Queridos lectores neandertales...
Cuando empecé en esto del periodismo científico hace ya algunas décadas, los neandertales eran descritos como unos humanos de segunda, en parte por el injustificado pensamiento antropocentrista y en parte porque los científicos sabían muy poco de esta humanidad extinta. “La ignorancia tiende a la simplicidad; los fósiles enseñan que la realidad es compleja”, decía el paleoantropólogo Juan Luis Arsuaga en una entrevista concedida a La Vanguardia en 2015. El Ho
mo neanderthalensis era representado como un rudo cavernícola, torpe y de intelecto limitado, que fue borrado de un plumazo por los primeros colonos de nuestra especie, dotados de un intelecto superior. Una caricatura desdibujada por los recientes hallazgos fósiles y por los avances en genética, que permiten aislar y comparar el ADN prehistórico con el nuestro. Así las cosas, los neandertales eran, como los define Arsuaga, “inteligentes y prácticos”. Se comunicaban entre ellos, conocían el arte, cuidaban a sus enfermos, enterraban a los muertos, cazaban con jabalina... Y aunque pertenecemos a especies diferentes, neandertales y Homo sapiens se cruzaron entre sí, como han demostrado recientes estudios sobre ADN fósil. De hecho, muchas poblaciones actuales conservan su impronta genética. Al memos un 4% de nuestro genoma tiene firma neandertal.