RELOJ, NO MARQUEs LAs HORAs
Aunque ignoramos cuándo apareció el primer reloj, la obsesión por el paso del tiempo ha sido una constante en la historia de la humanidad. Los egipcios usaban relojes de sol allá por el año 2000 a. C., y hay quien afirma que incluso antes ya existían en Babilonia algunas clepsidras, esto es, relojes de agua que permitían medir lapsos de tiempo con relativa exactitud. Jesús Pardo, en su libro Zapatos para el pie
izquierdo (Ed. Temas de Hoy), cuenta que la primera modalidad mecánica no pudo ser anterior al siglo XIII, cuando empezó a aparecer en las torres de las iglesias.
Estos artilugios ni siquiera tenían esfera, sino que daban las horas por medio de campanas que se escuchaban en los alrededores, lo que permitía a la gente situarse temporalmente a lo largo del día. Antes, los monjes de muchos monasterios calculaban las horas de oración con los relojes de fuego: velas encendidas en las que unas marcas regulares medían el paso del tiempo. Todos estos siste- mas eran sumamente imprecisos, por lo que los relojes mecánicos solían ponerse en hora dos veces al día, con la ayuda de uno de sol.
La esfera apareció en el siglo XV y, al principio, tenía las veinticuatro horas y una sola aguja. Habría que esperar mucho para que apareciera la manecilla de los minutos, y más todavía para la de los segundos. En español, por cierto, las manecillas se llaman también
saetas por su parecido con las flechas. La palabra reloj nos llegó del griego ooro
logion, que significa ‘ listado de horas’. De ella surgiría, por ejemplo, el italiano orologio o el holandés horloge. Y de orologio derivaron reloj –en castellano–, rellotge –en catalán– o
relógio –en portugués–. Resulta curioso el caso del vocablo inglés clock, que al parecer llegó desde el holandés,
clocke, que significa ‘campana’, en referencia a aquellos primeros relojes que hacían sonar las campanas en las torres. Más incierto es el origen de la voz francesa montre (femenina, por cierto – la montre–), que tal vez viniera de montrer, o sea, ‘mostrar’.