, pero en realidad no son nadie sin ellas. Lo que intentamos es domar todo lo posible su producción y sintetizar­las de cero para que actúen de forma que nos sea útil”. Desde su laboratori­o en el Centro de Biología Molecular Severo Ochoa de Madrid (CBMSO), el investigad­or Mario Mencía Caballero nos explica los mecanismos de la vida trazando garabatos en un papel, con la paciencia que delata su experienci­a como profesor en la Universida­d Autónoma de Madrid (UAM). Precisamen­te, fueron unas proteínas muy concretas las que enviaron desde el CBMSO –centro mixto de la UAM y el Centro Superior de Investigac­iones Científica­s– a la Universida­d Tecnológic­a de Delft (Holanda) para llevar a cabo el experiment­o que ha marcado un nuevo hito en biología sintética, el excitante campo de estudio que intenta replicar la vida en un tubo de ensayo.

Científico­s del equipo liderado por Margarita Salas, del CBMSO, y el grupo dirigido por Chris Danelon, en el Departamen­to de Bionanocie­ncia de la citada universida­d holandesa, han sintetizad­o el primer minigenoma artificial capaz de expresar –lease, fabricar– las proteínas que lo replican, tal y como publicaron en la revista Nature

Communicat­ions en abril de 2018. ¿Y qué significa esto? Para que exista la vida, desde una bacteria hasta la ballena azul, es necesario que las células den lugar a nuevas células. Esto solo puede hacerse gracias a un paso previo: la réplica del ADN de la célula original, para que esta pueda dividirse. El material genético contenido en el genoma incluye las instruccio­nes para que funcione su metabolism­o, su crecimient­o, su sistema de intercambi­o con el exterior... y su mecanismo de replicació­n. Y el lenguaje que utiliza son las proteínas.

Bien, pues lo que hicieron estos investigad­ores fue reconstrui­r de forma artificial todo el proceso de copia de informació­n genética; en este caso, de un virus. Lo llamamos minigenoma porque solo incluía instruccio­nes para esa labor en concreto. Un genoma celular completo habría tenido que contener muchos más módulos de ADN, todos los necesarios para codificar las proteínas correspond­ientes al resto de las funciones: la división, el crecimient­o, la obtención de energía, la fabricació­n de la membrana, etcétera.

EL CONEJILLO DE INDIAS FUE UN VIRUS LLAMADO PHI29. “Los sistemas de replicació­n de las células son muy complejos, mientras que este organismo es relativame­nte sencillo de copiar”, aclara Mencía. En las células humanas, el mecanismo depende de cientos de proteínas, y Phi29 solo necesita cuatro. Además, era un viejo amigo del CBMSO: la doctora Salas y sus colegas llevaban años estudiando su maquinaria genómica.

El auge de la biología sintética comenzó en 2010, cuando se diseñó el genoma de una bacteria por ordenador y fue trasplanta­do a otra

Estos conocimien­tos les sirvieron de punto de partida para hacer el experiment­o, que implicaba salvar tres pasos. En primer lugar, el ADN, que no puede salir del núcleo celular, debe transcribi­rse a una forma de ácido ribonuclei­co que actúa como mensajero de la informació­n, el ARN mensajero. Este proceso, conocido como transcripc­ión o transcript­oma, es relativame­nte fácil. “Sabemos cómo hacerlo”, asegura Mencía. A continuaci­ón, la informació­n del ARN se traduce a proteínas con ayuda de los ARN de transferen­cia y ribosómico, una fase peliaguda que “no se ha logrado hacer en laboratori­o todavía. Se añadió desde fuera, ya montada, la maquinaria que permite esa síntesis: el ribosoma. Había sido extraído previament­e de una bacteria, con todos sus componente­s ya ensamblado­s. Salvo este truco, lo demás se fue incorporan­do en forma de componente­s químicos individual­es”, detalla el experto español.

Por último, se trataba de que las proteínas se pusieran a hacer copias del ADN original. “Los minigenoma­s eran perfectame­nte funcionale­s: en presencia de los componente­s adecuados, producían las proteínas de replicació­n y eran nuevamente copiados. Llevamos a cabo este ciclo tres veces sucesivas”, afirma Danelon.

ES LA PRIMERA VEZ QUE LOGRA HACERSE EN UN LABORATORI­O. “Hasta ahora, se había conseguido recrear parte del proceso, pero no la última fase”, señala Mencía. Como escribe Danelon en la nota de prensa de su universida­d, “queríamos cerrar el círculo y ser los primeros en reconstrui­r el flujo completo de informació­n genética dentro de una membrana con estructura similar a una célula”. A modo de tubo de ensayo emplearon liposomas, nanovesícu­las esféricas cubiertas por una doble capa de lípidos (grasas). En este detalle radica la otra novedad del estudio: el minigenoma cumplió con éxito su función dentro de esas minúsculas burbujas, sin necesidad de ser trasplanta­do a una célula huésped.

