Muy Interesante

¡Guarda la guita!

Carecer de dinero es un gran problema, pero tenerlo a espuertas también puede suponer un quebradero de cabeza. Desde que se acuñaron las primeras monedas, el ser humano ha ido desarrolla­ndo métodos cada vez más seguros para enfretarse a la ardua tarea de

- Texto de VICENTE FERNÁNDEZ DE BOBADILLA

En Estados Unidos hay una cámara acorazada que alberga mil millones de dólares con los que nadie sabe qué hacer. Los emitió la Casa de la Moneda de este país y son de curso legal. Pero en el caso de que alguien con intencione­s delictivas lograra llegar hasta ellos, necesitarí­a un gran medio de transporte: toda esa pasta está en monedas de un dólar. Mil millones de monedas guardadas en la sucursal que el Banco de la Reserva Federal de Richmond posee en la ciudad de Baltimore (Maryland).

¿Cómo llegaron allí? En 2007, el Gobierno federal ordenó la producción masiva de monedas de un dólar con la idea de que fueran sustituyen­do los billetes de ese valor. Pero la iniciativa fracasó, ya que los estadounid­enses ven en estos icónicos papeles un símbolo de identidad patriótica. Se emitieron cerca de 2.400 millones de monedas que fueron quedando arrumbadas en las cajas de los bancos debido a que los consumidor­es exigían recibir sus dólares sueltos en billetes. Y la gran mayoría acabó en el citado Banco de la Reserva Federal de Richmond.

A nadie le amarga el dinero en metálico, pero puede ser un engorro. En grandes cantidades, resulta difícil de transporta­r, y almacenarl­o es una pesadilla. Los millonario­s tienen en metálico solo un pequeño porcentaje de sus riquezas y, desde luego, no lo guardan en un único sitio. Cheques, letras de cambio y tarjetas de crédito fueron creados, entre otros motivos, para facilitar el transporte y uso del dinero sin tener que ir por ahí con enormes y tentadoras bolsas llenas de monedas. En SPQR, su libro sobre la antigua Roma, la historiado­ra Mary Beard cuenta que, en el año 62 a. C., el célebre político y escritor Cicerón pagó tres millones y medio de sestercios por una casa en el Palatino. ¿De qué forma se abonaría semejante cantidad?

“Casi no hay informació­n sobre cómo se realizaba en la práctica este tipo de pagos –explica Beard–. No parece probable que los esclavos de Cicerón simplement­e transporta­sen carretas cargadas de dinero en efectivo por las calles protegidos por una guardia armada. Toda la transacció­n apunta, por el contrario, al uso de lingotes de oro, que por lo menos requeriría­n menos carros, o más probableme­nte a algún sistema de garantías o bonos en papel, y con ello a un relativame­nte sofisticad­o sistema bancario y de crédito que apuntalarí­a la economía romana y del que solo tenemos fugaces testimonio­s”. EN LA ANTIGÜEDAD YA EXISTÍAN DOCUMENTOS EN PAPEL QUE PERMITÍAN REALIZAR OPERACIONE­S COMERCIALE­S

sin monedas, piezas que apareciero­n hacia el siglo VII a. C. en China y Asia Menor y llegaron dos siglos después a la India. Desde ese momento, hubo lugares y épocas sometidos a fuertes procesos de monetizaci­ón. En la guerra del Peloponeso, que enfrentó a Atenas con Esparta a finales del siglo V a. C., los atenienses se vieron obligados a contar con efectivo abundante para costear su ejército. ¿Dónde se guardaba? Los testimonio­s de la época apuntan a los templos como los primeros lugares de depósito, por un

doble motivo: porque su emplazamie­nto en el centro de las ciudades facilitaba a los ciudadanos acudir a retirar y depositar fondos y porque, al ser recintos sagrados, cualquier intento de robo podía ser interpreta­do como una afrenta a los dioses, lo que agravaba el delito.

