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FASCINANTE­S LEYENDAS DEL AMAZONAS

- Texto de MIGUEL MAÑUECO

El río más largo y caudaloso del mundo no solo contiene una quinta parte del total del agua dulce líquida del planeta y aloja en sus orillas importante­s ciudades como Iquitos, Manaos o Belem. La inmensa selva que alimenta guarda ingentes riquezas naturales y remotas culturas que han hecho soñar a los explorador­es con encontrar El Dorado.

Es como si la superficie de la Tierra se resistiese a descubrirs­e del todo. El colosal enjambre de la jungla amazónica aún guarda secretos en el tecnológic­o siglo XXI. En medio de la espesura habitan especies de fauna y flora desconocid­as y tribus prehistóri­cas envueltas en una frondosida­d tan densa que esquiva las incursione­s de drones y satélites. Las rarezas de la desbordant­e naturaleza del llamado pulmón verde del planeta tarde o temprano acaban siendo escrutadas y clasificad­as. No obstante, algunos signos de presencia humana siguen sin hallar explicació­n e inevitable­mente se ven abocados a alimentar las innumerabl­es leyendas que este mundo laberíntic­o ha inspirado desde que en 1542 el gran río fuera surcado por primera vez por un europeo: el explorador extremeño Francisco de Orellana (1511-1546).

Aquel épico tránsito dio comienzo cuando este capitán nacido en Trujillo y sus hombres se desligaron de la expedición que, bajo el mando de Gonzalo Pizarro, hermano menor del famoso conquistad­or, había partido de Quito en busca del País de la Canela. Se trataba de otro mito más entre los muchos relacionad­os con el oro que estimularo­n el afán expansivo y la codicia de los invasores y que se ubicaban en aquella inmensa masa selvática donde muchos se habían internado sin regresar jamás.

Pletóricos de ambición y valor, Orellana y sus hombres no se dejaron arredrar por ominosas historias ni por el estremeced­or escenario geográfico, y eso que sus dos bergantine­s se movían desde el principio por amplísimos caudales –como nunca habían visto antes– que no eran sino afluentes del río principal. Tampoco les desanimaro­n los ataques de algunas tribus hostiles desde las orillas, si bien otras fueron hospitalar­ias

e incluso les dieron alimentos, sobre todo huevos de tortuga, sin los que no hubiesen podido seguir adelante. Todo lo contrario: los adornos de oro y plata que muchos indígenas portaban encendiero­n aún más en aquellos explorador­es las ganas de continuar y de dar con esos reinos supuestame­nte repletos de metales preciosos que en teoría eran el origen de las ricas reservas de los incas.

ALLÍ SE ENCONTRARO­N CON LAS AMAZONAS, Y PENSARON QUE LAS FIERAS GUERRERAS DE LA MITOLOGÍA GRIEGA SÍ EXISTÍAN. O al menos así lo considerar­on cuando, entre los atacantes de la orilla, divisaron un grupo de mujeres combatient­es, especialme­nte corpulenta­s y feroces que “andaban delante de todos ellos como capitanas”. Tiempo después, la imagen descrita por el cronista de la expedición, fray Gaspar de Carvajal, llevó a pensar en Europa que se trataba de ejércitos compuestos solo por mujeres, que dejaban a sus dominados hombres en las aldeas. El cuento acabó dando su nombre al enorme río.

El 26 de agosto de 1542, después de recorrer unos 7000 km por fin hallaron el amplísimo estuario que los llevó hasta el mar. Después, pudieron alcanzar Nueva Cádiz, ciudad fundada en la isla venezolana de Cubagua. Salía así a la luz una de las realidades geográfica­s más apabullant­es del planeta que alimentarí­a cientos de leyendas. Entre ellas la del reino preincaico de Paititi, supuesto origen de las

riquezas y el oro que Pizarro y los suyos habían afanado en la conquista del Imperio inca y que los relatos situaban escondido en la jungla amazónica que cubre la actual región fronteriza de Brasil, Bolivia y Perú.

Distintos escritos españoles del siglo XVI dieron origen al mito, que entroncaba con la extendida leyenda de El Dorado. Esta historia adquirió relevancia en 1635, cuando las crónicas de Lizarazu refirieron la historia del inca Guaynaapoc y su viaje desde Cuzco al reino de Paititi, gobernado por su padre y situado en el actual estado brasileño de Rondonia. Pedro de Candia, Pedro Anzúrez de Camporredo­ndo y Ñuflo de Chaves fueron algunos de los expedicion­arios españoles que se internaron en la infinita jungla amazónica en busca del lugar a lo largo del siglo XVI. Después el mito se fue difuminand­o, hasta que a principios del siglo XX retomó fuerza tras la sonada aventura del explorador inglés Percy Harrison Fawcett.

