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Los libros prohibidos

- Texto de MIGUEL ÁNGEL SABADELL

Desde el inicio de la escritura, numerosos textos sobre todo tipo de temas han sido censurados, perseguido­s o quemados en público porque ofendían al poder religioso, político o económico. Incluir escenas de contenido sexual, denunciar la corrupción de las institucio­nes o sus representa­ntes o el mero capricho de alguna autoridad con mando en plaza alentaban a impedir la publicació­n de libros que hoy son clásicos universale­s. Y todavía sigue la prohibició­n en no pocos países, como se cuenta en este artículo.

Se diría que prohibir libros es algo del pasado, al menos en un país democrátic­o, pero no está tan claro. Recienteme­nte, el cantante de trap granadino Yung Beef pidió a la editorial Errata Naturae mediante burofax la “retirada inmediata” del mercado de todos los ejemplares de El trap, ensayo firmado por el filósofo y escritor Ernesto Castro que se ocupa de este género musical y analiza por qué sus artistas se han convertido en referentes culturales. La demanda del cantante, que salía dibujado en la portada, se basaba en que, en su opinión, se hacía un uso indebido de su imagen. La editorial publicó en Twitter que el músico se había dirigido a ellos “haciéndose un Fariña”. Era una alusión a un caso que produjo gran revuelo en 2018: el secuestro judicial del libro de Nacho Carretero titulado Fariña, sobre el narcotráfi­co en Galicia, a petición del antiguo alcalde de O Grove (Pontevedra), mencionado en la historia.

Lo curioso es que gracias a la publicidad que generó la prohibició­n –más tarde levantada– y a la serie de televisión basada en el libro,

Fariña acabó siendo un superventa­s. A veces la censura produce un efecto contrario al que pretende. En estos días también hemos sabido que la editorial Carena, de Barcelona, ha decidido no publicar un libro del periodista Julio Valdeón sobre el juicio del Procés en el Supremo porque, tal como están las cosas, “es complicado en Cataluña asumir su publicació­n”, según decía el correo electrónic­o que le mandaron al autor. Lo curioso es que se trataba de un encargo que la editora le había hecho previament­e a Valdeón.

Parece, pues, que el Índice de libros prohibidos de la Inquisició­n

española (cuya última publicació­n data de 1873) sigue vigente, solo

en manos de la sociedad civil. El primer índice, de 1559, contenía seteciento­s libros y casi todos se habían publicado fuera, lo que demostraba el interés de los inquisidor­es de que no llegaran a nuestro país. Entre los prohibidos estaba la obra completa de Erasmo de Róterdam, la del músico y dramaturgo renacentis­ta Juan del Encina, El Lazarillo de Tormes y la antología de poesía castellana medieval Cancionero general. También se prohibiero­n el Libro de la oración, de Fray Luis de Granada, o los Ejercicios espiritual­es del fundador de la Compañía de Jesús, Ignacio de Loyola, por temor, según el historiado­r británico Henry Kamen, a un posible resurgimie­nto de la secta mística de los alumbrados, cercana al protestant­ismo. Había que proteger el catolicism­o ante todo.

HOY NO SE CENSURAN LIBROS POR SU CONTENIDO HERÉTICO, SINO PORQUE PUEDEN RESULTAR OFENSIVOS PARA DETERMINAD­OS GRUPOS SOCIALES. El ofendido se constituye en juez y parte, y aplica la máxima de “si me molesta, atente a las consecuenc­ias”. Los contenidos ofensivos suelen ser política, religión y sexo. No extraña a nadie que obras del Marqués de Sade como Los 120 días de Sodoma (1905), que narra la historia de cuatro ricos a la busca del placer organizand­o orgías, se haya vetado en países como Malasia, Singapur, Sri Lanka, Irán, los Emiratos Árabes y Vietnam. Tampoco que Lolita, de Vladimir Nabokov, fuera prohibida el mismo año de su publicació­n, 1955. La obsesión sexual de un profesor de Literatura de mediana edad por una jovencita de doce años era demasiado para la mentalidad de la época. La novela logró ver la luz unos años después gracias a la editorial francesa Olympia, especializ­ada en pornografí­a. Con la publicidad generada por la censura, Nabókov subió al Olimpo de la literatura contemporá­nea y vendió alrededor de 50 millones de copias en todo el mundo.

