YO COPIO, TÚ COPIAS, ÉL COPIA...
SER TOTALMENTE ORIGINALES ES IMPOSIBLE. ROBAMOS IDEAS AJENAS PORQUE HAY RECUERDOS QUE QUEDAN ARCHIVADOS EN NUESTRA MEMORIA SIN QUE SEAMOS CONSCIENTES DE ELLO.
Pocos habían oído hablar de un programa llamado Turnitin hasta que, el año pasado, varios escándalos políticos lo situaron bajo los focos. Primero saltó a la palestra cuando la exministra de Sanidad Carmen Montón fue acusada de plagiar su trabajo de fin de máster y esta herramienta antiplagio, la más usada por las universidades españolas, se puso a trabajar. El veredicto de Turnitin fue fulminante: la obra de Montón había sido calcada de diversas tesis doctorales y artículos colgados en páginas webs de universidades de todo el mundo en un 58 %. Poco después le tocó dilucidar si el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, era señalado justa o injustamente por fusilar textos de varios autores para su tesis de doctorado. En este caso, Turnitin lo exculpó, aunque la polémica sigue abierta.
A fecha de hoy, para que la historia no se repita, la mayoría de las universidades se gastan una pasta gansa en detectar el plagio en los trabajos de fin de grado y fin de máster y en las tesis. Contra el vicio de copiar, parece, está la virtud de detectar el plagio. Lo complicado del asunto es que el plagio nos corre por las venas. El modo de trabajar de nuestro cerebro hace que, más allá del fraudulento y premeditado copy-paste, copiemos también a nivel subconsciente. Es decir, sin darnos cuenta de que estamos reproduciendo las ideas de otros en lugar de ser originales.
EL FENÓMENO ES TAN COMÚN QUE HACE AÑOS LOS CIENTÍFICOS LE PUSIERON UN NOMBRE: CRIPTOMNESIA.
Según el psicólogo cognitivo Richard L. Marsh, de la Universidad de Georgia (EE. UU.), se da porque no podemos pedirle a nuestro cerebro que se dedique a la vez a pensar creativamente y a detectar de dónde proceden las ideas que nos vienen a la mente. Así que acabamos combinando ideas propias con información archivada en la memoria, es decir, cosas que hemos leído, oído o visto antes. ¿Cuántas? Es difícil de precisar, pero, de acuerdo con una histórica investigación de la Universidad de Nipissing (Canadá), incluso cuando nos piden expresamente que seamos originales se nos cuelan sin saberlo ideas copiadas de otros en un 9 % de las ocasiones. Es más, Marsh ha comprobado que este porcentaje sube a medida que la tarea asignada exige más creatividad.
La criptomnesia significa literalmente ‘memoria escondida’, y el nombre le viene que ni pintado. Resulta que si robamos ideas ajenas sin querer es debido a que hay algunos recuerdos que se quedan archivados en la memoria, pero el cerebro no los reconoce como tales. ¿Por qué? En esencia, porque, como la capacidad de archivar información es finita, el cerebro establece un orden de prioridades. Y, claro, guardar detalles como la fuente de la información no es prioritario. Por eso, cuando después de un tiempo, en el momento menos pensado, esos recuerdos afloran, lo hacen con aspecto de idea propia.
Normalmente se trata de información que habíamos integrado en nuestra memoria semántica, es decir, esa que archiva datos y significados pero no las circunstancias en que los adquirimos. Por ejemplo, seguro que sabes que Londres es la capital de... ¡el Reino Unido! Pero ¿recuerdas en qué momento exacto lo aprendiste o quién te lo enseñó? Casi con toda seguridad, no.
QUE LA CRIPTOMNESIA SEA HABITUAL NO SIGNIFICA, NI MUCHO MENOS, QUE SEA NEGATIVA.
Muy al contrario, que plagiemos sin darnos cuenta es necesario, por ejemplo, para que los niños aprendan las normas sociales y las integren en su comportamiento. Para que hagamos nuestros los anuncios, los mensajes políticos y los consejos de médicos y terapeutas. E incluso para poder crear. “El plagio involuntario está a la orden del día —asegura Marsh—. En mi opinión, sería saludable admitir que nada de lo que diseñamos es totalmente nuevo, que cada esfuerzo creativo contiene vestigios de lo que hemos experimentado en el pasado”, recalca el investigador. Es decir, aceptar que no hay nada que merezca llevar la etiqueta de cien por cien original.
Claro que una cosa es que la originalidad esté sobrevalorada y que la experiencia nos inspire, y otra muy distinta que hagamos la vista gorda a los plagios. Sea o no consciente, copiar es un robo de ideas. Así lo juzgó el tribunal que valoró la acusación de plagio a George Harrison, uno de los integrantes de los Beatles. La sentencia dictaminó que al componer su tema My
Sweet Lord se había apropiado inconscientemente de la melodía completa de He’s So fine, una canción escrita por Ronnie Mack e interpretada por las voces femeninas de las Chiffons. Y el de Liverpool tuvo que pagar nada menos que cinco millones de dólares para recuperar la propiedad del tema. Que fuese sin querer no le libró del castigo.