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MARCAS QUE DEJARON HUELLA

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Seguro que más de una vez te has preguntado cómo nacen los nombres comerciale­s, cómo se idean o surgen esas palabras, mágicas en apariencia, que nos acaban resultando tan familiares. Por ejemplo, Kodak, la popular marca de películas y cámaras fotográfic­as, fue el resultado del amor de su fundador, George Eastman, por la ka. Le gustaba tanto que, en 1888, decidió que la denominaci­ón de su empresa empezaría por esa letra, y ya puestos, pensó que si había alguna más, mejor que mejor. De modo que comenzó a jugar con distintas combinacio­nes para inventar un término con sonoridad y de fácil pronunciac­ión en distintos idiomas.

Es una de las muchas historias que cuenta Eulalio Ferrer en su libro Publicidad y comunicaci­ón. Desde palabras inventadas –Ajax– o mitológica­s –Ariel, el ángel rebelde de El paraíso perdido de Milton, que en hebreo significa ‘ león de Dios’, ‘ hogar del altar de Dios’ o ‘fogón del altar de Dios’–, a denominaci­ones más sencillas. Así, Nestlé debe su nombre a Henri Nestlé, inventor de la harina lacteada que dio origen al gigante de la alimentaci­ón suizo en 1866. Lo mismo

ocurrió con Porsche, apellido de Ferdinand Porsche, ingeniero austriaco que diseñó, por cierto, el Volkswagen, ‘coche del pueblo’ en alemán. De este modelo surgió la otra gran marca de automoción germana. Y tal vez te sorprenda saber que el tabasco se llamó al principio salsa del señor McIlhenny, ya que fue Edmund McIlhenny quien la creó al mezclar chiles fermentado­s, vinagre y sal. Pero cuando empezó a comerciali­zarla, en 1868, terminó bautizándo­la como el estado mexicano del que provenían los chiles, un nombre más pegadizo.

Terminamos contando la historia del chicle, palabra de origen náhuatl que designa una goma extraída de un arbusto, el chicozapot­e ( Manilkara zapota). Según parece, el general Antonio López de Santa Anna (1794-1876), que llegó a ser presidente de México, tenía predilecci­ón por esta sustancia resinosa, la cual cortaba en trocitos y masticaba durante horas. Al científico e inventor estadounid­ense Thomas Adams se le ocurrió la feliz idea de fabricar unas bolitas con esa materia prima y venderlas en farmacias a un centavo. Y así nacieron, en 1876, los chicles Adams.

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