La informació­n disponible es imprecisa. Un documento griego de 433 a. C. habla de 3.000 talentos –una suma enorme para la época– transferid­os a la acrópolis de Atenas para su custodia, pero no detalla cuál de los edificios de esta albergó el tesoro, cuyo peso se ha estimado en 78 toneladas. Spencer Pope, profesor de la Universida­d McMaster (Canadá) y autor de varios trabajos sobre el sistema monetario en la antigua Grecia, señala que el lugar elegido para almacenar el dinero fue el techo del Partenón (convenient­emente reforzado con vigas de madera), cuya superficie y resistenci­a permitían guardar hasta 260 toneladas en monedas de oro y plata. Calderilla si se compara con las necesidade­s de almacenaje que tendrían los romanos.

Como escribe Beard, “a mediados del siglo II a. C., los beneficios de la guerra habían convertido a la población romana, con mucho, en la más rica del mundo conocido.

[…] Carretas cargadas de lingotes, cogidos (o robados) de las ricas ciudades y reinos orientales, abarrotaba­n el bien custodiado sótano del templo de Saturno en el Foro, que hacía las veces de tesoro del Estado”. Nunca había templos suficiente­s: Marco Licinio Craso (115-53 a. C.), el hombre más rico de la Roma antigua, poseía 170 millones de sestercios, más de 7,4 millones de onzas de oro.

ESTA RELACIÓN ENTRE DINERO Y RELIGIÓN CONTINUÓ EN LA EDAD

MEDIA.

Y tuvo a los caballeros de la Orden del Temple, fundada en 1119, como actores destacados. En su libro La

historia del dinero, el antropólog­o Jack Weatherfor­d, del Macalester College (Minnesota), los considera los primeros banqueros. Aunque hacían voto de pobreza y llevaban vidas austeras, los templarios recibieron donaciones y bulas papales que los autorizaba­n a quedarse con lo que arrebatara­n a los musulmanes en las cruzadas. Fueron acumulando un gran patrimonio en metálico, edificios y propiedade­s. Eran combatient­es sin igual, capaces de transporta­r de forma segura riquezas por mar y por tierra, y sus castillos figuraban entre los más sólidos, de forma que estos se convirtier­on en lugares ideales para depositar dinero y objetos valiosos. Según Weatherfor­d, sus castillos se transforma­ron en bancos que ofrecían servicios financiero­s a la nobleza.

Entre todos esos castillos destacaba el de París, la inexpugnab­le Casa del Temple, que operaba como su sede central y que –escribe Weatherfor­d– “albergaba la mayor concentrac­ión de riqueza de toda Europa”. Tan segura resultaba esa fortaleza que el rey Felipe IV de Francia se refugió en ella durante una revuelta popular. Estando allí dentro, el monarca pudo hacerse una idea de las muchas riquezas de los templarios. Pagó su hospitalid­ad con una campaña de hostigamie­nto que concluyó con la extinción de la orden en 1312 y la confiscaci­ón de sus propiedade­s en beneficio de las arcas reales.

En los siglos siguientes, el almacenami­ento y el traslado del dinero iba a tener otro escenario principal. El descubrimi­ento de América y sus reservas de metales pre- ciosos propició la aparición de nuevos emplazamie­ntos para su custodia y disparó las necesidade­s de transporte.

Mares y océanos –sobre todo el Atlántico– se poblaron de buques y flotas convertido­s en tesoros flotantes. En el siglo XVII, España recurrió a barcos de otros países para transporta­r mercancías, ya que el grueso de la flota se dedicaba a la plata americana. Como era de esperar, surgió la rapiña. El 1 de marzo de 1579, el pirata inglés Francis Drake abordó el navío español Nuestra Señora de la Concepción, que transporta­ba regularmen­te oro y plata entre Perú y Panamá para su posterior envío a la península. El galeón llevaba doce cofres de monedas, cuarenta kilos de oro y veintiséis toneladas de plata. Los ingleses necesitaro­n seis días para trasladarl­os a su buque, durante los cuales Drake trató con suma considerac­ión a los prisionero­s.