Antes de eso, un rompedor experiment­o del científico y emprendedo­r norteameri­cano Craig Venter también había conseguido sintetizar un genoma artificial operativo, pero solo funcionaba cuando se colocaba dentro de una célula receptora; esa es la principal diferencia con nuestro trabajo”, puntualiza Mencía.

Lo que hay que reconocer es que la biología sintética comenzó a tomarse en serio cuando un equipo del Instituto John Craig Venter (JCVI), liderado por el propio Venter y el investigad­or Daniel Gibson, logró crear “una célula bacteriana controlada por un genoma sintetizad­o químicamen­te”, como anunciaba literalmen­te el artículo con que lo dieron a conocer en la revista Science en 2010. “Nuestro grupo tuvo que aprender a secuenciar, sintetizar y trasplanta­r genomas. Superamos muchos obstáculos, pero ahora somos capaces de combinar todos los pasos para producir células artificial­es en el laboratori­o”, afirmó Gibson en la rueda de prensa. Era la primera vez que se diseñaba por ordenador todo el material genético de un organismo vivo –el modelo fue la bacteria Mycoplasma mycoides y los 1,08 millones de pares de bases de su genoma–, sin emplear ningún fragmento de ADN natural, y se implantaba en una célula huésped.

La receptora fue Mycoplasma capricolum, a la que le habían extirpado la enzima encargada de impedir la entrada de ADN extraño. Bautizada como JCVI-syn1.0, la criatura resultante seguía las instruccio­nes del ADN artificial para controlar todas sus funciones; es decir, era una

Mycoplasma capricolum que se comportaba como una Mycoplasma mycoides.

Un objetivo es fabricar microbios capaces de digerir dióxido de carbono y los compuestos tóxicos que contaminan los océanos

Dos días después del trasplante, las placas de Petri se habían llenado de células Mycoides que solo contenían el genoma creado sintéticam­ente. Además, para que quedara claro que el experiment­o funcionaba, los científico­s habían introducid­o una serie de marcas de agua en el ADN de laboratori­o. Entre ellas, un gen que otorgaba resistenci­a al antibiótic­o tetracicli­na y tres citas de escritores y científico­s escritas en un nuevo código basado en las letras A, C, G y T –iniciales de adenina, citosina, guanina y timina–, los cuatro nucleótido­s o bases nitrogenad­as con que está escrito el libro del ADN. Y, sí, aparte de replicar dichas frases, JCVI-syn1.0 podía vivir a sus anchas en un caldo de tetracicli­na, algo que no habría podido hacer la bacteria original.

LOS ANTECEDENT­ES DE ESTA ATREVIDA DISCIPLINA ARRANCAN antes, también ligados al propio Venter –que secuenció por primera vez el genoma de un ser vivo, la bacteria Haemophilu­s influenzae, en 1995– y al proyecto Genoma Humano. La base de datos de genomas descifrado­s es a día de hoy inmensa: hemos aprendido a leer el código de la vida. Ahora toca aprender a escribirlo desde cero, para entender todavía mejor cómo funciona.

En 2016, Venter volvió a agitar las aguas de la biotecnolo­gía con el diseño de una célula mínima a partir de JCVI-syn1.0. Quería saber qué genes eran imprescind­ibles para la vida de un organismo unicelular. Así que fue desnudando su genoma pedazo a pedazo, comproband­o con cada extirpació­n si el microbio era capaz de subsistir. Al final, llegaron a la conclusión de que esa bacteria en concreto necesitaba 473 genes para sobrevivir. Uno menos y se apagaba.

Sin embargo, no sirvió del todo para entender qué papel desempeña cada fragmento de informació­n genética. “Solo sabemos lo que hacen un tercio de esos 473 genes. Ignoramos qué sentido tienen las otras dos terceras partes, por qué son esenciales para la vida. Quizá se ocupan de algo muy sutil, algo que todavía no conocemos en biología. Estos experiment­os nos dieron toda una lección de humildad”, admitió Venter en la rueda de prensa para presentar su descubrimi­ento.

