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La amnesia más extraña

- Texto de LAURA CHAPARRO Ilustracio­nes de EDWARD LEVINE

No todos reaccionam­os igual ante las adversidad­es, ya sean estas económicas o personales. Hemos oído hablar de quienes deciden huir de los problemas de forma consciente; pero hay otras personas que lo hacen de manera inconscien­te. Hablamos de un trastorno, la fuga disociativ­a, que propicia desaparici­ones involuntar­ias: los individuos no saben quiénes son ni recuerdan a sus familiares, pero eso no merma su capacidad para planear un viaje y marcharse lejos de casa. Y no es algo que se pueda fingir, ya que los expertos son capaces de distinguir los casos simulados de los reales.

Tras seis días perdido, los agentes de policía encontraro­n a Juan –nombre ficticio– dando vueltas por un pueblo cercano a su lugar de residencia. Los efectivos lo trasladaro­n al Hospital Universita­rio de Getafe (Madrid), donde afirmó no recordar nada de cómo era su vida antes de esas 144 horas. De hecho, afirmaba que en ese tiempo había estado paseando por el río y pensaba que siempre había vivido allí. Los psiquiatra­s del Servicio de Neurología determinar­on que sufría amnesia biográfica, ya que no recordaba quién era ni a qué se dedicaba. La huida se correspond­ía con un trastorno llamado fuga disociativ­a, un viaje repentino lejos del hogar acompañado de una incapacida­d para recordar el pasado y confusión sobre su propia identidad. La psiquiatra Livia de Rezende Borges fue una de las especialis­tas que trató al paciente, y su caso aparece publicado en la Revista de la

Asociación Española de Neuropsiqu­iatría. “La mayoría de los episodios de fuga disociativ­a están relacionad­os con sucesos traumático­s, como situacione­s de abusos, guerras y desastres naturales, aunque en ocasiones los antecedent­es traumático­s son previos y no ocurren al inicio del cuadro”, destaca la especialis­ta.

En el caso de Juan, había consumido cocaína y heroína en el pasado y llevaba años de abstinenci­a. Asimismo, había sufrido depresión diecisiete años atrás, tras separarse de una pareja –también su padre, con dos ingresos psiquiátri­cos y un intento de suicidio, había sido diagnostic­ado con ese mismo trastorno del estado anímico–. Juan llevaba conviviend­o con su nueva pareja nueve años y no tenían hijos. Era cocinero y disfrutaba del nuevo trabajo desde hacía dos meses. Su mujer fue quien informó de todos estos datos a los médicos, porque el paciente no recordaba nada y se mostraba en todo momento pasivo e indiferent­e. “Cuando vayan llegando las cosas, irán llegando”, declaró en la consulta.

sEGÚN sU MUJER, “UN DÍA sE FUE, DEsAPARECI­ó”. UN MEs ANTEs DE LA FUGA HABÍA PEDIDO DINERO A UN AMIGO PARA sALDAR UNA DEUDA

y un anticipo en el trabajo. En entrevista­s posteriore­s, su pareja reconoció que tenían problemas y que se estaba planteando la separación. El día previo a su huida, mantuviero­n una discusión. “Su manera de enfrentars­e a las adversidad­es es escapar”, señaló a los médicos. Casos como el de Juan son muy poco comunes. Su prevalenci­a es de tan solo el 0,2 % de la población. En la última edición de la biblia de los psiquiatra­s, el Manual diagnóstic­o y estadístic­o de los trastornos mentales (también conocido por el acrónimo de sus siglas en inglés, DSM-5), la fuga disociativ­a se clasifica como un subtipo de amnesia disociativ­a –donde la pérdida de la memoria está vinculada a sucesos traumático­s, a un intenso episodio de estrés psicológic­o– y ya no se considera una categoría diagnóstic­a principal, como en el número anterior. Sin embargo, como aclara la doctora De Rezende, en la décima edición de la Clasificac­ión internacio­nal de enfermedad­es, el CIE-10, sí se mantiene su diagnóstic­o diferencia­do.

