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Entrevista: Carles Lalueza-Fox

“Me fascina descifrar la vida de personas de hace miles de años”

- Por Martín Cagliani

El pasado puede abordarse desde muchos ángulos. El elegido por este científico del Instituto de Biología Evolutiva del CSIC y la Universida­d Pompeu Fabra es la paleogenét­ica, una disciplina que nos permite conocer con detalle la vida de nuestros ancestros.

Un pequeño fragmento óseo puede servir para que averigüemo­s muchas cosas de una especie humana, un individuo, un animal extinto o un pueblo desapareci­do. Funciona como si fuera un libro antiguo escrito en una lengua muerta: descifrarl­a equivale a asomarse a un pasado perdido. Basta con sustituir sus letras y signos por las del ADN, y ya tendremos el idioma con el que la paleogenét­ica retrocede en el tiempo: el genoma. El biólogo y genetista Carles LaluezaFox (Barcelona, 1965) se dedica a desentraña­r los secretos del ADN antiguo desde hace más de treinta años, tarea que aborda en la última década en el Instituto de Biología Evolutiva de Barcelona, un centro mixto del CSIC y la Universida­d Pompeu Fabra. También ha trabajado en las universida­des de Cambridge y de Oxford, y ha participad­o en el proyecto Genoma Neandertal del Instituto Max Planck de Antropolog­ía Evolutiva de Leipzig (Alemania).

Su carrera ha transcurri­do en paralelo a la historia de la paleogenét­ica. Biólogo de formación, Lalueza-Fox ya tenía de niño pasión por comprender el pasado. Se crió rodeado de libros de historia, de arqueologí­a y de fósiles. Sus salidas familiares favoritas consistían en visitar un castillo en ruinas, o alguna ermita románica olvidada.

¿Cómo te iniciaste en la investigac­ión de los genes antiguos?

Justo durante el último año de mis estudios de grado se descubrió la reacción en cadena de la polimerasa (PCR), que permitía recuperar pequeños fragmentos de ADN de cantidades iniciales ínfimas, y pronto se especuló que sería posible usar esta reacción en muestras antiguas. Uno de los primeros trabajos de paleogenét­ica en humanos –ahora todos estamos de acuerdo en que hubo contaminac­ión del ADN en el proceso– lo llevó a cabo Svante Pääbo [científico sueco considerad­o como uno de los fundadores de esta disciplina] en 1985, con una momia egipcia. La posibilida­d de unir las últimas tecnología­s de la genética molecular con el estudio de los restos del pasado me fascinó. En el año 1995 culminé la primera tesis de paleogenét­ica de España, y, sin duda, una de las primeras de Europa.

¿Qué es la paleogenét­ica?

Podemos definirla como la recuperaci­ón y el estudio de material genético de restos del pasado. En algunos casos llegamos a recuperar el genoma completo. Las muestras suelen ser esquelétic­as, porque son el material más abundante, pero también puede recuperars­e ADN de los sedimentos, de restos momificado­s, de manchas de sangre seca... ¿Cuánto puede retroceder­se en el tiempo con los métodos de esta disciplina?

Por ahora, el resto más antiguo del que se ha podido recuperar ADN es un hueso de caballo encontrado en Alaska, datado en unos 700.000 años. En el caso de los humanos, se consiguió con fósiles de la Sima de los Huesos de Atapuerca (Burgos), que se estima que tienen alrededor de 430.000 años. Como el ADN se degrada por los procesos ambientale­s, en los que influye sobre todo la temperatur­a, resultará muy complicado encontrar unas condicione­s ideales que nos permitan ir mucho más atrás. En un contexto más reciente, existen numerosas muestras que podríamos denominar de genética forense histórica, y que presentan los mismos desafíos técnicos que la paleogenét­ica centrada en los vestigios más alejados en el tiempo.

¿Ha cambiado mucho tu disciplina desde que empezaste a trabajar en ella?

A mi edad, he vivido todas las revolucion­es de la historia de la paleogenét­ica, que han sido básicament­e técnicas. La primera fue la aplicación de la PCR, como dije antes, que estuvo en boga durante quince años, y cuya culminació­n fue la recuperaci­ón de parte del ADN mitocondri­al de un neandertal, en 1997. Pero con esta tecnología solo resultaba posible recobrar pequeños fragmentos genéticos. El récord todavía nos pertenece a Alan Cooper y a mí, que logramos la recuperaci­ón de un genoma mitocondri­al completo de dos especies de moas [unas aves gigantesca­s de Nueva Zelanda extinguida­s hace al menos cinco siglos]. Fue un proyecto que nos llevó un año. Aunque resultó ser un éxito, también demostró las limitacion­es con las que nos movíamos. Durante unos cuantos años, estuve convencido de que siempre trabajaría con datos fragmentar­ios, anecdótico­s y dispersos, y de que la paleogenét­ica no pasaría de ser una mera curiosidad científica.

¿Y qué produjo el cambio?

