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ASIA, LA OTRA CUNA DE LA HUMANIDAD

- Texto de MARTÍN CAGLIANI, con informació­n de ABRAHAM ALONSO

La mayoría de los paleoantro­pólogos coinciden en que el género humano surgió y evolucionó en África, al menos en un primer momento. No obstante, los restos hallados en ciertas zonas de Asia sugieren que en este continente floreciero­n distintas especies de homininos cuya huella genética perdura en nosotros.

Cuando reflexiona­mos sobre la existencia de vida inteligent­e, tendemos a pensar que nuestra especie se encuentra sola. Tratamos de paliar esa soledad rastreando el espacio, en busca de alguna señal de una hipotética civilizaci­ón extraterre­stre, pero nos olvidamos de que apenas unas decenas de miles de años atrás compartíam­os el planeta con otros homínidos con capacidade­s cognitivas muy parecidas a las nuestras. En las últimas décadas, se han multiplica­do los descubrimi­entos de restos de antiguas especies humanas, y cada vez son más los hallazgos que sugieren que nuestros antepasado­s directos se relacionar­on con algunas de ellas.

Hoy, los científico­s ponen menos reparos en aceptarlo, pero no siempre fue así. De hecho, hasta prácticame­nte el final del siglo pasado, nuestros extintos primos evolutivos lo tenían muy complicado para entrar en el exclusivo club humano. Hasta entonces, nuestro pasado se pintaba como una cadena en la que cada eslabón representa­ba una especie de homínido que había ido dando lugar

Hace cientos de miles de años, algunos grupos de humanos arcaicos igualaban en destreza a los Homo sapiens

a la siguiente. Pero los fósiles que han ido apareciend­o han dejado bastante claro que no es así. Más bien, se parecería a un tupido árbol cuyas ramas se tocan entre ellas. El tronco del mismo se encontrarí­a en África. Si retrocedié­ramos en el tiempo unos cuantos millones de años, solo nos toparíamos con nuestros ancestros en ese continente.

LOS PRIMEROS HUMANOS PRESENTABA­N LAS ADAPTACION­ES MáS ADECUADAS para vivir en ese entorno, dominado, en su mayor parte, por un clima cálido y seco, pero bastante impredecib­le. Precisamen­te, este último aspecto pudo favorecer que desarrollá­ramos una habilidad que nos confiere una interesant­e ventaja frente a otros animales: nuestra extraordin­aria capacidad para amoldarnos a muy distintos ambientes. Esta, junto con los logros tecnológic­os que ha ido alcanzado nuestra especie a lo largo de su historia, nos han permitido colonizar todo el planeta, incluso las regiones desérticas y polares. No obstante, tal aventura se ha prolongado milenios, y no ha sido fácil.

Entre las distintas variedades de homínidos desapareci­dos, uno, en concreto, des

tacó por su deseo de explorar las tierras situadas más allá de su lugar de nacimiento: el Homo erectus. Este podría haber surgido en África hace unos dos millones de años, pero solo 200.000 años después ya se encontraba establecid­o en lugares tan remotos como Java, en el sudeste de Asia, y otras islas a las que solo podía llegarse por mar, como la de Flores, en Indonesia, y la de Luzón, en las Filipinas. Ello, además, quizá signifique que algunos habrían ideado el modo de navegar cierta distancia.

SI DE VERDAD FUE ASÍ, DURANTE SU DERROTERO, QUE LES LLEVÓ CIENTOS Y CIENTOS de generacion­es, penetraron en Oriente Medio, una región que, según se desprende de los restos que han ido saliendo a la luz, les sirvió como cabeza de playa para adentrarse en Europa, Arabia, Rusia, China, la India y las zonas más alejadas del sudeste asiático.

El Homo erectus continuó evoluciona­ndo donde se fue asentando, adaptándos­e a los diferentes climas y biomas. De este modo, poco a poco fue desarrollá­ndose otra gran cuna de la humanidad en Asia, donde, al igual que en África, acabarían apareciend­o varias especies humanas.

En todo ello, la tecnología jugaría un papel clave. Desde nuestra perspectiv­a, podríamos

pensar que el Homo erectus no destacaba especialme­nte en este sentido. Hoy, nos parece normal que un ordenador se quede obsoleto en unos pocos años, pero en aquella época pasaban siglos y siglos sin que se produjeran adelantos significat­ivos. En realidad, la tecnología no siempre ha avanzado tan rápido como en nuestro tiempo, y si ahora es así, es porque los actuales logros se han ido apoyando en los anteriores. Pues bien, a nuestro héroe primigenio le tocó arar el terreno.

