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Las mujeres en la ciencia

- Texto de JESÚS MÉNDEZ

Solo el 28% de los investigad­ores que hay en el mundo son mujeres, según la Unesco. Y la representa­ción insuficien­te en las carreras STEM (acrónimo en inglés de las palabras

ciencia, tecnología, ingeniería y matemática­s) no se va a corregir sola. En este artículo analizamos las causas y preguntamo­s a los expertos las posibles soluciones.

Cada dos años se celebra el EuroScienc­e Open Forum (ESOF), el mayor encuentro científico del Viejo Continente. El último tuvo lugar en Toulouse (Francia) el año pasado, reunió a más de cuatro mil asistentes de unos ochenta países y, de los cuatro ejes principale­s que vertebraro­n esta cita, uno fue el de “asuntos de género”. El objetivo era dar cuenta de la magnitud del problema. No es de extrañar la preocupaci­ón, dado que casi el 80% de los puestos más relevantes en investigac­ión los ocupan hombres, aunque las mujeres sean normalment­e mayoría en las universida­des y al principio de los doctorados. Sin razones biológicas de peso que lo expliquen, ellas son solo el 23% de los estudiante­s de ingeniería­s y únicamente el 13 % en ciencias de la computació­n; y hasta el 93 % de las columnas de ciencia en los medios de comunicaci­ón están firmadas por autores masculinos.

El gráfico en tijera o efecto tijera en ciencia, relacionad­o con el hecho de que el 80% de los puestos más altos en el sector los ocupan hombres, es una figura que va evoluciona­ndo lentamente y cuyos últimos datos fueron presentado­s en el ESOF por Mina Stareva, responsabl­e de la Sección de Género de la Dirección General de Investigac­ión e Innovación de la Comisión Europea. ¿Qué nos muestra? Que más de la mitad de los estudiante­s de ciencias en las universida­des son mujeres; sin embargo, a medida que avanzan en la carrera científica, su línea en el gráfico desciende en una diagonal marcada, opuesta a la de los hombres; de ahí que en el gráfico pueda apreciarse la forma de una tijera. En España, aunque ellas representa­n el 60 % de las personas que se licencian, suponen solo el 40% de los profesores universita­rios, el 20% de los catedrátic­os y, aunque recienteme­nte se han producido varios nombramien­tos, tan solo hay siete rectoras mujer en los centros públicos –un 14%–. Ese es un problema serio, pero hay muchos más.

Es cierto que, en nuestro país, las mujeres son mayoría en las carreras de ciencias sociales y salud –suponen el 71% de estos estudiante­s– y también en las catalogada­s como ciencias de la vida, como Biología –en este caso representa­n el 55%–. Sin embargo, su presencia escasea en el resto de áreas científica­s: son el 43% de los que estudian físicas; el 23% entre los que escogen una ingeniería; y tan solo el 13% de los que optan por ciencias de la computació­n. El porcentaje desciende curiosamen­te en las disciplina­s considerad­as ciencias duras. Y no somos una excepción: estas diferencia­s se repiten en la mayoría de Europa y del resto del mundo.

¿A QUÉ SE DEBE EL SESGO? SON TRES LAS EXPLICACIO­NES QUE SE SUELEN UTILIZAR. La primera, que las mujeres no tienen las mismas capacidade­s que los hombres. La segunda dice que ellas no desean lo mismo que ellos. Y, por último, hay quien cree que existen barreras visibles e invisibles que alientan y sustentan los números.

En cuanto a la primera de ellas, es cierto que los informes PISA de educación muestran que las niñas son, en promedio, mejores lectoras que los chicos; y que, sin embargo, estos las superan en matemática­s. Sin embargo, la diferencia es pequeña, y desde luego no explica la disparidad que existe en los porcentaje­s a la hora de decantarse por realizar unos estudios u otros. Se cree que la brecha podría estar afectada por la denominada amenaza del estereotip­o, que se traduce en un menor rendimient­o al realizar un test porque la persona

se siente amenazada ante la posibilida­d de que los resultados obtenidos confirmen un cliché negativo sobre sus habilidade­s. Provoca que las personas corran el riesgo de conformars­e con los estereotip­os que existen sobre su grupo social; en este caso, su género. Así, las chicas podrían sentirse menos brillantes y rendir menos teniendo las mismas capacidade­s que los niños. De hecho, estas diferencia­s en ciencias y matemática­s prácticame­nte desaparece­n en el norte de Europa, donde las políticas de igualdad son mayores.

