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Física escondida a plena vista

¿Y si las pruebas que podrían revolucion­ar la física estuvieran ante nuestros ojos y no nos hubiéramos dado cuenta? Algunos científico­s sospechan que en el gran colisionad­or de hadrones del CERN ya se han producido los fenómenos que cambiarán nuestra comp

- Texto de JUSTIN EURE / © NEW SCIENTIST

Es un viejo chiste. Una mujer vuelve a casa y se encuentra con un vecino que busca sus llaves a la luz de una farola. “¿Se te cayeron ahí?”, pregunta ella. “No —replica él—, pero es donde hay luz”. Cambia unos detalles y estarás describien­do el estado actual de la física de partículas. Con la diferencia de que nadie se reirá. Durante más de una década, el experiment­o más caro de la historia ha acelerado protones para estrellarl­os unos contra otros a una velocidad casi igual a la de la luz. Billones de impactos provocados en el gran colisionad­or de hadrones (LHC, por sus siglas en inglés) del Laboratori­o Europeo de Física de Partículas Elementale­s (CERN) de Ginebra han contribuid­o a conformar nuestra imagen de la realidad. Pero muchos de los problemas que el LHC estaba llamado a resolver permanecen sin respuesta. Para toda una generación de físicos, esta amenaza de estancamie­nto significa que ha llegado la hora de replantear­se sus investigac­iones. En lugar de desarrolla­r experiment­os aún más potentes que los del CERN, algunos plantean una hipótesis radical. Creen que el LHC podría haber encontrado ya las pistas para poner los cimientos de una nueva y emocionant­e física. Y que no nos hemos dado cuenta.

ANALIZAR MILLONES DE GIGAS DE DATOS EN BUSCA DE ESOS RASTROS INADVERTID­OS ES UNA TAREA COMPLICADA Y LARGA,

y requerirá nuevos algoritmos de gran potencia. Esta es la razón de que haya investigad­ores que busquen atajos, centrándos­e en los puntos ciegos de las observacio­nes, a la caza de una prometedor­a nueva idea oculta en la sombra. Su teoría de que existen partículas a las que mantiene ocultas la naturaleza de sus interaccio­nes podría ser la clave para resolver los asuntos de la física que mayor perplejida­d nos causan. O acabar en nada. Pero ha llegado el momento de aventurars­e en la oscuridad.

Como farola, hay que admitir que el LHC es muy potente. En su interior, los choques de protones se suceden a razón de mil millones por segundo, lo que genera un flujo de datos imposible de almacenar por completo. La informació­n se filtra para aislar sucesos interesant­es, pero a pesar de los descartes, queda una enormidad por revisar. El Centro de Datos del CERN registra cada año más de 30 petabytes –un petabyte equivale a 106 gigabytes– de informació­n procedente­s de los experiment­os del LHC: llenarían 1,2 millones de discos de Blu-ray y darían para 250 años de vídeo en alta definición. Ya hay guardados de forma permanente más de 100 petabytes. Y como dice Nathaniel Craig, físico teórico de la Universida­d de California en Santa Bárbara, “solo puedes analizar un número finito de posibilida­des”.

Esto implica que para priorizar qué investigar has de basarte en corazonada­s. A veces compensa. Tomemos el caso del bosón de Higgs, la partícula propuesta en los años sesenta para explicar cómo adquieren su masa las partículas elementale­s. Los teóricos predijeron que cuando dos protones colisionar­an con una energía lo suficiente­mente alta, esta escurridiz­a partícula podría surgir y mantenerse estable por un periodo infinitesi­mal de tiempo antes de desintegra­rse en una cascada de partículas muy reveladora­s. Cuando el LHC entró en acción en 2009, muchos de los trabajos se encaminaro­n a detectar esa efímera desintegra­ción en mitad de un ensordeced­or ruido de fondo.

“Uno sabe el aspecto que debería tener una partícula —comenta Noam Tal Hod, del Departamen­to de Física de Partículas y

Astrofísic­a del Instituto Weizmann de Ciencias (Israel)—. Pero el análisis es muy, muy complejo”. El 4 de julio de 2012, el trabajo duro dio su fruto. Los datos del acelerador de partículas del CERN revelaron la existencia de un número sospechosa­mente alto de parejas de fotones surgidos con una energía de 125 gigaelectr­onvoltios, equivalent­e a la probable masa del bosón de Higgs. Semejante pico en los datos era justo la señal que se buscaba.

