El rescate de las plantas
Cuando pensamos en la extinción de seres vivos, solemos imaginar rinocerontes abatidos a tiros, osos polares flotando a la deriva en pequeñas placas de hielo o primates huyendo de sus hábitats incendiados, y dejar al margen las plantas. Posiblemente porque nos resulta más fácil interaccionar y empatizar con los seres de nuestro reino –el animal– por una evidente cuestión de semblanzas. Pero que tengamos poco que ver con una planta no es motivo para infravalorar su extinción: sin ellas, la mayoría de formas de vida que conocemos no existirían, incluida la nuestra. Su mecanismo de desarrollo vital, la fotosíntesis, nos proporciona el aire que respiramos, agua limpia y alimentos –incluidos la carne, el huevo y la leche que provienen de animales herbívoros–. Pero además nos visten, nos dan su energía, nos brindan sus sabores y olores, son una pieza fundamental de nuestra economía y nos aportan conocimiento sobre la vida, entre otros beneficios.
Nosotros, a cambio de sus servicios, ya sea por indiferencia o ignorancia, destruimos de forma sistemática sus hábitats y especies. El informe The State of the World’s Plants 2016, el primero en la historia que evalúa la situación global de las especies vegetales, destaca que, a día de hoy, una de cada cinco plantas en el mundo se encuen
tra en peligro de extinción. Y nos señala como responsables de esa circunstancia.
Este trabajo, publicado por el Real Jardín Botánico de Kew (Londres), apunta a la expansión de la agricultura y la ganadería industriales, la explotación de recursos naturales y el crecimiento residencial y comercial como los principales responsables de esta situación. Y prevé, de cara a 2050, en base a los resultados de multitud de estudios, una extinción masiva de especies vegetales como consecuencia del cambio climático. PESE A QUE LLEVAMOS SIGLOS INVENTARIANDO Y ESTUDIANDO LAS ESPECIES VEGETALES, acabamos de empezar a conocerlas. Hasta la fecha, solo se ha secuenciado el genoma completo del 0,1 % de las casi 400.000 plantas vasculares –especies superiores que tienen hojas, tallo y raíces– descubiertas. Además, cada año se localizan, de media, dos mil especies nuevas, cada una con cientos o incluso miles de componentes únicos. Sin embargo, los incesantes avances tecnológicos en áreas como la bioin
Un informe de expertos prevé, de cara a 2050, una extinción masiva de especies vegetales como consecuencia del cambio climático
formática y en técnicas como la secuenciación y edición de ADN están acelerando el estudio de estos seres vivos y abriendo las puertas a nuevos usos y aplicaciones. Si sabiendo relativamente poco sobre las plantas hemos obtenido multitud de beneficios, ¿qué podemos esperar cuando se amplíen los conocimientos sobre ellas? ¿Nuevos fármacos contra algunas de las epidemias mundiales? ¿Fuentes de producción energética más sostenible? ¿El desarrollo de una agricultura menos invasiva y contaminante, pero igual de productiva y adaptada a climas adversos? Únicamente lo sabremos cuantas más especies se conserven.
ADEMáS, LAS PLANTAS SON NUESTRO MEJOR ALIADO PARA LUCHAR CONTRA EL CALENTAMIENTO GLOBAL.
“Son la única máquina que, a la hora de producir un recurso, fija dióxido de carbono en vez de emitirlo. Así, la variedad de especies que existen la podríamos ver como el número de cartas que tenemos para ganarle la partida al cambio climático”, explica Carlos Magdalena –también conocido como el Mesías de las Plantas–, horticultor asturiano y conservador estrella del Real Jardín Botánico de Kew.
En las últimas décadas, a medida que se han ido constatando la extinción y las amenazas a las que se enfrenta el patrimonio vegetal de la Tierra, se han sucedido las iniciativas para protegerlo: cumbres globales, como la Estrategia Global para la Conservación Vegetal (CBD) y la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres (CITES); normativas, como la directiva de hábitats en Europa o la ley de especies en peligro de extinción (ESA) de Estados Unidos; áreas de protección; proyectos de conservación; planes de educación ambiental...
Acudir al rescate de una planta implica desplazarse al entorno donde quedan escasos especímenes de esa especie y obtener propágulos
No obstante, pese a los esfuerzos y éxitos logrados, los científicos de Kew alertan de que de las cerca de 2.550 áreas de plantas importantes (IPA) detectadas en el mundo –es decir, lugares en los que se hallan significativas poblaciones de especies amenazadas, hábitats en peligro y áreas que tienen una excepcional riqueza botánica– muy pocas están debidamente protegidas y se están degradando o desaparecen rápidamente. También subrayan las diferencias de protección entre las distintas IPA. En Europa, al menos el 85 % de estas zonas gozan de algún tipo de custodia, mientras que en muchas regiones de Oriente Medio, el norte de África y los trópicos el grado de protección se sitúa por debajo del 50 %.
Para abordar estos problemas, Borja Jiménez, botánico y miembro de la Unidad Mixta de Investigación en Biodiversidad de la Universidad de Oviedo, considera que es “necesario implementar estrategias nacionales y mundiales de protección más eficaces, algo que, de momento, solo logran países bien organizados en materia de conservación de plantas, como Inglaterra y Australia”. MAGDALENA, POR SU PARTE, ABOGA POR ABORDAR EL PROBLEMA DESDE SU RAÍZ: “Si queremos revertir la pérdida de biodiversidad, más allá de los diferentes proyectos de protección, hay que adaptar nuestro modelo socioeconómico a la situación ambiental actual”. Y destaca tres medidas por las que empezar. “Es prioritario dejar de quemar combustibles, porque, además de que tarde o temprano se van a acabar, son incompatibles con la voluntad de frenar el incremento del efecto invernadero. También habría que incentivar el decrecimiento de la población; no podemos proteger los bosques si hay millones de familias que lo utilizan como su principal recurso. Para ello, no hacen falta medidas dictatoriales, sino educación. Finalmente, debemos liberar y confiar en el poder de las plantas para combatir los desafíos a los que se enfrentan ellas y nosotros”, apunta Magdalena.
