Entrevista: Nuria oliver
Esta ingeniera de telecomunicaciones alicantina es hoy una de las principales referencias en inteligencia artificial (IA). Hemos hablado con ella a fondo sobre la escasa presencia de las mujeres en su ámbito de investigación, las promesas y limitaciones de la tecnología o el papel fundamental de la educación para comprender hasta dónde podemos llegar con ella.
Si hay algo de lo que me siento orgulloso en mi trayectoria profesional es de haber conocido a personas que, en cierta medida, han guiado mi camino en el ámbito de la tecnología, hasta el punto de que hoy me dedico a aprender, escribir y emprender en el campo de la inteligencia artificial (IA). Una de ellas es, sin duda, Nuria Oliver. Cuando me crucé con ella, a mediados de esta década, era directora científica de Telefónica I+D. Luego se instaló en Data-Pop Alliance, una organización pionera en IA que integran el MIT Media Lab –laboratorio del Instituto Tecnológico de Massachusetts donde Oliver estudió– y la Universidad de Cambridge. Posteriormente, recaló en el grupo Vodafone, donde actualmente dirige el Departamento de
Ciencia de Datos desde su residencia, en Alicante. En 2018 recibió la distinción de Ingeniera del Año por el Colegio Oficial de Ingenieros de Telecomunicación, y fue la cuarta mujer que ingresó en la Real Academia de Ingeniería.
Titulaste tu discurso de ingreso en la Academia IA: realidad, ficción y sueños. Empecemos por el final: ¿qué sueños se han cumplido?
A mí me fascinaban las figuras de investigadores e inventores como Leonardo da Vinci y Marie Curie, y pienso que he cumplido el sueño de emularlos porque he podido ir a la mejor universidad del mundo y aprender de los mejores, algo difícil de imaginar cuando era una adolescente en Alicante. Con respecto a la inteligencia artificial, creo que hemos alcanzado logros que hace veinte años formaban parte más del deseo que de la realidad, como que puedas hablarle a tu móvil y que este te entienda. O que la IA procese y genere lenguaje natural e interprete imágenes con mayor precisión que los humanos.
¿Y qué sueños te gustaría que se hicieran realidad? Siempre cito tres, aunque al primero lo considero más bien una necesidad: vivir de forma sinérgica y armoniosa con la tecnología que tiene un impacto positivo en nuestras vidas, lo cual exige voluntad y organización. El segundo sueño del que siempre hablo es que España invierta de forma seria y ambiciosa en inteligencia artificial, y no solo en ámbito de la investigación: al estar en Europa y ejercer como puente con Latinoamérica y África, nuestro país puede jugar aquí un papel clave.
Y el último, que también conoces, está relacionado con la igualdad. Porque desgraciadamente, el mundo tecnológico está en manos de grupos con muy poca diversidad
“Lo más importante no es tanto acumular una cantidad ingente de datos como que estos sean de calidad”
de género. Mi sueño es que consigamos inspirar –y a lo mejor esta entrevista ayuda– a más chicas y adolescentes para que estudien carreras relacionadas con la tecnología. O sea, que sientan que ellas, además de usarla y consumirla, pueden crearla.
El investigador Andrew Ng, tu colega y amigo, dice que la inteligencia artificial vive hoy una primavera perpetua. ¿Significa esto que se han acabado los inviernos para ella?
La IA ha cautivado nuestra imaginación: fascina pensar en entidades no biológicas inteligentes. Pero, a veces, esta fascinación crea expectativas que no se cumplen, con sus correspondientes caídas en la inversión. Andrew alude al hecho de que hoy la IA ya está profundamente incorporada en muchos ámbitos de la sociedad, lo cual impedirá otros inviernos, como los dos que se han vivido en el pasado. Es una industria que mueve miles de millones de dólares.
De todos modos, todavía hay muchas dudas, sesgos, problemas éticos, falta de formación, ausencia de regulación… ¿Qué es más urgente resolver?
Creo que resulta muy difícil establecer un marco regulatorio y legislativo adecuado sobre la IA si no tenemos el suficiente conocimiento sobre la materia; por eso es tan importante la educación. Desde mi punto de vista, debemos establecer una estrategia que incorpore cinco pilares: la tecnología, el citado marco regulatorio, la ética, el contexto social –incluida la educación–, y el sector económico, donde se inscribe el mercado laboral. Habría que obtener una visión conjunta de las prioridades en cada uno de esos ámbitos, así como la relación entre ellos.
Mucha gente cree que eso de la Cuarta Revolución Industrial es una invención de algunas empresas y gurús. ¿Qué les dirías?
