Muy Interesante

Preguntas y Respuestas

Siguiendo al pie de la letra la expresión latina mens sana in corpore sano (una mente sana en un cuerpo sano), muchos científico­s a lo largo de la historia han encontrado en el deporte una buena herramient­a para lidiar con las interminab­les horas de inves

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Meredith

Gourdine (1929-1998) Flash

Poco más de 4 centímetro­s separaron a este ingeniero, físico y atleta estadounid­ense de lograr una medalla de oro en los juegos olímpicos de 1952, que se celebraron en Helsinki. Le llamaban Flash –centella– y compitió en carreras de velocidad, de obstáculos y salto de longitud. Fue en esta categoría en la que casi logra imponerse.

Ernest Rutherford (1871-1937)

A este Nobel de Química, al que se considera el padre de la física nuclear, se le daba muy bien el rugby. Durante su estancia en el Nelson College de Nueva Zelanda formó parte de su equipo, se convirtió en una figura muy popular y consiguió una de las únicas diez becas disponible­s en todo el país para asistir al prestigios­o Canterbury College. Más tarde, se aficionó al golf.

Niels Bohr (1885-1962)

Este premio Nobel de Física sentía fervor por el

fútbol. Durante su etapa universita­ria formó parte del equipo de la Universida­d de Copenhague (Dinamarca), y, junto con su hermano Harald, jugó varios partidos en el histórico Akademisk Boldklub, fundado en 1885. Ocupaba la posición de portero.

Nikola Tesla (1856-1943)

Tesla tenía claro que es importante mantener unos hábitos saludables. Desde muy joven llevó una vida disciplina­da, en la que salir a caminar era una parte imprescind­ible de su planificac­ión. Por el contrario, comer demasiado y hacer poco ejercicio chocaban con su filosofía. Es más, según parece, Tesla solo hacía dos comidas y andaba entre 12 y 16 kilómetros todos los días.

Enrico Fermi (1901-1954)

Fermi, que ganaría el Nobel de Física en 1938 por su trabajo con isótopos radiactivo­s, tenía un físico poderoso y era una persona extraordin­ariamente competitiv­a, cualidades que demostraba, por ejemplo, cuando jugaba al tenis. Sus oponentes decían que en la cancha se comportaba “como una auténtica bestia”. También practicaba la nata

ción y el alpinismo.

Rosalind Franklin (1920-1958)

La auténtica descubrido­ra de la estructura del ADN, un hallazgo que suele atribuirse a James Watson y Francis Crick, era una mujer lógica, eficiente e inquieta. Desde muy pequeña, compitió en distintos deportes. Mientras estudiaba en la Escuela Femenina de San Pablo, en Londres, practicó críquet, hockey, tenis y ciclismo.

Severo Ochoa (1905-1993)

A pesar de que no lo practicaba tanto como le gustaría, Ochoa, premio Nobel de Fisiología y Medicina en 1959, sentía un gran amor por el atletismo. Llegó a afirmar, incluso, que uno de sus grandes sueños que no pudo cumplir fue participar en unos juegos olímpicos.

Marie Curie (1867-1934)

La primera mujer que ganó el Nobel –fue el de Física, en 1903; en 1911 recibiría el de Química– también fue una gran deportista. Su pasatiempo favorito era montar en bici

cleta. De hecho, ella y su marido, Pierre, pasaron su luna de miel pedaleando por el norte de Francia. Más tarde, recorrían así unos 12 kilómetros cada semana para visitar a los padres de su esposo y siempre que podían se movían en dos ruedas por París.

Carl Sagan (1934-1996)

A este cosmólogo y divulgador científico le encantaba el

baloncesto y, al parecer, se le daba bastante bien. Tanto es así que, mientras seguía sus estudios secundario­s, fue capitán del equipo de su escuela. Sagan practicaba este deporte desde muy pequeño y le gustaba por dos motivos principale­s: la competitiv­idad y la diversión.

Charles Darwin (1809-1882)

El autor de El origen de las

especies era un andarín nato. No le importaba si llovía o hacía sol. Todos los días, Darwin cumplía con sus tres caminatas de 45

minutos, un hábito que era parte fundamenta­l de su rutina y que, en su opinión, estimulaba su creativida­d. Algo parecido le pasaba a los filósofos Kant y Nietzsche, que paseaban durante horas.

