MÚSICA CELESTIAL Y TERRENAL POR UN TUBO
El órgano tubular tiene su origen en la antigua Grecia, en concreto, en la figura de Ctesibio, matemático que vivió en el siglo III a. C. y creó varios artilugios musicales que funcionaban con agua y aire, como el hydraulis, considerado el primer instrumento con teclado. En el siglo I, lo conocieron los romanos –Nerón, gran aficionado a la música, incluso lo tocaba– y la Iglesia, a mediados del VII, incorporó el órgano tubular a las celebraciones religiosas e hizo de él el instrumento propio del culto cristiano en Occidente. Con el tiempo, el artefacto fue creciendo tanto en tamaño como en complejidad, de manera que requiere unos fabricantes y restauradores muy cualificados.
ES EL CASO DE LA EMPRESA HARRISON & HARRISON, fundada en 1861 en Durham (Inglaterra) y que trabaja en la restauración y el mantenimiento de órganos tubulares de diferentes épocas y estilos, además de en su construcción. Se ocupan de instrumentos portentosos y de prestigio –como el de la abadía de Westminster, iglesia en la que se corona a todos los monarcas ingleses desde 1066–, y también de otros más pequeños para iglesias y casas privadas. El sonido distintivo de sus órganos se basa en 150 años de experiencia y desarrollo. Entre sus últimos trabajos de restauración, se encuentra el órgano tubular de la catedral de Salisbury, que data del siglo XIX y del que llevan cuidando desde 1978, y el de la catedral de York, cuyas labores de rehabilitación podemos ver en estas imágenes.