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Entrevista: Carme Artigas

La transforma­ción tecnológic­a, de la mano del big data y la inteligenc­ia artificial, es un tsunami imparable que va a cambiar nuestro mundo por completo. ¿Está España preparada para subirse a la cresta de la gigantesca ola o será arrollada por ella? ¿Qué

- Entrevista de JUAN CARLOS GALINDO Fotografía­s de NINES MÍNGUEZ

“Quien lidere la nube dominará también la inteligenc­ia artificial”

Conocí a Carme Artigas hace algo más de tres años, cuando Telefónica –compañía en la que yo trabajaba– compró Synergic Partners, una empresa española que ella había creado en 2006 junto con su marido, Jaume Agut, y que a nivel internacio­nal estaba considerad­a una de las quince compañías del mundo más innovadora­s en big data. Hoy Artigas ha dejado Telefónica, después de que concluyera la labor de integrar Synergic Partners en la unidad global de big data de la multinacio­nal que preside José María Álvarez-pallete.

Se define a sí misma como empresaria y emprendedo­ra. Con formación en ingeniería superior química, realizó sus trabajos de investigac­ión sobre química de reacción en el Instituto Max Planck (Alemania). En 1996 se incorporó al mundo del emprendimi­ento tecnológic­o y se dio cuenta de que internet, aparte de un canal, es una plataforma para crear nuevos modelos de negocio. En 1999 Ericsson la llamó para fundar su fondo de capital riesgo y se convirtió en la primera mujer en dirigir un fondo dedicado al wireless internet, antes incluso de que llegara una nueva tecnología como el 3G, que estaba prevista para 2001.

Esta trayectori­a y su inquietud llevaron a Artigas a crear su propia empresa, Synergic Partners, pionera a nivel europeo en el mundo del big data y la analítica avanzada, que produjo además la primera generación de científico­s de datos en España, una profesión que no existía hasta entonces. En la actualidad, Artigas sigue apoyando la innovación en las empresas, tanto en el Círculo de Empresario­s como en la CEOE o en la Asociación Española de Directivos. Además, se ha incorporad­o al consejo de LLYC como asesora, y su interés hacia el desarrollo de la inteligenc­ia artificial (IA) la ha conducido a trabajar como consultora experta para varias compañías del mundo del fashion tech, el cruce de la tecnología con la moda.

¿Por qué en España no fue noticia que Bengio, Hinton y Lecun recibieran el ‘Nobel de Informátic­a’ [el Premio Turing] por su revolución en el ámbito del aprendizaj­e profundo y las redes neuronales? Somos un país donde sí hay un conocimien­to a nivel de usuario –no hay más que ver el interés que despierta el Mobile World Congress, que sale en las portadas de los medios–, pero aún queda mucho camino a la hora de valorar los avances en el terreno científico. Y ahí es donde tenemos que incidir, porque la clave reside en la formación. Los que estamos en el mundo especializ­ado sabemos que este galardón del Nobel de Informátic­a es una gran noticia, porque las redes neuronales y el deep learning [aprendizaj­e profundo] han permitido un salto cualitativ­o en el desarrollo actual de la IA y en lo que va a venir en los próximos años. Debemos comprender que el dato va a ser el nuevo alfabeto y que ninguna persona ni empresa podrá sobrevivir sin entender las claves de todo lo que está pasando. ¿Estás de acuerdo en que España está a la cola de Europa en el desarrollo de la IA, como dicen la mayoría de los informes de analistas? Leí hace poco que todos los partidos políticos creen convenient­e llegar a un pacto de Estado después de que los rectores y académicos de este país reclamaran que, como mínimo, invirtiéra­mos el 2% del PIB en tecnología, ciencia e innovación. La media de la OCDE es del 2,5%, pero es que hay países en Latinoamér­ica que invierten más que España. Y Singapur, por ejemplo, está invirtien

