La gran carrera
Aprincipios de agosto, la OMS reconocía que se estaban desarrollando más de 160 vacunas contra la covid-19; en la foto, un técnico de la firma biotecnológica Valneva, una de las que trabaja en ello, examina unas placas con células infectadas por el Sars-CoV-2. Entre ellas, veintiséis se encontraban ya en fase clínica. En Rusia, los responsables del Centro Nacional de Investigaciones Epidemiológicas y Microbiología Gamalei anunciaron que habían concluido una con éxito –algo que suscita dudas entre los expertos–.
Por su parte, las que ultiman la Universidad de Oxford junto con el laboratorio AstraZeneca o la farmacéutica Moderna han mostrado resultados prometedores.
Pese a todo, será muy difícil hacerlo con toda la población. “En el caso de la gripe, en España nunca se consigue que se llegue al 60 %; en muchos casos, por la desconfianza que genera la vacunación”, lamenta Larraga. La historia, tal como teme, seguramente se repetirá en este caso. Sobre todo si continúan propagándose los bulos y los movimientos antivacunas. Por ello, hará falta un esfuerzo adicional para “intentar que se vacune el mayor número de individuos posible; solo así, en dos o tres temporadas, este virus dejará de ser un problema”. Larraga habla de temporadas, como las de la gripe, porque tiene bastante claro que el SARS-CoV-2 será también estacional. “Ahora, en plena pandemia, puede parecer increíble, pero tal vez a este coronavirus le ocurrirá como a muchos otros agentes patógenos a lo largo de la historia, que acaban amortiguando su efecto e incorporándose a la cohorte del virus –en realidad, los virus– de la gripe invernal”, añade.
SUENA TRANQUILIZADOR PARA EL MUNDO DESARROLLADO, PERO A LARRAGA LE PREOCUPA MUCHO MáS LO QUE VA A PASAR EN EL TERCER MUNDO.
Fue esa inquietud la que le hizo decantarse por un virus de ADN a la hora de buscar su propia vacuna contra la covid-19. “El ADN es una molécula durísima, muy difícil de destruir; tanto que puede sobrevivir hasta dos años a temperatura ambiente, algo impensable para la mayoría de las vacunas que manejamos, que normalmente han de conservarse en frío”, explica. Según expone, estamos demasiado acostumbrados a pensar con los parámetros de nuestra sociedad, donde casi todo el mundo tiene nevera y la cadena de frío se mantiene. “Sin embargo, en muchos lugares del mundo ni siquiera hay electricidad. Allí solo servirán vacunas que se mantengan intactas sin necesidad de refrigeración”, subraya Larraga.
Otro detalle a tener en cuenta es que en muchos países de África la vacuna será la única opción para salvar la vida. “En toda Tanzania, donde viven casi 60 millones de personas, hay solo nueve camas de UCI”, recalca Larraga. Y así sucede en muchos otros lugares. “Donde la respuesta sanitaria es muy deficiente, se precisa una vacuna barata y accesible cuanto antes”, sentencia el experto.
De momento, las que más visos tiene de prosperar son la de la ya mencionada farmacéutica Moderna (mRNA-1273) y la que está desarrollando la Universidad de Oxford junto con el laboratorio AstraZeneca. El prototipo se llama ChAdOx1 nCoV-19 y usa como vehículo un virus llamado ChAdOx1, que es en realidad una versión debilitada de uno del resfriado común. Tampoco pinta mal la de Sinovac Biotech, en fase III en Brasil, que utiliza el virus SARS-CoV-2 inactivado químicamente. La firma ha anunciado que está construyendo instalaciones para fabricar hasta 100 millones de dosis por año.
En todo caso, es preciso aprender de los errores, que en esta pandemia han sido numerosos. “En el primer ataque no reaccionamos bien; nos faltaron recursos y no estábamos preparados”, resume Esteban. La cuestión es saber si, con la experiencia adquirida, lo haríamos más rápido y mejor cuando vuelva a irrumpir otro virus. “Sí, sin duda”, responde rotundo Echevarría. Y añade que es justo a eso a lo que la comunidad científica internacional debería dedicarse de manera inmediata, en cuanto se logre controlar la crisis de la covid-19. “Conviene analizar de manera rigurosa los conocimientos generados, las carencias experimentadas y los errores de actuación para ponerles solución lo más rápidamente posible –apunta el investigador–. Porque, desgraciadamente, tarde o temprano, algo parecido volverá a ocurrir”.
No es el pronóstico de un pesimista. En los últimos cien años hemos
HAY QUIEN TEME QUE CIERTOS GOBIERNOS TRATEN DE HACERSE CON TODA LA PRODUCCIÓN DE VACUNAS
sufrido cuatro pandemias de gripe –las de 1918, 1957, 1968 y 2009–, terribles epidemias de polio y viruela, la pandemia del sida, ataques súbitos de virus de alto riesgo, como el SARS y el MERS… “La historia de la humanidad está marcada por este tipo de fenómenos y continuará siendo así, no cabe duda”, reflexiona. Pero con una diferencia sustancial, y es que ahora “hemos llegado a un punto en el que la acumulación de conocimiento científico es suficiente como para poder evitarlos, o al menos paliar sus efectos, si ponemos los medios adecuados”.
ESTE EXPERTO SE REFIERE, ENTRE OTRAS COSAS, A FRENAR EL COMERCIO ILEGAL DE ESPECIES SALVAJES,
la pérdida de la biodiversidad y el cambio climático, “algo esencial para evitar los procesos de emergencia que suscitan las enfermedades infecciosas”. Como también lo es “la lucha contra la pobreza, la accesibilidad universal a la sanidad, el refuerzo de los sistemas sanitarios públicos, el aumento del gasto en investigación y desarrollo y la mejora de la educación científica, técnica y sanitaria, de forma que sean consideradas como parte de la cultura –dice Echevarría–. Asimismo, será necesario adecuar las leyes y los procedimientos a la rapidez que
requieren las emergencias sanitarias”.
Echevarría reconoce que “se trata de un trabajo ímprobo, en el que todas las Administraciones y actores profesionales y sociales deben estar implicados”. No obstante, ha de hacerse ya, al calor de lo padecido y lo aprendido en estos momentos. “La sociedad se tiene que preparar y los Gobiernos han de garantizar que el sistema sanitario cuenta con los medios adecuados”, advierte Esteban. Este insiste en que la moraleja de la situación es que la ciencia es el elemento primordial. “Es lo que nos permite desarrollar conocimientos y generar tratamientos”... No podemos depender del exterior para todo, porque, aunque funcione el comercio internacional, necesitamos una estructura productiva potente y un tejido industrial amplio que nos permita reaccionar de forma autónoma ante estas circunstancias”, concluye el virólogo.