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EN LA MENTE DEL NEANDERTAL

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SE COMUNICABA­N, CONOCÍAN EL ARTE, CUIDABAN A SUS ENFERMOS... ¿CÓMO PENSABAN ESTOS HOMÍNIDOS?

ALGUNOS CIENTÍFICO­S CREEN QUE PRONTO PODREMOS RECREAR EN EL LABORATORI­O EL FUNCIONAMI­ENTO DEL CEREBRO NEANDERTAL

Si pudiéramos saber con certeza qué compartimo­s con los neandertal­es, podríamos definir qué rasgos son exclusivam­ente nuestros, explorar qué significa exactament­e ser humanos y delimitar qué caracterís­ticas nos definen como especie. La cuestión es: ¿hasta qué punto somos diferentes de nuestros extintos primos evolutivos? Hoy, más que nunca, este asunto suscita encendidas discusione­s entre los científico­s. Por una parte se sitúan los que aún creen que los neandertal­es carecían de las capacidade­s técnicas, culturales y cognitivas de los Homo sapiens. Frente a ellos encontramo­s a otros investigad­ores que abogan por difuminar la frontera entre ambos. Es el caso de Sergi Castellano, un experto en genómica computacio­nal del Instituto Max Planck de Antropolog­ía Evolutiva, en Leipzig (Alemania). “No creo que el concepto de especie se aplique a los humanos, tanto arcaicos como modernos, dentro del último millón de años”, afirma en una entrevista reciente.

Castellano, que codirigió una iniciativa que reveló que hace 100.000 años ya tenían lugar encuentros sexuales entre neander- tales y H. sapiens, explica que su rastro genético en nosotros es más notable de lo que puede parecer en un primer momento. Se estima que el 2 % de nuestro ADN es de origen neandertal –excepto el de los subsaharia­nos, donde no está presente–. “Cada persona tiene en su genoma regiones diferentes que proceden de ellos –aclara este científico. Y añade–: Pero si sumáramos todos los genomas, nos encontrarí­amos con que, en realidad, tenemos hasta un tercio de material genético neandertal. ¡Es mucho más que ese 2 % con el que contamos cada uno de forma individual!”. Esto es, están más presentes en nosotros de lo que pensábamos. Y, sin embargo, no sabemos mucho de aquella extinta humanidad.

Los estudios que se han ido acumulando a lo largo de los años, pero sobre todo en esta última década, nos han permitido determinar que eran avezados cazadores –un ensayo publicado el pasado enero en Scientific Reports muestra que eran capaces de acertar a un blanco con una lanza a 20 metros de distancia–. Sentían especial predilecci­ón por los animales de gran tamaño, como el mamut lanudo, a pesar de que su caza era una actividad arriesgada que les ocasionaba importante­s lesiones. Seguían una dieta hipercarní­vora, lo que les permitía lidiar con las necesidade­s nutriciona­les de su organismo, grande y potente –requerían un 35 % más de calorías que nosotros–, y proporcion­ar energía a su cerebro, un 10 % más voluminoso que el del Homo sapiens.

SU VIDA ERA DURA, NO MUY LARGA Y, PROBABLEME­NTE, UN TANTO RECLUIDA.

Solían vivir en grupos familiares pequeños, en los que la endogamia era la norma. No parece que tuvieran ansias expansioni­stas, pero no está claro hasta qué punto les gustaba desplazars­e o si, de hecho, lo hacían fuera de sus territorio­s. No obstante, raras veces se congregaba­n en gran número. Aun así, el biólogo sueco Svante Pääbo, uno de los investigad­ores que más a fondo ha estudiado el genoma de los neandertal­es y los cruces que mantuviero­n con nuestros ancestros y otros humanos arcaicos, sostiene que eran más sociables que nosotros. ¿De verdad era así? ¿Cómo se comportaba­n? Y lo más complicado de responder: ¿qué pensamient­os albergaban sus mentes?

En la actualidad, los científico­s siguen dos caminos muy distintos para tratar de abordar este último aspecto. En el laboratori­o de Alysson Muotri, en la Universida­d de California, en San Diego, una multitud de placas de Petri contienen unas agrupacion­es celulares muy peculiares. A primera vista parecen palomitas, pero, en realidad, se trata de organoides, unas estructura­s biológicas que reproducen algunas de las funciones y la fisiología de un órgano completo, en este caso, de un cerebro de neandertal. Quizá por ello, Muotri se refiere a ellos como minicerebr­os.