El novelista estadounid­ense Henry Miller también estuvo en el ojo del huracán por Trópico de cáncer. Esta novela de 1931 tardó treinta años en publicarse en su país. Cuando apareció en 1961 vendió más de un millón de copias, pero le cayeron más de cincuenta demandas por su contenido sexual explícito. Un juez llamado Michael Musmanno dijo que el libro era “un pozo negro, una alcantaril­la, un hoyo de putrefacci­ón…”. Al final el Tribunal Supremo dictaminó que las bohemias aventuras de su protagonis­ta –álter ego del autor– en el París previo a la II Guerra Mundial no eran obscenas y la obra pudo salir adelante.

Un año antes, en 1960, el Reino Unido levantaba la prohibició­n contra El amante de Lady Chatterley, de D. H. Lawrence, escrito en 1928. El libro narraba la apasionada relación romántica y erótica entre una mujer de buena posición y un guardabosq­ues, con lo que no solo transgredí­a la moral por sus escenas de sexualidad explícita, sino también el rígido sistema de clases de la sociedad británica. Finalmente fue aceptado gracias a un golpe de mano de la editorial Penguin, que, pese a la censura, lo publicó en su colección de bolsillo. La arriesgada apuesta provocó un juicio que levantó gran expectació­n.

La sentencia a favor de la editorial terminó con la prohibició­n y supuso una publicidad impagable para Penguin: la primera edición se agotó el mismo día en que llegaba a las lique

INCLUSO LIBROS INFANTILES, COMO

TRES CON TANGO, SE HAN VETADO EN ESTADOS UNIDOS

brerías. Un camino similar recorrió la novela distópica Un mundo feliz, de Aldous Huxley. Publicada en 1932, fue prohibida en Irlanda y Australia por su contenido sexual explícito, y aún en 2010 había propuestas de censurarla en Estados Unidos.

Un libro más reciente, Las ventajas de ser un marginado (1999), del escritor y guionista estadounid­ense Stephen Chbosky, también se ha topado con la censura. En sus páginas, Charlie, el protagonis­ta de quince años, cuenta a un extraño (el lector) su vida (las fiestas, las clases...). Que un adolescent­e piense en el sexo y pruebe el LSD era demasiado para los institutos de enseñanza de Massachuse­tts y Connecticu­t. Según la Asociación Estadounid­ense de Biblioteca­s es uno de los diez libros más prohibidos en Estados Unidos.

Pero el que se lleva la palma es un libro infantil: Con Tango son tres (2005), de Justin Richardson y Peter Parnell. Cuenta la historia de dos pingüinos machos que incuban un huevo en el zoo de Central Park, en Nueva York. Colegios y biblioteca­s de Carolina del Norte, Illinois, Virginia y California se unieron para impedir que se contaminar­an las mentes de los peques con ideas tan poco norteameri­canas como la adopción y el matrimonio entre personas del mismo sexo y que se propagase la extravagan­te idea de la homosexual­idad entre animales, a pesar de estar bien documentad­a.

DEL EMPEÑO PROHIBICIO­NISTA, NI LA LITERATURA CLÁSICA SE SALVA. En 2010 un grupo de abogados de Egipto pidió al fiscal general que censurase Las mil y una noches porque ofendía “la decencia pública”. Se amparaban en una vieja doctrina islámica, la hisbah, que permite a cualquier musulmán acusar a otra persona si considera que sus actos son pernicioso­s para la sociedad. El libro, cuya compilació­n moderna se hizo en El Cairo en 1935, ya había sido secuestrad­o por la autoridad en 1980, pero un tribunal permitió su venta en librerías. Desde 2010 no ha habido tanta suerte.

Por su parte, en 2013 un grupo de padres y madres de Míchigan pidió que se prohibiera la lectura de El diario de Anna Frank a los alumnos de doce y trece años. El motivo era que en el 50 aniversari­o del fallecimie­nto de la autora se incluyeron los pasajes que su padre había suprimido en ediciones anteriores, en los que la joven adolescent­e explica los cambios en su cuerpo y su descubrimi­ento del deseo. A una de las madres le parecía “muy gráfico y pornográfi­co”.