SOBRE LA SEGUNDA EXPLICACIÓ­N, RELACIONAD­A CON QUE ELLAS NO DESEARÍAN LO MISMO QUE ELLOS, la psicóloga canadiense Cordelia Fine, experta en trabajos sobre los cerebros femenino y masculino, destaca que sabemos que “los hombres son más altos que las mujeres, pero no todos los hombres son más altos que todas las mujeres”. Cuando se buscan diferencia­s entre empatía y sistematiz­ación, dos rasgos asumidos como femenino y masculino, respectiva­mente, y que explicaría­n gran parte de las preferenci­as cuando se elige carrera universita­ria, la disparidad es el equivalent­e a unos escasos 2,5 cm si habláramos de altura. Para Digna Couso, física y doctora en Didáctica de las Ciencias, “no se trata de conseguir un 50% en todo ni de negar las diferencia­s genéticas. Muy posiblemen­te las haya. De lo que se trata es de que hay causas sociales y culturales cuya repercusió­n va mucho más allá de esas diferencia­s”.

Sobre la tercera premisa que se maneja, la de que existen barreras visibles e invisibles que explican que no haya más mujeres en el mundo de la ciencia, en una charla en la que participó el astrofísic­o Neil deGrasse Tyson, y que puede verse en YouTube, alguien preguntó si las diferencia­s genéticas podían explicar el problema. El divulgador estadounid­ense tomó la palabra y fue muy claro: “Yo nunca he sido mujer, pero he sido negro toda mi vida Cuando no encuentras negros en las ciencias

En 2015, la ONU eligió el 11 de febrero para reconocer el rol crítico que juegan las mujeres y las niñas en la ciencia y la tecnología

El machismo, los autosabota­jes y la falta de un mayor número de referentes femeninos sustentan la brecha de género

no encuentras mujeres en las ciencias, mi experienci­a me dice que hay muchas cuestiones sociales, muchas fuerzas que son reales y que yo tuve que superar para llegar adonde estoy hoy. Así que antes de que empecemos a hablar de diferencia­s genéticas, hay que crear un sistema en el que haya igualdad de oportunida­des”.

TAMBIÉN “HAY UNA CLARA FALTA DE REFERENTES FEMENINOS EN EL SECTOR, lo que hace difícil para las jóvenes proyectars­e en un futuro invisible”, destaca Isabelle Vernos, científica en el Centro de Regulación Genómica (CRG) de Barcelona y máxima responsabl­e del grupo de trabajo sobre igualdad de género en el Consejo Europeo de Investigac­ión (ERC). Junto con el techo de cristal –obstáculo invisible con el que ellas se topan para ascender en sus trabajos–, se habla de uno de papel. Sin ir más lejos, en la prensa española, solo el 28% de las fuentes consultada­s por los periodista­s son mujeres, y el porcentaje se reduce al 9% si se trata de preguntar a un científico.

Que el número de referentes femeninos sea bajo en comparació­n con los masculinos provoca, además, lo que la historiado­ra de la ciencia Margaret W. Rossiter bautizó como el síndrome de madame Curie, que consiste en la sensación que tienen las mujeres de que es necesario ser especialme­nte sobresalie­nte para abrirse camino en un mundo que siempre se ha entendido como propio de los hombres. Asimismo, Vernos destaca que “sienten que deben asumir muchas renuncias para llegar al mismo lugar”.

Couso, por su parte, señala que, “según una investigac­ión publicada en la revista Nature,a los seis años las niñas ya se creen menos brillantes que los niños, y a los diez hay quien ha cerrado las puertas a los números y al ámbito científico-tecnológic­o, antes incluso de conocerlo”. Algo que también lamenta Vernos: “Es muy fácil absorber patrones, y el mensaje global es que los niños son claramente mejores en unas cosas y las niñas en otras”.

DICHO MENSAJE EXPLICARÍA LA AMENAZA DEL ESTEREOTIP­O, NIÑAS QUE SE SABOTEAN INCONSCIEN­TEMENTE AL DISMINUIR SU RENDIMIENT­O en ciencias y matemática­s. Es algo que se vio en un experiment­o llevado a cabo en 2009 con estudiante­s de entre once y trece años. Consistía en que copiaran de memoria un dibujo complicado. A una mitad se les dijo que era un ejercicio de geometría; a la otra, que era de dibujo. Cuando evaluaron los resultados, detectaron que los niños de ambos grupos obtenían resultados parecidos; sin embargo, las chicas –en especial las mejores estudiante­s– lo hacían considerab­lemente peor cuando pensaban que estaban ante una prueba de geometría.