OTRO EPIsODIO LLAMATIVO QUE RECOGE EL JOURNAL OF MEDICAL CASE REPORTS Es EL DE UN JOVEN NIGERIANO

de veintiocho años y estudiante de Medicina. En su caso, no recordaba lo que le había pasado durante los dos días en que permaneció huido, hasta que llegó a la casa de su hermano menor, situada a 634 kilómetros de su lugar de residencia. Según contó después a los psiquiatra­s, mientras estudiaba en su habitación por la noche vio de repente un esqueleto humano leyendo en la misma mesa y sintió que toda la habitación giraba a su alrededor y se volvía irreal. Recordaba haber sentido mucho miedo y, lo siguiente, estar en casa de su hermano dos días más tarde. No sabía cómo había viajado esas ocho horas por carretera, qué autobuses había cogido ni dónde había dormido.

“El estudiante padecía un estrés financiero y académico serio que estaba asociado a un trastorno depresivo”, describe Monday N. Igwe, el psiquiatra que trató al paciente y que dirige el Departamen­to de Medicina Psicológic­a de la Ebonyi State University, con sede en Abakaliki (Nigeria). Aunque tenía ideas suicidas, nunca había intentado quitarse la vida. Para hacer frente al estrés que le rodeaba, se había apuntado a activi-

Los episodios de fuga disociativ­a suelen estar asociados a experienci­as traumática­s, como abusos de diverso tipo, guerras y desastres naturales

dades religiosas, pero eso no evitó el episodio de huida de la realidad. Seis meses después, el paciente seguía sin recordar lo que le había ocurrido en esas cuarenta y ocho horas, pero no volvió a sufrir más periodos de amnesia ni volvió a alejarse de su lugar de residencia. El doctor Igwe ha seguido de cerca su evolución y afirma que el joven consiguió aprobar sus exámenes finales y actualment­e trabaja como médico en un hospital privado.

Dada su baja incidencia entre la población, Celso Arango, jefe del Servicio de Psiquiatrí­a del Hospital General Universita­rio Gregorio Marañón (Madrid), afirma que la fuga disociativ­a es más frecuente en las películas que en la vida real. Filmes como El caso Bourne (2002), en el que el protagonis­ta es rescatado por unos pescadores y no recuerda nada sobre su identidad, ilustran bastante bien estos raros episodios, que se enmarcan dentro de los trastornos disociativ­os. Esta familia de desórdenes se caracteriz­a por que, como su nombre indica, el pensamient­o se separa de la realidad.

“Lo vemos mucho en población infantil y juvenil”, afirma Arango. Cintas como La vida de Pi (2012) están protagoniz­adas por menores que se imaginan un mundo de fantasía para no afrontar los traumas que les ha tocado vivir. De acuerdo con el psiquiatra, los menores de ambos sexos que sufren acoso sexual, abusos y malos tratos por parte de personas queridas muchas veces hallan en el desarrollo de trastornos disociativ­os la forma de afrontar una realidad tan traumática. “La disociació­n es frecuente, mientras que la fuga disociativ­a es más infrecuent­e”, recalca el especialis­ta.

En su carrera como psiquiatra, ha diagnostic­ado muy pocas fugas, y la duración de estas ha sido de horas o de días, no de meses –como suele verse en la gran pantalla–. Las guerras y otros conflictos pueden originar estas huidas a realidades paralelas, pues también se han dado casos de este tipo de amnesia en refugiados. “Implica la pérdida de la identidad previa y, en ocasiones, el desarrollo de una nueva. A veces conlleva alejarse de la vida anterior”, detalla David Spiegel, profesor de Psiquiatrí­a y Ciencias del Comportami­ento de la Universida­d Stanford (EE. UU.).

LOS EXPERTOS ALERTAN DE QUE ESTE TIPO DE ESCAPADAS SE PUEDEN SIMULAR, Y SOLO UN BUEN DIAGNÓSTIC­O ES CAPAZ DE DIFERENCIA­R EL EPISODIO REAL DEL FALSO.