La conservación de plantas es un tema amplio y complejo. Cada especie está amenazada por multitud de factores: algunas pierden a sus polinizadores y a sus dispersores –los responsables de esparcir sus semillas–; otras sucumben ante la presencia de especies invasoras; la mayoría mueren directamente como consecuencia de las actividades humanas; y muchas de ellas tienen que soportar, a la vez, estas amenazas y las extremas condiciones climáticas que impone el calentamiento global.
Constatar los daños en una región, identificar las amenazas y realizar un plan de conservación precisa mucho tiempo, y las plantas no lo tienen. Además, se dan casos en los que, aunque se lidie con el agente amenazante de una especie, esta ya no puede sobrevivir en la naturaleza. Bien porque los últimos ejemplares han perdido su capacidad de reproducción –lo que se conoce como muerto viviente–, bien porque son excesivamente vulnerables a cualquier imprevisto. Por ello, muchos científicos acuden al rescate de plantas.
Y eso implica desplazarse al entorno donde quedan escasos especímenes de una especie para obtener propágulos –cualquier parte capaz de desarrollarse en un nuevo organismo idéntico al que lo formó, principalmente semillas– antes de que desaparezca para su conservación ex situ, o sea, fuera de su medio natural. Esta recolección es una actuación crucial para impedir la pérdida de biodiversidad vegetal en todo el mundo, pero es prioritaria en los ecosistemas frágiles que albergan especies únicas, como las islas. Por ejemplo, en Madagascar, de las 11.138 especies nativas que tiene, el 83% solo se encuentra allí. TRAS LA RECOLECTA DE EJEMPLARES, ENTRAN EN JUEGO LOS JARDINES BOTáNICOS, QUE ACTÚAN COMO UNA SUERTE DE PÓLIZA DE SEGURO frente a la pérdida de biodiversidad vegetal: almacenan las plantas más vulnerables en sus jardines y, por una cuestión de espacio y funcionalidad, en bancos de semillas. “Estos almacenes son vitales para conservar el material genético, en forma de semillas vivas, que de otra forma no perduraría, como es el caso de poblaciones en riesgo de extinción. Además, permiten acumular semillas durante largos periodos de tiempo, para, en un futuro, repoblar poblaciones en el medio natural”, dice Jiménez.
Para preservar las semillas, estas se suelen desecar y congelar –normalmente a -20 ºC–. Alrededor del 90 % de las especies de plantas aguantan estas condiciones, sin embargo las restantes no, y se almacenan con técnicas alternativas. Las primeras son conocidas como semillas ortodoxas, y pueden aguantar con vida entre cincuenta y varios cientos de años. A las segundas se las denomina recalcitrantes, y se mantienen vivas desde unos pocos días hasta un máximo de dos o tres años. En conjunto, los almacenes de semillas del mundo crean una red de seguridad global frente a la extinción de especies. Si se pierde la colección de uno de ellos, los otros le respaldan con copias de repuesto. España participa a través de la Red Española de Bancos de Semillas (Redbag), en la que cooperan los principales jardines botánicos del país.
Dentro de este entramado de biodiversidad vegetal, el Millennium Seed Bank Project, impulsado por el Real Jardín Botánico de Kew en el año 2000, es el banco estrella. Alberga 39.100 especies de plantas –el 12,5 % de todas las que se conocen– y 2.250 millones de semillas de 189 países diferentes. Pero sus pretensiones son todavía mayores: de cara a 2020 pretenden almacenar semillas del 25 % de las especies vegetales conocidas.
Si se produce una grave pérdida de colecciones, el sistema cuenta con una copia de seguridad final: el Svalbard Global Seed Bank. Un almacén –o más bien una fortaleza– ubicado en la isla noruega de Spitsbergen, a prueba de desastres naturales y humanos. Dentro de este búnker se encuentran las semillas más valiosas para nuestra supervivencia, sobre todo de plantas alimentarias. En 2008 la revista Times catalogó esta obra como uno de los mejores inventos del año. DEBEMOS ESTAR PREPARADOS PARA LOS PEORES ESCENARIOS, PERO TAMBIÉN PARA LOS MEJORES, si queremos revertir la situación de los seres vegetales. Tomar conciencia de su importancia es un paso fundamental para lograrlo. “Las personas parecen olvidar que si nosotros estamos aquí es gracias a las plantas —lamenta el profesor Bonilla. Y añade—: Debemos ser respetuosos y cuidadosos con ellas, así como algo tan elemental como seguir lo que dicta el sentido común: no se pueden coleccionar especies en peligro de extinción, ni maltratar la flora de nuestro alrededor –por ejemplo, arrancar la corteza de los árboles de paseos y jardines–, un comportamiento desgraciadamente muy habitual”.
Magdalena recuerda que la conservación de las plantas no atañe solo a los científicos: “Todos podemos hacer algo en favor de ellas. —Y concluye—: Se trata de mostrar interés y de preguntarnos qué problema se produce cerca de mí y cómo podría ayudar a solucionarlo. Estoy seguro de que todo el mundo puede encontrar una forma de contribuir. Aunque sea plantando una semilla”.