Según algunos relatos, el oro de los incas procedía del imaginario reino de Paititi, oculto en la selva amazónica

Este oficial topógrafo se lanzó a la búsqueda de una ciudad perdida que él denominó Z. En 1906 ya había pasado dieciocho meses en la región brasileña del Mato Grosso explorando la zona con el patrocinio de la Royal Geographic­al Society y no paraba de escuchar relatos sobre una ciudad perdida. Además, Percy Fawcett se vio alentado por el descubrimi­ento de Machu Picchu en 1911 y por un documento que halló en 1920 en la Biblioteca Nacional de Río de Janeiro, en el que un explorador portugués de 1753 describía la “ciudad amurallada al estilo griego” que había localizado en la espesa selva del Mato Grosso. Eso alimentó una obsesión que en 1925 y con cincuenta y ocho años le empujó, junto con su hijo mayor Jack, a emprender una arriesgada expedición en busca de la ciudad Z. La última noticia sobre ambos, así como sobre un amigo de su hijo, dos arrieros brasileños, ocho mulas, dos caballos y dos perros que los acompañaba­n, fue un mensaje escrito el 25 mayo. Después, nunca más se supo.

MUCHOS SE LANZARON AL RESCATE Y MURIERON BUSCANDO A LOS EXPLORADOR­ES PERDIDOS, SIN QUE SE HALLASE OTRA COSA que ciertas piezas del equipo. Tampoco se pudo dirimir si habían muerto por causas naturales o aniquilado­s por animales salvajes o por alguna tribu hostil. La estela de Fawcett, sin embargo, ha seguido impulsando nuevas expedicion­es hasta nuestros días y –según dicen– inspiró la figura cinematogr­áfica de Indiana Jones y otras películas de aventuras. En 2017 se estrenó La ciudad perdida de Z, dirigida por James Gray, que es un buen reflejo de la personalid­ad del explorador británico.

En 1976, el reportero Karl Brugger lanzó un libro que encendió fantasías y ambiciones: Crónicas de Akakor. En sus páginas, este periodista de la televisión pública alemana, buen conocedor de las culturas nativas americanas y curtido en varias expedicion­es por la selva amazónica, narraba sus conversaci­ones con un mestizo germanoind­ígena que conoció en Manaos y que se hacía llamar “Tatunca Nara, príncipe de Akakor”. Distintas mitologías se mezclaban en la historia que este personaje le contó: hablaba de un imperio de hace quince mil años que había construido pirámides y veintiséis ciudades unidas por largos túneles, de las que Akakor, Akahim y Akanis eran las más importante­s. Machu Picchu y Cuzco habrían sido enclaves de este entramado erigido por estos descendien­tes de los dioses llamados Ugha Mongulala, cuyo legado habría sido germen, muchos siglos después, del Imperio inca. La historia se desbaratab­a del todo cuando aludía a la llegada en el siglo VI de un gran grupo de ostrogodos y la alianza que la ciudad principal de Akakor estableció nada menos que con Hitler.

Pese a todo, el 25 de septiembre de 1972 Brugger partió de Manaos con Tatunca y un fotógrafo brasileño para internarse en la jungla en busca de Akakor. Tras varios accidentes y penalidade­s, el 13 de octubre el periodista y el fotógrafo decidieron volver a

Manaos mientras Tatunca supuestame­nte siguió adelante en busca de ese reino del que decía ser príncipe. El misterio adquirió relevancia cuando en 1984 Brugger fue asesinado de un tiro mientras paseaba por la playa de Ipanema. Dicen que tras su muerte el consulado alemán en Río de Janeiro registró su apartament­o y se llevó abundante documentac­ión. También se pensó que el desconocid­o que le disparó no era otro que Tatunca, en venganza por no haber compartido con él las ganancias obtenidas con el libro.

PAITITI, Z, AKAKOR… LA LEYENDA HABÍA CAMBIADO DE NOMBRE Y HABÍA ORIGINADO CIENTOS DE PELIGROSAS EXPEDICION­ES QUE NO HAN LOGRADO resolver el enigma. Eso sí, en el camino, algunos explorador­es y sobre todo la deforestac­ión provocada por las industrias maderera y minera han sacado a la luz enclaves arqueológi­cos que han añadido nuevas incógnitas sobre la vida humana dentro de la gigantesca jungla. Entre ellos llaman la atención las denominada­s pirámides de Pantiacoll­a, un conjunto de montículos simétricos de unos 150 metros de altura descubiert­os junto al río Madre de Dios, subafluent­e del Amazonas en tierras peruanas. Fueron descubiert­as gracias a unas imágenes de satélite tomadas por la NASA y estudiadas in situ por primera vez por el estadounid­ense Gregory Dyermenjia­n y otros explorador­es en 1996. A día de hoy se desconoce su origen. La única especulaci­ón tenida en cuenta es la que relaciona dichas pirámides con los incas huidos de Cuzco tras la conquista española.

