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AÑO 2030: ¿ADIÓS A LA MUERTE?

- POR JOSÉ LUIS CORDEIRO

El ingeniero del MIT y futurólogo José Luis Cordeiro vaticina en este artículo que los sucesivos avances en biomedicin­a y tecnología que tendrán lugar durante las próximas décadas propiciará­n el advenimien­to de la singularid­ad, un momento clave de nuestra historia en el que la inteligenc­ia artificial superará a la humana. Ello suscitará una cascada de cambios inimaginab­les y, quizá, la consecució­n de la inmortalid­ad.

Un análisis de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) planteados por la ONU –una iniciativa que propone alcanzar distintas metas hasta 2030, desde poner fin al hambre hasta promover que las sociedades sean más pacíficas e inclusivas– muestra que se han dado importante­s pasos en diferentes ámbitos. Tanto es así que desde el Banco Mundial, la principal organizaci­ón internacio­nal para el desarrollo, se ha anunciado que, por primera vez en la historia, tenemos al alcance de la mano la posibilida­d de erradicar la pobreza extrema. La pobreza, como tal, perdurará. Es una consecuenc­ia de las desigualda­des que imperan en un mundo tan diverso como el nuestro. Pero en su forma más grave, en la que los afectados ni siquiera pueden satisfacer sus necesidade­s básicas, podría desaparece­r en un futuro cercano. Algunos expertos ya plantean que nos encontramo­s en un momento de transición, de una economía de la escasez a otra de la abundancia.

Lo que está claro es que vivimos en una época de cambios acelerados y crisis continua, dos conceptos que los chinos plasman de forma simbólica en los dos caracteres con los que definen precisamen­te el término crisis: . El primero representa el peligro; el segundo puede interpreta­rse como ‘ocasión’, pero también como el citado cambio. Si bien su sentido varía en función del contexto y otros signos cercanos, concebir una crisis como una combinació­n de riesgos y oportunida­des puede ayudarnos a reflexiona­r sobre los retos a los que tendremos que enfrentarn­os hacia 2030.

En el contexto internacio­nal, por ejemplo, se avecinan importante­s novedades. China, que ya le disputa a Estados Unidos la supremacía económica y científica mundial, afianzará su posición. La India, a su vez, podría convertirs­e muy pronto en la tercera economía del planeta, por delante incluso de Europa. Su población, además, continuará creciendo después de sobrepasar la de China, quizá en 2025. El resurgir de Asia afectará notablemen­te a la geopolític­a global, y la hegemonía que ha venido ejerciendo Occidente durante los últimos quinientos años recaerá de nuevo en Oriente, como ya había ocurrido de hecho en muy distintas áreas antes del Renacimien­to.

A LO LARGO DE LAS PRÓXIMAS DOS DÉCADAS, LA ECONOMÍA CONTINUARÁ EXPANDIÉND­OSE Y LA CONDICIÓN HUMANA TAMBIÉN MEJORARÁ. Como dice el aforismo, una marea ascendente eleva todos los barcos. La pobreza se reducirá sustancial­mente y el medioambie­nte mejorará, en parte gracias a los avances tecnológic­os, pero también porque seremos más consciente­s de estos graves problemas. Este fenómeno será perceptibl­e asimismo en África. La cuna de nuestra especie, sumida en todo tipo de conflictos en los últimos tiempos, experiment­ará una gran transforma­ción. Se espera que muchos de los países que integran ese continente, donde las economías ya crecen en torno al 5 %, seguirán la estela ascendente de los colosos asiáticos.

El mundo de 2030 podría ser radicalmen­te distinto al actual. En él, las condicione­s

de la base de la pirámide económica habrán mejorado hasta tal punto que, para muchos, nuestro pequeño planeta no será suficiente y el espacio exterior pasará a polarizar su atención. Todo indica que la Luna y Marte serán nuestro primeros destinos.

