Somos instrumentos del viento
Tras décadas de debilitamiento, la velocidad de este elemento vital para la vida en la Tierra se está incrementando. Los científicos estudian si dicho aumento podría estar relacionado con el cambio climático y cómo podría afectar al ser humano.
De no ser por los vientos, la vida en el planeta sería imposible. Por ello hay expertos que los analizan durante décadas para saber el futuro de la Tierra. Entre ellos, César Azorín-Molina. Mientras los demás niños jugaban a ser bomberos, arquitectos o médicos y los más imaginativos aspiraban a un puesto en fábricas de plastilina o en diseño de toboganes, él lo tenía claro: quería ser cazador de vientos. Hoy este experto del Centro de Investigaciones sobre Desertificación (CIDE) y del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) de España es una autoridad en uno de los fenómenos más elusivos del planeta: el viento. Por ello, cuando habla, hay que seguirle la corriente.
Podríamos decir que los vientos nacen del Sol o, para ser más precisos, de la radiación solar, que se absorbe de manera distinta en la superficie de la Tierra. Nuestro planeta se calienta de forma diferente debido a variables como la cantidad y el tipo de nubes, la presencia de montañas, los cuerpos de agua, la vegetación y la presencia de tierras desérticas. Debido a este calentamiento dispar, hay zonas que, pese a encontrarse a igual latitud, varían mucho en temperatura. Y esto, en parte, está causado por el viento.
El aire, en las zonas con temperaturas más altas, se eleva porque es más ligero –menos denso–. A medida que el aire se eleva, crea una baja presión atmosférica. El aire en las superficies con temperaturas más bajas, en cambio, desciende, lo que crea una mayor presión atmosférica. Este fenómeno, en el que gases o líquidos calientes se mueven hacia arriba y son reemplazados por partículas más frías, se llama convección y es fácil observarlo en el agua hirviendo.
Así, cada vez que se dan diferencias en la presión atmosférica, habrá viento, porque el aire se moverá del área de alta presión al área de baja presión. Y la velocidad será mayor cuanta más diferencia de presión exista entre ambas zonas.
Pero hay un problema: durante décadas la velocidad del viento en todo el mundo
Durante décadas, la velocidad del viento en todo el planeta disminuyó en un fenómeno conocido como calma o
disminuyó, en un fenómeno conocido como calma o stilling. Esta calma chicha, por así llamarla, no ha afectado a todo el planeta de manera uniforme y, si bien las cifras no son alarmantes –ha caído en 0,5 kilómetros por hora cada década desde 1960–, podría ser una pieza vital y faltante del rompecabezas del cambio climático y una seria amenaza para nuestras sociedades.
“NO ES QUE HAYA MÁS O MENOS VIENTO –NOS EXPLICA AZORÍN-MOLINA–, SINO QUE LA velocidad varía en escalas temporales largas. Durante los últimos treinta o cincuenta años, la velocidad media del viento ha descendido en muchas zonas de latitudes medias, preferentemente sobre superficies continentales del hemisferio norte, un fenómeno que recibió el término anglosajón de global terrestrial stilling. En cambio, en la última década hemos asistido a una recuperación de esta anomalía negativa, y los vientos han aumentado de nuevo. Concluyendo, la velocidad del viento tiene ciclos/oscilaciones decadales como consecuencia de las interacciones complejas entre el océano y la atmósfera, así como con los elementos de la superficie terrestre”.
La recuperación que menciona AzorínMolina puede ser una buena noticia para algunos, pero trae malas nuevas para otros. La producción de energía eólica, obviamente, está de enhorabuena. La energía producida por un aerogenerador podría aumentar hasta un 37 % en 2024. “Dado que la vida útil de una turbina eólica suele ser de veinte años como máximo –explica Azorín-Molina–, tener proyecciones confiables de la velocidad del viento en lugares determinados podría ser crucial para realizar inversiones
“Existen aún muchas incertidumbres sobre los efectos del cambio climático en la velocidad del viento”, apunta César Azorín-Molina
inteligentes en este tipo de renovables”.