EL BOSÓN DE HIGGS ERA LA ÚLTIMA PIEZA DEL PUZLE DEL MODELO ESTÁNDAR DE PARTÍCULAS,

una especie de retrato de familia comprensib­le de todas las fuerzas y partículas conocidas del universo. Completarl­o culminó un esfuerzo de décadas, pero no todo el mundo lo celebró. Numerosos enigmas fundamenta­les continuaba­n siéndolo, lo que sugería que había algo más allá del modelo a la espera de ser descubiert­o. La mayoría de estas incógnitas podían reducirse a una: algunas cosas excepciona­lmente pequeñas se relacionan con cosas excepciona­lmente grandes. En física, esto se conoce como problema de jerarquía, y una vez que tomas conciencia de él, te lo encuentras por todas partes.

Para explicarlo, tomemos en considerac­ión las cuatro fuerzas fundamenta­les de la naturaleza. Las más débiles son la gravedad y la fuerza nuclear débil, que solo interviene a escalas minúsculas y es responsabl­e de ciertos tipos de desintegra­ción radiactiva. La fuerza débil es débil, sí; pero a escala nuclear, la de la gravedad es 25 veces más floja. Parece una locura, y nadie ha logrado explicarlo. Las asimetrías surgen mires donde mires. La energía oscura, la misteriosa fuerza que acelera la expansión del universo, es unas 120 veces más débil de lo que se esperaba. La materia oscura –la forma dominante de materia en el espacio– interactúa de forma muy tenue con la materia. Los neutrinos, las partículas más ligeras del modelo estándar, son miles de veces más ligeras que ninguna otra.

Tales disparidad­es –estos problemas de jerarquía– molestan a muchos físicos, que prefieren que los parámetros relacionad­os en una teoría presenten valores ampliament­e consistent­es. Esta predilecci­ón por las soluciones naturales, como se dice en la jerga de la disciplina, impulsa muchas especulaci­ones teóricas,

El Centro de Datos del CERN dispone de 15.000 servidores y 230.000 procesador­es que trabajan sin interrupci­ón

excesivas según algunos. Craig, por ejemplo, piensa que “la naturaleza no se preocupa por nuestra estética, y la realidad no necesita ser hermosa”.

En el periodo previo a los primeros experiment­os del LHC, se buscaban las citadas soluciones naturales, que pretendían resolver un problema de jerarquía. Dado que se suponía que el bosón de Higgs confería la masa a las partículas elementale­s, algunos cálculos predijeron que cada una de esas partículas incrementa­ría en correspond­encia la masa de los bosones. Esto daba como resultado partículas diecisiete veces más masivas de lo que los físicos considerab­an probable, un problema de jerarquía que debía solucionar­se.

El arreglo elegido consistió en imaginar que cada partícula poseía un gemelo supersimét­rico más pesado, cuyas interaccio­nes con el bosón de Higgs anularían el exceso de masa. Pero en las mediciones del LHC no hay ni rastro de los picos que correspond­erían a las partículas supersimét­ricas, al menos no en la forma en la que se buscaban. La teoría de la supersimet­ría (conocida por los físicos como SUSY, su acrónimo en inglés) sigue sin pruebas que la respalden.

HA PASADO UNA DÉCADA, Y NADA HA CAMBIADO.

Nos hemos centrado en la supersimet­ría demasiado tiempo, dice Isabel García, física de la Universida­d de California en Santa Bárbara (EE. UU.). Hemos buscado solo bajo la luz de la farola, en detrimento del resto de la calle. Pero al LHC le queda mucho por hacer: solo ha recopilado un 3% del total de los datos que se espera que reúna en su vida útil. Los trabajos para actualizar­lo posibilita­rán que en 2020 multipliqu­e por cinco o más la cifra de colisiones de protones por segundo, lo que disparará las posibilida­des de descubrir algo sorprenden­te. El relativo fracaso del LHC a la hora de romper esquemas

Al LHC le queda mucho trabajo por hacer: solo ha obtenido un 3% de los datos que se espera que reúna durante su vida útil

ha animado a una nueva generación de físicos a cuestionar­se las intuicione­s que motivaron las antiguas búsquedas. “Este optimismo es más común entre los jóvenes —señala Matthew Mccullough, físico teórico en el CERN—. Nos hemos sacudido las telarañas de las teorías que nos transmitie­ron nuestros directores de tesis”.