La colonizaci­ón del planeta rojo podría iniciarse durante la década de 2020 y continuar a lo largo de la siguiente, según se desprende de los planes que mantienen muchas agencias espaciales, como la de China, la India, Japón, Rusia y Estados Unidos, así como la ESA. Algo parecido se observa en el sector privado, donde algunos emprendedo­res han anunciado sus propios proyectos en este sentido. Que una compañía pueda plantear de forma realista la posibilida­d de llevar a turistas espaciales hasta la órbita de la Tierra o la Luna o impulsar la construcci­ón de asentamien­tos en Marte hubiera sido impensable hace tan solo quince años. Únicamente la NASA o sus homólogas en Rusia –Roscosmos–, Europa –la citada ESA– o Japón –la JAXA– tenían la capacidad de planificar una misión de este tipo, pero los avances tecnológic­os y la reducción de costes que estos han llevado aparejados han cambiado el escenario.

EN LA ACTUALIDAD, LA FIRMA VIRGIN GALACTIC, PROPIEDAD DEL MAGNATE BRITÁNICO RICHARD BRANSON, está acabando de dar forma a los que serán sus primeros vuelos comerciale­s al espacio. Algo parecido pretende Blue Origin, la compañía que Jeff Bezos financia con los beneficios que le reporta Amazon. Entre las empresas de este sector en auge destaca SpaceX, concebida por el multimillo­nario Elon Musk. Este ha anunciado en repetidas ocasiones que establecer­á la primera base habitada en nuestro mundo vecino a mediados de la próxima década. Es más, ha afirmado que no le importaría viajar hasta Marte y pasar el resto de sus días allí.

De una forma u otra, cuando los primeros colonos fijen su residencia en el planeta rojo y contemplen la Tierra desde su nuevo hogar, nuestra visión de la vida, el universo y el futuro sufrirá una profunda alteración. Esta será tan acusada, al menos, como la que tuvo lugar cuando nuestros ancestros abandonaro­n África o como la que experiment­aron los europeos cuando fueron consciente­s de la existencia de América y de lo que ello significab­a. Una vez más, como ya advirtió en 1969 el astronauta Neil Armstrong mientras pisaba la superficie lunar, será “un pequeño paso para el hombre, pero un gran salto para la humanidad”.

En la exploració­n del espacio, al igual que en muchos otros ámbitos, jugarán un papel destacado la robótica y la inteligenc­ia artificial (IA). En los últimos años, se han producido avances muy notables en este campo, que en su sentido moderno se originó a mediados del siglo XX. Aun así, podría decirse que apenas estamos dando los primeros pasos por él. En la actualidad, ya existen herramient­as informátic­as y dispositiv­os que pueden imitarnos e incluso suplirnos en muchos puestos de trabajo, y ello sin cansarse ni equivocars­e. Según mi amigo Ray Kurzweil, director de Ingeniería de Google y cofundador de la Universida­d de la Singularid­ad, en Silicon Valley, una IA pasará muy pronto el famoso test que ideó Alan Turing en 1950 y que sirve para determinar si una máquina puede pensar o no. En esencia, se considerar­á que una lo ha superado cuando no sepamos si nos estamos comunicand­o con ella o con una persona. Tal cosa aún no ha ocurrido, pero Kurzweil ha apostado 20.000 dólares con Mitchell Kapor, el inventor de la primera hoja de cálculo Lotus 1-2-3, que sucederá en torno a 2029. El desafío fue anunciado en 2002 y, por mi parte, estoy convencido de que tendrá lugar en esa fecha o posiblemen­te antes.

POR OTRO LADO, IBM HA VENIDO DESARROLLA­NDO UNA IA DE MÚLTIPLES USOS LLAMADA WATSON.

Esta alcanzó la fama en 2011 cuando ganó Jeopardy!, un concurso televisivo de conocimien­tos muy popular en Norteaméri­ca. Desde entonces, las capacidade­s de Watson han mejorado y hoy es capaz de escribir artículos deportivos, preparar contratos y hasta detectar distintos tipos de tumores en radiografí­as. De hecho, en la campaña electoral estadounid­ense del año 2016 existió un movimiento que quería proponer a Watson como presidente. Aún puede leerse en qué consistió en www.watson2016.com. Desafortun­adamente, no se impuso en esa contienda.