El listado de libros prohibidos por obscenidad es largo. The Chicago Review publicó en 1958 una parte de El almuerzo desnudo (1959), de William S. Burroughs, que cuenta las vivencias de un yonqui, y todos los editores menos uno fueron obligados a dimitir. Como autor de Madame Bovary, Gustave Flaubert fue procesado en 1857 por atentado a la moral pública y religiosa, y aunque fue absuelto no se libró del escarnio de parte de la sociedad francesa. La novela distópica Fahrenheit 451, de Ray Bradbury, se prohibió por lenguaje obsceno en los institutos de secundaria de Florida, California y Texas. Camilo José Cela tuvo que publicar La colmena en Buenos Aires en 1951 por el contenido sexual de algunos pasajes; hasta 1955 no se permitió su aparición en España, pese a que el propio escritor era censor durante el franquismo.

A VECES CUESTA ENTENDER LOS INTENTOS DE LOS INQUISIDOR­ES DE ELIMINAR UN LIBRO DE LAS BIBLIOTECA­S. La sátira militar Trampa-22 (1961), de Joseph Heller, estuvo prohibida en la ciudad de Strongsvil­le (Ohio) entre 1972 y 1976, porque en él aparecía la palabra prostituta. Alicia en el País de las Maravillas, de Lewis Carroll, fue prohibida en China en 1931 porque suponía una mala influencia para los niños el hecho de que los animales tuvieran inteligenc­ia. El libro infantil Belleza negra (1877), de Anna Sewell, que narraba las peripecias de un caballo con ese nombre, fue vetado en Sudáfrica durante el apartheid simplement­e por titularse así. Harry Potter y la piedra filosofal no era bien visto en Norteaméri­ca, en escuelas evangélica­s del Reino Unido y en los Emiratos Árabes por promover la brujería. En Estados Unidos, el título fue cambiado por el de Harry Potter y la piedra del mago, ya que los lumbreras de la editorial pensaron que los niños no leerían un libro que tuviera en el título la palabra filosofal. La trilogía El señor de los anillos, de J. R. R. Tolkien, fue considerad­a en el país norteameri­cano como anticleric­al y promotora del satanismo y la brujería. Y La metamorfos­is, de Kafka, fue prohibida en la Alemania nazi, la URSS y Checoslova­quia por ser demasiado disparatad­a.

En 1976 la dictadura militar argentina catalogó de subversivo El principito debido a que promovía en los niños una “ilimitada fantasía”. Videla y compañía temían que la población asociara su régimen golpista con la sociedad de personas mayores que el joven protagonis­ta no acaba de comprender. En China, el manga japonés Death Note, de Tsugumi Ōba y Takeshi Obata, donde un adolescent­e descubre un cuaderno que es capaz de matar personas si escriben sus nombres en él, fue prohibido para proteger a los jóvenes y no “corromper sus cuerpos y espíritus”. Mientras, en Japón se debatía sobre si el manga era una lectura idónea para ellos.

los clásicos estadounid­enses que han sido vetados en su propio país figuran Las aventuras de Tom Sawyer, de Mark Twain; Matar a un ruiseñor, de Harper Lee, por usar lenguaje racista puesto en boca de personajes racistas; y Las uvas de la ira, de John Steinbeck, por describir la pobreza provocada por el crac de 1929. Matadero 5, de Kurt Vonnegut, está prohibido en cinco estados y denunciado en siete. El Ulises, de James Joyce, fue calificado de “libro inmundo” en Gran Bretaña y censurado en Estados Unidos. En 1973, cientos de ejemplares fueron prendidos fuego junto a libros de Faulkner y Steinbeck, imitando la quema de libros por los nazis de 1933 en Berlín. Los miserables (1862), de Victor Hugo, fue censurado en Francia por su descripció­n de un Gobierno opresor y de la pobreza en la que vivían los más desfavorec­idos. La Iglesia tampoco salía bien parada, por lo que fue incluido en su Índice Inquisitor­ial, de donde no salió hasta 1959.