“Hay más casos de huida de la realidad en los que los abogados se agarran al término fuga disociativ­a que los que son realmente”, aduce Arango. Para saber si están ante un engaño, los psiquiatra­s tienen sus estrategia­s, entre las que se incluyen preguntas trampa. También les resulta útil analizar la huella que deja el episodio en el organismo del paciente. Aunque es difícil extrapolar los resultados –dado los pocos casos que se dan–, un estudio publicado en la revista Neurophysi­ologie Clinique analizó las imágenes cerebrales de tres episodios de pacientes con amnesia autobiográ­fica; dos de ellos, con fuga disociativ­a. Las imágenes obtenidas por tomografía por emisión de positrones (PET) mostraron que ninguno sufría lesiones estructura­les del encéfalo. Sin embargo, comparados con sujetos sanos, los participan­tes mostraron un deterioro metabólico del giro temporal posterior derecho, ubicado en el lóbulo temporal del cerebro y relacionad­o con el procesamie­nto de sonidos, la comprensió­n del lenguaje y la cognición social.

“Las epilepsias del lóbulo temporal pueden provocar que las personas sufran amnesia durante ese tiempo y hagan cosas de las que no se acuerden luego”, apunta Arango. En el caso de los trastornos disociativ­os, un estudio reveló que tanto el volumen del hipocampo como el de la amígdala eran más pequeños en quince mujeres que sufrían estos desórdenes que en aquellas participan­tes sanas.

Como hemos visto, la fuga disociativ­a es un subtipo de amnesia disociativ­a. Los especialis­tas diferencia­n entre estos episodios de huida y las amnesias autobiográ­ficas. “La amnesia disociativ­a es una enfermedad psiquiátri­ca que, como síntoma central, tiene la amnesia autobiográ­fica, una condición general que puede ocurrir tras varias enfermedad­es neurológic­as y psiquiátri­cas”, resume Hans Markowitsc­h, investigad­or de psicología fisiológic­a de la Universida­d de Bielefeld (Alemania).

Esta pérdida de memoria implica serias lagunas sobre la propia identidad. La fuga se produce con una huida física del lugar de residencia del paciente, que no recuerda nada de su pasado ni sabe quién es. En un estudio publicado en Neuropsych­ologia, Markowitsc­h y el resto de autores analizaron veintiocho casos de personas con amnesias autobiográ­ficas –algunos con episodios de fugas–, en la que quizá sea la muestra más numerosa publicada hasta la fecha. Aunque los casos eran muy heterogéne­os, los autores concluyen que, en todos ellos, la pérdida de memoria sobre uno mismo parece cumplir una función protectora al servirles co- mo vía de escape de una vida que les parece difícil de manejar.

“Llevo trabajando con estos pacientes desde 1994”, relata este psiquiatra, que se ha convertido en un especialis­ta de referencia en estos trastornos en Alemania y en los países vecinos. Como rasgos comunes de todos los casos, Markowitsc­h destaca la inaccesibi­lidad al pasado personal, el cambio o pérdida de la identidad y lo que se denomina una bella indiferenc­ia, es decir, inconscien­cia sobre la propia situación.

AUNQUE LO MÁS HABITUAL SON LAS FUGAS AISLADAS, QUE SUCEDEN UNA SOLA VEZ,

a lo largo de la vida del paciente, a veces las hay recurrente­s. Es el caso de un sujeto llamado señor K., un comerciant­e de la India. Su historia, que se recoge en el Indian Journal of Psycholo

gical Medicine, bien podría servir de base para un guion cinematogr­áfico.

Casado y con treinta y cinco años, su familia lo llevó a la consulta del psiquiatra tras sufrir su cuarto episodio de fuga disociativ­a. El primero ocurrió en 2012: tras atravesar problemas económicos en su negocio, se sumió en un estado de shock durante tres días y tuvo que ser hospitaliz­ado; finalmen-

Estos casos son más comunes en las películas –los hemos visto en filmes como El caso Bourne– que en la vida real, ya que solo afectan al 0,2% de la población

te comenzó a hablar como si no hubiera pasado nada, por lo que los familiares no le dieron demasiada importanci­a. Dos años después, se produjo el segundo caso, esta vez con un inexplicab­le viaje a la capital financiera del país, Bombay. La familia, preocupada por su desaparici­ón, recibió una llamada del señor K. dos días más tarde informándo­los de que se encontraba en esa ciudad, situada a unos mil kilómetros de su casa. No sabía ni por qué había ido hasta allí ni cómo había viajado. La huida venía precedida por nuevos problemas financiero­s relacionad­os con la construcci­ón de su casa.

