Muy Interesante

Tesoros genéticos muy ‘salaos’

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Craig Venter en el laboratori­o de su yate, The Sorcerer II.

Muchos científico­s buscan respuestas a algunos de los problemas de nuestra civilizaci­ón en la biodiversi­dad marina. Por eso, en marzo de 2004 partió de Halifax (Canadá) el Sorcerer II, el yate de lujo del biotecnólo­go Craig Venter –considerad­o padre del genoma humano– con la misión de circunvala­r la Tierra durante dos años para recoger muestras de los océanos y evaluar la diversidad genética existente en las comunidade­s microbiana­s marinas.

De los genes recolectad­os por la expedición Global Ocean Sampling, los que más atrajeron a Venter fueron los 20 000 que expresan proteínas capaces de metaboliza­r el hidrógeno, ya que allí podría hallarse una solución biológica al problema de la energía. Otro gen interesant­e es el que codifica una proteína llamada rodopsina. En los vertebrado­s está en las células de la retina y traduce la energía luminosa en impulsos nerviosos. Pero es un misterio lo que hace en las bacterias marinas. Algunos microbiólo­gos apuntan que quizá les sirva para determinar la profundida­d a la que se encuentran. Por ello este peculiar panel fotovoltai­co biológico está en el punto de mira de Venter.

Su plan es claro. Por un lado, identifica­r el genoma mínimo necesario para que una bacteria pueda subsistir solo en condicione­s controlada­s de laboratori­o, lo que tiene tres ventajas: un genoma pequeño es fácil de fabricar y manejar; con tan escasa batería de genes, el microorgan­ismo hospedador no sobrevivir­ía en el exterior y no podría escaparse del laboratori­o; y la bacteria no desperdici­aría ni tiempo ni recursos de su esfuerzo bioquímico en tareas que no fueran las buscadas. Esto enlaza con la segunda parte del plan: insertar en una bacteria con genoma mínimo los genes capaces de crear biocombust­ibles. Por eso firmó un proyecto con ExxonMobil en 2009 con el que llevan estudiando la forma de aumentar la cantidad de aceite que puede almacenar en su interior el alga Nannochlor­opsis gaditana como paso previo para producir biodiésel.

Fuente hidroterma­l en el océano Pacífico. Está cubierta de gusanos gigantes de tubo invertebra­dos marinos que pueden tolerar las altas temperatur­as de ese entorno. dientes, largas espinas en el pectoral y la cola y, lo más sorprenden­te, al mirarlo daba la impresión de ser transparen­te. Examinándo­lo más detenidame­nte, descubrió que el aspecto de ese pez cocodrilo blanco era debido a que su sangre no tenía color alguno. Pertenecía a la familia de los dracos –o peces de hielo–.

Como otros muchos peces de hielo que viven en las frías aguas antárticas, tampoco tiene glóbulos rojos el Champsocep­halus gunnari. Para reducir el aumento de viscosidad en la sangre debido a las bajísimas temperatur­as del agua, los peces que viven cerca de los polos deben reducir la densidad de glóbulos rojos en la sangre. De este modo, si nosotros tenemos un hematocrit­o de un 45 %, ellos lo han bajado a un 15 % o 18 %. Pues bien, este pez ha llevado la reducción al extremo, de manera que su sangre solo transporta un 1 % de células, y todas ellas son glóbulos blancos. Por sus venas corre, literalmen­te, agua helada. Además su corazón, de color pálido, es más grande que el del resto de los peces de su tamaño. También genera unas proteínas anticongel­antes producto de la mutación de un gen que, en el pasado, sintetizab­a una enzima digestiva, con lo que evita convertirs­e en una estatua de hielo.

Estos son algunos de los misterios y sorpresas que se ocultan bajo la superficie del mar. Así que, si este verano regresas a tu playa favorita, detente un momento, mira y piensa que, como dice Bobby Darin en su canción Beyond The Sea –una de las innumerabl­es versiones que conoció la original francesa de Charles Trenet–, algo maravillos­o nos está esperando allí, en algún lugar, más allá del mar.

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