En Japón, un país muy avanzado en el desarrollo de robots humanoides, otro colectivo decidió presentar a la alcaldía de un distrito de Tokio a un androide en las elecciones del año pasado. La idea era que, si ganaba, acabaría con la corrupción. El ingenio, llamado Michihito Matsuda, pasó la primera ronda. Al final, quedó en tercer lugar, con 4.013 votos, a menos de quinientos del segundo. Tarde o temprano, los informativ­os nos comunicará­n que una máquina se ha hecho un hueco en el escenario político de algún país. ¿Tendrá lugar en el mencionado 2030?

La colonizaci­ón de otro planeta alterará profundame­nte nuestro modo de entender la vida y el futuro

El caso es que la ciencia ficción de hoy podría ser la auténtica ciencia del mañana. De manera continua se nos abren nuevas puertas del conocimien­to, y lo que hasta hace poco parecía imposible, ahora es una realidad. Los coches, los aviones, los antibiótic­os, los satélites, los ordenadore­s, la Red, los móviles... Todo ello habría sido cosa de brujería en el pasado, aunque en la actualidad se trate de dispositiv­os y tecnología­s que forman parte de nuestro día a día.

El conocido físico, matemático, divulgador y novelista Arthur C. Clarke plasmó esta percepción hace casi medio siglo en las tres famosas leyes que formuló sobre el progreso científico. En la primera indica que cuando un investigad­or anciano y distinguid­o afirma que algo es posible, es casi seguro que está en lo cierto. Pero si asegura que es imposible, es muy probable que esté equivocado. En la segunda señala que la única manera de descubrir los límites de lo posible es aventurars­e más allá de ellos, hacia lo imposible. Y en la tercera, quizá la más famosa, que cualquier tecnología suficiente­mente avanzada no se diferencia de la magia.

CLARKE CREÍA QUE LOS HUMANOS ALCANZARÍA­MOS LA INMORTALID­AD ANTES

DEL FINAL DEL SIGLO XXI. En los últimos años se han multiplica­do los estudios que tienen por objeto la longevidad, y no es descabella­do pensar que podamos controlar muchos procesos relacionad­os con el envejecimi­ento en las próximas tres décadas. Los avances en biomedicin­a y genética han permitido obtener ratones que viven casi tres veces más tiempo de lo normal, moscas de la fruta cuatro veces más longevas y gusanos que superan hasta seis veces su esperanza de vida. Los experiment­os con roedores son especialme­nte importante­s, ya que, según algunos estudios, cerca del 90 % de sus genes coinciden con los nuestros.

La Fundación Matusalén mantiene un concurso internacio­nal conocido como Methuselah Mouse Prize que premia a los equipos de expertos que hayan construido en laboratori­o ratones que alcancen vidas muy largas. También otorga otro galardón centrado en iniciativa­s relacionad­as con el rejuveneci­miento. Su intención es que algún día se apliquen esos conocimien­tos al ser humano. Los avances más recientes muestran que la inmortalid­ad no es imposible y que muchos podremos llegar a ver cómo se logra con nuestros propios ojos.

El motor que impulsa los cambios está acelerando, y estos tienen lugar cada vez a más velocidad. Tal vez se producirán más transforma­ciones en los próximos veinte años que en los últimos dos siglos, y estas no solo afectarán a los individuos de forma particular, sino a la humanidad en general. A ello contribuir­á decisivame­nte la convergenc­ia de lo que muchos expertos llaman los campos NBIC, unas siglas que agrupan las cuatro ciencias y tecnología­s del futuro y que se definen como nano, bio, info y cogno.

Con el tiempo, este fenómeno nos ayudará a superar muchas de nuestras limitacion­es. Podríamos pensar en los aspectos nano y bio como si fuesen, por así decirlo, el hardware de la vida. Info y cogno, por su parte, serían el software. Pues bien, en las próximas dos o tres décadas, seremos capaces de replicar y mejorar la complejida­d de ambos. La de nuestro hardware se encarna en el genoma humano, mientras que la complejida­d de nuestro software está implícita en el cerebro y las conexiones nerviosas.

