Días contados
LOS ANTIGUOS MAYAS Y AZTECAS YA MASTICABAN UNA SUSTANCIA GOMOSA Y AROMÁTICA QUE EMPLEABAN PARA ELIMINAR EL MAL ALIENTO Y CON FINES MEDICINALES. CON EL TIEMPO, ESOS PRIMITIVOS CHICLES ACABARÍAN DANDO ORIGEN A UNA POTENTE INDUSTRIA GLOBAL.
Desde hace miles de años, ya en la prehistoria, y más tarde, en Egipto y en la antigua Grecia, se masticaban resinas y hojas de distintas plantas, que no se tragaban, con fines medicinales. Esta costumbre fue común a muchos pueblos y culturas del pasado, pero la goma de mascar que hoy conocemos en todo el mundo tiene sus orígenes en Centroamérica. En efecto, fueron los mayas quienes aprendieron a recolectar la savia del chicozapote (Manilkara zapota), haciendo incisiones en zigzag en la corteza de ese árbol. Luego, dejaban secar el látex y lo cocían para obtener una goma masticable. Los mayas la denominaban sicte. Después, los aztecas la conocieron como tzictli, de donde proviene la palabra española chicle.
En el siglo XVI, el misionero Bernardino de Sahagún contaba que la mascaban en público todas las mujeres aztecas solteras, mientras que las casadas y las viudas lo hacían solo en sus casas. Afirmaba que con ello unas y otras procuraban evitar el mal olor de boca, de modo que así no eran rechazadas, y que también lo usaban para “echar la reuma”. A MEDIADOS DEL SIGLO XIX SURGIERON DIVERSAS INICIATIVAS PARA LOGRAR UN PRODUCTO COMERCIAL,
y la fórmula para una goma de mascar tuvo su primera patente. Fue otorgada el 28 de diciembre de 1869 al dentista William Finley Semple, de Mount Vernon (Ohio), que estaba preocupado por la higiene dental de sus pacientes. Semple ideó un dentífrico cuyo secreto se encontraba en la “combinación de caucho con otras sustancias, de modo que formasen un producto aceptable para mascar”. Pero nunca lo comercializó. Quien lo hizo fue un fotógrafo e inventor llamado Thomas Adams, que supo de la existencia del auténtico
chicle gracias al entonces exiliado general mexicano Antonio de Santa Anna –famoso por su participación en la batalla de El Álamo–, que lo mascaba continuamente, y quien al parecer le había vendido gran cantidad de aquel látex.
Adams, empeñado en obtener un sustituto del caucho, vulcanizó el chicle para fabricar neumáticos, pero fracasó. Tras ello, se centró en crear algo que sirviese para el aseo bucal. Sus primeros chicles comenzaron a venderse en las farmacias de la costa este de Estados Unidos, y en 1871 patentó una máquina que permitía expedirlos en gran cantidad. En 1880, aparecieron las primeras versiones con azúcar y diferentes sabores. A finales de esa década, Adams ya producía 5 toneladas diarias de chicle en su fábrica de Nueva York, donde trabajaban trescientos empleados. Los sabores preferidos eran tutti frutti y regaliz. SU CONSUMO CRECIÓ DE MODO IMPORTANTE Y, AUNQUE LOS MANUALES DE URBANIDAD
nunca recomendaron su uso en público, la costumbre se universalizó en las primeras décadas del siglo XX. Durante la Segunda Guerra Mundial, los soldados estadounidenses contribuyeron en gran medida a la popularización del chicle, con lo que aumentó la demanda. Por entonces, ya se habían descubierto los polímeros sintéticos, como el acetato de polivinilo. Como dejó de usarse la goma base natural, los costes de producción bajaron considerablemente. De hecho, desde los años 60, la inmensa mayoría de las gomas de mascar tiene una base sintética.
Existen ciertas diferencias según los fabricantes, pero, en general, el chicle actual se compone de una quinta parte de la citada goma base, otra de jarabe de maíz y tres quintas partes de azúcares. La primera puede contener látex natural o gomas y resinas sintéticas, carbonato cálcico y otras sustancias. El jarabe de maíz endulza y mejora la textura. Los inconvenientes del azúcar –calóricos y cariogénicos– se evitan sustituyéndolo por distintos edulcorantes, y a las sustancias que facilitan el sabor y el aroma hoy se añaden emulsionantes, humectantes y conservantes.