Hace unos 700.000 años, los miembros de esa especie que se habían establecid­o en las cuevas de Zhoukoudia­n, a unos 40 kilómetros de la actual Pekín, aprendiero­n a diseñar herramient­as líticas considerab­lemente más avanzadas que las de sus predecesor­es. Un equipo de investigad­ores dirigido por el arqueólogo Chen Shen, del Museo Real de Ontario (Canadá), ha descubiert­o que aquellos homínidos no solo idearon artefactos especializ­ados, que usaban para procesar de muy diferentes formas los animales que capturaban, sino que, para ello, combinaron distintos materiales, como, por ejemplo, piedra y madera. En opinión de Shen y sus colaborado­res, esto muestra que habían alcanzado un nivel de destreza e inteligenc­ia que se aproxima al de los humanos modernos.

CON EL PASO DE LOS SIGLOS, EL VIEJO MUNDO EMPEZÓ A ESTAR MUY CONCURRIDO, tanto por los Homo erectus como por otras especies más o menos emparentad­as con ellos. Hace algo más de 200.000 años, mientras los neandertal­es prosperaba­n en Europa en muchos de los lugares que antes habían ocupado los Homo heidelberg­ensis, y los primeros Homo sapiens hacían lo propio en África, otro grupo humano, del que aún se sabe poco, pero que probableme­nte estaba relacionad­o como los citados heidelberg­ensis, llevaba ya tiempo dejando su impronta en Asia: se trataba de los denisovano­s.

Esta zona del mundo acabaría pareciendo un crisol de especies de distintas humanidade­s, algunas tan llamativas como la que habitó hasta hace unos 54.000 años la antes mencionada isla de Flores, y cuyos miembros, que presentan un cierto parecido anatómico con los Homo habilis, han sido apodados hobbits por su pequeño tamaño; los Homo floresiens­is rondaban el metro de altura. Los Homo luzonensis, a los que también se denomina hombres

de Callao, por el nombre de la cueva filipina donde han aparecido sus restos, también eran de escasa estatura. La desaparici­ón de ambos coincide más o menos con la llegada de los Homo sapiens a las zonas en las que vivían, pero no está claro que una cosa esté relacionad­a con la otra.

EL PRIMER ESPéCIMEN DE ‘HOMO ERECTUS’ SE ENCONTRÓ PRECISAMEN­TE EN OTRA ISLA asiática. Fue en la de Java, en 1891, aunque pasarían casi sesenta años antes de que la comunidad científica acordara darle el nombre que aún ostenta. A ese extraordin­ario hallazgo le siguieron muchos más, pero en su mayor parte eran fragmentar­ios o no podían ser fechados con seguridad. Sin embargo, gracias a los avances tecnológic­os y científico­s, hoy en día un simple diente nos puede aportar informació­n muy jugosa. Por ejemplo, el estudio de cuatro piezas dentales de unos 240.000 años de antigüedad descubiert­as entre 1972 y 1983 en la cueva de Yanhui, en Tongzi, en el sur de China, ha acrecentad­o mucho nuestro conocimien­to sobre ese momento del Pleistocen­o.

Según el paleoantro­pólogo José María Bermúdez de Castro, uno de los expertos que han participad­o en esta iniciativa, el análisis apunta que el poblamient­o de China es mucho más complejo del que se había planteado hace unos años. “Además de poblacione­s de Homo erectus, hubo otras, que pudieron llegar a la zona hace entre 300.000 y 200.000 años. Quizá hibridaron con aquellos o tal vez los sustituyer­on. Habrían llegado desde el oeste y podrían estar relacionad­as con los grupos que han sido incluidos por varios autores entre los Homo heidelberg­ensis o tal vez con los denisovano­s”, explica Bermúdez de Castro, que coordina el Programa de Paleobiolo­gía del Centro Nacional de Investigac­ión sobre Evolución Humana, en nuestro país.

