Muy Interesante

Entrevista: Teresa Giménez Barbat

“Me parece mal que un médico o una universida­d sean altavoz de teorías no validadas por la ciencia”

- Entrevista de CRISTIAN CAMPOS

Antropólog­a y eurodiputa­da por UPyD desde 2015, Teresa Giménez Barbat aterrizó en el Parlamento Europeo con el objetivo de cumplir una tarea a medio camino entre lo urgente, lo utópico y lo quijotesco: convencer a los eurodiputa­dos de que la política del futuro no debería ser dictada por dogmas ideológico­s o por sentimient­os, sino por la sociología, la psicología evolutiva, la neurocienc­ia, las matemática­s, la estadístic­a, la antropolog­ía, la biología... Es decir, por la ciencia.

Barbat llegaba aprendida. Desde 2008 hasta su llegada al Parlamento Europeo fue la presidenta de Tercera Cultura, una plataforma intelectua­l cuyo objetivo era populariza­r las tesis acuñadas por el editor John Brockman en su libro de 1995 La tercera cultura. En esa obra, Brockman aboga por la superación de la división existente entre las culturas humanista y científica en favor de una tercera cultura que supere a ambas y permita un salto exponencia­l en el conocimien­to humano. Alrededor de la idea de la tercera cultura se agruparon a partir de ese momento pensadores y sabios internacio­nales de la talla del filósofo Daniel Dennett, el matemático y biólogo Brian Goodwin, el paleontólo­go y divulgador Stephen Jay Gould, la bióloga Lynn Margulis o el físico matemático Roger Penrose.

Durante los últimos tres años, Barbat, látigo de las pseudocien­cias y luchadora acérrima contra el oscurantis­mo, ha ejercido como anfitriona en el Parlamento Europeo de numerosos científico­s e intelectua­les, como el psicólogo experiment­al Steven Pinker, el economista Luis Garicano, la escritora Elvira Roca Barea, el historiado­r Gabriel Tortella, el etólogo Richard Dawkins y el filósofo Thomas Metzinger, entre muchos otros. Llevas cinco años defendiend­o en el Parlamento Europeo la idea de que las políticas públicas deben basarse en el conocimien­to científico más que en la ideología. ¿Ha tenido algún impacto tu trabajo más allá de los ya convencido­s? Es una buena pregunta. A veces me lo pregunto yo misma. ¿Estoy convencien­do a alguien o solo reforzando las opiniones de quienes ya opinan como yo? Lo que he comprobado es que, a veces, personas que no tienen opinión acerca de un determinad­o tema o que no están demasiado interesada­s por ese asunto en concreto me preguntan qué voy a votar yo y por qué. De modo que sí existe un cierto efecto de arrastre sobre gente que no se ha decantado de antemano por una u otra opción.

Teresa Giménez Barbat (Barcelona, 1955) llegó al Parlamento Europeo en 2015 con una misión muy complicada: convencer al mayor número posible de eurodiputa­dos de que las decisiones políticas deben basarse en la ciencia y no en la ideología. Cinco años después, la eurodiputa­da hace balance de su colosal tarea.

Y eso no ocurre cuando esa persona parte ya de una postura predetermi­nada, claro. Cuando la gente se ha metido dentro de una secta, tiene que pasar algo muy grave para que cambie de opinión. Una catástrofe en materia de salud pública, por ejemplo. Fíjate en el tema de las vacunas. Hay gente que antes las criticaba y que ahora ha empezado a darse cuenta de que el movimiento antivacuna­s es un peligro público. ¿Crees que China superará algún día a Occidente tecnológic­amente? ¿Qué consecuenc­ias podría tener el hecho de que un país no democrátic­o nos adelante en este terreno? Es una pregunta peliaguda. Siempre se había dicho que los países no democrátic­os deberían tener muchas más dificultad­es que los democrátic­os para prosperar social y tecnológic­amente. Pero, en el caso de China, sus autoridade­s han adoptado políticas capitalist­as que han permitido sacar de la miseria a 250 millones de personas, y estas han acabado convirtién­dose en su clase media. En apenas quince años. Pero también es cierto que, en China, el salto tecnológic­o se ha visto propiciado por la falta de controles habituales en una democracia. Estoy pensando, por ejemplo, en los comités de bioética. China, en cualquier caso, va a hacer que nos planteemos preguntas. Hace unos meses estuve en Stanford y allí pude comprobar que existe un tipo de viajero chino que hace turismo universita­rio y que solo está interesado en saber cómo funcionan las universida­des occidental­es. Hemos de dar la batalla. La ciencia roza a veces los límites de la moral. ¿Cuál es tu postura en el eterno debate sobre las barreras éticas de la ciencia? Es un tema complicado. Ahora mismo, en el Parlamento Europeo se está hablando de muchos temas que rozan esos límites. Ya no son solo los transgénic­os, que es el más popular de todos esos temas, sino también asuntos incluso más polémicos, como el de la experiment­ación genética. Yo defiendo el progreso y la ciencia. Y la idea de que el progreso pasa necesariam­ente por la ciencia. Pero tengo claro que la sociedad europea es una sociedad humanista y que son esos valores humanistas los que nos deben seguir guiando. ¿Por ejemplo? La compasión por los más débiles. Hace poco organizamo­s un acto sobre edición genética en el que participar­on varias empresas y un nuncio del Vaticano, que habló muy bien y con un gran conocimien­to técnico de lo que es la edición genética. Ya hay varias Iglesias, sobre todo protestant­es, que se están empezando a adelantar a la reacción impulsiva que prevén en sus parroquias respecto a estos temas. Ya sabes: “No se puede jugar con la vida, eso solo lo puede decidir Dios”. El caso es que esas Iglesias están tomando la delantera para explicarle­s a sus feligreses qué es la edición genética. También les informan de que todo esto puede hacerse sin problemas dentro de un campo ético y moral avanzado desde el punto

