Sexo fuera de guion
En contadas ocasiones, el séptimo arte acierta a representar las relaciones sexuales de un modo nuevo, alejado de convencionalismos, y nos permite entenderlas de otra manera, más allá de los estándares. Aquí te explicamos cinco de esas brillantes excepciones.
Cuando la cultura nos dice “lo que hay que hacer” y “cómo hacerlo”, “lo otro” se convierte en algo anormal, patologizable
La secuencia es más o menos la que sigue: un beso que delata al espectador lo que allí va a suceder, y un plano posterior en el que los amantes –estratégicamente cubiertos por sábanas para que no se vea demasiado– practican el coito, por lo general en la postura del misionero, aunque gana fuerza –cosas de la liberación femenina– la de Andrómaca –ella encima–.
La secuencia se alarga unos veinte segundos y concluye con un orgasmo simultáneo de ambos y un tercer plano en el que los amantes, rendidos por los efectos del gozo, con los cabellos extrañamente bien dispuestos, el maquillaje sin correr y las sábanas de nuevo tapando como por casualidad cualquier impudicia, conversan tiernamente uno al lado del otro –tiempo atrás, pitillo en mano; ahora sin pitillo–. Ese continuo de acciones perfectamente planificadas, estandarizadas en su secuencialidad, en sus tiempos y en sus finalidades, es como el cine convencional suele representar una interacción sexual entre dos personas.
Una estandarización y una secuencialidad de acciones, por cierto, de las que tampoco se suele librar un tipo de expresión cinematográfica centrada casi en exclusividad en esto de representar las interacciones sexuales: el cine porno. Ambos tipos de cine crean un prototipo sospechosamente similar de cómo se aman dos seres humanos; ambos se convierten en una especie de patrón, de modelo, de lección de ars amandi que deviene, por su popularidad y lugar común, casi imperativa, y que estrecha y coarta la infinita amplitud en la que los humanos podemos hacer ejercicio de nuestra condición de seres sexuados. Y también hay algo que, a fuerza de repetirnos ese modelo, solemos olvidar: ambos son una simple y llana fantasía optimizada de lo que en realidad es interactuar sexualmente. No explican nada que no se sepa sobre esos seres que allí retozan.
UNA DE LAS CUESTIONES QUE MÁS LE INQUIETAN A UNA SEXÓLOGA en referencia al hecho sexual humano son precisamente las restricciones, las limitaciones, las falsedades y las obligaciones que la cultura, representada en este caso por el séptimo arte y siempre encuadrada en determinado marco moral, impone a dicho hecho sexual y a sus manifestaciones. Cuando la cultura dice “lo que hay que hacer” y “cómo hacerlo”, lo que consigue es que no se deje ver “lo otro” o, dicho de otra manera, “lo otro” se convierte en algo anormal, patologizable.
Es cierto que vivimos tiempos en los que lo que caracteriza la comprensión sexológica de los sujetos no es la restricción de la información o la exclusiva validación moral de un único modelo de poner en uso nuestro ser erótico; más bien al contrario, son tiempos del comercio de la alternativa en materia sexual, de la sobreinformación, no con fines formativos, sino mercantiles, procesos estos –los de vender más y más cosas relativas a la condición sexuada– que pasan por la normalización de prácticas hasta ahora excluidas del canon de lo conveniente y que, para conseguir ese objetivo de normalización y su ecuménica aceptación, se suelen banalizar.
En materia sexual, el imperativo de represión en nuestras sociedades ha dado paso al imperativo de gozo, no porque de verdad hayamos recuperado un perdido sentido hedónico de la existencia, sino porque obligándonos a gozar más y a todas horas devenimos en perpetuos consumidores y sujetos a los que se les puede controlar en sus individuales subjetividades deseantes. Así, no es de extrañar, por ejemplo, que se realicen películas para todos los públicos sobre una erótica como el BDSM (acrónimo de bondage- disciplina, dominación-sumisión, sadomasoquismo) con el objetivo de normalizar esta erótica previa banalización, como decíamos, de la misma.
Lo único que se normaliza, en realidad, es la concepción entre romanticona, soft y
glamurosa de algo parecido al BDSM, que no molesta ni pone en cuestión nada, ni, por supuesto, al propio BDSM. Pero hay veces en las que el cine comercial, de mano de sus directores, actores y guionistas, consigue exponer algo distinto sin por ello banalizarlo (ni, posiblemente, pretender normalizarlo). Son excepciones que merecen destacarse, porque no muestran que el sexo sea eso, sino que el sexo es también eso, con lo que desarticulan el modelo exclusivista que poníamos en cuestión, pero también la vocación de hacer banales, populares y digeribles las diferentes alternativas y particularidades eróticas.
AQUÍ NOS OCUPAREMOS DE ALGUNAS DE ESAS ESCENAS DE PELÍCULAS QUE NOS PARECEN MEMORABLES POR DOS RAZONES: explican la amplitud del hecho sexual humano y la manera de relacionarnos eróticamente, y lo hacen dirigiéndose al gran público sin por ello caer en categorizar el sexo con la finalidad de vender entradas y palomitas. Aviso de que habrá algunas sordideces y algún que otro spoiler; y aviso, también, del carácter subjetivo y obligadamente breve de la selección. Apaguen los dispositivos móviles y pónganse cómodos, que la sesión va a comenzar…