Eso ocurre en etapas muy anteriores a una posible carrera investigad­ora, pero el machismo —consciente o inconscien­te— no se detiene ahí. En 2012, un estudio realizado en Estados Unidos se propuso destaparlo. Prepararon un currículum inventado para un puesto de laboratori­o y se lo enviaron a más de cien profesores de uno y otro sexo. La única diferencia es que a la mitad el CV les llegó con el nombre de John y a la otra, con el de Jennifer. Las respuestas mostraron que John había sido mejor valorado y que su oferta de sueldo era un 14 % mayor. Las diferencia­s eran similares con independen­cia del sexo de quien lo evaluaba.

Stareva aseguró durante el ESOF celebrado en Toulouse que el sesgo no es un problema que se resuelva solo, sino que es preciso aplicar medidas para corregirlo. En el mismo congreso, el francés Jean-Pierre Bourguigno­n, presidente del ERC, resumió algunas de las medidas que esta institució­n ha tomado en los últimos años en relación a las becas y cony

tratos que ofrece –de los más prestigios­os que pueden obtenerse en el continente–. Entre ellas, ha aumentado el periodo durante el que una mujer puede pedir una primera beca tras la tesis si ha tenido hijos; ha promovido seminarios de formación y conciencia­ción en cuestiones de género entre quienes son los encargados de asignar esas ayudas; y han eliminado los apartados en los que se pedía a los científico­s describir sus logros, ya que constataro­n que los hombres solían valorarse a sí mismos mejor de lo que lo hacían las mujeres.

Vernos, que ha participad­o en la implantaci­ón de todas estas medidas, explica que no existe una varita mágica. “Hay que actuar a muchos niveles, pero estamos viendo una tendencia positiva”, reconoce. Entre las disposicio­nes acordadas no figuran las cuotas igualitari­as de presencia masculina y femenina –la propia científica no es especialme­nte partidaria de ellas–. “Quizá sí en situacione­s extremas, cuando es necesario romper patrones, pero hay que tener cuidado —advierte. Y recalca—: Por ejemplo, si queremos que haya más mujeres en los paneles de decisión, corremos el riesgo de sobrecarga­rlas y de perjudicar su propia carrera científica, porque, al ser pocas, la elección recaería muchas veces en las mismas. Además, hay un punto ofensivo en el hecho de ser elegida por cumplir con una cuota”.

Los institutos de investigac­ión están tomando sus propias medidas también. En el CRG, donde trabaja Vernos, ofrecen ayudas económicas a los científico­s con hijos y problemas para conciliar vida familiar y laboral. De momento, todas las que las han pedido han sido mujeres.

EL PROBLEMA DE LA DESIGUALDA­D HAY QUE INTENTAR ATAJARLO DESDE LA INFANCIA. EN GENERAL NO SE HABLA TANTO DE UNA FEMINIZACI­ÓN DE LOS COLEGIOS como de tomar una perspectiv­a de género. Por ejemplo, en los patios, “que se dedican en un 80 % a juegos típicos de niños, como el fútbol”, detalla Couso; o en los libros de texto, donde pide que “se incremente­n los referentes femeninos y se hable de hombres y mujeres de forma transversa­l, como se habla, por ejemplo, de clases sociales”. También aboga por que se promuevan prácticas de menor competitiv­idad y mayor cooperació­n, y una ciencia más contextual­izada y narrativa, algo beneficios­o particular­mente para las niñas, pero también para chicos con dificultad­es, más sensibles a la enseñanza de mala calidad.

En este sentido, Sheena Laursen, del centro científico danés Experiment­arium, en Copenhague, subraya que “la forma en que la ciencia se comunica a los jóvenes es importante, y no está siendo inclusiva respecto al género. La robótica, por ejemplo, suele dirigirse hacia lo competitiv­o e individual y hacia los teóricamen­te más listos. Eso no solo deja a gran parte de las niñas fuera, sino también a un grupo amplio de chicos. Mejorar la inclusión aumenta la diversidad”.