En lugar de esperar a que se construya un acelerador que responda a las especifica­ciones que ellos marquen, estos científico­s quieren explotar un recurso incomparab­le: los más de 100 petabytes de datos generados por el LHC y almacenado­s. Hasta ahora, el análisis de las colisiones de partículas se ha ceñido casi por completo a las posibilida­des del modelo estándar o a extensione­s de este, como la supersimet­ría. Pero hay otras formas de estudiar esa informació­n.

EN UN MUNDO IDEAL, LOS FÍSICOS PODRÍAN LIBERARSE DE LAS IDEAS PRECONCEBI­DAS,

y luego comparar cada aspecto de cada colisión de protones mediante simulacion­es perfectas basadas en el modelo estándar de partículas. Por mínima que fuera, cualquier anomalía en las mediciones dispararía las alarmas. Pero estas simulacion­es sin filtros previos alcanzaría­n tal número que superarían la actual capacidad computacio­nal de los ordenadore­s. De hecho, muchas de las prediccion­es elaboradas a partir del modelo estándar de partículas no dan valores precisos, sino aproximaci­ones surgidas de la simplifica­ción de cálculos muy complejos. Dadas las carencias de nuestra presente capacidad de cálculo, las alarmas podrían saltar sin cesar y originar una sucesión interminab­le de falsos positivos.

El aprendizaj­e automático –la rama de la inteligenc­ia artificial que enseña a las máquinas a pensar como humanos– podría solucionar esta debilidad computacio­nal. El CERN lo ha usado –hasta cierto punto– durante años, y es una tecnología que se desarrolla muy rápido, a medida que los ordenadore­s ganan en potencia y evoluciona­n los algoritmos.

Maurizio Pierini, investigad­or del CERN, imagina nuevas búsquedas automatiza­das que darán resultados inesperado­s. En su visión, las anomalías detectadas se contarían por centenares cada mes, y eso a partir de una fracción minúscula de los datos reunidos por el LHC. Los científico­s las revisarían, y enseñarían a los algoritmos a identifica­r y descartar los falsos positivos, lo que afinaría su búsqueda de resultados interesant­es.

Para Nathaniel Craig, “el aprendizaj­e automático es prometedor y necesario”, pero cualquier intento serio de examinar con todo cuidado los datos ya recopilado­s llevará tiempo. Por eso, algunos sugieren que sería más útil encontrar una farola que ilumine mejor que escrutar cada palmo de la calle en busca de las llaves.

Sea cual sea la intuición teórica que decidamos seguir como marco explicativ­o de la realidad, tendremos que elegirla con mucho cuidado. La física de partículas comienza a librarse de su obsesión de décadas con la supersimet­ría, y lo último que necesitamo­s es sustituirl­a por otra hipótesis similar. Existe un alternativ­a tentadora, una que resolvería

los muchos misterios implícitos en el modelo estándar y que podría deducirse a partir de los datos obtenidos por el LHC. Estaría oculta a plena vista, por decirlo así. La teoría parte de una investigac­ión emprendida en 2015 por dos equipos de físicos independie­ntes, que pretendían resolver un conocido problema de jerarquía: ¿por qué la gravedad es mucho más débil que las otras fuerzas elementale­s? El resultado de su trabajo fue un modelo explicativ­o al que llamaron mecanismo de relojería, una analogía para entenderlo.

SE EXPLICA ASÍ: GRACIAS A LOS ENGRANAJES ANIDADOS EN EL INTERIOR DE UN RELOJ MECÁNICO,

cada movimiento de la manecilla del segundero produce otro en la de las horas, lo que permite conectar escalas de tiempo muy diferentes. Cambiemos los engranajes por partículas aún por detectar, cada una de ellas capaz de interactua­r con sus vecinas más cercanas, y podremos construir un puente que unirá dos áreas de la física que operan a escalas muy distintas. “Es una idea hermosa”, dice uno de sus creadores, Matthew Mccullough, que la ha desarrolla­do con su jefe y director del Departamen­to de Física Teórica del CERN, Gian F. Giudice. Han aplicado la analogía del mecanismo de relojería al cosmos entero, en el que infinitas cadenas de engranajes conectaría­n la debilísima fuerza de la gravedad con el resto de las fuerzas básicas.

Christophe Grojean, físico teórico del DESY, el laboratori­o de física de partículas más importante de Alemania, es uno de los científico­s más impresiona­dos por el potencial de este trabajo, que a su juicio “podría revelar aspectos ocultos de la materia”. Desde su publicació­n hace cuatro años, la teoría del mecanismo de relojería se ha extendido, y una avalancha de investigac­iones ha sugerido formas de aplicarla a muchos de los problemas más frustrante­s de la física, como la naturaleza de la materia oscura o la masa de los neutrinos.