El problema es que, al incrementarse la velocidad de los vientos, las zonas costeras sufren las consecuencias. Un estudio publicado en 2019 en la revista Science y llevado a cabo por Ian Young y Agustinus Ribal, de la Universidad de Melbourne (Australia), señala que las olas están aumentando su tamaño debido al incremento en la velocidad del viento. De acuerdo con Young y Ribal, desde 1985 hasta 2018 la velocidad promedio de los vientos oceánicos en gran parte del mundo aumentó entre uno y dos centímetros por segundo cada año, una tendencia particularmente fuerte en el océano Antártico, donde el incremento de la velocidad de los vientos fue mayor y las olas subieron su altura unos 30 centímetros –un 5 %–.
Azorín-Molina coincide con ambos investigadores en este sentido: “Los datos de satélite, junto a las observaciones obtenidas in situ en boyas, han revelado que la velocidad a la que sopla Eolo se está reforzando en un orden de magnitud mayor sobre las superficies oceánicas/marítimas en los últimos 30-40 años. A su vez, también han constatado una mayor altura de las olas. Si los vientos soplan más fuertes sobre los océanos, esto conlleva un mayor oleaje y fuertes impactos sobre los sectores costeros. –Y añade–: Es importante destacar que estos cambios en la velocidad del viento y del oleaje no se producen de forma general a nivel global, sino que hay zonas que experimentan incrementos, y otras, descensos. En concreto, el océano Antártico es la región que mayor aumento está registrando en la velocidad del viento y el oleaje. Lo complejo es entender los mecanismos de interacción atmósfera-océano y variaciones decadales que están detrás de estos ciclos en la velocidad del viento y en la altura de las olas. A ello se une el papel que ejercen los océanos como sumideros de carbono [son capaces de absorber en torno al 31 % del CO2 generado por el hombre, según una investigación internacional con participación de científicos del CSIC, publicada en 2019 por Science], y se desconoce la respuesta ante estos cambios en los vientos”.
CON TODOS ESTOS INGREDIENTES –OCÉANOS, CARBONO, VARIACIONES, SECTORES COSTEROS...–, EL CÓCTEL ESTÁ SERVIDO Y NOS LLENA LA BOCA: cambio climático. Un ejemplo de ello es Kenia. Mientras Australia sufría algunos de los peores incendios de su historia hace apenas unos meses, Kenia experimentaba los efectos opuestos: lluvias torrenciales, inundaciones y deslizamientos de tierra. Y por una razón: el dipolo del océano Índico (IOD, por sus siglas en inglés y a menudo llamado El Niño indio por su similitud con su equivalente en el Pacífico), un fenómeno que conecta Kenia y Australia en un puente de viento.
Así, cuando Kenia experimenta temperaturas más cálidas en la superficie del mar, llegan lluvias torrenciales; mientras que en Australia se producen condiciones cálidas y secas –propicias para incendios forestales–. Y cuando aprieta el calor frente a la costa oeste de Australia, el país de los canguros sufrirá lluvias, mientras que
Kenia vivirá sequías. El dipolo de 2019 a 2020 ha sido inusualmente fuerte, ya que la diferencia de temperatura entre estas zonas opuestas del océano Índico ha sido de 2 ºC, más del doble de la intensidad del evento promedio.
Todo esto se debe a cambios en la intensidad del viento que enfrían el océano. Cuando soplan vientos alisios, empujan las aguas superficiales de los océanos hacia el oeste. Esto provoca una corriente ascendente cuando el agua profunda y fría se eleva hacia la superficie, frente a las costas occidentales de todos los continentes del hemisferio sur. Esencialmente, el agua se separa de la costa y deja sitio para el agua del fondo, más fría, que se mueve hacia la superficie. Pero si los alisios merman en fuerza, la temperatura en las costas se eleva, ya que el agua fría no llega hasta allí.
¿Pudimos provocar esto mediante las emisiones de dióxido de carbono? “La comunidad científica no ha demostrado la relación entre el calentamiento global de origen antropogénico y los cambios en la velocidad de los vientos; y existen aún muchas incertidumbres sobre los efectos del cambio climático en la velocidad del viento –afirma Azorín-Molina–. Lo que sí es cierto es que las variaciones en los patrones de circulación atmosférica por efecto de un calentamiento global sí impactan en la localización de anticiclones y borrascas. Por ejemplo, hay