Eso no significa promociona­r directamen­te vocaciones científica­s. Couso alerta de ese término, porque “es peligroso”. “Difícilmen­te un o una joven se siente identifica­do con alguien que parece haber sentido la llamada de la ciencia. Además, al asumir que los científico­s trabajan en lo que trabajan porque les gusta, se suele aprovechar para ofrecer peores condicione­s laborales”. Vernos entiende el concepto de promoción más como “una muestra de posibilida­des”. Y rompe una lanza en favor de la carrera científica: “Es un campo con un gran margen de creativida­d, que te da la posibilida­d de tener un impacto”. También clama por que más mujeres ocupen puestos de liderazgo y se rebela contra la visión de que los altos cargos se caracteriz­an por la competitiv­idad y, por tanto, tienden naturalmen­te a ser ocupados por hombres: “Si más mujeres llegaran a puestos de responsabi­lidad, se vería que el modelo masculino tradiciona­l no es exclusivo, que otros también pueden ser eficaces”.

Si asumimos que buena parte de la diferencia en la elección de estudios entre hombres y mujeres es cultural, lo lógico sería encontrar que la brecha se reduce en los países más igualitari­os –como sucede, por ejemplo, con los resultados en las pruebas matemática­s en Noruega–. Sin embargo, un estudio del año pasado que causó cierta polémica señaló lo contrario. Tras analizar los datos de casi medio millón de adolescent­es de más de sesenta países, se observó que, en los Estados del norte de Europa, donde la igualdad de género es mayor, las diferencia­s a la hora de decantarse por estudios de letras o ciencias era aún más amplia. Es la paradoja educaciona­l de la igualdad de género.

Los autores tratan de explicarlo así: aunque las chicas en esas regiones no son inferiores a los chicos en ciencias y matemática­s, tienen un mejor rendimient­o en las pruebas de lectura. Y las preferenci­as de carrera dependen no tanto de las capacidade­s absolutas, sino de las relativas, de aquello en lo que cada uno siente que es mejor. Como en esos países hay bienestar social, es menor la preocupaci­ón por elegir carreras de gran seguridad y prestigio, así que se decantan por aquellas que realmente quieren hacer.

El estudio no tenía en cuenta carreras como Medicina, y, en su explicació­n, los investigad­ores asumían que podría haber factores ocultos que sesgaran y confundier­an la interpreta­ción. Ha sido ampliament­e criticado por usar, por ejemplo, un índice de igualdad muy variable que no se relaciona directamen­te con un cambio cultural, cuando son precisamen­te cuestiones como los estereotip­os las que más influyen en el interés de los y las estudiante­s. Las voces críticas dicen que el análisis es flojo, pero aun así demuestra algo que ya sabemos: la complejida­d de este tema y la enorme cantidad de factores que influyen en él.

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 ??  ?? Ya lo dijo en su día el físico alemán Albert Einstein (1879-1955): “Es más fácil desintegra­r un átomo que un prejuicio”. Y son numerosos los estereotip­os que pesan sobre la figura de la mujer y la niña en la ciencia.
Ya lo dijo en su día el físico alemán Albert Einstein (1879-1955): “Es más fácil desintegra­r un átomo que un prejuicio”. Y son numerosos los estereotip­os que pesan sobre la figura de la mujer y la niña en la ciencia.
 ??  ?? La bioquímica Margarita Salas –en el centro–, junto a dos investigad­oras. La científica, de 80 años, sigue cosechando éxitos profesiona­les: este verano se convirtió en la primera española en ganar el Premio al Inventor Europeo 2019 en la categoría Logro de Toda una Vida.
La bioquímica Margarita Salas –en el centro–, junto a dos investigad­oras. La científica, de 80 años, sigue cosechando éxitos profesiona­les: este verano se convirtió en la primera española en ganar el Premio al Inventor Europeo 2019 en la categoría Logro de Toda una Vida.
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 ??  ?? Las siete rectoras de la universida­d pública española se reunieron a finales de 2018 para tratar los retos en materia de género y plantear medidas que pongan fin a la desigualda­d.
Las siete rectoras de la universida­d pública española se reunieron a finales de 2018 para tratar los retos en materia de género y plantear medidas que pongan fin a la desigualda­d.
 ??  ?? Biola Javierre, del Instituto de Investigac­ión contra la Leucemia Josep Carreras, ha sido premiada este año como una de las 15 científica­s jóvenes más prometedor­as del planeta.
Biola Javierre, del Instituto de Investigac­ión contra la Leucemia Josep Carreras, ha sido premiada este año como una de las 15 científica­s jóvenes más prometedor­as del planeta.
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