OBJETIVO: ENFRIAR LA TIERRA
Los episodios de calor extremo se han convertido en rutina, y los termómetros se disparan por todas partes. El pasado 30 de junio, investigadores de la Universidad Victoria en Wellington (Nueva Zelanda) publicaron en la revista científica un trabajo alarmante: el polo sur se calienta tres veces más rápido que el resto del planeta. Seis días antes, la Organización Meteorológica Mundial (OMM), con sede en Ginebra, informó de que estaba investigando los máximos históricos de temperatura registrados en la localidad ártica rusa de Verjoyansk, uno de los lugares más fríos del globo, pero que el pasado 20 de junio alcanzó los 38 ºC. Ni los guionistas de una película de catástrofes habrían imaginado estos extremos térmicos.
No vale poner como excusa que no estábamos avisados. Hace tres años, el Laboratorio Nacional del Pacífico Noroeste, del Departamento de Energía de Estados Unidos, en Richland (Washington), lo dejó muy claro: la Tierra está entrando en un periodo de cambio climático más rápido de lo que ha ocurrido de forma natural durante los últimos mil años. Saben lo que dicen. Han estudiado los anillos de los árboles, los corales y los núcleos de hielo, y todos los datos apuntan en la misma dirección.
de la Antártida, tras siglos y siglos de estabilidad. Todo por culpa de la enorme cantidad de gases de efecto invernadero que emitimos a la atmósfera. Quemamos demasiados combustibles fósiles para generar electricidad, hacer funcionar fábricas, calentar o enfriar nuestros edificios, desplazarnos de un sitio a otro...
Conscientes del ultimátum que nos envía el planeta, en 2015, 195 países firmaron el primer pacto climático universal y jurídicamente vinculante, el Acuerdo de París. Su objetivo es ambicioso: “Mantener el aumento de la temperatura media mundial muy por debajo de 2 °C con respecto a los niveles preindustriales, y proseguir los esfuerzos para limitar ese aumento de la temperatura a 1,5 °C”. Esto exigiría una drástica reducción de las emisiones –que no se está produciendo–, y, aunque se logre, lo más probable es que no revierta el calentamiento global, sino que lo reduzca. Así que los científicos se han lanzado a proponer soluciones ingeniosas para bajarle la temperatura al planeta a corto plazo. Geoingeniería, lo llaman. O lo que es lo mismo, manipulación a gran escala del medioambiente.
y que este atrape el dióxido de carbono acumulado en cantidades peligrosas en la atmósfera. Otros apuestan por árboles artificiales que cumplan esa misma función pero desde tierra firme, sin alterar el equilibrio químico de los océanos. También los hay que se decantan por dispersar aerosoles de partículas (de alúmina, polvo de diamante o microgotas de agua marina) para disminuir la insolación de la superficie del planeta. Pero todas estas soluciones habría que testarlas a fondo antes de aplicarlas, por si pudieran ser perjudiciales.
Por su parte, un consorcio europeo ha propuesto una solución muy original: aplicar los fotocatalizadores de titanio y grafeno que ha desarrollado sobre el hormigón de los edificios y el pavimento de las calles, lo que podría degradar hasta un 70 % del nitrógeno que contamina el aire. Los climatólogos también miran con buenos ojos a los birradicales de Criege, unas partículas que limpian la atmósfera de forma natural y podrían compensar en parte el calentamiento global. Su
es bien sencillo: oxidan el dióxido de nitrógeno y el dióxido de azufre de la atmósfera –dos gases que calientan la Tierra– y crean así compuestos que potencian la formación de nubes que reflejan la radiación solar. Podrían funcionar como un antitérmico para nuestra febril canica azul.
Esta es una de las tres plantas de captura de aire con dióxido de carbono desarrolladas hasta ahora por la empresa suiza Climeworks. Cuentan con una tecnología que filtra el CO₂ del aire del entorno y lo devuelve limpio al exterior. La instalación de la imagen se encuentra en Apulia, una región de Italia.