La vida de Adèle, de Abdellatif Kechiche (2013)
Esta exitosa cinta del franco-tunecino Abdellatif Kechiche nos introduce en otro concepto fascinante de nuestra condición sexuada: la sexualidad. Los sexólogos entendemos por sexualidad aquel proceso plástico y dinámico de conformación de lo propio del sujeto a partir de su condición de sexuado. Por poner una analogía más gráfica: la sexualidad sería a sexo lo que la personalidad a persona.
Adèle es una chica joven que se inicia en la vida como la mayoría de nosotros: con la fascinación, el asombro y el arrojo de un cachorro que empieza a tocar con la punta de los dedos qué es eso de existir en cuanto ser humano entre otros seres humanos. La ingenuidad propia de su condición novel así como la curiosidad por el mundo la empujan hacia Emma, una chica con los pies algo más aposentados en el mundo y que tiene un modo de vida creativo y artístico. Adèle ve en Emma algo distin- to a lo que hasta ahora ha conocido y Emma ve en Adèle una piedra de mármol rosado a la que dar forma.
Las interacciones sexuales entre ellas nos las muestra Kechiche de manera cruda, como improvisadas, con momentos de arrojo pasional combinados con otros de sonrojo, muchas veces de tanteos tiernos, otras delicadamente torpes, lo que sincroniza perfectamente con la condición y el momento existencial de las amantes.
Son escenas lésbicas, pero eso, a servidora, le parece lo de menos. La intención más arraigada no es abordar el asunto sexual de las orientaciones eróticas, pues la película se sostendría igual si Adèle, en lugar de a Emma, encontrara a su semejante masculino.
De hecho, Adèle –o cualquier mujer–, solo por amar a Emma, no confirma su homosexualidad, aunque eso sí, explora su sexualidad. Y es que la sexualidad se va construyendo precisamente de eso que tan bien nos muestra la propuesta: de tanteos torpes; de dar un paso adelante y otro atrás; de acertar y equivocarse; de abrirse y explorar y dejarse empapar de nuevos territorios; de, por el empuje del deseo, salirse de lo centrado para posicionarse en un afuera (a eso, los latinos lo llamaban ex-sistere, ‘existir’) en el que intentar reconocerse, desplegarse y gratificarse. Eso y no otra cosa es la sexualidad: la elegancia (el saber escoger) en las elecciones. Con esta película hemos acabado nuestro recorrido cinematográfico. Empiezan a salir los títulos de crédito en la pantalla y las luces del local se encienden tenuemente. Al levantarnos del asiento quizá entiendas, o así al menos lo hemos pretendido, algo más sobre nuestra condición sexuada y, por tanto, sobre esos pequeños animales que intentan desesperadamente amarse, no siempre con acierto, y que, en ocasiones, hasta saben hacer buen cine.
La sexualidad se va construyendo mediante tanteos torpes, acertando y equivocándose, explorando nuevos territorios