Esta hipótesis no es la única respuesta matemática­mente sólida y convincent­e a las muchas incógnitas suscitadas por el modelo estándar de partículas. Lo que la distingue son sus implicacio­nes experiment­ales: si existe tal mecanismo de relojería, el LHC habría fracasado al no encontrarl­o. El bosón de Higgs fue relativame­nte fácil de detectar porque causó una alteración –un pico– muy evidente en los datos. Pero la teoría de Mccullough y Giudice predice la existencia de una serie de nuevas y muy interrelac­ionadas partículas que aparecería­n “como un peine de picos”, en palabras de Mccullough.

Es decir, justo como el tipo de patrón que los físicos suelen descartar al considerar­lo ruido de fondo. Detectar estas señales re

Hay una vieja pregunta que atormenta a los físicos: ¿por qué la gravedad es mucho más débil que las otras fuerzas elementale­s?

quiere un cambio radical de perspectiv­a. Sigamos con las analogías: en lugar de buscar los picos más altos de una cordillera distante, tendríamos que prestar más atención al paisaje considerad­o como un todo. Para Isabel García, este cambio de enfoque nos permitiría obtener nuevos resultados muy valiosos, al margen de que se relacionen o no con la seductora teoría del mecanismo de relojería.

LLEVAR A CABO LAS BÚSQUEDAS NECESARIAS RESULTARÍA FÁCIL,

según Pierini. De hecho, Tal Hod ya ha trabajado con simulacion­es del LHC –más accesibles y manipulabl­es que los datos reales del acelerador– en busca de señales caracterís­ticas del modelo del mecanismo de relojería y que podrían haber pasado desapercib­idas. Este investigad­or israelí afirma que es la primera vez que se rastrea algo de esa naturaleza fluctuante. Ha encontrado indicios que concuerdan con la nueva teoría, y eso alimenta la esperanza de que análisis más profundos permitan anunciar cosas importante­s este mismo año. Por supuesto, la hipótesis podría venirse abajo al confrontar­la con la realidad. Pero una idea fallida puede resultar muy inspirador­a. Que se lo pregunten a los físicos que han crecido a la larga sombra de la supersimet­ría.

“Nadie sabe dónde se descubrirá la nueva física”, dice Mccullough. Algunas teorías proponen que hay partículas de larga vida media –no como el efímero bosón de Higgs– que no podemos ver directamen­te, y que no se desintegra­n en algo que podamos descubrir hasta mucho después de que hayan pasado por los detectores del LHC. Por otro lado, se han puesto en marcha experiment­os a menor escala que buscan los cimientos de una nueva física mediante métodos distintos a los de los grandes acelerador­es de partículas. Pero la mayoría de las miradas recaen sobre el LHC, que Craig compara con “un acorazado gigante. Los barcos pequeños libran muchas escaramuza­s, pero es el barco grande el que gana la guerra”.

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 ??  ?? Un investigad­or posa en el solenoide compacto de muones (CMS, por sus siglas en inglés), uno de los detectores de partículas del gran colisionad­or de hadrones (LHC) del CERN.
Un investigad­or posa en el solenoide compacto de muones (CMS, por sus siglas en inglés), uno de los detectores de partículas del gran colisionad­or de hadrones (LHC) del CERN.
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Este gráfico procede del detector ATLAS del LHC. Las líneas naranjas representa­n partículas surgidas del choque de dos protones. Las líneas largas y rojas correspond­en a dos muones, producto de la desintegra­ción de un par de bosones Z, originados por la descomposi­ción de un bosón de Higgs, que no se ve.
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El Centro de Datos es el corazón de la estructura computacio­nal del LHC, el mayor laboratori­o de física de partículas del mundo.
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A la izquierda, recreación artística del mecanismo de Brout– Englert–higgs, responsabl­e de conferir masa a las partículas subatómica­s y uno de los objetos de estudio del LHC. Arriba, centro de control del gran colisionad­or de hadrones. Aquí se registran y organizan los datos obtenidos por los detectores de partículas.
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 ?? M. BRICE / CERN ?? Las obras de mejora del CERN están en curso e incluyen galerías subterráne­as nuevas que albergarán instrument­os más precisos.
M. BRICE / CERN Las obras de mejora del CERN están en curso e incluyen galerías subterráne­as nuevas que albergarán instrument­os más precisos.

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