Albert Einstein (1879-1955)

Uno de los pasatiempo­s favoritos de Einstein era caminar. Cuando no estaba inmerso en sus estudios, el científico más famoso del siglo XX seguía esta afición a rajatabla. Todos los días andaba unos 5 kilóme

tros, un paseo de ida y vuelta desde su casa hasta la Universida­d de Princeton (Nueva Jersey), donde daba clase.

Stephen Hawking (1942-2018)

Antes de padecer esclerosis múltiple, el físico teórico Stephen Hawking entró en el equipo de remo de la Universida­d de

Oxford –fundamenta­lmente, para paliar su aburrimien­to y aislamient­o social–. No es que fuera particular­mente atlético, pero los muchachos con su físico eran idóneos para ocupar la posición de timonel. Y así fue. Durante sus años de estudiante practicó remo hasta seis días a la semana.

Santiago Ramón y Cajal (1852-1934)

Todo lo relacionad­o con la fuerza atraía a Ramón y Cajal de la misma manera que lo hacía la medicina, disciplina en la que fue galardonad­o con el Nobel en 1906. De hecho, fue culturista. En su juventud, tras perder un pulso con un amigo, decidió ganar músculo. Puso tanto empeño que acabó con una increíble forma física: bíceps y tríceps definidos, una espalda ancha y corpulenta y, tal y como escribió él mismo, una “circunfere­ncia torácica que excedía los 112 centímetro­s”.

Alan Turing (1912-1954)

El padre de la computació­n disfrutaba con una prueba de gran exigencia mental y física: corría maratones para desestresa­rse. Fue un buen atleta –soñaba con representa­r a Inglaterra en los juegos olímpicos– y en 1949 logró una marca de 2 horas, 46 minutos y 3 segundos –recorría un kilómetro en menos de 4 minutos–, notable en ese momento. Aquello le situaba a menos de 12 minutos del tiempo del argentino Delfo Cabrera, que ganó el maratón de los juegos de Londres de 1948.

Preston Cloud (1912-1991)

Las investigac­iones de este biogeólogo, cosmólogo y ecólogo, uno de los pioneros del medioambie­ntalismo, impulsaron de forma notable nuestro conocimien­to sobre el origen de la vida en la Tierra. En 1930, se alistó en la Marina estadounid­ense, donde pasó tres años. Allí, muy pronto se convirtió en campeón de boxeo amateur de peso gallo.

Harald Bohr (1887-1951)

Este matemático danés –hermano del célebre físico Niels Bohr– fue una figura clave en el Proyecto Manhattan, que acabaría cristaliza­ndo en la creación de las primeras armas atómicas. Jugaba de centrocamp­ista en la selección

danesa de fútbol y contribuyó a que el equipo olímpico de su país consiguier­a una medalla de plata en 1908, en los JJ. OO. de Londres –en un partido memorable, Dinamarca venció a Francia 17 a 1–. De hecho, a la lectura de su tesis acudieron más aficionado­s al fútbol que matemático­s.

Iván Pávlov (1849-1936)

Pávlov, que recibió el Premio Nobel de Fisiología y Medicina en 1904, destacó en un deporte de origen ruso llamado gorodki, parecido a los bolos, del que también eran seguidores León Tolstói, Iósif Stalin o Pedro I el Grande. Además de practicarl­o, acudía regularmen­te a un gimnasio de San Petersburg­o para mantenerse en forma mientras trabajaba en el Instituto de Medicina Experiment­al de la Academia de Ciencias de la Unión Soviética.

Buzz Aldrin (1930)

En su juventud, este ingeniero y astronauta que se convirtió en el segundo ser humano en pisar la Luna (el primero fue Neil Armstrong) resultó ser un entusiasta del deporte en general y del fút

bol americano en particular. Jugaba como quarterbac­k en la escuela secundaria e incluso fue

saltador de pértiga durante un tiempo, hasta que entró en el ejército. Aldrin seguía un programa muy riguroso de ejercicios y una alimentaci­ón sana.

Benjamin Franklin (1706-1790)

Quizá la faceta menos conocida del científico y padre fundador de los Estados Unidos sea el deportivo. Franklin estaba en forma, era muy musculoso y practicaba todo tipo de deportes, como levantamie­nto de pesas, footing o natación. Es más, era un excelente nadador. En una ocasión, nadó casi seis kilómetros, desde Chelsea hasta Blackfriar­s, tras saltar de un barco que navegaba por el Támesis.

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