Una peculiaridad del tejido empresarial español es el gran porcentaje de pymes [pequeñas y medianas empresas] que incluye. La IA con mayor impacto es la que se alimenta con datos, y quizá en este campo concreto las pymes no encuentran una utilidad, pero tiene otras: los algoritmos te pueden ayudar a ser más eficiente, a personalizar la experiencia de tus usuarios y ofrecer una atención de veinticuatro horas al día y siete días por semana; por ejemplo, con chatbots [programas informáticos capaces de mantener una conversación]. Y, además, puedes ofrecer nuevos servicios, impensables hasta hace poco. Por tanto, sería positivo que cualquier compañía, con independencia de su actividad, hiciera el ejercicio de averiguar si puede mejorar gracias a la inteligencia artificial.
Y es que todavía existe bastante desconocimiento sobre la IA, ya que la mayor parte de la población piensa que son robots. Debemos intentar cambiar esa percepción y que la mayoría de la gente sea consciente de que la usa a diario; que, como comentaba antes, si le entiende su móvil es porque dentro del mismo hay un algoritmo de inteligencia artificial.
Si pudieras empezar de nuevo, ¿qué cambiarías?
He hecho lo que he podido, con toda mi energía y pasión. Es verdad que a lo largo de mi carrera he ejercido un cierto papel de agente de cambio: me he incorporado a áreas poco conocidas en las diferentes organizaciones donde he trabajado, y siempre hay una resistencia a incorporar la novedad en el ADN corporativo. Podríamos haber alcanzado los objetivos más deprisa o con equipos más amplios, pero también me siento muy orgullosa de nuestros logros. Lo que al final aprendes es que las organizaciones están formadas por personas, y que el factor humano es mucho más importante que el tecnológico. La transformación, motivada por la tecnología, es una transformación humana en cuanto a la manera de trabajar, de aprender, de relacionarse…
En tus intervenciones sueles decir que hay que incluir la asignatura de Pensamiento computacional en las escuelas. Imagino que has tenido la oportunidad de proponérselo a las autoridades educativas ¿Qué te han dicho? ¿Crees que será posible?
He participado en muchos cursos con presencia de representantes políticos, y un grupo de trabajo lleva más de un año trabajando con miembros del Ministerio de Educación para elaborar un currículum [proyecto educativo] sobre esa materia. En verano, precisamente, di una charla sobre IA y educación en un curso de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo sobre pensamiento computacional para docentes. Yo creo que sí hemos avanzado en la incorporación futura de esa materia en las aulas.
De todos modos, hay que tener en cuenta otro aspecto básico. El pensamiento computacional te ayuda, es verdad, a resolver problemas de una manera diferente, porque lo tienes que hacer como un ordenador, pero tanto la creatividad como las inteligencias social y emocional resultan igualmente importantes. Y creo que no se cultivan tanto como antes, en parte debido a que muchas
de nuestras interacciones están siendo mediadas por tecnologías pobres desde el punto de vista social y emocional.
¿Por qué?
Cuando mandamos un mensaje –y esta es la principal manera de comunicarse de los adolescentes: enviar textos, fotos y me gusta–, excluimos el lenguaje no verbal. Y sabemos que el 80% de la comunicación humana se basa en los gestos o la posición corporal. Mientras que el intercambio de información mediado por la tecnología es asíncrono –es decir, yo decido cuando respondo–, en el cara a cara no puedes de repente dejar de contestar. Se trata de habilidades que han permitido adquirir su inteligencia social al Homo sapiens, es decir, la capacidad de organizarse en comunidades de más de diez miembros. Y es algo que otros animales –salvo las hormigas o las abejas– no han podido desarrollar. ¿Qué pasa si no cultivamos esas facultades? ¿Qué ocurre si ya no sabemos trabajar juntos, escucharnos y respetarnos el uno al otro? A lo mejor nos convertiremos en otra especie.
Tú lo has recordado también. Hace 2.400 años, Platón dijo que las decisiones hay que basarlas en conocimientos, no en datos. ¿Es que acaso no aportan conocimiento los datos? ¿Entonces por qué todo el mundo dice que son el petróleo del siglo XXI?
A mí esa analogía no me gusta, porque es muy poco ecológica, aunque efectivamente pueden considerarse una materia prima. Yo siempre digo que si no tienes la capacidad de interpretarlos, entenderlos y sacar algún tipo de partido de ellos, los datos son basura digital. ¿De qué te sirve acumular petabytes, zettabytes o exabytes si no haces nada con ellos? Resultan valiosos porque son un reflejo digital de tu estado físico, de la situación meteorológica, del tráfico, de tus intereses... En tanto constituyan un reflejo más o menos fiel a esa realidad subyacente, nos permitirán adquirir un conocimiento mucho más preciso de lo que está pasando. Antes se hablaba mucho de big data porque contábamos con cantidades ingentes de información, pero en realidad lo importante es trabajar con datos de calidad. Y después hay que tener la habilidad y la capacidad para interpretarlos de una manera científica y rigurosa. Resultan muy valiosos para entrenar los algoritmos sofisticados de inteligencia artificial, pero hay que ser cuidadoso con respecto a su calidad, privacidad y seguridad.
