La pianista, de Michael Haneke (2001)
En su magistral adaptación de la obra original de Elfriede Jelinek, Haneke nos muestra un fracaso interpersonal hasta la crueldad del ridículo entre dos amantes que no encuentran su lugar el uno en el otro. El origen de ese desencuentro es la perversión, la parafilia, lo que nosotros, los sexólogos que entendemos la diversidad del hecho sexual humano como un valor y no un problema, denominamos peculiaridad erótica. Las peculiaridades eróticas se manifiestan como expresiones propias del erotismo del sujeto sexuado que emergen en el proceso de conformación de su sexualidad y, como concepto, muestran las infinitas formas de dichas expresiones, su enorme diversidad y modos de expresión.
La peculiaridad erótica de Erika, una reputada profesora de piano en Viena, se nos muestra en varias escenas de las que destaco dos. La primera, cuando visita un sex shop y, tras dar varias vueltas, entra en una cabina privada de proyección de porno. No siente el más mínimo interés por las imágenes, aunque las observa, pero sí por la papelera que tiene a sus pies. Extrae de ella un clínex usado por el que la ha precedido en la cabina. Lo huele de forma repetida mientras, de fondo, escuchamos los gemidos de la película porno proyectada.
La segunda escena que refleja quién es Erika es la de la laceración autoinfligida en el váter. Erika saca del bolso algo envuelto en papel higiénico y lo desenvuelve. Está en el cuarto de baño de su casa. Se acerca con aparente indiferencia a la bañera, se sienta en el lateral y se abre la bata, dejando sus piernas al aire. Coloca un espejito frente a sus genitales, acerca a ellos el objeto que ha sacado del bolso y hace con él un par de movimientos rápidos. Su madre empieza a reclamarla desde el otro lado de la puerta para cenar. “Ya voy, mamá”, responde Erika, mientras se coloca, después de su acción, una compresa. Con el agua de la ducha, retira la sangre de la bañera.
Pero ¿qué sucede cuando alguien que ha conformado su sexualidad así se enfrenta en una relación con un tipo de preferencias eróticas distintas? Normalmente el caos, la incomprensión, el fracaso. Otra escena sirve de muestra, esta de Erika y Walter, su joven amante y discípulo, brillante en general –especialmente al piano– y común en sus eróticas. Todo empieza con un exaltado y siniestro “te quiero”. Se lo dice Erika a Walter en los vestuarios de una pista de hielo con él ataviado de jugador de hockey. Tras la declaración, Erika intenta besarlo con pasión, como suele hacer todo el mundo, y Walter, decepcionado ya por todos los intentos fallidos, cree ver en ese intento una adaptación, por fin, de ella hacia su erótica. Se intenta quitar, como puede, el aparatoso pantalón de hockey mientras tumba a Erika en el suelo. Ella intenta realizarle una felación en esa postura, como supone que él espera, pero se incorpora súbitamente. Y vomita. Walter se incorpora y se lo reprocha. Ella se reincorpora torpemente y se lava repetidamente la boca. “Ya estoy limpia como un bebé para ti”, le indica, suplicante. Walter la rechaza con una violencia verbal inusitada y Erika abandona los vestuarios, resbalando por una pista de hielo, titubeante, tan torpe como el intento. ¿Ha querido Erika, de verdad, adaptarse a los gustos eróticos de Walter? ¿Ha intentado Walter adaptarse a los de Erika al despreciarla con esa vehemencia? En cualquier caso, es un nuevo fracaso.