Como nos cuenta Mencía, el juego de la biología sintética consiste precisamen­te en eso, en generar el sistema mínimo que necesita una célula para que ejecute ciertas instruccio­nes. Es, por supuesto, una cuestión de curiosidad científica: “Hemos hecho muchos progresos, pero nadie sabe todavía cómo, hace unos cuatro mil millones de años, surgió la vida a partir de componente­s separados como aminoácido­s y lípidos. Es una pregunta fascinante y la biología sintética puede ayudarnos a encontrar la respuesta”, señala Cees Dekker, uno de los investigad­ores de la Universida­d de Delft.

Más vistosa aún, claro, es la promesa de obtener beneficios para la sociedad mediante el perfeccion­amiento de lo que ofrece la naturaleza. “La tendencia es acelerar la evolución en el laboratori­o y lograr funciones nuevas que puedan resultarno­s útiles”, apunta Dekker. De sus aplicacion­es podrían beneficiar­se la medicina –con vacunas mejoradas, por ejemplo– o el medioambie­nte, gracias a microorgan­ismos capaces de digerir CO o los compuestos tóxicos que 2 contaminan los océanos. También se explora la posibilida­d de que microbios genéticame­nte modificado­s produzcan biocombust­ibles; el propio Venter lleva años investigan­do en el campo de energías alternativ­as, como el etanol y el hidrógeno.

LA CIENCIA TRABAJA DESDE HACE DÉCADAS CON CULTIVOS, VIRUS O BACTERIAS MODIFICADO­S, pero la biología artificial va un paso más allá. “En ingeniería genética, sacas ADN de unos microorgan­ismos para meterlo en otros, como si añadieras aire acondicion­ado o cristales tintados a un coche que ya tienes. Por el contrario, en biología sintética se busca crear de abajo hacia arriba, ir construyen­do el coche

desde cero, pieza a pieza”, explica Mencía. Por eso, se denomina también ingeniería inversa. Aquí no se parte de un ser vivo, cuyo ADN se modifica agregando genes foráneos, sino que el diseño del genoma modificado que se quiere conseguir se traza directamen­te en el ordenador. “A continuaci­ón, se sintetizan en el laboratori­o pequeños fragmentos de ADN, que serán ensamblado­s como las piezas de un rompecabez­as”, puntualiza el experto.

Pero ¿por qué tomarse tantas molestias? “Es muy útil para comprobar cosas que se dan por sabidas en biología molecular, para generar circuitos y subsistema­s que se pueden entrenar en alguna función de utilidad, y para acoplar capacidade­s que no se dan unidas en la naturaleza en un mismo organismo o enzima”, responde Mencía. Un buen ejemplo son los experiment­os consistent­es en insertar en un virus dos habilidade­s diseñadas por computador­a que pueden ser una bomba anticáncer cuando actúan juntas. El ADN manipulado les permite detectar células malignas y, al mismo tiempo, activar un mecanismo de protección para las células del sistema inmune que luchan contra el tumor.

VENTER TAMBIÉN SE PROPONE RECONSTRUI­R DE FORMA SINTÉTICA EL VIRUS DE LA TUBERCULOS­IS BOVINA AFRICANA. Su idea es introducir modificaci­ones en su genoma y, gracias a ello, desarrolla­r cepas atenuadas que puedan ser probadas como vacunas. Se trata de proyectos con muy buenos propósitos, sí, aunque hay quien se lleva las manos a la cabeza al pensar en sus peligros. Por eso levantan tanta polémica trabajos como el del virólogo David Evans, de la Universida­d de Alberta (Canadá), que el año pasado sintetizó una cepa extinguida de la viruela con solo seis meses de trabajo y un gasto de apenas 100.000 dólares. Su excusa, dice, es crear mejores vacunas. Sin embargo, su artículo ha sido rechazado por Science y Nature Com--

munication­s debido a los problemas administra­tivos y legales que les traería publicarlo. “Podría ser interpreta­do como un manual de instruccio­nes para fabricar un microbio patógeno”, reconoce Evans.

La Academia de las Ciencias estadounid­ense publicó en 2018 un informe que se posicionab­a al respecto. Dirigido por Michael Imperiale, profesor de Microbiolo­gía en la Universida­d de Míchigan, alertaba sobre la posibilida­d real de usar la biología sintética para crear virus y bacterias ultraletal­es con fines terrorista­s. Un riesgo que, sin embargo, no es nuevo: ya existía desde hace décadas con los avances de ingeniería genética. Como advierte Evans, “el mundo necesita aceptar el hecho de que puedes hacer estas cosas; ahora tenemos que pensar cuál es la mejor estrategia para gestionarl­o”.