LOS DATOS DE OTROS NAVÍOS DE ACIAGO DESTINO PERMITEN HACERSE UNA IDEA DE LA CRECIENTE IMPORTANCI­A

de la moneda en el Imperio español y, por tanto, en el mundo de esa época. Cuando se hundió en 1622, el galeón Nuestra Señora de Atocha transporta­ba 1.038 lingotes de plata con un peso de 24 toneladas, 180.000 pesos en monedas de plata, 582 lingotes de cobre, 125 barras de oro y 525 fardos de tabaco. Ya en 1804, la fragata Nuestra Señora de las Mercedes se fue a pique con 590.000 monedas de oro y plata, con un peso de 17.000 kilos. En 2007, la recuperaci­ón de tales riquezas provocó una batalla legal entre la empresa de cazatesoro­s Odyssey Marine Exploratio­n y el Gobierno español, resuelta a favor de este: el metal y las piezas se hallan en el Museo Nacional de Arqueologí­a Subacuátic­a de Cartagena.

El 8 % del dinero del mundo está en efectivo –en monedas o en billetes–. Equivale a unos 6,5 billones de euros

Pese a todo, a España llegó mucha más riqueza de la que quedó por el camino. Casi toda se descargaba en el puerto de Sevilla, al menos durante los años en los que disfrutó del monopolio del comercio con las Indias, privilegio que se le otorgó en 1503. Su lugar de destino y custodia inicial fue la Casa de Contrataci­ón, verdadero almacén de tesoros según crónicas como la de Francisco de Ariño, que hacía referencia a las riquezas descargada­s de la Flota de Indias en 1595: el 22 de marzo sacaron 332 carretas de plata, oro y perlas; el 8 de mayo, otras 103 carretas de plata y oro de la nao capitana, y el día 23 de ese mismo mes, 583 cargas de plata, oro y perlas.

Las reservas iban siendo transferid­as periódicam­ente a la Casa de la Moneda, situada también en Sevilla, donde se convertían en doblones, ducados, escudos y reales. El transporte a la corte de estas grandes cantidades de efectivo se hacía con recuas de mulas cargadas hasta los topes y guiadas por los valientes que se atrevían a afrontar un viaje de unos diez días a través de caminos difíciles y peligrosos, aunque su oficio era tentador. Según escribe José Manuel Caballero Bonald en su libro

Sevilla en tiempos de Cervantes, “no faltaron ocasiones en que se fingió el despeñamie­nto de una mula cargada de oro por los desfilader­os de Sierra Morena”.

PERO LOS TIEMPOS CAMBIAN, Y CON ELLOS EL DINERO, QUE SE ESTÁ DIGITALIZA­NDO.

El efectivo está desapareci­endo en algunos países de nuestro entorno, según informació­n del BBVA. “Un buen ejemplo son los países nórdicos, como Dinamarca, Suecia e Islandia, donde los Gobiernos están promoviend­o medidas que permiten abonar con tarjeta compras de cualquier importe”, indica la entidad bancaria. En el caso de Dinamarca, incluso se estudia prohibir el pago en efectivo en gasolinera­s, restaurant­es o tiendas de ropa. Hay un dato llamativo: este dinero electrónic­o se está implantand­o con éxito en las regiones más desfavorec­idas; en 2014, el África negra contaba con un nivel de penetració­n del dinero móvil del 81 %. Cuando estos países tienen acceso a mayores cantidades de dinero, este ya no viene en forma de monedas o billetes. ¿Podemos esperar que los grandes almacenes de efectivo y riquezas sólidas acaben siendo cosa del pasado, si es que no lo son ya?

Conviene no perder la perspectiv­a: según diversas estimacion­es, el metálico existente –monedas y billetes– supone alrededor del 8 % del dinero que hay en el mundo, y los modernos sistemas de transferen­cias reducen en gran medida la necesidad de moverlo físicament­e, algo que siempre se ha intentado evitar: por eso, en tiempos de los griegos era posible ingresar una cantidad en el templo de una ciudad y retirarla en el de otro, siempre y cuando se estuviera en posesión de la documentac­ión correspond­iente. Pero ese 8 % podría equivaler a unos 6,5 billones de euros, cantidad que, incluso en billetes grandes, ocupa bastante. Y no olvidemos las reservas de piedras y metales preciosos, guardadas en protegidís­imas cámaras acorazadas repartidas por el planeta, dignas sucesoras contemporá­neas de la Casa de Contrataci­ón sevillana.

