Muy escéptico
TODOS HEMOS MORDIDO EL ANZUELO CUANDO LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN ANUNCIAN QUE NO NOS PODEMOS PERDER EL ESPECTÁCULO QUE VA A DAR NUESTRO SATÉLITE ESA NOCHE, Y SOLO ESA NOCHE. PERO ¿DE VERDAD ES MUY DIFERENTE A CUALQUIER OTRA LUNA LLENA?
Da igual cuándo y dónde lea esto. Puede guardarse las dos páginas y sacarlas del cajón cada vez que se dé el fenómeno, para poner las cosas en su sitio. Porque desde hace unos años, televisiones, radios y prensa nos presentan la superluna de turno como algo extraordinario, cuando en realidad lo es tanto como el partido de fútbol del siglo de cada trimes- tre. Nos dicen: “No habrá otra luna llena igual hasta… [ponga aquí la fecha que le venga mejor]”. Hay quien asume que si esa noche no levanta la mirada a nuestro satélite, estará perdiéndose algo único. No es así. Además, por si lo del concepto superluna no fuera bastante, últimamente se ha empezado a hablar de superluna de sangre y, en algún caso, de superluna azul de sangre. Pero ¿de qué estamos hablando?
El término lo inventó en 1979 el astrólogo estadounidense Richard Nolle en un artículo publicado por la revista Horosco
pe. Llamó así a “una luna nueva o llena que ocurre cuando el satélite está en su máximo acercamiento a la Tierra en una órbita determinada”. Nolle la asociaba a grandes huracanes, erupciones volcánicas y terremotos, algo de lo que no existe ninguna prueba. Pero es que, a fin de cuentas, es un astrólogo.
En realidad, superluna es lo que se conoce con el astronómico –y mucho más anodino– nombre de luna llena de peri
geo. La órbita de nuestro satélite no es circular, sino ligeramente elíptica. Sus dos extremos se llaman apogeo –cuando la Luna se encuentra más lejos de la Tierra– y perigeo –si está más cerca–.
Aunque la distancia media entre nuestro planeta y la Luna se sitúa en los 384.400 kilómetros, ambos objetos pueden alejarse hasta los 406.000 km y aproximarse hasta los 356.000 km. El perigeo se sitúa entre los 356.000 km y los 370.000 km, y que coincida con la luna llena no es raro. Este año ha ocurrido el 21 de enero y el 19 de febrero, y queda aún la luna llena de perigeo del 21 de marzo. En 2020, la contemplaremos el 9 de febrero, el 9 de marzo, el 8 de abril y el 7 de mayo.
Ya veis, es algo frecuente. Y así ha sido siempre, aunque solo a partir de 2011 empezaron a fijarse en este fenómeno los medios de comunicación y a darle una inmerecida trascendencia, en parte por culpa de la NASA.
“ANOTE EN SU CALENDARIO. ESTE 19 DE MARZO , UNA LUNA LLENA DE TAMAÑO Y BELLEZA DESCOMUNALES
se levantará en dirección este durante el atardecer”, avisaba la agencia espacial estadounidense hace ocho años, tres días antes de lo que entonces se llamaba super luna –así, mal escrito–. Acto seguido, rebajaba la espectacularidad del fenómeno y el formidable tamaño del disco lunar: “Será un 14 % más grande de lo usual, pero ¿es posible darse cuenta de la diferencia? Difícil: no hay reglas flotando en el cielo para ayudarnos a medir el diámetro lunar. Cuando la luna llena esté alta en el cielo, sobre nuestras cabezas, donde no hay puntos de referencia que nos den sentido de escala, podría parecernos que no es muy distinta de las demás”.
Esto último suele pasarse por alto en los medios de comunicación por una sencilla razón: si la superluna no es muy diferente de otra luna llena, no hay noticia. Para la mayoría de nosotros resulta complicado hacernos a la idea de las dimensiones reales de los objetos astronómicos y las distancias entre ellos. Por eso hay gente que cae en el engaño de que a veces puede verse Marte en nuestro cielo del tamaño del satélite terrestre –ver recuadro–. Con la superluna sucede algo parecido: que vaya a estar 50.000 kilómetros más cerca que cuando se encuentra más lejos puede llevarnos a pensar que va a llenar el firmamento, cuando no es así.
LA REALIDAD ES QUE A SIMPLE VISTA NO SOMOS CAPACES DE DIFERENCIAR UNA SUPERLUNA
de cualquier otra luna llena, incluida la más lejana, la de apogeo. Para comprobarlo, convirtamos el sistema Tierra-Luna en dos pelotas: una de treinta centímetros de diámetro –nuestro planeta– y la otra del tamaño de una naranja, el satélite. A esa escala, la luna más lejana estaría a nueve metros de la Tierra y la más cercana, la superluna, a 8,5. ¿Sería usted capaz de notar la diferencia del tamaño aparente de una misma naranja a esas distancias?
Volviendo al espacio, Ángel R. LópezSánchez, astrofísico del Observatorio Astronómico Australiano (AAO) y la Universidad de Macquarie, y el astrofotógrafo Paco Bellido han propuesto un divertido experimento que he probado ante públicos muy distintos, y siempre con el mismo resultado. Es muy sencillo: sobre un fondo negro se presentan “todas las lunas llenas de 2016, escaladas al tamaño con el que se vieron desde Sídney. ¿Puedes encontrar la microluna y las tres superlunas de 2016, incluida la famosa del 14 de noviembre?”, pregunta López-Sánchez en su blog desde noviembre del año citado. Todas son la misma, una fotografiada por Bellido que solo varía en tamaño. La proyección de los doce discos lunares idénticos sin más pistas demuestra que somos incapaces de distinguir una superluna de una luna llena de apogeo, aunque pongamos una al lado de otra.
CADA VEZ QUE SE PRESENTA EN LOS MEDIOS ESTE FENÓMENO
como algo extraordinario se está alimentando un bulo y generando frustración entre quienes salen a la calle, miran al cielo y ven lo mismo que cualquier otra noche similar: una bonita luna llena, pero no un disco luminoso descomunal, inmenso, gigantesco… Además, tampoco una superluna será nunca de color azul, por mucho que la llamen así, dado que blue
moon es como se denomina en el mundo anglosajón a la segunda luna llena de un mismo mes. La luna llena se llama además de sangre cuando coincide con un eclipse y se tiñe de rojo al pasar por la sombra de la Tierra. Así que superluna azul de sangre quiere decir que se trata de la segunda luna llena de un mes y que, además, se eclipsará.
LA FIEBRE EMPEZÓ EN 2011, CON UNA INFORMACIÓN DE LA NASA QUE LEVANTÓ LA EXPECTACIÓN ENTRE EL PÚBLICO