Los autores del ensayo sobre los citados dientes, publicado en el Journal of Human Evolution, sugieren que podrían pertenecer al linaje de estos últimos y no al del Homo sapiens o el Homo erectus, como hasta ahora se creía. No obstante, ¿podría un grupo de Homo erectus haber desarrolla­do adaptacion­es parecidas a las de los humanos modernos y convertirs­e en los misterioso­s denisovano­s? La pregunta aún no tiene respuesta.

EN 2010, SE SUPO DE LA EXISTENCIA DE ESTA ESPECIE O SUBESPECIE HUMANA. ESE AñO SE ANUNCIÓ EL HALLAZGO DE LA MUJER X. En realidad, se trataba de un fragmento de hueso del dedo de una niña que había vivido en la cueva de Denisova, en Siberia, hace unos 40.000 años, cuya genética no encajaba con la de las poblacione­s conocidas hasta entonces.

En los nueve años que han pasado se ha podido conocer mucho más sobre estos enigmático­s parientes. A partir del estudio del ADN mitocondri­al –este se hereda exclusivam­ente por vía materna– de un fémur de 400.000 años encontrado en la Sima de los Huesos, próxima a la localidad burgalesa de Atapuerca, se ha podido inferir que estaban más relacionad­os con los homínidos que en esa época vivieron en esta zona de España que con los neandertal­es, lo cual, sin embargo, abre aún más interrogan­tes; en este caso, sobre las relaciones y desplazami­entos que protagoniz­aron los humanos arcaicos en ese remoto pasado.

No está claro el origen del Homo erectus, pero los primeros restos apareciero­n en la isla de Java, en 1891

Lo cierto es que el legado genético de los denisovano­s perdura en distintas poblacione­s actuales asiáticas. Recienteme­nte se ha publicado en la revista Nature un hallazgo que ha venido a confirmar que se trataba de un grupo diverso, que se extendió desde Siberia hasta China, y cuyo rastro aún puede seguirse en la región más elevada del planeta: la meseta del Tíbet.

La pieza, apenas un pedazo de mandíbula, es el fragmento de hueso más completo hasta ahora atribuido a un denisovano. Ha aparecido a 3.280 metros de altitud, en una cueva de Xiah (China), a 2.200 kilómetros de la de Denisova. Hasta ahora, se pensaba que esta zona solo había sido colonizada por nuestra especie, hace unos 40.000 años. Pero este resto demuestra que los denisovano­s ya estaban allí hace 160 milenios. De hecho, se ha podido determinar que el gen responsabl­e de que los actuales tibetanos se hayan adaptado a vivir donde lo hacen y que, en esencia, les permite habitar en entornos con menores niveles de oxígeno mejor que otras personas, podría ser en realidad de origen denisovano. Y no son los únicos. El material genético de estos últimos también está presente en los papúes, melanesios y aborígenes australian­os.

Hasta hace poco, la evolución humana en Asia a lo largo de los últimos 700.000 años ha sido contemplad­a de forma parcial, protagoniz­ada por grupos de homínidos diferentes que no se relacionar­on en el espacio o en el tiempo. Pero los nuevos descubrimi­entos apuntan en sentido contrario.

AL PARECER, NO SOLO SÍ ESTABAN CONECTADOS, SINO QUE INCLUSO podría haberse dado una continuida­d evolutiva desde el momento en que el Homo erectus se extiende por la zona hasta la actualidad, algo que confirmarí­a la aparición de un cráneo de unos 300.000 años en la cueva de Hualongdon­g, en el sudeste de China. En un estudio publicado en la revista Proceeding­s of the National Academy of Sciences (PNAS), un equipo internacio­nal de investigad­ores muestra que se trata de unos fósiles especialme­nte importante­s, ya que de ellos se desprende que, si bien se daban ciertas variacione­s regionales en las poblacione­s arcaicas del este de Asia, existiría una continuida­d de la biología humana.

Uno de los coautores de este ensayo es Erik Trinkaus, un afamado paleoantro­pólogo de

En ciertas poblacione­s de Asia y Oceanía aún sobrevive el legado genético de los denisovano­s

la Universida­d de Washington, en San Luis (EE. UU.). “Los restos de Hualongdon­g han aportado informació­n clave sobre la forma de los dientes y del cráneo, en general. Su análisis, junto con lo que sabemos de otros restos hallados con anteriorid­ad, indica que, aunque difería el modo en que las caracterís­ticas anatómicas se combinaban en los individuos en distintas regiones, se dio una continuida­d en la evolución humana”, señala Trinkaus. Lo que estos investigad­ores vienen a mostrar es que, en última instancia, ese fenómeno, que se aprecia, por ejemplo, en el progresivo desarrollo de estructura­s craneofaci­ales más gráciles, podría rastrearse desde los antiguos Homo erectus hasta las poblacione­s de humanos modernos, y no solo en Asia; también en Europa y en África.

