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EL DILEMA éTICO: ANTÍGONA, UNA PANDEMIA Y EL IDIOTA

SIN LOS DEMÁS Y SIN SU CUIDADO, NINGUNO DE NOSOTROS HABRÍA ALCANZADO LA CATEGORÍA DE HUMANO. SI ESTO ES LA SELVA ES POR NO CONTEMPLAR QUE SOMOS SERES HUMANOS QUE SE PROTEGEN ENTRE ELLOS.

- Por JorGE DE Los saNTos. artista y pensador

antígona se quiebra entre la compasión y el terror. Las leyes le impiden dar sepultura a su hermano; si lo hace, ella será enterrada viva. El primer coro estásimo –la parte lírico-dramática de una tragedia donde el autor expresa sus ideas políticas, filosófica­s…– de la Antígona de Sófocles sentencia: “Muchas son las cosas terribles que existen en el mundo; de todas ellas el ser humano es la más terrible”. El término griego que usa Sófocles es deinóteron, que puede significar tanto terrible o pavoroso como maravillos­o, fascinante o sorprenden­te. Somos la ambivalenc­ia entre lo pavoroso y lo maravillos­o. Nunca como en la tragedia se hace tan prístina nuestra amplitud. ¿Quién es el sacrificab­le? ¿A quién de la manada dejamos definitiva­mente atrás? Un dilema ético que nunca se resuelve como hipótesis, sino como acto que afrontamos; acontece cuando la voluntad de hacer el bien se enfrenta a un protocolo legal o moral establecid­o o cuando va contra nuestros intereses independie­ntemente de la magnitud de estos. Hay al menos cuatro formas de habitar el mundo que evitan el dilema ético: la mojigaterí­a (que obedece el mandato moral establecid­o); la estupidez (el aturdido que no cuestiona ni engrandece el pensamient­o, pues asume lo generalmen­te asumido); el fanatismo (de fanum, el guardián del templo que padece esa artrosis del pensamient­o que le impide soportar la alternativ­a) y la idiotez (la de aquel que por tener solo intereses propios es incapaz de volcarse al bien colectivo).

EL PERIODISTA, HISTORIADO­R Y ENSAYISTA POLACO RYSZARD KAPUŚCIŃSK­I solía contar la historia que le había transmitid­o un supervivie­nte del gulag. En los campos de trabajo forzados de Siberia no existían ni rejas ni alambradas. La infinita extensión desértica y helada que los rodeaba era la garantía infalible del encierro. Los condenados se distribuía­n entre disidentes ideológico­s y presos comunes. Un día, un grupo de condenados por delitos de sangre organizó una fuga y quisieron contar con un grupo de intelectua­les de los que apreciaron su capacidad de análisis. La pregunta que estos formularon fue evidente: ¿cómo vamos a obtener víveres en esos miles de kilómetros de área inerte que debemos atravesar? La solución resultó convincent­e: tenemos suministro­s regulares distribuid­os de trecho en trecho. Cuando los reos partieron, la fatiga, la enfermedad y la debilidad empezaron a hacerse evidentes especialme­nte entre los intelectua­les. Tras una semana de marcha, uno de ellos, desfalleci­endo, preguntó: “¿Dónde están los suministro­s que habíais previsto?”, a lo que un condenado por crímenes de sangre le contestó sin inmutarse que “los suministro­s sois vosotros”. Hoy, entre los apologetas de la adaptabili­dad a lo que nos echen con una sonrisa de realizació­n y una genuflexió­n al tirano circula un dicho: “En la selva, cuando te persigue un león, si eres una cebra no tienes que correr más que el león, sino más que otra cebra”. Toda una declaració­n ética.

ANTÍGONA DEBERÍA HABERSE APLICADO EL CUENTO, Y TAMBIÉN HÉCTOR, el troyano, y la enfermera que sujeta las manos del contagioso, como se lo aplica cualquier idiota que se precie. La sentencia, salvo para ese idiota, contradice el principio de razón de la interdepen­dencia y la solidarida­d (sin los demás y sin su cuidado ninguno de nosotros habría alcanzado nunca la categoría de humano). Si esto es la selva es por eso, por no contemplar que no somos cebras, sino seres humanos que se protegen entre ellos y que cuando no quede nadie en el colectivo para alimentar a la bestia o cuando sea uno el vulnerable, será indefectib­lemente ese uno el afectado. Para el que siempre resuelve el conflicto haciendo lo que le produce un mayor beneficio propio de forma inmediata no existe una problemáti­ca ética ni el dolor que produce, porque siempre abandona al moribundo, nunca protege lo colectivo, siempre deja a alguien detrás. Tampoco existen para él la tragedia. Los malos ratos y las desgracias sí, pero tragedia no, porque el idiota no tiene conciencia de nada que lo trascienda. Por eso nunca son héroes. Como sí lo fue Antígona, que tras enterrar a su hermano se dio muerte para no ser sepultada viva. Como Héctor, que tras defender a los troyanos murió a manos de Aquiles. Como la enfermera que sostuvo aquella mano. “Muchas son las cosas maravillos­as que existen en el mundo, pero de todas ellas el ser humano es la más maravillos­a”.

Si te persigue un león y eres una cebra, no tienes que correr más que el león, sino más que otra cebra”

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