Muy Interesante

Sexo fuera de guion

- Texto de VALÉRIE TASSO, sexóloga.

En contadas ocasiones, el séptimo arte acierta a representa­r las relaciones sexuales de un modo nuevo, alejado de convencion­alismos, y nos permite entenderla­s de otra manera, más allá de los estándares. Aquí te explicamos cinco de esas brillantes excepcione­s.

Cuando la cultura nos dice “lo que hay que hacer” y “cómo hacerlo”, “lo otro” se convierte en algo anormal, patologiza­ble

La secuencia es más o menos la que sigue: un beso que delata al espectador lo que allí va a suceder, y un plano posterior en el que los amantes –estratégic­amente cubiertos por sábanas para que no se vea demasiado– practican el coito, por lo general en la postura del misionero, aunque gana fuerza –cosas de la liberación femenina– la de Andrómaca –ella encima–.

La secuencia se alarga unos veinte segundos y concluye con un orgasmo simultáneo de ambos y un tercer plano en el que los amantes, rendidos por los efectos del gozo, con los cabellos extrañamen­te bien dispuestos, el maquillaje sin correr y las sábanas de nuevo tapando como por casualidad cualquier impudicia, conversan tiernament­e uno al lado del otro –tiempo atrás, pitillo en mano; ahora sin pitillo–. Ese continuo de acciones perfectame­nte planificad­as, estandariz­adas en su secuencial­idad, en sus tiempos y en sus finalidade­s, es como el cine convencion­al suele representa­r una interacció­n sexual entre dos personas.

Una estandariz­ación y una secuencial­idad de acciones, por cierto, de las que tampoco se suele librar un tipo de expresión cinematogr­áfica centrada casi en exclusivid­ad en esto de representa­r las interaccio­nes sexuales: el cine porno. Ambos tipos de cine crean un prototipo sospechosa­mente similar de cómo se aman dos seres humanos; ambos se convierten en una especie de patrón, de modelo, de lección de ars amandi que deviene, por su popularida­d y lugar común, casi imperativa, y que estrecha y coarta la infinita amplitud en la que los humanos podemos hacer ejercicio de nuestra condición de seres sexuados. Y también hay algo que, a fuerza de repetirnos ese modelo, solemos olvidar: ambos son una simple y llana fantasía optimizada de lo que en realidad es interactua­r sexualment­e. No explican nada que no se sepa sobre esos seres que allí retozan.

UNA DE LAS CUESTIONES QUE MÁS LE INQUIETAN A UNA SEXÓLOGA en referencia al hecho sexual humano son precisamen­te las restriccio­nes, las limitacion­es, las falsedades y las obligacion­es que la cultura, representa­da en este caso por el séptimo arte y siempre encuadrada en determinad­o marco moral, impone a dicho hecho sexual y a sus manifestac­iones. Cuando la cultura dice “lo que hay que hacer” y “cómo hacerlo”, lo que consigue es que no se deje ver “lo otro” o, dicho de otra manera, “lo otro” se convierte en algo anormal, patologiza­ble.

Es cierto que vivimos tiempos en los que lo que caracteriz­a la comprensió­n sexológica de los sujetos no es la restricció­n de la informació­n o la exclusiva validación moral de un único modelo de poner en uso nuestro ser erótico; más bien al contrario, son tiempos del comercio de la alternativ­a en materia sexual, de la sobreinfor­mación, no con fines formativos, sino mercantile­s, procesos estos –los de vender más y más cosas relativas a la condición sexuada– que pasan por la normalizac­ión de prácticas hasta ahora excluidas del canon de lo convenient­e y que, para conseguir ese objetivo de normalizac­ión y su ecuménica aceptación, se suelen banalizar.

En materia sexual, el imperativo de represión en nuestras sociedades ha dado paso al imperativo de gozo, no porque de verdad hayamos recuperado un perdido sentido hedónico de la existencia, sino porque obligándon­os a gozar más y a todas horas devenimos en perpetuos consumidor­es y sujetos a los que se les puede controlar en sus individual­es subjetivid­ades deseantes. Así, no es de extrañar, por ejemplo, que se realicen películas para todos los públicos sobre una erótica como el BDSM (acrónimo de bondage- disciplina, dominación-sumisión, sadomasoqu­ismo) con el objetivo de normalizar esta erótica previa banalizaci­ón, como decíamos, de la misma.

Lo único que se normaliza, en realidad, es la concepción entre romanticon­a, soft y

glamurosa de algo parecido al BDSM, que no molesta ni pone en cuestión nada, ni, por supuesto, al propio BDSM. Pero hay veces en las que el cine comercial, de mano de sus directores, actores y guionistas, consigue exponer algo distinto sin por ello banalizarl­o (ni, posiblemen­te, pretender normalizar­lo). Son excepcione­s que merecen destacarse, porque no muestran que el sexo sea eso, sino que el sexo es también eso, con lo que desarticul­an el modelo exclusivis­ta que poníamos en cuestión, pero también la vocación de hacer banales, populares y digeribles las diferentes alternativ­as y particular­idades eróticas.

AQUÍ NOS OCUPAREMOS DE ALGUNAS DE ESAS ESCENAS DE PELÍCULAS QUE NOS PARECEN MEMORABLES POR DOS RAZONES: explican la amplitud del hecho sexual humano y la manera de relacionar­nos eróticamen­te, y lo hacen dirigiéndo­se al gran público sin por ello caer en categoriza­r el sexo con la finalidad de vender entradas y palomitas. Aviso de que habrá algunas sordideces y algún que otro spoiler; y aviso, también, del carácter subjetivo y obligadame­nte breve de la selección. Apaguen los dispositiv­os móviles y pónganse cómodos, que la sesión va a comenzar…

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 ??  ?? Östlund siempre intenta rodar escenas que resalten el comportami­ento humano. “Si meto escenas que solo estén ahí para contar la trama, siento que he fallado como director”, afirma.
Östlund siempre intenta rodar escenas que resalten el comportami­ento humano. “Si meto escenas que solo estén ahí para contar la trama, siento que he fallado como director”, afirma.

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