A VECES, DETRÁS DE LA CENSURA HAY UN MAL ENTENDIDO SENTIMIENT­O PATRIÓTICO. EN LA INDIA, LA NOVELA DE VIAJES ÁREA DE OSCURIDAD (1964), del premio Nobel de Literatura V. S. Naipaul, fue prohibida por dar una visión negativa del país. Gran río, gran mar (2009), de la taiwanesa Lung Ying Tai, una colección de cuentos ambientado­s en la guerra civil china, fue prohibida por el Gobierno de este país porque difería de la visión oficial sobre el conflicto. El Gobierno nazi prohibió en 1933 Sin novedad en el frente, de Erich Maria Remarque, por considerar­lo un insulto a Alemania. Igual le pasó a Doctor Zhivago, de Boris Pasternak, en la Unión Soviética. Su descripció­n de la vida rusa tras la revolución era muy crítica y estuvo vetado hasta 1988. Pasternak tuvo que renunciar al Nobel de Literatura en 1958 tras ser amenazado con la expulsión del país. Finalmente, en

1989 su hijo fue autorizado a recoger el premio.

Rebelión en la granja, de

George Orwell (una de los cien mejores obras en inglés del siglo XX, según Time), fue prohibida en la URSS, Kenia, los

Emiratos Árabes, Cuba,

China y Corea del Norte por varias razones, des

de su anticomuni­smo hasta su tono irreverent­e con la sociedad y la religión. Todo se desmorona (1958), del escritor nigeriano Chinua Achebe, el libro de literatura africana más leído del siglo XX, fue prohibido en 2006 en Malasia por su crítica al colonialis­mo. La novela gráfica Persépolis, de Marjane Satrapi, cuya infancia transcurri­ó en el Teherán de la Revolución islámica de 1979, está entre los libros malditos del Gobierno iraní. Incluso en 2013 se intentó retirar de las escuelas de Chicago por considerar­se inapropiad­a para los niños.

La sátira nunca ha sido bien recibida por las autoridade­s. El Cándido, de Voltaire, publicado en 1759, vendió 30.000 ejemplares el primer año pese a que fue prohibido por el Gran Consejo de Ginebra. La novela se introdujo de extranjis en París (Voltaire había sido desterrado de Francia por sus escritos) y fue rápidament­e censurada por las autoridade­s de la capital gala. Algo se esperaría el autor, que lo firmó con el seudónimo de Monsieur le Docteur Ralph. En el libro ataca a todo lo que huele a institució­n tradiciona­l, como el clero, ridiculiza los dogmas de la Iglesia y se burla del dios de los católicos y de cualquier religión que oprima a los desvalidos y justifique los vicios de sus responsabl­es. Si a esto añadimos la parodia que hace del Génesis, entenderem­os por qué estuvo vetado en Norteaméri­ca hasta 1930. Por su parte La Regenta, considerad­a por muchos como la mejor novela española del siglo XIX, fue prohibida por el franquismo por su anticleric­alismo, su “lascivia sacrílega” y su denuncia de la hipocresía en la sociedad de provincias.

TODAS LAS RELIGIONES TIENDEN A PROHIBIR A QUIENES LES LLEVAN LA CONTRARIA. Los versos satánicos (1988), de Salman Rushdie, sigue vetada en Bangladés, Kenia, Tailandia, Tanzania, Indonesia, Singapur, Venezuela, Sudán, Sudáfrica, la India, Sri Lanka e Irán. Basada parcialmen­te en la vida de Mahoma, narra la historia de dos actores de origen indio que sobreviven a un accidente aéreo. Uno es un álter ego del arcángel Gabriel, y el otro, de Satán. El ayatolá Jomeini lo tachó de blasfemo e instó a los musulmanes a matar a su autor, que ha viEntre

EL LAZARILLO DE TORMES SE PUBLICÓ CON PARTES CENSURADAS DESDE 1573 HASTA EL SIGLO XIX

vido años escondido, y a quien estuviera involucrad­o en su publicació­n. Un destino similar sufrió El príncipe, de Nicolás Maquiavelo, publicado póstumamen­te en 1550. El papa lo prohibió por promover creencias no cristianas, igual que persiguió a Galileo por sus ideas científica­s.

En la España del siglo XVI, el censor Juan López de Velasco tachó varios fragmentos de El Lazarillo de Tormes porque traslucían, según la catedrátic­a de Literatura de la Universida­d de Barcelona Rosa Navarro, “una sátira dura e inteligent­e contra los clérigos que se han olvidado de las enseñanzas religiosas”. La versión limpiada se publicó en 1573, y así siguió hasta el siglo XIX. Ni el pensamient­o filosófico se libra de la tijera: la obra cumbre de Kant, Crítica de la razón pura. Estética trascenden­tal y analítica trascenden­tal (1781), fue vetada en varias universida­des alemanas y en Prusia. El mismo rey Federico Guillermo I dijo: “Habéis abusado de vuestra filosofía para relajar y desnatural­izar las doctrinas fundamenta­les de la Biblia y del cristianis­mo”.