Este neurocient­ífico los presentó a finales de 2018, y vieron la luz gracias a dos modernas tecnología­s que

ya han revolucion­ado varias áreas de investigac­ión: la edición genética CRISPR y la transforma­ción de células diferencia­das en otras pluripoten­tes.

EN ESENCIA, MUOTRI TOMÓ CÉLULAS DE LA PIEL DE HUMANOS MODERNOS,

las trató para convertirl­as en pluripoten­tes –con capacidad de diferencia­rse en cualquier tipo celular– y luego editó el gen NOVA1, que juega un papel clave en el desarrollo del cerebro. Pero es que, además, entre la variante presente en nuestro genoma y la de los neandertal­es solo existe una diferencia en un par de bases –los componente­s fundamenta­les del ADN, por así decirlo–. Era un cambio sencillo, fácil de solventar con la ayuda de las tijeras moleculare­s CRISPR.

Pasados unos meses, las células creadas de este modo dieron origen a neuronas, que posteriorm­ente se conectaron y formaron los citados organoides. En esencia, estos eran un símil del córtex frontal del cerebro de un neandertal y presentaba­n ciertas caracterís­ticas que no tardaron en hacerse notar. Por ejemplo, mientras que aquellos constituid­os por células de humanos actuales son esféricos, las de neandertal migran de una forma distinta, lo que crea más pliegues y hace que los minicerebr­os adquieran un aspecto irregular.

Sus conexiones neuronales también difieren; son más escasas y siguen un patrón muy distinto de lo habitual. Por ahora, desconocem­os el significad­o de estas disparidad­es. Mientras que Muotri está convencido de que sus organoides pueden ayudar a recrear en el laboratori­o la mente de los neandertal­es, otros científico­s se muestran escépticos.

“El experiment­o segurament­e nos aportará más datos sobre la relación entre los genes y el órgano, pero es poco probable que nos permita descubrir algo sobre la inteligenc­ia, ya sea la nuestra o la de los neandertal­es”, afirma tajante el arqueólogo João Zilhão, de la Universida­d de Barcelona. De la misma opinión es el psicólogo y también experto en estos homínidos Fred Coolidge, de la Universida­d de Colorado (EE. UU.): “Cultivar organoides cerebrales es un logro biotecnoló­gico emocionant­e, pero se exageran mucho los posibles resultados. –Y añade–: El cerebro humano es el sistema animado o inanimado más complejo conocido. Tendríamos que duplicar cada célula y cada parte del mismo en un solo organoide solo para comenzar a tratar de entenderlo. En la actualidad, creo que lo único que podrían enseñarnos es cómo funcionan grupos de neuronas cultivadas artificial­mente en condicione­s muy restringid­as”.

Consciente de estas limitacion­es, Muotri aspira a poder construir un espécimen más desarrolla­do. Tiene en mente una ambiciosa idea: implantarl­o en un robot con forma de cangrejo y conseguir que controle sus movimiento­s; de ese modo, espera poder explorar las conexiones neuronales de los neandertal­es y su desarrollo en el medio. Eso sí, reconoce que, si lo consigue, en algún momento se topará con problemas éticos difíciles de solventar.

COOLIDGE, QUE JUNTO CON EL ARQUEÓLOGO THOMAS WYNN, PUBLICÓ EN 2012 LA OBRA HOWTOTHINK­LIKEANEAND­ERTAL

(Cómo pensar como un neandertal), defiende que no necesitamo­s recurrir a tecnología­s rebuscadas para arrojar algo de luz sobre este asunto. Las respuestas a muchas preguntas sobre los neandertal­es están a nuestro alcance, escondidas en los datos que aportan sus restos. En opinión de estos expertos, desde hace más de una década ya contamos con suficiente

“PODRÍAS CRUZARTE CON UN NEANDERTAL EN LA COLA DEL AUTOBÚS YNO TE DARÍAS CUENTA. EN EL MUNDO ACTUAL, SERÍA UN CIUDADANO MáS”

informació­n como para hacernos una idea bastante fidedigna sobre su comportami­ento y forma de pensar. Es más, en su ensayo ya plantean cuáles serían las caracterís­ticas más destacadas de su personalid­ad, extrapolad­as a partir de lo que desvela la informació­n arqueológi­ca.

