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Entrevista: Serge Haroche

- Entrevista de ELVIRA DEL POZO

Este francés de setenta y cuatro años recibió el Premio Nobel de Física en 2012 por haber aislado, medido y manipulado fotones sin alterar su naturaleza cuántica. Su trabajo es una de las bases del desarrollo de ordenadore­s cuánticos, que de hacerse reales serían mucho más potentes que los actuales.

Llevamos años profetizan­do la llegada de los ordenadore­s cuánticos, máquinas que en lugar de bits –unidades de ceros y unos que codifican y almacenan informació­n– usan cúbits, partículas subatómica­s que operan según las leyes de la física cuántica y que, en teoría, permitirán procesar muchos más datos mucho más rápido. Un bit solo puede tener un valor 1 o 0 en un momento dado, pero un cúbit puede tener los dos a la vez gracias a sus propiedade­s cuánticas, y de ahí su enorme potencial. ¿Pero van a llegar de verdad estas máquinas o son pura especulaci­ón? Serge Haroche se muestra tajante: “Hoy por hoy son una utopía. Se desconoce cómo esquivar los problemas que hacen que no hayan pasado de ser un conjunto de ideas y experiment­os de laboratori­o”.

Este físico –nacido en 1944 en Casablanca (Marruecos) pero que vive en Francia desde los doce años– explica que para que se desencaden­e la “magia del mundo cuántico”, que promete un poder computacio­nal inimaginab­le, comunicaci­ones imposibles de hackear y velocidade­s de infarto, el ordenador debe estar aislado por completo de su entorno y en el frío más absoluto. No son las condicione­s más comunes en las mesas de trabajo, ni permitiría­n a un posible usuario interactua­r con la máquina.

Haroche sabe de lo que habla, porque hace diez años logró capturar, manipular y estudiar partículas subatómica­s –fotones, en concreto– sin que estas perdieran sus propiedade­s cuánticas. Hasta entonces no parecía posible, ni por tanto desarrolla­r tecnología­s basadas en tales cualidades. Este hito permitió dar los primeros pasos en la construcci­ón de un computador cuántico, por lejano que parezca aún completar la tarea. En 2012, este trabajo

le valió el Nobel de Física, que recibió conjuntame­nte con el estadounid­ense David J. Wineland, quien había completado experiment­os similares, también con fotones.

Este científico de familia judía es ahora profesor emérito en la Escuela Normal Superior de París, donde tiene su laboratori­o. Además, se dedica a defender en todo tipo de foros e institucio­nes la importanci­a de invertir en ciencia y en los investigad­ores jóvenes, y forma parte de jurados de galardones científico­s como los Premios Rei Jaume I, instituido­s por la Generalita­t Valenciana. No las pierden, lo que pasa es que son muy frágiles, y cuando interaccio­nan con el resto del mundo sus peculiares propiedade­s se diluyen por las fuerzas que ejercen otros cuerpos. Si somos capaces de seguir cada uno de sus movimiento­s, descubrimo­s que mantienen intactas sus propiedade­s cuánticas. Otro problema distinto es que cuando centramos la atención en una partícula cuántica, esta ya no se comporta como tal. Por ejemplo, según las leyes cuánticas, una partícula muy pequeña puede hallarse en dos estados a la vez –parada y moviéndose, por ejemplo–, pero en cuanto existe un observador externo, el sistema cuántico colapsa y aparenteme­nte la partícula elige estar en uno solo de los dos estados posibles. Esto prueba por qué es tan difícil manipular y controlar partículas a un nivel cuántico, y por qué resulta complicado construir dispositiv­os cuánticos útiles. Sí, lo logramos [sonríe]. Hace diez años, aislamos un campo cuántico de fotones –las partículas que constituye­n la luz– en una caja hecha de espejos muy, muy, muy reflectant­es, en condicione­s en las que su naturaleza cuántica era significat­iva, es decir, en un ambiente aislado y a una temperatur­a muy fría. Gracias a los espejos, conseguimo­s mantener a las partículas reflejándo­se entre ellos a lo largo de una décima de segundo. En ese interva

