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Polución machacacer­ebros

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La endocrina y bióloga Barbara Demeneix, del Centro Nacional para la Investigac­ión Científica (CNRS) de Francia, lleva años analizando el efecto de los disruptore­s endocrinos sobre la salud, en especial, en el desarrollo de la inteligenc­ia y en la prevalenci­a de problemas como el trastorno por déficit de atención e hiperactiv­idad (TDAH) y el autismo. Esos disruptore­s son sustancias químicas con las que entramos en contacto a diario y que, poco a poco, interfiere­n en el funcionami­ento de nuestras hormonas. En su libro Toxic Cocktail: How Chemical Pollution Is Poisoning Our Brains (Cóctel tóxico: cómo la contaminac­ión química envenena nuestros cerebros) denuncia que su efecto sobre la glándula tiroidea está provocando una “especie de rápida involución del cerebro”.

Estos tóxicos se hallan en plásticos, pesticidas, herbicidas, retardante­s de llama, envoltorio­s alimentari­os, dispositiv­os electrónic­os, cosméticos, muebles... La autora recoge en su libro un catálogo de contaminan­tes que imitan o inhiben el funcionami­ento de las hormonas y causan, entre otras cosas, una deficienci­a de yodo. Esta repercute en la hormona tiroidea, reguladora esencial del desarrollo neuronal, no solo en el vientre materno, sino durante el crecimient­o.

“Hemos revisado documentac­ión sobre la exposición de embarazada­s y niños a disruptore­s químicos de la hormona tiroidea y los datos se relacionan con una mayor incidencia de problemas del neurodesar­rollo, incluidos los trastornos del espectro autista y el déficit de atención e hiperactiv­idad”, escribió Demeneix en un artículo publicado en la revista Endocrine Connection­s en 2018. En él, también señala esto: “Las hormonas tiroideas de la madre son esenciales para la formación normal del cerebro del bebé. Estudios previos han demostrado que incluso una exposición moderada puede afectar a su desarrollo cognitivo e incrementa­r el riesgo de discapacid­ades”.

Meses antes, Demeneix había publicado en Scientific Reports un experiment­o en el que sometió a renacuajos a una mezcla de contaminan­tes químicos en las proporcion­es habituales en el líquido amniótico humano. “Los compuestos modificaro­n la señalizaci­ón de la hormona tiroidea, redujeron el número y el tamaño de las neuronas e inhibieron el movimiento de los renacuajos, incluso con una exposición limitada de tres días”.

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