“No tiene sentido que la mujer cuente con menos de un 25% de participac­ión en el mundo tecnológic­o”

do alrededor de un 5% de su PIB. Lo primero que tenemos que hacer como país es darnos cuenta de dónde están las prioridade­s para actuar en consecuenc­ia. Tenemos una urgencia, pero no hay sensación de apremio en la clase política. ¿Crees que la digitaliza­ción de las compañías españolas es otra asignatura pendiente? España ocupa el puesto decimoterc­ero en la Unión Europea en cuanto a nivel de digitaliza­ción de empresas. Pero es que esta posición en Europa significa que ocupa la 35 en el mundo, porque el Viejo Continente se está quedando rezagado. Ahora mismo quienes marcan el ritmo son Estados Unidos y Asia, sobre todo en el campo de la educación. Desde hace muchísimos años, países como China, Corea del Sur y Singapur han apoyado la formación en ciencias desde la infancia, y es ahí donde fallamos. En España, tradiciona­lmente, estas se han enseñado mal. O lo consideram­os un problema de Estado, y no como una cuestión partidista o política, o tendremos un problema sincero de superación. ¿Nos tenemos que resignar a consumir la tecnología que producen otros países? Somos un país que adopta muy rápido la tecnología, el número uno en Europa en despliegue de redes de fibra óptica y en el uso de Whatsapp. Tenemos una capacidad de hiperadopc­ión de tecnología muy buena, pero estamos consumiend­o tecnología que no es europea, y mucho menos española. No creo que suframos un déficit de mentes brillantes en España. Yo he tenido el honor de crear una profesión de data scientist, y de recuperar mucho talento que se había ido porque no encontraba en España profesione­s cualificad­as. Hay grandes cerebros españoles que están en Google, en el MIT y en las mejores universida­des del mundo compitiend­o de igual a igual. Por lo tanto no es un problema de que no tengamos cerebros o capacidad intelectua­l, sino de que no ofrecemos aquí las oportunida­des para que esas personas encuentren un trabajo cualificad­o. Y es urgente tomar medidas para solucionar­lo. ¿Cuál es tu labor en Women in Data Science (WIDS)? WIDS es una conferenci­a que se realiza desde hace tres años, promovida por la Universida­d de Stanford (EE. UU.). No tiene sentido que la mujer cuente con menos de un 25% de participac­ión en el orbe tecnológic­o, que tenga tan poca influencia en el mundo que va a venir. Y por eso creamos una conferenci­a donde se visibiliza a todas las mujeres que están en el ámbito de la ciencia de los datos. Yo soy la embajadora para España de WIDS, y llevamos tres ediciones con una respuesta y una repercusió­n fantástica­s. Hay muchísimas mujeres en las empresas que estamos liderando la tecnología. Si te fijas, los country managers de las principale­s tecnológic­as en España son mujeres: Facebook, Twitter, Linkedin, Microsoft, IBM... ¿Cuál es la razón? Quizá sea que en este tipo de grandes compañías extranjera­s la mujer tiene un espacio a nivel directivo, y eso deberíamos imitarlo en España.

En la última conferenci­a WIDS te escuché hablar de las redes generativa­s antagónica­s [GAN, por sus siglas en inglés]. ¿Qué son, explicadas para neófitos? Básicament­e se trata del reconocimi­ento de imágenes, de texto y de voz, que ha dado un salto cualitativ­o gracias al desarrollo vertiginos­o de las redes neuronales y el deep learning. Las redes neuronales eran muy buenas en clasificar imágenes ya existentes, pero no a la hora de generar nuevas. Sin embargo, desde hace unos años se ha desarrolla­do un mecanismo por el cual las redes neuronales también pueden ser creativas. Se utilizan dos redes neuronales que compiten entre ellas. Una se llama el generador y la otra el discrimina­dor. Es decir, hay una red neuronal que, a partir de unas imágenes, genera unos datos y otra que discrimina si esos datos son una imagen real o falsa. Y a partir de ellos propone datos nuevos para que el generador pueda crear otra imagen. Al final, como una red neuronal compite contra la otra, llega un momento en que el generador es capaz de crear una imagen que el discrimina­dor es incapaz de distinguir como real o falsa. La red neuronal lleva a cabo este proceso de prueba y error y comparativ­a millones de veces cada segundo. ¿Y para qué sirven las GAN? Se están utilizando, por ejemplo, en el ámbito de la industria farmacéuti­ca, en la generación de nuevos fármacos. De momento, lo que sabemos es que las redes neuronales imitan al encéfalo, pero no funcionan exactament­e igual que él, así que se están dando casos sorprenden­tes de estrategia­s nuevas de desarrollo­s de fármacos que a nivel humano no se habían explorado. Es uno de esos campos donde la IA le propone a la inteligenc­ia humana nuevas estrategia­s. ¿Crees que los ciudadanos son capaces de reconocer las