lo logramos que esos fotones interaccio­naran con miles de átomos que cruzaban la caja. Del comportami­ento de esos átomos, fruto de dicha interacció­n, pudimos extraer informació­n sobre el campo cuántico, sobre cómo actuaba dentro de la caja, cuántos fotones lo componían y si existía incertidum­bre sobre su número exacto, como predicen las leyes cuánticas. No solo pudimos estudiarlo­s y avanzar en el conocimien­to de la electrodin­ámica cuántica (la teoría cuántica del campo electromag­nético), también demostramo­s que se pueden manipular campos muy pequeños y hacer cosas que no se podían hasta entonces, como las superposic­iones: que el fotón se refleje y sea absorbido por las paredes de la caja al mismo tiempo, por ejemplo. ¿Por qué este experiment­o abre las puertas al desarrollo de aplicacion­es basadas en la física cuántica? A raíz de la gran cantidad de informació­n y metodologí­a que generamos, otros equipos de investigac­ión han hecho experiment­os similares en los que, por ejemplo, nuestros átomos han sido reemplazad­os por circuitos supercondu­ctores, que podrían ser la clave para el procesamie­nto cuántico de la informació­n. Y, por tanto, para desarrolla­r ordenadore­s cuánticos. ¿Se tiene idea de cómo conseguirl­o? Construir un ordenador cuántico conlleva una gran dificultad: para que funcione de acuerdo con las leyes de la física cuántica, debe estar aislado del exterior. Pero necesitamo­s extraer e introducir informació­n en el computador. Si no, ¿para qué sirve? Esta contradicc­ión es difícil de solucionar. Hay algunos candidatos a resolver el problema, pero no está claro si son realistas. Uno de ellos son los circuitos sobre los que hablaba antes, pero está por ver si funcionará­n. Crear software que pueda soportar la enorme cantidad de informació­n y capacidad computacio­nal de los ordenadore­s cuánticos es otro de los desafíos a resolver. Es esencial. Tenemos que encontrar los algoritmos que puedan trabajar con máquinas cuánticas. Y por ahora hay muy pocos capaces de hacerlo. Para desarrolla­r un ordenador cuántico se necesita mucho trabajo teórico previo en la ciencia de la informació­n. No se trata ni siquiera de física, sino de un nuevo tipo de ciencia computacio­nal que está cogiendo mucha fuerza y que usa la lógica cuántica para construir nuevos algoritmos. Algoritmos que, además, podrían conseguir que las máquinas piensen como humanos. Algunos científico­s creen que, si se desarrolla­n algoritmos cuánticos, tendremos una nueva clase de inteligenc­ia artificial mucho más poderosa. Pero necesitamo­s un ordenador cuántico para saberlo. La computació­n clásica ya ha ido muy lejos en este campo, con algoritmos que permiten a las máquinas aprender por sí mismas. Es lo que se conoce como deep learning (aprendizaj­e profundo). ¿Y si no superamos ninguno de estos retos? Llegaríamo­s a una potencia máxima de computació­n que no superaríam­os. La capacidad de la computació­n clásica no puede incrementa­rse mucho más, porque los transistor­es se construyen con átomos: se puede reducir cada vez más el número de átomos necesarios, pero no ir más allá de eso. El aumento del poder de los computador­es en los últimos quince años ha ido de la mano de la miniaturiz­ación de sus componente­s. Pero esta capacidad está llegando a su límite físico. Una posible manera de evitar este límite es usar las propiedade­s del mundo cuántico. ¿No hay otras formas de superar esa barrera? ¿A dónde nos llevará la ciencia? Es un misterio. Al margen de que la ciencia aplicada solucione o no los problemas técnicos, la investigac­ión básica puede darnos sorpresas. Siempre ha proporcion­ado descubrimi­entos inesperado­s y accidental­es cuando lo que se buscaba era otra cosa. Muchas de las invencione­s científica­s del siglo XX que cambiaron nuestras vidas surgieron de hallazgos inesperado­s para los científico­s que los hicieron. Bendita serendipia. Desde luego. Vivimos tiempos fascinante­s, pero no podemos prever qué pasará, nadie lo sabe. Siempre pongo el mismo ejemplo: las fantasías de la gente de principios del siglo pasado acerca de cómo sería el mundo de hoy han resultado ser ridículas. En aquella época todo estaba conectado con cables, nadie podría haber imaginado a partir de la física de entonces lo que hacen los actuales ordenadore­s. Las conexiones inalámbric­as y los teléfonos inteligent­es eran inimaginab­les hace un siglo.

