The Square, de Ruben Östlund (2017)
Christian había hecho el firme propósito de no acostarse con ella. Sin embargo, allí estaba él, sentado sobre la cama mientras Anne, fuera de plano, había ido a ponerse algo más cómodo. Él está acostumbrado a casi todo; es el reputado director de un prestigioso centro de arte público en Estocolmo. Aparece Anne con un déshabillé rojo. Mantiene una sonrisa entre mefistofélica y complaciente. Sin intercambiar palabra ni beso ni acercamiento alguno, se tumban en la cama y se cubren, uno al costado del otro, con la sábana. La siguiente secuencia representa un coito y el director nos lo presenta con planos alternativos centrados en las caras de los amantes. Anne apenas varía la media sonrisa pese a que las acometidas se intuyen cada vez más rápidas, y Christian, algo más expresivo, alcanza el orgasmo.
Y ahora empieza lo mejor. El plano muestra a un Christian sudoroso que acaba de retirarse el preservativo y lo conserva, todavía poseído por el reciente orgasmo, en la mano. Anne se ofrece a cogerlo. Se inicia una amabilísima discusión sobre quién se queda con el condón usado. Christian comienza a desconcertarse por la insistencia de Anne en quedárselo y, manteniendo siempre unas exquisitas formas, le indica, más o menos categórico, que él se deshará del profiláctico. El plano se mantiene en el rostro de Christian, quien observa lo que el espectador supone la derrota de Anne, que se retira. En el siguiente plano aparece Anne con una bata roja y una papelera en las manos que abre para que Christian arroje el preservativo. Él se niega. La discusión sube de tono, y Anne, que es norteamericana y no sueca, le reprocha a Christian su engreimiento. Finalmente, ella coge el condón de una punta y Christian de la otra y, entre reclamaciones de propiedad, lo estiran hasta que, ante la inminencia de la rotura, Christian cede. Anne, con su eterna media sonrisa, lo arroja en la papelera y sale de escena con ella entre sus brazos, dando saltitos entre traviesos e inquietantes.
En esta escena se esconde la síntesis conceptual de todo el propósito del largometraje: mostrar la desconfianza entre los sexos que se ha instalado en nuestra cultura y la tolerancia como simple impostura de actuación frente al otro, que es, más que nunca, el extraño, el sospechoso, aquel a quien hay que mantener vigilado. En definitiva, la implantación bajo fórmulas corteses, educadas y civilizadas de una nueva variedad del más rancio de los puritanismos.