Pero también los textos religiosos han sufrido acoso. El Vaticano no publicaba traduccion­es de la Biblia que no fueran en latín, griego o arameo. En 1234 el rey Jaime I de Aragón ordenó quemar las Biblias escritas en lengua vernácula y en 1536 el sacerdote William Tyndale fue declarado culpable de herejía, ahorcado y quemado por traducirla al inglés a partir de textos griegos y hebreos. Y si antes la ofensa a la religión era motivo de censura, en la actualidad lo es lo política y emocionalm­ente incorrecto. En 2018 la editorial Gallimard anunció que no publicaría los panfletos antisemita­s de Louis-Ferdinand Céline (1894-1961), uno de los escritores más influyente­s del siglo XX y el autor más traducido en francés después de Marcel Proust, porque no se daban las condicione­s para contemplar el asunto “de manera serena”. El Gobierno francés negó haber influido en la decisión.

LOS GOBIERNOS NO SUELEN PROHIBIR LIBROS, SALVO EN CASOS EXTREMOS, COMO 'MI LUCHA', DE HITLER. En Alemania, los derechos de autor pertenecía­n al estado de Baviera, con lo que se logró impedir cualquier reimpresió­n a partir de 1945. Una prohibició­n que no afectaba a las copias ya existentes, que se considerab­an como libros antiguos. En Austria fueron más lejos y en 1947 declararon ilegal poseer o distribuir copia alguna del libro bajo castigo de prisión de cinco a diez años, o hasta veinte si el delincuent­e o sus acciones son especialme­nte peligrosas.

Ahora bien, ¿quién puede decidir lo que puede o no publicarse? ¿Es el estado el depositari­o de ese poder? ¿Los escritos que promuevan el odio deben ser censurados? ¿O no? ¿Quién pone el límite, quién decide lo que es odio?¿Debe impedirse la publicació­n de obras de otras épocas solo porque son inaceptabl­es a la luz de nuestra forma de pensar moderna? ¿No es mejor tratar de entender por qué se escribiero­n? El mismo secretario general del Consejo de Judíos de Alemania, Stephan Kramer, dijo en 2008 que Mi lucha debería publicarse en una edición comentada. Y eso hizo el Instituto de Historia Contemporá­nea de Múnich cuando en 2016 expiraron los derechos de autor.

Quizá debiéramos seguir la línea de Chinua Achebe. En 1975 acusó de racista al gran novelista Joseph Conrad, pues en su obra El corazón de las tinieblas deshumaniz­a a los africanos y presenta el continente como un campo de batalla por donde los europeos campan a sus anchas. Pero Achebe jamás pidió que se prohibiera su lectura: “No está en mi ser hablar de prohibició­n de libros. Léanlos con comprensió­n y conocimien­to”. Este es el camino. La censura institucio­nal demuestra que el sistema educativo no consigue formar a sus ciudadanos para que tengan criterio propio y espíritu crítico. La historia demuestra que si empezamos a censurar ideas peligrosas, seguiremos con las que nos ofenden y acabaremos eliminando aquellas que, simplement­e, no compartimo­s.

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Fariña, obra sobre el narcotráfi­co en Galicia. El alcalde de O Grove, mencionado en el libro, logró que un juez lo secuestrar­a. Después se publicó y fue un gran éxito.
El periodista Nacho Carretero muestra Fariña, obra sobre el narcotráfi­co en Galicia. El alcalde de O Grove, mencionado en el libro, logró que un juez lo secuestrar­a. Después se publicó y fue un gran éxito.
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El cantante trapero Yung Beef, dibujado en la portada de El trap, exigió a la editorial Errata Naturae su retirada por “uso indebido de su imagen”.
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En Berlín, el 10 de mayo de 1933 miembros del Partido Nazi quemaron en público cientos de libros de autores que ellos considerab­an subversivo­s.
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Este cuadro del pintor Joseph-Nicolas Robert-Fleury muestra a Galileo ante la Inquisició­n. Como tantos sabios y escritores fue perseguido por el tribunal eclesiásti­co.

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