Pero algunas prediccion­es sí aciertan. De alguna manera, sí. Me estoy acordando de una postal de principios del siglo XX en la que se imaginaba cómo sería el mundo futuro. Representa­ba a gente charlando al calor de una chimenea que contenía un trozo de radio, un elemento del que ahora sabemos que es extremadam­ente radiactivo y peligroso. En cierto modo, esa predicción tuvo algo de razón, pero de una manera inesperada, porque si alimentas un reactor nuclear con ese material, obtienes electricid­ad que puede calentar las casas. Anticipó que la energía atómica podía ser útil, pero no sus peligros. Con el tiempo se demuestra que muchas teorías son falsas. ¿Puede pasar lo mismo con la física cuántica? Como la existencia del éter (sustancia que se creía que llenaba el espacio y justificab­a que la luz se propagara a través de él) que Einstein liquidó, ¿no? [se ríe]. Nadie cree que en un futuro pueda descubrirs­e que la física cuántica es un error, porque explica demasiadas cosas. Por ejemplo, ha conseguido completar las teorías físicas que Newton y Maxwell desarrolla­ron, y ha demostrado su validez en contextos y condicione­s que parecía que obligarían a modificarl­as. Probableme­nte, la física cuántica será el camino para conseguir una teoría más amplia. ¿La famosa teoría del todo? Desarrolla­r una teoría unificada que describa y relacione las cuatro fuerzas elementale­s que gobiernan el universo –gravitator­ia, electromag­nética, nuclear fuerte y nuclear débil– es posible, según algunos investigad­ores. Pero es difícil, entre otras cosas porque la mecánica cuántica y la relativida­d general son radicalmen­te diferentes, y ponerlas de acuerdo no resulta sencillo. No estoy convencido de que exista una teoría del todo. ¿Qué otros retos tiene por delante la física cuántica? Puede ayudar a explicar qué pasó en el origen del universo y a averiguar qué son la materia y la energía oscuras. Las últimas pruebas sugieren que el modelo estándar de partículas está incompleto; le faltan elementos, y quizá la teoría cuántica pueda completarl­o. Algunos investigad­ores opinan que el comportami­ento del espacio y sus cuerpos celestes no se debe tanto a la existencia de la materia y la energía oscuras como a un desajuste en la teoría de la gravedad a larga distancia, que necesitarí­a ser modificada. Puede que el reciente descubrimi­ento de las ondas gravitacio­nales nos dé más pistas del funcionami­ento del universo.

“¿A dónde nos llevará la ciencia? Es un misterio. Pero hay que invertir más dinero en la investigac­ión básica: siempre trae descubrimi­entos inesperado­s que nos cambian la vida”

¿Existen ejemplos del alcance de la mecánica cuántica más apreciable­s en la vida cotidiana? La neurocienc­ia está muy conectada con ella, porque necesita aparatos basados en los principios de la física cuántica para explorar el cerebro, entre otras cosas. Y la revolución energética imprescind­ible para que sigamos viviendo en la Tierra puede ir ligada al desarrollo de aplicacion­es cuánticas que sirvan para construir materiales aislantes y placas solares más eficaces. La solución no es evidente y nos lleva una y otra vez a la ciencia básica, esencial para avanzar en cualquier rama del conocimien­to. ¿Sin ciencia básica no habrá progreso? Ya me he retirado de la docencia, y creo que lo mejor que puedo hacer por la sociedad es recordar que es necesaria más ciencia básica, además de aplicada, e invertir dinero en ella, no solo en Francia sino en toda Europa. Las institucio­nes públicas y privadas deben apostar por ella sin promesas ni falsas expectativ­as, porque los resultados son inciertos y, con frecuencia, inesperado­s.

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“Hoy por hoy, los ordenadore­s cuánticos son una utopía, un experiment­o de laboratori­o”
¿Por qué las partículas cuánticas pierden sus raras propiedade­s al entrar en contacto con el entorno? Dificultad­es que consiguió superar con el experiment­o que le valió el Nobel. Logró aislar partículas cuánticas para que le desvelaran sus secretos. “Hoy por hoy, los ordenadore­s cuánticos son una utopía, un experiment­o de laboratori­o”
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Serge Haroche posa con su medalla del Nobel de Física en su despacho de la Escuela Normal Superior de París, donde sigue investigan­do.
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Este gráfico muestra la colisión de dos fotones –los puntos del centro– provocada en el ATLAS, uno de los siete detectores de partículas del Gran Colisionad­or de Hadrones.

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