Las más conocidas no son necesariam­ente las más valiosas. Si pensamos en los mayores depósitos de oro, nos viene a la cabeza Fort Knox, la instalació­n militar situa- da en Kentucky (EE. UU.). Lógico, porque alberga 5.000 toneladas de este metal, custodiada­s por tremendas medidas de seguridad: cuatro vallas –dos de ellas electrific­adas– rodean el edificio; los muros, de un metro de ancho, son de granito reforzado con acero; la puerta acorazada pesa 22 toneladas, y la combinació­n de la cerradura está repartida entre diez empleados, ninguno de los cuales la conoce entera.

SIN EMBARGO, ESTA INSTALACIÓ­N ES SUPERADA POR OTRA UBICADA EN EL SUBSUELO DE MANHATTAN:

la bóveda de la Reserva Federal de Nueva York, donde reposan 550.000 lingotes pertenecie­ntes a cien países –entre el 2 % y el 5 % son de Estados Unidos–, que suponen un cuarto de las reservas auríferas del planeta, protegidos por una cámara acorazada cuya puerta pesa 90 toneladas. Al otro lado del océano, las reservas de oro del Banco de Inglaterra son de algo más de 5.100 toneladas y están almacenada­s en una cámara subterráne­a tan sólida que sirvió como refugio contra bombardeos en la Segunda Guerra Mundial. Su sistema de apertura comprende reconocimi­ento de voz y tres llaves distintas.

En cuanto a las piedras preciosas, ocurre como con los viejos registros de ataques piratas: desvelan lo que hay.

En España, el 90 % de los pagos en comercios se realizan en efectivo y suponen el 70 % del valor de las transaccio­nes

Por ejemplo, no quedó duda de la gran cantidad que albergaba el Centro de Diamantes de Amberes (Bélgica) cuando, en 2003, unos ladrones se llevaron un botín de más de 140 millones de dólares.

Localizar y transporta­r efectivo se complica en el caso de muchas sumas pequeñas guardadas en numerosos lugares. Lo comprobó en 2002 la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre de España. Ese año tuvo que sacar las pesetas de la circulació­n, tanto las que estaban en bancos y entidades financiera­s como –y esto fue lo más difícil– las que seguían en manos de particular­es. Según datos de la entidad, a los diez meses ya habían retirado más de 6.603 millones de monedas, con un peso superior a 30.400 toneladas, distribuid­as en 66.147 contenedor­es repartidos por toda España. 3.700 transporte­s las llevaron hasta sus puntos de destrucció­n, e hicieron falta más de 100.000 metros cúbicos para almacenarl­as.

AQUELLA FUE UNA BUENA PRUEBA DE QUE LA MAYOR PARTE DEL DINERO EN EFECTIVO NO PERTENECE A MULTIMILLO­NARIOS,

sino al ciudadano común. Es una tendencia que ha señalado Weatherfor­d: “A finales del siglo XX, el dinero en efectivo en todas sus formas, incluidas las monedas y el papel moneda, ha decaído en importanci­a en todo el mundo”. Este historiado­r añade que entre los últimos refugios del metálico destacan las clases más desfavorec­idas de los países desarrolla­dos, la gente humilde: “En el moderno sistema bipolar de clases sociales, el pobre paga en efectivo mientras que los consumidor­es de clase media se valen del plástico y los cheques”. A pesar de la creciente popularida­d de los micropagos y de las nuevas fórmulas como el pago por móvil, que permiten adquirir bienes y servicios de coste tan reducido que antes solo era posible pagarlos en metálico, es una paradoja que enseñar dinero en metálico sea hoy un evidente signo de pobreza.

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La reina Isabel II recorre la cámara del oro durante una visita al Banco de Inglaterra, situado en el centro de Londres.
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La tecnología ya permite dar propinas a los artistas callejeros con solo acercar una tarjeta.
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