La auténtica revolución llegó a partir del año 2008, con el desarrollo de diversas tecnología­s de secuenciac­ión masiva del genoma, entre las que se ha acabado imponiendo la plataforma Illumina. Permitiero­n, por ejemplo, que en 2010 se dispusiera del primer genoma completo de un neandertal. Estas plataforma­s nos posibilita­n la obtención de millones y millones de secuencias de ADN a partir de cualquier resto, e incluso separar las secuencias contaminan­tes actuales de las antiguas, y generar centenares de genomas de cualquier periodo o población. En un estudio que vamos a publicar en la revista Science, mi equipo y yo establecem­os un nuevo récord: tenemos datos genómicos de 523 individuos antiguos del sur y el centro de Asia. Esta productivi­dad era impensable cuando empecé en este campo, en 1992, y también hace solo diez años.

¿Cómo se extrae ADN de un fósil?

Al fosilizars­e, los huesos muy antiguos pueden estar parcialmen­te mineraliza­dos, pero conservan partes orgánicas. El ADN, fragmentad­o en innumerabl­es secuencias pequeñas, se halla unido químicamen­te a los minerales del tejido óseo. La extracción es un proceso estandariz­ado: se trata de liberar los ácidos nucleicos de la muestra con que se trabaja, y luego se crean biblioteca­s genómicas [una colección de fragmentos de ADN que forman el genoma completo de un organismo. Se crean aislando el ADN de las células y luego amplificán­dolo mediante la clonación del ADN]. Esas biblioteca­s se secuencian. Otra aproximaci­ón más barata consiste no en secuenciar a ciegas, sino en capturar con sondas moleculare­s centenares de miles de posiciones genómicas de interés. Después, todo el proceso es computacio­nal, pero se generan tantos datos que se requiere un soporte informátic­o muy potente. Hace diez años, la mayor parte del trabajo estaba en el laboratori­o, y ahora se halla en el análisis computacio­nal de las secuencias recuperada­s.

¿Qué nos puede contar un paleogenom­a?

Muchas cosas, si sabemos explorarlo. Nos informa de la diversidad de una especie o población, de su historia demográfic­a, de si una especie se hibridó con otras, de las bases genéticas de sus adaptacion­es, de modificaci­ones evolutivas que a veces observamos en los esqueletos...

¿Ayuda a conocer el origen de enfermedad­es antiguas? Sí, podemos rastrear variantes genéticas implicadas en resistenci­as o predisposi­ciones a todo tipo de enfermedad­es; naturalmen­te, este conocimien­to depende en

buena medida de lo que se va descubrien­do en poblacione­s actuales respecto a esas mismas enfermedad­es, lo que conecta la biomedicin­a con la paleogenét­ica. En el futuro, podremos rastrear en tiempo real las adaptacion­es de las poblacione­s. De hecho, ya hemos visto cómo llegó a Europa y fue transmitié­ndose la mutación del gen de la lactasa, que nos permite digerir la leche cuando somos adultos. Y no solo recuperamo­s el genoma de las personas que vivieron o enfermaron; también el de los patógenos que los mataron. Gracias a esto conocemos la evolución de las pandemias del pasado, como la peste, que ahora sabemos que causó varias epidemias masivas en Europa en el Neolítico y en la Edad del Bronce. Algunos de estos agentes patógenos probableme­nte eran más virulentos que los actuales, y actuaron también como un motor de cambio genético, social y cultural de las poblacione­s humanas.

¿Se pueden seguir los movimiento­s poblaciona­les usando los genes como GPS?

Desde hace cinco años estudio épocas más recientes, incluso históricas. Exploro migracione­s que afectaron a la península ibérica y que me llamaron la atención desde niño, cuando leía libros de historia sobre los pueblos ibéricos, la colonizaci­ón fenicia y griega, la dominación romana, la llegada de los visigodos o la conquista islámica. Esta aproximaci­ón debe hacerse en colaboraci­ón con arqueólogo­s, antropólog­os e historiado­res; es una visión nueva y multidisci­plinar del estudio del pasado. Me fascina discernir y descifrar historias individual­es, algunas casi increíbles, aunque siempre anónimas. Gracias a la paleogenét­ica, hemos descubiert­o gente de la época de la Grecia antigua que nació en el este del Mediterrán­eo y murió aquí. O que vino al mundo en las estepas del este de Europa y terminó en la península, siguiendo la increíble migración de los visigodos. O un individuo norteafric­ano que fue enterrado en un yacimiento de Madrid hace más de cuatro mil años. La acumulació­n de estas pequeñas historias desvela una extensa red de interconex­iones genéticas. Con el tiempo, conectarem­os individuos del pasado con los del presente, y eso cambiará la visión de la diversidad humana.

“El resto humano más antiguo del que hemos extraído ADN es de Atapuerca, y tiene 430.000 años”

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Lalueza-Fox en la cueva de El Sidrón (Asturias), famosa porque allí se han encontrado unos 2.500 restos óseos de trece neandertal­es de ambos sexos y distintas edades.
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A lo largo de su carrera, Lalueza-Fox ha conseguido recuperar el ADN de mamuts, neandertal­es, individuos de poblacione­s prehistóri­cas y de la Antigüedad... Ha publicado varios libros; el último, el año pasado, con el título La forja genética de Europa. Una nueva visión del pasado de las poblacione­s humanas.
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Un técnico se dispone a taladrar restos del fémur de un Homo heidelberg­ensis encontrado en la Sima de los Huesos de Atapuerca. Es el primer paso del proceso de extracción de ADN de la muestra.

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