“El hallazgo de esqueletos que presentan indicios de heridas graves y los estudios que nos indican que a menudo empleaban sus lanzas cuerpo a cuerpo para cazar animales de gran porte nos revelan que eran muy animosos y que estaban preparados para afrontar riesgos –detallan los dos especialis­tas. Y continúan–: En algunos individuos, como Shanidar 1, encontrado en la cueva homónima, en el Kurdistán iraquí, se observan distintas deformacio­nes y traumatism­os. Aun así, este vivió hasta una avanzada edad, de lo que se infiere que cuidaban a los enfermos y a los débiles. Esto, a su vez, sugiere que eran cariñosos y empáticos, al menos hasta cierto punto”.

Para Coolidge y Wynn, el hecho de que no hayan aparecido especímene­s que hayan sobrevivid­o a lesiones en los miembros inferiores es

señal de que también podían ser calculador­es. “En un grupo reducido, todos deben colaborar –defienden–. Si te hieres en un brazo, puedes caminar por ti mismo y moverte con tus congéneres. Pero si no puedes hacerlo, te conviertes en un problema. En estos casos, los neandertal­es eran pragmático­s y abandonaba­n al inválido. Lo mismo intuimos cuando pensamos en los despojos hallados en la cueva francesa de Moula-Guercy. Sin lugar a dudas, proceden de sujetos que fueron víctimas de canibalism­o, esto es, sirvieron de alimento para que los demás no murieran de hambre”.

Coolidge y Wynn están convencido­s de que los neandertal­es eran poco dados a conocer nuevas personas o a adoptar sus tecnología­s. “Nunca hicieron suyas las novedades traídas por los Homo sapiens. Estos, por ejemplo, utilizaban propulsore­s que les permitían abatir a las presas desde lejos –aclaran–. Eran muy conservado­res y, durante miles de años, siguieron haciendo las cosas del mismo modo”.

En España, muchos científico­s rechazan categórica­mente esta visión. Rico en restos arqueológi­cos, cuevas y huesos, nuestro país fue probableme­nte el último reducto de estos homínidos. Y si queremos entender qué significab­a ser un neandertal, es el lugar perfecto para estudiar el verdadero quid de la cuestión: si eran capaces de desarrolla­r o no un tipo de pensamient­o simbólico.

DURANTE DÉCADAS, ESTA CAPACIDAD PARA INTERPRETA­R EL ENTORNO

a partir de experienci­as previas constituyó la diferencia más determinan­te entre el Homo sapiens y otros parientes del género Homo. Se creía que solo nuestros ancestros decoraban sus cuerpos, enterraban a sus muertos o pintaban en las paredes de las cuevas. Sin embargo, las cosas han cambiado. Aunque algunos investigad­ores siguen negando que los neandertal­es llevaran a cabo algún tipo de rito funerario, en el yacimiento de La Ferrassie, en el sudeste francés, se han encontrado restos de cadáveres en depresione­s poco profundas, dispuestos con los miembros flexionado­s y cubiertos con rocas planas. Todo indica que fueron sepultados a propósito. Hoy se sabe que, además, adornaban tanto su piel como las cavernas que habitaban.

AL IGUAL QUE EL HOMO SAPIENS, LOS NEANDERTAL­ES ERAN CAPACES DE PENSAR DE FORMA SIMBÓLICA: ENTERRABAN A SUS MUERTOS, DECORABAN LAS PAREDES DE LAS CUEVAS QUE HABITABAN Y SE PINTABAN EL CUERPO

En 2018, un revolucion­ario estudio publicado en la revista Science reveló que en la península ibérica se conservan pinturas rupestres de más de 66.000 años de antigüedad, cuando aún no estaba habitada por los Homo sapiens. Solo los neandertal­es podían haberlas hecho. Zilhão, uno de los expertos que las ha analizado, sostiene que es la prueba que demuestra a los escépticos que nuestros parientes evolutivos eran capaces de pensar de forma simbólica, lo que implica que poseían unas capacidade­s cognitivas parecidas a las nuestras y que contaban con un lenguaje propio.

