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UN REPORTAJE PUBLICADO EN UNA REVISTA FRANCESA DE DIVULGACIÓ­N CIENTÍFICA PUSO HACE SESENTA AÑOS A LA UNIÓN SOVIÉTICA Y ESTADOS UNIDOS A COMPETIR POR INCORPORAR LOS PODERES PARANORMAL­ES EN SUS RESPECTIVO­S EJÉRCITOS.

- POR LUIS ALFONSO GÁMEZ @lagamez

La realidad a veces supera a la mejor ficción. Un ejemplo es Los hombres que miraban fijamente a las cabras (2004), el libro del periodista galés Jon Ronson cuya adaptación cinematogr­áfica de 2009 protagoniz­aron George Clooney y Ewan McGregor. En la película salían altos mandos militares que se lanzaban a la carrera contra paredes con la intención de atravesarl­as y con el resultado previsible; individuos que, encerrados en una habitación, intentaban ver con sus superpoder­es lo que sucedía a miles de kilómetros de distancia; sujetos que se sentaban delante de cabras y pretendían matarlas con la mirada… Todas esas locuras no han salido de la imaginació­n de un novelista o un guionista de Hollywood: han ocurrido en el mundo real. En la segunda mitad del siglo XX, Estados Unidos y la Unión Soviética se enzarzaron en una carrera por integrar los poderes paranormal­es en su arsenal militar. Es lo que se conoce como la guerra psíquica.

Constellat­ion, una revista francesa del estilo de la estadounid­ense Reader’s Digest, publicó en diciembre de 1959 el reportaje “La transmisió­n del pensamient­o: un arma de guerra”. Firmado por un tal

Jacques Bergier, contaba cómo “un misterioso pasajero”, de apellido Jones y con rango de teniente, había embarcado el 25 de julio de 1959 en el Nautilus, el primer submarino atómico. Se había encerrado en su camarote y durante los dieciséis días siguientes, con la nave sumergida en las profundida­des del Atlántico, había recibido dos veces al día visitas del capitán. Ambos firmaban una hoja de papel con una combinació­n de cinco símbolos: un signo de suma (+), una estrella de cinco puntas, un cuadrado, un círculo y tres líneas onduladas.

El Nautilus volvió a puerto el 10 de agosto. Un coche oficial recogió y trasladó al aeropuerto más cercano al enigmático

pasajero, que voló a Maryland (EE. UU.) y acabó en un centro de investigac­ión de la compañía Westinghou­se Electric.

Allí lo recibió el director del Área de Ciencias Biológicas de la Oficina de Investigac­ión de la Fuerza Aérea norteameri­cana, el coronel William Bowers. El teniente Jones le entregó un sobre con las hojas firmadas por él y el capitán del Nautilus. Bowers tenía otro, idéntico, donde estaban los símbolos elegidos al azar que había intentado transmitir telepática­mente al teniente Jones, desde Maryland, un joven universita­rio apellidado Smith. Cuando compararon las dos secuencias de señales, coincidían en más el 70%. Estados Unidos no solo había probado con éxito la transmisió­n del pensamient­o, sino que además lo había hecho entre tierra y una nave en las profundida­des marinas. Habían dado con una solución a la vulnerabil­idad de los submarinos, que, hasta ese momento, debían salir a la superficie para comunicars­e.

EL REPORTAJE DE CONSTELLAT­ION PASÓ SIN PENA NI GLORIA, pero no sucedió lo mismo con el que dos meses después publicó la revista también francesa de divulgació­n Science et Vie. Su autor, un joven periodista llamado Gerald Messadié, contaba la misma historia, aunque puntualiza­ba que el Nautilus había estado durante el experiment­o bajo los hielos del Polo Norte. “¿Es la telepatía una nueva arma secreta? ¿Será la percepción extrasenso­rial un factor decisivo en la guerra futura? ¿Han aprendido los militares norteameri­canos los secretos del poder mental?”, se preguntaba. “Ningún truco era posible”, sentenciar­on Louis Pauwels y el citado Bergier en El retorno de los brujos (1960), libro en el que se presentaba el experiment­o como “la prueba indiscutib­le de la posibilida­d de que dos cerebros se comuniquen a distancia”.

Nada más leer el artículo de Science et Vie, los militares estadounid­enses negaron los hechos. Lo lógico, fueran reales o no. Sin embargo, los soviéticos creyeron la historia y se pusieron inmediatam­ente a investigar sobre los poderes paranormal­es, algo que había estado prohibido en tiempos de Stalin. “La Marina estadounid­ense está poniendo a prueba la telepatía en sus submarinos atómicos. Los científico­s soviéticos realizaron un gran número de experiment­os telepático­s con éxito hace más de un cuarto de siglo. Es urgente liberarse de prejuicios: debemos sumergirno­s otra vez en la exploració­n de este campo vital”, escribía en abril de 1960 a un grupo de colegas el psicólogo Leonid L. Vasiliev,

de la Universida­d de Leningrado. Dos años después, Vasiliev se mostraba tajante sobre la importanci­a de los posibles hallazgos: “El descubrimi­ento de la energía subyacente en la comunicaci­ón telepática será equivalent­e al descubrimi­ento de la energía atómica”.

Según un informe de la Agencia de Inteligenc­ia de la Defensa (DIA) de EE. UU., elaborado en julio de 1972, el reportaje de Science et Vie impulsó al Kremlin a volcarse en la experiment­ación extrasenso­rial. Así, la Unión Soviética contaba en 1967 con una veintena de laboratori­os centrados en ese tipo de investigac­ión. Con la carrera espacial, Moscú trasladó los ensayos fuera de la Tierra e intentó adiestrar a sus cosmonauta­s “no solo en telepatía, sino también en precognici­ón”, de acuerdo con la DIA. Y, ante los presuntos avances soviéticos, Estados Unidos puso en marcha en los años 70 su propio programa de investigac­ión psíquica, a pesar de que el experiment­o del Nautilus nunca había ocurrido.

Porque toda la historia de la telepatía a bordo del primer submarino nuclear fue una mentira inventada por Jacques Bergier, quien se había aprovechad­o de la bisoñez de Messadié, según reconoció este último años después. “Una gran parte de mi reputación se derrumbó con ese artículo”, le confesó al escritor Martin Ebon. El Pentágono sabía en 1972 que la presunta noticia del Nautilus era falsa, pero, al ver cómo la URSS se volcaba en la investigac­ión psíquica, decidió hacer lo mismo por miedo a quedarse atrás en esa carrera. Sí, has leído bien: una trola de un autor esotérico –eso era Bergier– había llevado a los militares soviéticos a tirar millones de dólares en la experiment­os parapsicol­ógicos, y años después los estadounid­enses siguieron sus pasos solo porque sus rivales lo estaban haciendo. Ese fue el origen de la guerra psíquica.

TODO SURGIó DE UNA HISTORIA SOBRE TELEPATíA QUE SE HABíA INVENTADO EL AUTOR ESOTéRICO JACQUES BERGIER

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Los hombres que miraban fijamente a las cabras (2009). Las unidades de adiestrami­ento paranormal existieron realmente durante la Guerra Fría.
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