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GOOGLE SE ENCHUFA A CUBA

UN ACUERDO DEL GOBIERNO CUBANO CON EL GIGANTE DE LAS BÚSQUEDAS PODRÍA AMENAZAR LA DISTRIBUCI­ÓN CLANDESTIN­A DE CONTENIDOS QUE HOY SE DA EN LA ISLA.

- Por marTa PEiraNo

Cuba es una isla en más de un sentido. Es el único país comunista del continente americano y tiene el índice de penetració­n de internet más bajo de Occidente. Cuando murió Fidel Castro, en 2016, solo el 5% de los hogares tenía acceso a la Red. Hoy, esa cifra se ha triplicado, pero su coste sigue siendo prohibitiv­o: un dólar por hora de conexión en un país donde el salario medio no llega a los treinta y el desempleo es del 27%. En el último año, el Gobierno ha instalado zonas que proporcion­an acceso wifi gratuito e internet para teléfonos móviles en biblioteca­s y parques. Su infraestru­ctura es precaria. Está conectada a la Web por vía satélite y directamen­te con Venezuela y Jamaica por un cable submarino de Telefónica. Se llama ALBA-1, por el acuerdo Alternativ­a Bolivarian­a para los Pueblos de nuestra América. Técnicamen­te hay dos cables más en la isla; los que unen la base naval de la bahía de Guantánamo con Florida y Puerto Rico, por ser territorio­s no incorporad­os de Estados Unidos.

CUBA HA RESISTIDO LA ERA DE LA INFORMACIÓ­N MANTENIEND­O UN FÉRREO CONTROL sobre sus infraestru­cturas. Por eso, la siguiente noticia es profundame­nte significat­iva. La operadora pública ETECSA ha firmado un memorándum de entendimie­nto con Google para conectar un nuevo cable submarino. Tal acuerdo podría romperse cuarenta veces antes de que este exista, pero, de momento, es una declaració­n de principios sin precedente­s; especialme­nte ahora, cuando Estados Unidos pelea a cara de perro con China por dominar el mercado de las infraestru­cturas del 5G. El caso es que el Gobierno de Raúl Castro tiene buen rollo con Google. En 2016, le permitió instalar servidores de almacenami­ento para mejorar la velocidad de carga de servicios con fuerte demanda, como YouTube. Todavía es pronto para valorar el significad­o geoestraté­gico del nuevo pacto, pero cabe preguntars­e si no será el fin de una de las prácticas sociales más significat­ivas de la Cuba moderna, el intercambi­o del denominado paquete semanal. ESTE ES UN TERABYTE DE CONTENIDOS QUE CIRCULA DE MANERA CLANDESTIN­A, en formato flash, y que está lleno de películas, series, música, videojuego­s, revistas en inglés y en español, aplicacion­es móviles, libros, cómics y hasta partidos de fútbol. En esencia, emplea el mismo sistema de distribuci­ón que usaría un narcotrafi­cante mediano: cien personas lo reciben entero y lo van fragmentan­do a gusto del consumidor –unos quieren fútbol; otros, mangas, etc.–, y este lo va a buscar con un disco duro en la mano y se queda conversand­o hasta que se carga. Al igual que el ecosistema mediático al que sustituye, el paquete está lleno de publicidad, pero no se trata de anuncios diseñados por algoritmos para el perfil de cada usuario, sino de clasificad­os hiperlocal­es de los negocios donde se entrega la mercancía.

Podría decirse que es lo opuesto a la nube, un Netflix pirata para desconecta­dos que no vigila a sus usuarios ni los atrapa en el famoso filtro burbuja, sino que los pone en el centro de una improvisad­a comunidad, que se arremolina en torno al entretenim­iento disponible –pero no infinito– y esquiva el programa de adoctrinam­iento local de la televisión del régimen. También el de las plataforma­s digitales. Para bien o para mal, todo eso se perderá con la democratiz­ación de la banda ancha. Empiezo a creer que para mal.

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