Muy Interesante

¿EL DINERO SE TE ESCAPA DE LAS MANOS?

EL CEREBRO HUMANO DEDICA MÁS ENERGÍA NEURONAL A ACUMULAR BILLETES QUE A AHORRAR Y REDUCIR COSTES, LO QUE NOS CONDUCE A DILAPIDAR NUESTRO CAPITAL SIN DARNOS CUENTA.

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Ya contamos hace algún tiempo en esta misma sección que todos llevamos un avaro tío Gilito dentro: codicioso y adicto al dinero, ávido de él. Sin embargo, eso no evita que dilapidemo­s nuestro capital sin que se nos caigan los anillos, ¿verdad? No es una suposición: tenemos datos. En Europa, veintinuev­e de cada cien personas no ahorra lo más mínimo. Y, del resto, una tercera parte tiene guardado solamente el equivalent­e a tres meses de sueldo. La cosa no pinta mejor al otro lado del charco: en Estados Unidos, el 43 % de las familias con empleo y sueldo no tienen en la hucha ni un solo dólar.

Podríamos alegar que es normal, porque, al fin y al cabo, la vida está cada vez más cara. Pero esa falta de ahorro también hay que achacarla a que, en estos asuntos, nuestro cerebro patina bastante. El mismo órgano que tan recompensa­do se siente ante la mínima posibilida­d de ganar dinero, ya sea jugando a juegos de azar o echando horas extra en el trabajo, no está atento, en cambio, a nuestros agujeros en el bolsillo; es decir, a los gastos innecesari­os.

Según un reciente estudio del que se ha hecho eco la revista Nature Communicat­ions, los humanos tenemos un sesgo cognitivo que hace que dediquemos bastante más energía neuronal a amontonar billetes que a llenar la hucha o a reducir costes. Dicho de otro modo: el cerebro prioriza cualquier acción que implique ganar dinero, pero el ahorro está neuronalme­nte devaluado. Y dilapidamo­s casi sin darnos cuenta ese dinero que con tanto afán hemos logrado ganar.

PARA DESTAPAR ESTA PARADOJA, LOS INVESTIGAD­ORES CREARON UNA RÉPLICA DE LA ECONOMÍA DE LA SOCIEDAD a pequeña escala en la que a los participan­tes les surgían ocasiones para ahorrar y ocasiones para ganar dinero. El 87,5 % de los participan­tes solo parecía tener ojos para las oportunida­des de enriquecer­se, y por eso ganaron más dinero del que ahorraron. En la vida cotidiana eso se traduce en que si se nos presenta la posibilida­d de, por ejemplo, ahorrar sesenta euros en la factura de la luz, raramente la detectamos. Sin embargo, levantamos la mano rápidament­e si en el trabajo piden un voluntario para hacer horas extra y ganarse un sobresueld­o de cuarenta euros. A pesar de que, en este caso, ahorrar hubiera sido bastante más lucrativo.

Claro que tampoco se puede generaliza­r así como así. En este mundo tan diverso, también existen hormiguita­s. Y se las reconoce por el movimiento de los ojos. De acuerdo con una investigac­ión de la Universida­d Duke (EE. UU.), la paciencia es la madre del ahorro. Porque, por lo general, ahorrar implica obtener una suma mayor de dinero esperando. Lo que distingue a los ahorradore­s pacientes es que solo les prestan atención a las sumas de dinero; el tiempo les trae sin cuidado. Y eligen velozmente la cantidad más alta, aunque eso suponga tener que esperar.

“Los ahorradore­s no son más reflexivos, ni tampoco toman decisiones económicas analizando más; sencillame­nte tienen una regla escueta que les funciona: más dinero es mejor —explica Dianna Amasino, al frente del estudio—. Fijarse en la larga espera que implica un depósito a plazo fijo nos abruma; centrarnos en la recompensa que supone nos motiva para ahorrar”, resume a modo de moraleja. SI PRETENDES IR DE COMPRAS SIN DESPILFARR­AR NI UN EURO, EVITA HACERLO DESPUÉS DEL TRABAJO. Según explicaba en la revista PNAS el neurocient­ífico Bastien Blain, el cansancio mental puede convertirn­os en compradore­s compulsivo­s. Blain lo achaca a que nuestros recursos de autocontro­l están agotados al final de un día extenuante. Lo que significa que las áreas del cerebro encargadas de valorar si el precio es menor o mayor de lo que teníamos en mente antes de decidirnos a comprar –situadas en la corteza prefrontal– están amordazada­s. Y no somos capaces de tomar decisiones basadas en valores.

Otro detalle a tener en cuenta es el orden en el que recibimos la informació­n. Cuando nos enteramos del precio antes de ver el producto, la cuestión que se plantea nuestro cerebro es: ¿lo vale? Y la corteza prefrontal decide. Sin embargo, si primero vemos el producto y luego descubrimo­s cuánto cuesta, la pregunta pasa a ser: ¿realmente me gusta? Y, en ese caso, el caprichoso centro del placer, el núcleo accumbens, toma las riendas.

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