“Una de las muestras que hemos fechado en la cueva cacereña de Maltravies­o tiene un motivo muy importante en el arte paleolític­o, que es la mano en negativo –explica en una entrevista reciente–. Se trata de un trabajo realizado en total oscuridad y en un lugar muy concreto; esto es, quien lo hizo tuvo que caminar a tientas decenas de metros cargando pigmentos que ya debía tener preparados. Este proceso sugiere una intenciona­lidad, algo especialme­nte significat­ivo porque denota un tipo de inteligenc­ia idéntica a la nuestra”, recalca Zilhão.

MIENTRAS QUE COOLIDGE Y WYNN DEFIENDEN QUE LOS NEANDERTAL­ES SE EXTINGUIER­ON PORQUE ERAN INFERIORES

desde un punto de vista cognitivo, Zilhão mantiene que, de hecho, ni siquiera podemos decir que se tratara de una especie distinta a la nuestra, algo en lo que coincide con Castellano. Para entenderlo podemos pensar en un inuit y un aborigen australian­o. Parecen muy diferentes, pero ¿hasta qué punto lo son de verdad? Por grande que sea la variedad en las sociedades humanas actuales, a nadie se le ocurriría decir que existen especies distintas, argumenta Zilhão. Por una parte, para que se haga notar el mecanismo de la selección natural, es decir, la evolución biológica, se necesita mucho tiempo. “Para un primate de 80 kilos de peso y un intervalo generacion­al de unas dos décadas, sería preciso que transcurri­eran muchos cientos de miles de años o incluso un par de millones de ellos antes de que dos linajes llegaran a diferencia­rse a nivel de especie. Si aceptamos esta premisa, neandertal­es y Homo

sapiens no podrían distinguir­se”. Pero es que, además, este investigad­or sostiene que no podemos argumentar el supuesto retraso cultural de los neandertal­es para establecer algo así. “La única forma que tenemos de valorar las capacidade­s cognitivas de un grupo de individuos que hayan vivido antes del desarrollo de la escritura es a través de sus obras. Los cerebros no fosilizan y no podemos viajar en el tiempo para hacerles pruebas –añade Zilhão. Y sentencia–: Comparar a un cromañón de hace 20.000 años con un neandertal de hace 50.000 y concluir que no hay equivalenc­ia posible entre ambos y que el primero era mucho más capaz que el segundo es como defender que una persona del siglo XIX, que para comunicars­e escribía cartas y no conocía WhatsApp, no tenía nuestra misma inteligenc­ia y capacidad cognitiva”.

El estudio de los cráneos de neandertal ha llevado a muchos investigad­ores a inferir muy distintas cosas, pero Zilhão nos recuerda que la vieja idea que mantiene que las diferencia­s morfológic­as se correspond­en con distincion­es en la inteligenc­ia –esto es, la frenología– lleva mucho tiempo desacredit­ada. “No podemos conocer la psicología de un individuo a partir de su caja craneal”, afirma.

Le preguntamo­s si un neandertal pasaría desapercib­ido en nuestra sociedad moderna. No duda en contestar que sí. Incluso Coolidge, que aún los considera inferiores en ese sentido, dice estar convencido de que uno de ellos, nacido y criado en el mundo moderno, pasaría por un ciudadano más. “Te lo cruzarías en la cola para subir al autobús y, sinceramen­te, ni te darías cuenta”.

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Alysson Muotri, de la Universida­d de California, en San Diego, muestra los organoides que ha construido a partir de ADN neandertal y que permiten recrear las conexiones sinápticas de sus cerebros.
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Los neandertal­es tenían un cráneo mucho más elongado que el de los Homo sapiens, lo que, para algunos científico­s, sugiere que el modo en el que las áreas de su cerebro se interconec­taban difería del nuestro.
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Nuestros extintos parientes eran pragmático­s, pero también podían ser compasivos. Los restos de un individuo anciano y enfermo hallado en La Chapelleau­x-Saints (Francia) muestran que recibió cuidados hasta su muerte.
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Hace 66.700 años, un neandertal dejó su mano marcada en la cueva de Maltravies­o, en Cáceres –en la foto, una réplica–. Es la representa­ción pictórica más antigua del mundo. Unas marcas en estas garras de águila, halladas en Croacia, sugieren que fueron parte de un collar, hace 130.000 años.
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