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Tres cuartas partes de los cultivos que aprovechamos para producir alimentos, fibras, especias o fármacos dependen de la polinización, un proceso indispensable en el ciclo vital de las plantas con flor. En él, el polen es transportado desde los estambres hasta los estigmas, lo que, en definitiva, hace posible que se produzcan semillas y frutos.
Aunque algunas plantas dependen del agua y el viento para que se lleve a cabo tal transferencia, al menos nueve de cada diez se sirven de los animales, especialmente de las abejas, unos insectos que han experimentado un notable declive en las últimas décadas –en Europa, cerca del 40 % de ellas están amenazadas–. Este fenómeno, en el que inciden desde la contaminación y el cambio climático hasta ciertos agentes patógenos, preocupa a los ecólogos, pues su pérdida no solo afecta a la agricultura, sino a todo el ecosistema.
AMENAZA GLOBAL. No obstante, no solo las abejas cumplen con esa tarea. Según un estudio del Servicio de Conservación de los Recursos Naturales de Estados Unidos, existen 200000 especies de polinizadores; entre ellas, al menos mil de vertebrados, como aves, reptiles y pequeños mamíferos. Aun así, los expertos señalan que las actividades humanas están destruyendo igualmente sus hábitats y que cientos de ellas podrían encontrarse abocadas a la extinción.