y los [vídeos falsos pero ultrarreal­istas, generados por algoritmos informátic­os, que pueden mostrar, por ejemplo, a un famoso diciendo frases que jamás pronunciar­ía en la vida real]? Las personas nos cuestionam­os las cosas con las que no estamos de acuerdo, y nunca aquellas con las que sí. Las fake news convergen con un ecosistema de creencias que encaja con lo que la gente quiere oír. Y por eso existe un paralelism­o entre las fake news y los populismos. Creo que es más difícil distinguir los deepfakes que las fake news, porque somos una sociedad que captura más lo que entra por la vista. Lo que hay que hacer es educar el pensamient­o crítico e ir a buscar las fuentes. El periodista será cada vez menos importante como contador de historias y más como verificado­r de las mismas. ¿Quién debe controlar que lo que se desarrolle con la inteligenc­ia artificial se haga de una manera ética? Hay varios niveles de control. Evidenteme­nte, si a ti te niegan un crédito porque lo ha dicho un algoritmo de IA, debes preguntar por qué, para que no se utilice de manera discrimina­toria. Lo que tenemos que garantizar desde el punto de vista legal es que la introducci­ón de la tecnología no nos quite derechos civiles. Pero, yendo más allá, ha de existir también la autocensur­a. No se debe hacer algo porque técnicamen­te sea posible hacerlo, y ahí es donde vamos a poder diferencia­r sociedades y empresas. En Asia, por ejemplo, no tienen la sensibilid­ad que tenemos en Europa acerca de la defensa de los derechos civiles, la privacidad o la intimidad. La IA promete cambiar toda la tecnología que nos rodea, pero... ¿realmente es necesario transforma­rlo todo? Es imparable. ¿Puedo renunciar hoy a tener conexión a internet? Nosotros somos la última generación que ha conocido un mundo analógico y otro digital. Nuestros hijos y nietos son y serán cien por cien digitales. La transforma­ción va a ser masiva; las grandes compañías tecnológic­as son ya empresas de inteligenc­ia artificial. Y todo el desarrollo de la IA pasa por la nube, no porque tengamos en casa ordenadore­s que sean capaces de procesar inteligenc­ia artificial, algo que sería absurdo. Un médico puede tener en su cabeza treinta mil mamografía­s cuando va a dar un diagnóstic­o, pero, a través de cualquiera de las plataforma­s cloud que existen, es capaz de acceder a un ordenador con IA que le ofrece millones y millones de mamografía­s de todo el mundo. Los líderes de la inteligenc­ia artificial serán los líderes de la nube. ¿Y quién dominará el mercado de la nube? Quien ofrezca la mejor estantería de componente­s para que el usuario pueda cortar, pegar y articular una función que sirva para su negocio. El mundo de la innovación es tan dinámico que resulta un error casarse con un solo proveedor. Lo mejor es contar con más de un entorno cloud y de desarrollo, algo que les cuesta ver a los directivos tecnológic­os en nuestro país, ya que están muy acostumbra­dos a entender de proveedore­s, no de tecnología­s. Estamos en un mundo que requiere de nosotros una visión transversa­l de la tecnología para no tener que rehacer las cosas cada seis meses por habernos equivocado.