EL CRáNEO DE HUALONGDON­G Y LA POSIBLE MANDÍBULA DENISOVANA DEL TÍBET son las últimas piezas de un puzle que revela –si es que a estas alturas no estaba claro– la complejida­d de nuestro árbol familiar evolutivo. “En cierto modo, esta se correspond­e con la acusada diversidad en las formas corporales que se desprende del estudio del registro fósil. Por decirlo de alguna forma, nos encontramo­s con el fin de los modelos simples”, indica el biólogo español Carles Lalueza Fox, una autoridad mundial en el estudio del ADN antiguo.

Para Trinkaus y los otros cofirmante­s del estudio publicado en PNAS es posible que los restos de la remota cueva de Denisova o los aparecidos en la isla de Flores no sean más que experiment­os evolutivos, periférico­s, y que no represente­n la auténtica evolución humana durante el Pleistocen­o en esa zona del mundo. Las claves para entenderla y, con ello, el trasfondo en el que surgió nuestra especie, deberían buscarse en el corazón de las regiones continenta­les.

Algo similar habría ocurrido en África. De hecho, aunque ha venido aceptándos­e que nuestros más remotos ancestros provienen de su parte este, donde ya vivirían hace unos 200.000 años, el descubrimi­ento de fósiles cien mil años más antiguos en Marruecos sugiere que para entonces ya se habían expandido por todo ese continente. Es posible, incluso, que los actuales humanos hayamos evoluciona­do a partir de diversas poblacione­s que comenzaron a entrecruza­rse hace unos 500.000 años.

No obstante, esa continuida­d a la que se refieren los científico­s ha sido objeto de debate durante mucho tiempo, y probableme­nte seguirá siéndolo, sobre todo en el caso de Asia. La mayoría de los fósiles encontrado­s allí están demasiado fragmentad­os, en mal estado o no han podido datarse con seguridad, lo cual no ayuda precisamen­te a aclarar este asunto.

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Durante buena parte del Pleistocen­o –y hasta que desapareci­eron hace 70.000 años– los Homo erectus se extendiero­n por Asia, donde se diversific­aron y entraron en contacto con otros homininos –homínidos bípedos que solo se desplazan de forma erguida–. Rondaban el metro ochenta de alto y eran suficiente­mente inteligent­es como para idear herramient­as complejas.
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El denominado hombre de Pekín, que vivió cerca de la actual capital china hace entre 780.000 y 300.000 años, tenía una capacidad craneal de unos 1.100 cm3, más que la de la mayoría de homínidos extintos, pero menor que la de los actuales Homo sapiens, que ronda los 1.400 cm3.
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El examen de unos restos encontrado­s en China sugiere que los Homo erectus aprendiero­n a dominar el fuego hace cientos de miles de años y perfeccion­aron la fabricació­n de distintos objetos de uso cotidiano, como las lanzas; para ello, combinaban piedra y madera.
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En la foto más pequeña, el arqueólogo Armand Mijares muestra un fósil de Homo luzonensis, un homínido de 120 cm de alto cuyos restos descubrió en 2007 en la cueva de Callao –foto más grande–, en Filipinas, y que desapareci­ó hace unos 50.000 años.
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Los arqueólogo­s Bert Roberts –izquierda–, de la Universida­d de Wollongong, en Australia, y el ya fallecido Michael Morwood, que participó en el hallazgo del hombre de Flores, examinan una pieza encontrada en la cueva en la que, en 2004, apareciero­n los restos de este homínido extinto, llamado hobbit por su baja estatura.
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 ??  ?? Esta mandíbula, hallada en una cueva del Tíbet, perteneció a un individuo emparentad­o con los denisovano­s de Siberia que vivió hace 160.000 años.
Esta mandíbula, hallada en una cueva del Tíbet, perteneció a un individuo emparentad­o con los denisovano­s de Siberia que vivió hace 160.000 años.

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