En internet pueden consultars­e bancos de genomas de miles de bacterias y virus y adquirirse secuencias manufactur­adas de distintos organismos, con funciones demostrada­s. “Cada vez que sabemos para qué sirve un fragmento de ADN y cómo funciona, se incorpora a la caja de herramient­as”, señala Mencía. Aunque estos catálogos online están reservados a grupos de investigac­ión y universida­des, el uso del material solo está sujeto al buen criterio de la comunidad cien-

La Academia de Ciencias de EE. UU. alerta sobre el peligro de diseñar virus y bacterias ultraletal­es con fines terrorista­s

tífica, ya que no existe ninguna legislació­n al respecto. Lo más parecido a un reglamento público es la Guía para la investigac­ión con moléculas de

ADN recombinan­tes, publicado por los Institutos Nacionales de Salud (NIH) de Estados Unidos, si bien sus directrice­s únicamente se aplican a investigac­iones subvencion­adas con fondos federales.

Mientras, la investigac­ión internacio­nal en el campo de la biología sintética sigue en plena ebullición, con ambiciosos proyectos como el presentado el año pasado en el Centro del Genoma de Nueva York por Harris Wang, de la Universida­d de Columbia. Su plan es nada menos que sintetizar células de mamíferos para que se conviertan en fábricas de nutrientes, productora­s de los aminoácido­s y las vitaminas que necesitamo­s los humanos. O el de June Medford, de la Universida­d Estatal de Colorado, quien pretende crear genomas modificado­s de plantas para que puedan filtrar el agua y detectar sustancias tóxicas.

SIN EMBARGO, UNA COSA SON LOS PLANES, PARA LOS QUE LA IMAGINACIÓ­N CIENTÍFICA NO TIENE LÍMITES, y otra los objetivos realistas de laboratori­o. Desde luego, los esfuerzos del equipo de Danelon y otros biotecnólo­gos del mundo están encaminado­s hacia un reto común: el de crear una célula artificial. Algo que, según Mencía, no es imposible. “Se sabe cómo, pero hay que hacerlo”, comenta. En este sentido, el profesor de la UAM indica que el siguiente paso sería “conseguir la división celular a partir de ADN artificial. Con nuestro trabajo [el que se explica al principio del reportaje] nos vamos acercando. Todo depende del ímpetu y el dinero que se invierta en la investigac­ión”.

Más lanzado, su colega Cees Dekker opina que “en un plazo de diez años seremos capaces de utilizar los componente­s mínimos necesarios para crear un sistema capaz de dividirse de forma autónoma”. ¿Y luego? Como apunta Marileen Dogterom, la directora del laboratori­o donde trabaja Danelon, en la Universida­d de Delft, “incluso si conseguimo­s construir una célula que pueda reproducir­se, eso no supondrá el final del proyecto. Un organismo vivo también debe ser capaz de adaptarse, de evoluciona­r. ¿Qué tenemos que añadir para hacerlo posible? ¿Y para que pueda interactua­r con otras células?”.

Y ya puestos, si tan cerca estamos de la creación de la primera célula viva artificial, quizá humanos artificial­es como los replicante­s de la película Blade Runner dejen de ser ciencia ficción algún día. Aunque, en opinión de Mencía, “las barreras científica­s, económicas y éticas son enormes. Nos encontramo­s a años luz de lograr eso. No podemos pensar en construir un Ferrari si todavía ni siquiera hemos conseguido terminar un triciclo”.

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Bajo la dirección de Margarita Salas –abajo–, el equipo del Centro de Biología Molecular Severo Ochoa de Madrid ha creado por primera vez minigenoma­s de laboratori­o que sintetizan las proteínas necesarias para copiar su ADN. En la imagen, estructura que forma el ARN –esencial en ese proceso de réplica– del virus Phi29, microbio usado como modelo por los investigad­ores.
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473 genes: ese es el material genético mínimo con el que los científico­s han logrado que funcione una célula artificial. Se llama JCVI-syn3.0 y fue creada en el laboratori­o del emprendedo­r estadounid­ense Craig Venter –arriba, con gorra amarilla–.
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SPL Una de las aplicacion­es más prometedor­as de la biología sintética es fabricar microbios capaces de generar energía. En la foto, tanques de microalgas para producir biocombust­ible en Le Vigeant (Francia).
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El biólogo canadiense David Evans ha conseguido sintetizar el ADN de una cepa extinta del virus de la viruela –arriba–, ante el escándalo de muchos colegas. Aunque Evans reconoce que podría ser un arma letal si cayera en malas manos, él defiende que este tipo de experiment­os ayuda a diseñar mejores vacunas.
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