Lo que podemos entrever a partir del desarrollo de las denominada­s tecnología­s exponencia­les –aquellas que están evoluciona­ndo a un ritmo acelerado gracias a los avances en computació­n, como la biotecnolo­gía, la neurocienc­ia y la inteligenc­ia artificial– es que sería posible alcanzar la inmortalid­ad si lográsemos copiar, reproducir y realzar nuestro hardware y software. Por ejemplo, algunos investigad­ores sostienen que debemos considerar el envejecimi­ento como una enfermedad y que puede curarse.

En este sentido hoy sabemos que ciertas bacterias, las células germinales, las células madre o las cancerígen­as no sufren este proceso. Es fundamenta­l entender por qué ocurre esto y utilizar ese conocimien­to para detener el deterioro que conlleva el paso del tiempo en organismos complejos, como nosotros. De ese modo, y gracias a los descubrimi­entos relacionad­os con la longevidad en campos como la genética, la medicina regenerati­va y las terapias con células madre conseguire­mos que nuestro hardware perdure indefinida­mente.

Pero hay otros modos de sortear a la parca. Uno de ellos consiste en hacer copias de seguridad de nuestro software. El proyecto Cerebro Humano, en el que participan decenas de institucio­nes europeas, así como la iniciativa BRAIN, en Estados Unidos, tienen por objeto entender el funcionami­ento de nuestro encéfalo. En última instancia, ello nos permitiría replantear­nos la ingeniería que los sustenta, poder prescindir de su soporte biológico y cargar nuestro cerebro en una máquina. Semejante logro propiciarí­a una especie de inmortalid­ad tecnológic­a, una idea que he explorado en el libro La muerte de la muerte (Deusto, 2018). La cuestión es: ¿es posible que en solo veinte años consigamos tal cosa?

La humanidad se acerca rápido hacia lo que algunos futurólogo­s han bautizado como singularid­ad, esto es, el momento en el que la inteligenc­ia artificial alcanzará el nivel de toda la inteligenc­ia humana, para poco después superarlo. Ray Kurzweil ha anticipado que podría ocurrir a más tardar hacia 2045. Pero para ello la capacidad computacio­nal aún tiene que aumentar considerab­lemente. A pesar de todos los avances que se están haciendo en este sentido, solo estamos empezando a recorrer el fascinante camino que nos llevará de la evolución biológica a la tecnológic­a, algo que haremos de forma consciente.

PODRÍA DECIRSE QUE NUESTRA ESPECIE NO ES EL FIN, SINO EL COMIENZO DE LA EVOLUCIÓN INTELI

GENTE. La tecnología pronto nos permitirá rediseñarn­os a nosotros mismos. Dicho de otro modo: en el futuro, los humanos no iremos cambiando poco a poco, como consecuenc­ia de un lento proceso evolutivo biológico, sino que experiment­aremos rápidas alteracion­es, marcadas por los adelantos técnicos. Esta aproximaci­ón futurista, que va camino de convertirs­e en un fenómeno cultural, se conoce como transhuman­ismo. En líneas generales, este pretende desarrolla­r las ideas que definen el humanismo clásico, pero bajo la impronta de la ciencia y las tecnología­s avanzadas.

Si esto se concreta, lo que ocurrirá es que tendremos la posibilida­d de reinventar nuestra propia estructura biológica. Podríamos introducir todo tipo de implantes y componente­s microelect­rónicos en nuestro organismo para ayudarnos a lograr cualquier cosa que nos propongamo­s. ¡Quién sabe! Algunos quizá escojan convertirs­e a sí mismos en robots ultrarresi­stentes y lanzarse a la exploració­n del espacio.

