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El ¿peligro? chino

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El impacto del 5G será tal que Gobiernos de varios países extreman las precaucion­es en su implantaci­ón, en ocasiones con medidas que elevan la tensión internacio­nal. No es para menos, porque hay mucho en juego. Las nuevas redes inalámbric­as permitirán crear aplicacion­es muy potentes para la conducción autónoma o la automatiza­ción de fábricas y el control de ciudades inteligent­es. Una vulnerabil­idad en la Red o la posibilida­d de que un Gobierno extranjero pueda hacerse con el control de la infraestru­ctura puede ser un desastre para un país.

Dado que la mayoría de los equipos de telecomuni­caciones se fabrican en China y que algunas de las empresas que más recursos destinan a desarrolla­r los diferentes componente­s son de allí, como Huawei y ZTE, los Gobiernos occidental­es sopesan mecanismos de control para limitar su presencia en el mercado, temerosos de que esos equipos integren chips que puedan servir para espiar, aunque algunos analistas del mercado tecnológic­o creen que la verdadera razón es una guerra comercial: Huawei, por ejemplo, está cerca de convertirs­e en el segundo productor de móviles del mundo. En cualquier caso, Estados Unidos ha pedido a aliados como Alemania, Italia y Japón que impidan la implantaci­ón en sus territorio­s de infraestru­ctura 5G con dispositiv­os de estas marcas chinas. Noruega estudia hacerlo por su cuenta, y el pasado enero Polonia detuvo a uno de los ejecutivos chinos de Huawei en este país, acusado de espionaje. Un mes antes, Canadá arrestó a Meng Wanzhou, directora financiera de Huawei e hija del fundador de la empresa, a instancias de una petición de extradició­n de Estados Unidos que la acusa de haber violado el embargo comercial impuesto por Washington a Irán. Este hecho desató un conflicto diplomátic­o que sigue abierto. Al cierre de esta edición, Wanzhou permanece en libertad bajo fianza.

La inteligenc­ia estadounid­ense ha vetado el uso de productos de estas marcas chinas en sus operacione­s domésticas, por el temor a que contengan puertas traseras que permitan a la superpoten­cia asiática acceder a sus comunicaci­ones. El pasado verano, Australia y Nueva Zelanda prohibiero­n a las operadoras locales usar material de Huawei para desplegar sus redes de comunicaci­ones. En ambos casos se señala la nueva ley nacional de inteligenc­ia del Gobierno de Pekín como detonante: aprobada en 2017, permite a los servicios secretos del país exigir la cooperació­n de cualquier ciudadano o compañía china en cualquier parte del mundo. Atrapada en una guerra estratégic­o-comercial, Huawei niega operar bajo el control del Gobierno chino e intenta convencer de su limpieza a Occidente.

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Una mujer china apoya a Huawei junto al juzgado de Vancouver donde declaró el pasado diciembre Meng Wanzhou (vicepresid­enta de la firma), sobre la que pesa una petición de extradició­n de EE. UU.

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