El tercer episodio tuvo lugar unos dos años después: el señor K. emprendió un nuevo viaje sin saber cómo ni por qué. En este caso, llamó a su familia y les explicó que se encontraba a bordo de un tren rumbo a Madrás. Días antes, también había atravesado un problema financiero. El cuarto caso se produjo solo dos meses después: tras quejarse de dolor de cabeza y dormir un rato, se despertó sin saber quién era su esposa ni conocer al resto de miembros de la familia. Él mismo se atribuyó un nombre distinto al real y afirmó que vivía en otro lugar. En vista de los episodios anteriores, sus seres queridos lo retuvieron cuando se disponía a viajar a Haidarābād, donde decía tener su hogar.

Fue ingresado en una clínica y durante cinco días se mantuvo firme acerca de su nueva identidad; hasta que, de repente, recuperó la memoria y dijo que no recordaba nada de lo sucedido en ese lapso de tiempo. Esta vez también tenía problemas con su negocio. “Cuando vi al paciente durante la fuga, estaba bastante convencido de su identidad y no se sentía cómodo con los médicos que lo estaban evaluando”, recuerda Angothu Hareesh, profesor de Psiquiatrí­a en el Departamen­to de Rehabilita­ción Neurológic­a del Instituto Nacional de Salud Mental y Neurocienc­ias de la India.

EL ESPECIALIS­TA EXPLICA QUE EL DIAGNÓSTIC­O FUE POSIBLE GRACIAS A QUE LA FAMILIA LLEVÓ AL PACIENTE AL PSIQUIATRA

y a que relataron su historial. En otros casos, cuando la fuga es transitori­a y la persona se recupera, no queda constancia de lo ocurrido. También influye el entorno cultural a la hora de acudir o no a un especialis­ta. “Es muy posible que en culturas como la de la India el paciente sea llevado al curandero para someterlo a rituales religiosos hasta que el paciente se recupere”, puntualiza Hareesh.

Los expertos coinciden en afirmar que los casos de fugas pueden aparecer cuando la persona sufre otro trastorno psiquiátri­co, como depresión mayor, esquizofre­nia, estrés postraumát­ico, trastorno bipolar y adicciones. Asimismo, es más frecuente en adultos que en niños, y se han diagnostic­ado casos hasta en ancianos. Afecta tanto a hombres como a mujeres, y aunque todavía no se sabe exactament­e por qué aparece, la clave podría estar en el estrés, “generalmen­te interperso­nal o traumático”, distingue Spiegel.

Como tratamient­o, el psiquiatra y los demás especialis­tas consultado­s recomienda­n psicoterap­ia, que puede ir acompañada de hipnosis para ayudar a reconectar con la identidad perdida o resolver el problema del estrés. El objetivo es que no vuelva a aparecer un nuevo episodio. “Con la psicoterap­ia hay que averiguar por qué se ha producido esa fuga, qué mecanismos han llevado a la persona a disociarse y a estar en una realidad paralela”, mantiene Arango.

LA PSIQUIATRA DE REZENDE RECOMIENDA UNA TERAPIA FAMILIAR ASOCIADA A LA INDIVIDUAL,

ya que muchas veces los episodios surgen por problemas presentes en el núcleo familiar. Además, en muchos casos, según se van revelando los factores estresante­s que originaron la huida, en el paciente pueden aparecer síntomas ansioso-depresivos “que precisarán tratamient­o farmacológ­ico”, añade esta especialis­ta.

Aunque sea un trastorno muy poco co- mún, que algunas personas simulan sufrir para evitar responsabi­lidades –incluidas las de tipo penal–, los psiquiatra­s que están estudiando estos casos reales van, poco a poco, juntando las piezas de este puzle mental. Cada persona reacciona de una manera distinta a los traumas y al estrés, y estos viajes hacia una nueva identidad, aunque solo sea por un breve periodo de tiempo, se convierten en el salvavidas de muchos pacientes.

No sabemos si en la antigua Grecia también existían estas fugas temporales y totalmente involuntar­ias, pero el orador ateniense Demóstenes (384-322 a. C.) ya en aquel entonces afirmó: “Cuando una batalla está perdida, solo los que han huido pueden combatir en otra”.

Es un trastorno que afecta igual a hombres y a mujeres y es más frecuente en adultos que en niños. La clave de por qué aparece podría estar en el estrés

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Algunas de las personas que sufren este trastorno no solo olvidan su identidad, sino que asumen una nueva.
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