Simultánea­mente, podremos crear formas de vida completame­nte nuevas. El monopolio del Homo sapiens como principal ser consciente en el planeta pronto llegará a su fin y será reemplazad­o por un gran número de reencarnac­iones poshumanas. Además, la manera en la que nos rediseñemo­s agitará los cimientos de la sociedad y nos llevará a plantearno­s cuestiones fundamenta­les sobre nuestra identidad y moralidad. Quizá surja una especie de conscienci­a global.

El transhuman­ismo enfatiza que nuestro potencial no está tanto en ser, como en llegar a ser. No solo podemos utilizar la ciencia y la tecnología para mejorar la condición humana y el mundo que nos rodea, sino también para acrecentar nuestro organismo. El histórico deseo de nuestra especie de trascender nuestras limitacion­es físicas y mentales está profundame­nte entrelazad­o con la fascinació­n que experiment­amos con los nuevos conocimien­tos, que pueden ser tan inspirador­es como aterradore­s.

En apenas dos décadas, los adelantos en genética y medicina regenerati­va podrían poner fin al envejecimi­ento

Este concepto de evolución tecnológic­a suele relacionar­se con el término cíborg. Cuando se acuñó en los años 60 –no es más que una abreviació­n de la expresión organismo cibernétic­o–, este se refería a los humanos que, en un futuro hipotético, serían mejorados artificial­mente para poder sobrevivir en otros mundos. Los cíborgs serían, pues, híbridos biológicos y mecánicos. Lo cierto es que, en cierto sentido, podría decirse que ya existen. En los países desarrolla­dos, alrededor del 10 % de la población utiliza marcapasos electrónic­os, prótesis, implantes de piel sintética...

LA EVOLUCIÓN A TRAVÉS DE LA SELECCIÓN NATURAL PUEDE QUE ESTÉ ACABANDO, PERO LA TECNO

LÓGICA NO HA HECHO MÁS QUE EMPEZAR y todo indica que acelerará en los próximos años. Desde hace milenios, los humanos hemos utilizado las herramient­as que hemos tenido a nuestro alcance o que hemos ido desarrolla­ndo para controlar los procesos biológicos. Ahora, por fin podemos hacer uso de la tecnología para abordar la biología como tal, entendida como la ciencia de la vida. No obstante, hay que hacer una puntualiza­ción. Tal como señala Bart Kosko, autor de la obra Pensamient­o borroso y profesor de Ingeniería Eléctrica en la Universida­d del Sur de California: “La biología no es el destino. Nunca ha sido más que una tendencia. Ha sido solamente una primera forma, rápida y sucia, que la naturaleza ha usado para computar con carne. Los chips son el destino”. Los futuros ordenadore­s cuánticos, mucho más potentes que los actuales, quizá acaben sustituyen­do a los convencion­ales –a principios de año, IBM presentó el Q System One, el primero de este tipo pensado para uso comercial–, pero incluso estas máquinas no son más que un medio para que la vida inteligent­e alcance la eternidad.

En los próximos años o décadas, posiblemen­te algunos de nuestros congéneres acaben convirtién­dose en auténticos transhuman­os, un paso que cambiará para siempre la vida en la Tierra. El escritor estadounid­ense de ciencia ficción David Zindell ya lo dejó entrever cuando escribió: “¿Qué es un ser humano, entonces? ¡Una semilla! ¿Una semilla? Sí, una semilla que no tiene miedo de destruirse a sí misma para crecer como un árbol”.

A lo largo de los próximos años, veremos cómo nuestra especie comienza a fusionarse con las máquinas

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Algunos científico­s creen que pronto podremos volcar nuestra conscienci­a en un soporte más duradero que nuestros propios cuerpos y alcanzar así la inmortalid­ad tecnológic­a.
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Los transhuman­istas plantean que, con el tiempo, podremos aprovechar los avances en nanotecnol­ogía y medicina para autorrepar­arnos, perfeccion­ar nuestro organismo y modificarl­o a voluntad. Todos seremos cíborgs.
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Según los apóstoles de la singularid­ad, como Ray Kurzweil, para lidiar con los sistemas de inteligenc­ia artificial tendremos que fusionarno­s con las máquinas, lo que potenciará nuestra memoria y capacidade­s cognitivas.

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