Quería hacerte una de las preguntas que tú misma te planteabas en el discurso de ingreso en la Academia: ¿qué sucederá cuando los algoritmos nos conozcan mejor que nosotros mismos y puedan aprovechar dicho conocimiento para manipular de manera subliminal nuestro comportamiento?
Bueno, ya está sucediendo: lo hemos visto con las elec
ciones presidenciales de Estados Unidos o el referéndum del Brexit. La combinación del microtargeting [segmentación ultraprecisa de los usuarios] y el perfilado algorítmico de sus intereses, debilidades y características tiene el poder de definir la opinión pública en temas tan importantes como quién será el próximo presidente. La clave aquí es que más gente se haga esa pregunta y se sientan impelidos a la acción. En definitiva, decidir si queremos que esto sea el modus operandi de nuestra vida.
¿Y cómo ves, en general, el futuro de la inteligencia artificial?
Su potencial es inmenso: sin IA, no vamos a poder tener una medicina de precisión ni una educación personalizada. Sin ella, será imposible abordar el reto del envejecimiento de la población o el cambio climático. Como sociedad, deberemos exigir que aborde todos esos retos y no se use para fines más cuestionables. ¿Entiendo, entonces, que no estás de acuerdo con Ray Kurzweil, quien pronostica la existencia de inteligencias sintéticas miles de millones de veces superiores a las biológicas?
Ese es el concepto de la superinteligencia, muy controvertido. Para mí, lo más importante es darse cuenta de que la IA ya está aquí y de que puede ayudarnos a mejorar la sociedad. Desgraciadamente, existe una gran asimetría: las dos grandes potencias en este campo son Estados Unidos y China, mientras que en Europa hay un vacío.
¿Serías capaz, o te gustaría, hacer un guion para una película de ciencia ficción donde la IA fuera la protagonista? ¿Cuál sería tu argumento?
Nunca me lo he planteado, pero sin duda tendría personajes femeninos fuertes. Me encantaría que hubiese diversidad entre los creadores de IA, y aprovecharía para romper muchos estereotipos. Y me gustaría que trasladase una visión positiva e inspiradora del potencial de la IA, sin ser naíf ni ignorar sus limitaciones. También me interesan mucho las películas o series que toman un concepto tecnológico y lo llevan a un extremo. Pasa, por ejemplo, en muchos episodios de la serie Black Mirror. A lo mejor no ocurrirá, pero te ayuda a considerar situaciones que no se te habían ocurrido.
¿Te gusta entonces la ciencia ficción?¿Cuáles son tu películas favoritas?
Me gustó mucho Her, porque desmitificaba muchos prejuicios sobre la IA. Era ubicua, y la relación íntima que tiene el protagonista con el sistema operativo ya está en desarrollo. De hecho, en Japón se vende una muñequita inteligente para hacer compañía y combatir el problema de soledad. Siempre hemos desarrollado vínculos emocionales con nuestros muñecos de peluche o nuestra mantita, pero es muy diferente cuando tratamos a un ser interactivo que aprende, te contesta y sabe lo que te gusta. Además, nunca está de mal humor ni te contradice; siempre tiene una palabra amable. De manera que surge la pregunta: ¿no terminaremos prefiriendo relacionarnos con sistemas inteligentes que con humanos? Porque resulta mucho más placentero que siempre te digan “¿qué tal?” o “¡estás muy guapo o guapa hoy!”.
También me impactaron Minority Report –muchas de las cosas que salían formaban parte del discurso del MIT Media Lab– o Blade Runner. No me interesan las películas que tienen una visión apocalíptica relacionada con los robots. En cambio, WALL·E sí me interesó, no tanto porque trataba la inteligencia artificial, sino por su visión del futuro tecnológico.
Para terminar, ¿dónde y cómo te ves dentro de treinta años?
Uff, espero vivir en un planeta más sostenible que el actual. También me gustaría sentir antes, dentro de una década, que con mi granito de arena he contribuido en hacer que España y Europa sean más relevantes en el contexto de la IA.
“Sin inteligencia artificial no podremos abordar retos como el envejecimiento de la población o el calentamiento global”