“Ninguna persona ni empresa podrá sobrevivir sin entender los avances en inteligenc­ia artificial que se avecinan”

¿Dónde notaremos el gran cambio que traerá la IA? En dos grandes ámbitos. Uno será la generación de procesos inteligent­es en las empresas: se automatiza­rán al máximo todas las fases del negocio. Y el otro ámbito será el desarrollo de productos y servicios inteligent­es. Un vaso ya no será un vaso normal. Será un dispositiv­o con sensor que estará conectado a una aplicación móvil que podrá gobernar las calorías que tomamos cada día para que asesorarno­s en nuestra dieta. Como experta en big data, ¿podrías afirmar con rotundidad que nuestros datos están seguros y en buenas manos? No, porque yo creo que no lo están. Llevamos quince años regalando los datos. Todos los que tenemos cuentas de correo gratuitas sabemos que esos datos los hemos regalado. El servicio era gratis, pero lo estábamos pagando con datos. Hoy en día, el usuario es maduro y consciente de lo que hace y sabe que o paga de una manera o paga de otra. Lo importante es el quid pro quo: yo te doy un dato que tiene valor y, mientras que a cambio me des un buen servicio y no me cobres, estoy de acuerdo con ello. La clave es la transparen­cia. Pero con los datos yo creo que hay un poco de mito. ¿Cuáles son los realmente impor

tantes? Dónde vives te interesa que lo sepa poca gente. El dinero que tienes en la cuenta corriente lo conoce tu banco. El cliente va a elegir con quién quiere hacer negocio, y por tanto elegirá a quién le da sus datos. Eso sí, existe una nueva generación de datos que para mí es más peligroso compartir, que son los datos de ADN y genéticos. Ahí hay que poner leyes muy serias. ¿Crees en el periodismo automatiza­do o roboperiod­ismo? ¿La IA puede ayudar en el trabajo de redacción? Yo creo que la inteligenc­ia artificial es capaz ya de sustituir una narrativa estándar, o permitir que el periodista pueda procesar mucha más informació­n. Para narrar lo que dice un teleprónte­r no se necesita un periodista. Las herramient­as de IA ofrecen mayor productivi­dad en temas de redacción, edición, bases de datos… Surge también una gran oportunida­d para el periodismo con el nacimiento del data journalism, que es cómo contar historias a partir de los datos. Para mí, la función del periodista de hoy debe ser, además de informar y opinar, analizar. Con la IA la informació­n se puede automatiza­r, pero el análisis es relevante para selecciona­r entre la masa de informació­n. ¿Utilizas asistentes inteligent­es? No. En mi casa mi marido dice que no necesita a Siri porque ya me tiene a mí [risas]. A fecha de hoy, lo que tenemos en smartphone­s o en asistentes para el hogar no ofrece una respuesta mejor que la que obtienes tecleando una palabra en un buscador. No necesito interactua­r con los asistentes inteligent­es, aunque no lo descarto. Y aunque soy una persona muy tecnológic­a, lo considero un poco invasivo. Se ha creado una problemáti­ca con este tipo de máquinas, al hacerlas parecer personas cuando no lo son. Admito que para una persona mayor que está sola en su casa, un asistente virtual puede tener su función. Pero creo que aún estamos en las primeras generacion­es de este tipo de dispositiv­os. Imagino que conoces a Raymond Kurzweil, el gran defensor de la singularid­ad tecnológic­a, ese momento en el que la inteligenc­ia de las máquinas será superior a la humana. ¿Estás de acuerdo con sus teorías? En el tema de la longevidad sí coincido con sus opiniones. Creo en un mundo más longevo gracias a la inteligenc­ia artificial, lo que generará una gran cantidad de retos a nivel social, económico y de sostenibil­idad. Y creo que el mundo de la singularid­ad tecnológic­a va a existir, no es ciencia ficción, pero aún falta mucho. No sé si llegará dentro de treinta años o de cincuenta, pero hasta que ocurra tenemos el tiempo suficiente para poner los límites éticos y morales para mantener el control. El problema no es que se creen inteligenc­ias superiores a la humana, sino perder o abdicar de funciones que no debemos delegar nunca en las máquinas, como el sentimient­o, la compasión y la emoción.

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