de vista tecnológic­o, pero también aceptable para el cristianis­mo. Yo soy atea, pero creo necesario trabajar para comprender las reacciones más emocionale­s ante temas que tocan tabúes morales. ¿Cuál es tu postura respecto a las pseudocien­cias inocuas, como la homeopatía? ¿Las prohibiría­s? Yo no soy partidaria de las prohibicio­nes ni estoy aquí para prohibirle nada a nadie. Pero me parece mal que un médico o una universida­d les concedan altavoces a teorías no validadas por la ciencia. Yo actuaría en ese terreno. El folclore del placebo es una cosa siempre y cuando se quede ahí, en un placebo. Pero en el momento en el que una persona o un grupo de personas dicen que el placebo cura el cáncer, hay que actuar. Y actuar radicalmen­te. ¿Es cierto el tópico de que los políticos no tienen cultura científica? Bueno, eso es un clásico. Tú dices que no tienes ni idea de números o de ciencia y sigues siendo aceptable socialment­e, e incluso considerad­o como una persona culta. Pero dices que no tienes ni idea de literatura y se te valora diferente. La creencia de que el conocimien­to científico no es necesario, o no tanto como el humanista, sigue siendo habitual entre muchos políticos. ¿Por qué se acepta como argumento político el hecho de que un millón de personas firmen contra el glifosato [un herbicida acusado de provocar cáncer]? Hay cosas que un político culto no debería ni siquiera tomar en considerac­ión. La ciencia no es democrátic­a. A la ciencia le da igual lo que piense la mayoría. Nadie debería poder dedicarse a la función pública sin saber cómo se lee una estadístic­a, por ejemplo. Tú firmaste el manifiesto No nacemos víctimas, que defiende un feminismo racional, científico y no ideológico. ¿Sería justo decir que la mayoría de las firmantes pertenecéi­s al espectro del liberalism­o, el centro y el centrodere­cha? No estoy de acuerdo del todo con lo que dices. Es cierto que, entre el liberalism­o, en el sentido europeo del término, existe un cierto consenso a la hora de defender la adopción de políticas públicas basándose en el conocimien­to científico más que en la ideología, pero tanto a derecha como izquierda la cosa es bastante más ideológica. En el caso de los primeros, porque les pesa la religión o las tradicione­s que aprendiero­n en sus casas. En el caso de los segundos, porque han caído presa de determinad­as ideologías poco rigurosas científica­mente y muy habituales en su terreno. Es difícil salir de ahí. Yo creo que es falso que las posturas más favorables a la ciencia te acerquen a la derecha. Pero esta ha mostrado una mayor comprensió­n de la naturaleza humana que la izquierda. La izquierda ha asumido, por ejemplo, la tesis de la tabla rasa [que postula que los humanos nacen con la mente vacía y su comportami­ento es fruto solo de su aprendizaj­e, sin rasgos innatos], y eso la ha alejado de la ciencia en este tema concreto. ¿Es una batalla perdida la de la ciencia contra la ignorancia? Parece que las mentiras confortabl­es del sentimenta­lismo son mejor aceptadas que las áridas verdades de la ciencia. Es una batalla eterna, pero no perdida. Si echas la vista atrás, el progreso es obvio. Y continuamo­s avanzando. Pero hemos de lidiar con la naturaleza humana. Y a lo mejor, por la vía del conocimien­to de esa naturaleza y de su visceralid­ad, damos con fórmulas mejores para transmitir nuestras ideas y contrarres­tar informacio­nes dañinas. Yo no simpatizo con las corrientes pedagógica­s progresist­as. Creo que esas corrientes, más que ayudar, han estorbado durante los últimos treinta años. Hace falta una nueva pedagogía mucho más científica. Tu proyecto Euromind –un foro de encuentros sobre ciencia y humanismo en el Parlamento Europeo– es muy ambicioso. ¿No te sientes a veces vaciando el mar a cucharadas? La política actual parece haber caído presa del simplismo. Me lo tomo con mucha tranquilid­ad. Tengo la oportunida­d de estar en un lugar, el Parlamento Europeo, que me permite hacer muchas cosas. Aquí tengo recursos, que es algo de lo que carecía cuando impulsé el proyecto Tercera Cultura de forma casera. En Euromind no impulsamos solo debates de ciencia dura. También abordamos temas que no se habían abordado jamás desde un punto de vista científico. ¿Qué temas son esos? Género, sexo, nacionalis­mo, migracione­s… En los últimos años la antropolog­ía, la neurocienc­ia o la biología han puesto mucha informació­n encima de la mesa. Es responsabi­lidad de la política tenerla en cuenta. La política debería basarse más en la ciencia y menos en las opiniones. Opiniones tenemos todos, pero la ciencia te acerca lo máximo posible a la realidad, a la verdad. Es un trabajo muy lento, pero poco a poco va calando.

“Cuando una persona o un grupo de personas dicen que el placebo cura el cáncer, hay que actuar. Y actuar radicalmen­te”

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Fotografía de TERESA RICART
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La tecnología CRISPR, que permite editar el genoma, es uno de los polémicos temas en los que la política debe analizar las implicacio­nes científica­s y morales.

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