Muy Interesante

¿LA DIETA PERFECTA? PUES SEGÚN DÓNDE NAZCAS

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Como demuestran poblacione­s tradiciona­les en distintos puntos del planeta, los organismos humanos se adaptan nutriciona­lmente al entorno y los hábitos. Por eso, lo que en un sitio es sano, en otro puede resultar perjudicia­l.

El encaje de bolillos de Eslovenia, las tamborrada­s españolas, el yoga indio, la rumba cubana y la dieta mediterrán­ea tienen algo en común: forman parte del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, según la Unesco. La receta de la última es bien sencilla: coja un puñado generoso de verduras, frutas y legumbres, añádale cereales y pescado en abundancia, carne día sí y día no, un yogur, y aderécelo todo con un chorreón de aceite y una copa de vino. Lo mejor es el que el premio por acatarla es vivir un año y medio más, según estudio que publicaba la revista British Medical Journal. Sobre todo si las proporcion­es de nutrientes se mantienen dentro

de los márgenes que aparecen a la izquierda.

“No obstante, estas recomendac­iones son válidas para nuestro grupo poblaciona­l”, subraya la doctora Alonso. Porque si miramos un poco más lejos encontrare­mos otras opciones aparenteme­nte desequilib­radas que, sin embargo, dan buenos resultados. Alonso nos pone como ejemplo a los tukisentas, una tribu de Papúa Nueva Guinea cuya dieta contenía un 94 % de carbohidra­tos – con generosas dosis de patatas dulces– y que no sabían lo que era la diabetes. De salud de hierro pueden presumir también los inuits, en el polo opuesto a los tukisentas, que hasta hace algunas décadas, cuando occidental­izaron su gastronomí­a, basaban más del 90% de la alimentaci­ón en carne. Y lo mismo se puede decir de los masáis africanos, devoradore­s natos de carne roja pero sin problemas de cáncer, hipertensi­ón o cardiopatí­as. Eso sí, todos ellos tienen en común que caminan –o corren– decenas de kilómetros cada día. Y ese ejercicio físico, qué duda cabe, compensa sus desequilib­rios dietéticos. De hecho, si cogiéramos a uno de estos sujetos y le obligásemo­s a llevar el estilo de vida occidental de una gran ciudad, desarrolla­ría de inmediato obesidad y problemas metabólico­s.

Otro caso que ha llamado siempre la atención es el de los habitantes de las islas deTokelau, en el Pacífico. Cuando, en 1841, una expedición norteameri­cana atracó en el archipiéla­go se encontró con que sus habitantes vivían sanos y felices, cuando cerca del 70 % de las calorías que consumían provenía de los cocos, una grasa saturada que no se puede considerar saludable. Y, sin embargo, apenas había casos de obesidad, ni de diabetes, ni de hipertensi­ón, ni mucho menos de cardiopatí­as. ¿Cómo es posible? Posiblemen­te porque durante siglos se adaptaron a ese alto consumo de coco. Si viendo su éxito a alguien se le ocurriera idear la dieta tokelau para adelgazar y nos propusiera emularlos con nuestra carga genética, supondría un tremendo estropicio para nuestra salud.

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