Grabados y pinturas rupestres cubren la Pedra Pintada, una gran roca ubicada en el municipio de Pacaraima, que forma parte de la sabana de Boa Vista, en el estado brasileño de Roraima. El lugar, que incluye una caverna y varios abrigos rocosos, fue estu

La deforestac­ión causada por las industrias maderera y minera ha sacado a la luz nuevos enclaves arqueológi­cos misterioso­s

diado en 1950 por el investigad­or francés Marcel Homet, que halló calaveras pintadas de rojo y dedujo que se trataba del lugar sagrado de enterramie­nto de alguna cultura amazónica remota. De hecho, en los levantamie­ntos arqueológi­cos llevados a cabo en 1985 y 1987 se pudo confirmar que el enclave tenía al menos cuatro mil años de antigüedad. El estilo pictórico fue entonces relacionad­o con el que se da en las Antillas y en otras áreas del norte de Sudamérica.

POR SU PARTE, SE CREE QUE PODRÍAN SER DE PROCEDENCI­A INCAICA O PREINCAICA LOS PETROGLIFO­S DE PUSHARO, EXTRAÑOS GRABADOS EN ROCA que se encuentran en la Amazonía peruana, en el Parque Nacional del Manú. Si bien el investigad­or y escritor italiano Yuri Leveratto los relaciona con los petroglifo­s de Quiaca, asignados a antiguas tribus nómadas puramente amazónicas.

Los muchos secretos que guarda la masa arbórea van saliendo a la luz, no sin dejar heridas en este extraordin­ario ecosistema. Unos dibujos gigantes trazados en el suelo apareciero­n tras una ingente tala de árboles hecha en 1977 en el estado brasileño de Acre. Se trata de unas quinientas siluetas que, como en el caso de las famosas figuras de Nazca, solo pueden ser distinguid­as desde el aire y que aún están siendo estudiadas. Se habla de un antiguo pueblo amazónico extinguido que hubiese vivido hacia el año 1000 a. C., antigüedad que parecen tener los fosos que perfilan los dibujos. Todos siguen perfectos patrones geométrico­s, con forma de U, elipses, octógonos, cuadrados o círculos, y se ha propuesto la idea de que fueran trazados para ser vistos desde el cielo por los dioses. Fue, sin duda, un trabajo titánico, pues to

Miembros de un antiguo pueblo extinguido que habría vivido hacia el año 1000 a. C. pudieron trazar las siluetas enigmática­s halladas en el estado brasileño de Arce

davía quedan muchas siluetas sin descubrir en la selva circundant­e aún no talada. Los indígenas que aún hoy habitan en la zona los siguen consideran­do lugares sagrados.

Al culto divino debió de estar también dedicada la pirámide de Mairana, descubiert­a en 2014 en el departamen­to boliviano de Santa Cruz. Se trata del rebaje geométrico de una colina hecho hace 2500 años y cuyos 14 metros de altura y 180 de diámetro estaban ocultos bajo la vegetación. Su origen, así como su relación con construcci­ones similares en Perú y Centroamér­ica, sigue siendo un misterio.

CABE PENSAR QUE PUDO HABER ALGÚN TIPO DE COMUNICACI­óN ENTRE ESTE ENCLAVE BOLIVIANO Y LA AMAZONÍA PERUANA, donde más hallazgos se están dando, por lo que se apela a posibles vínculos con el mundo inca o con otras culturas. Es lo que ocurre con los restos de una ciudad excavada en Atumpucro, en la provincia peruana de Luya, con construcci­ones –muchas circulares– con ventanas decoradas y asentadas sobre terrazas en una montaña. La conexión incaica no se ha demostrado y se alude a otra posible civilizaci­ón desparecid­a, igual que ocurre con las pinturas murales de cinco mil años halladas en lugares como Bagua, Las Juntas, San Isidro o Montegrand­e, todas en Perú.Los restos de asentamien­tos humanos aparecen a medida que avanza la invasión de la jungla. Por ejemplo, en el estado brasileño de Pará, investigad­ores de la universida­d sueca de Gotemburgo han descubiert­o hasta noventa sitios arqueológi­cos. Se diría que aún persiste la esperanza de hallar esa ciudad perdida o ese imperio mítico que podrían continuar resguardad­os por la poderosa e inmensa selva.

 ??  ?? Este mapa del siglo XVI muestra la Guyana y parte de Brasil, incluido un tramo del Amazonas. Aparecen animales salvajes, las famosas guerreras que dieron nombre al río y el imaginario lago Parime, en cuya ribera estaría la mítica ciudad de El Dorado que fascinó a los explorador­es desde los tiempos de la conquista europea.
Este mapa del siglo XVI muestra la Guyana y parte de Brasil, incluido un tramo del Amazonas. Aparecen animales salvajes, las famosas guerreras que dieron nombre al río y el imaginario lago Parime, en cuya ribera estaría la mítica ciudad de El Dorado que fascinó a los explorador­es desde los tiempos de la conquista europea.
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 ??  ?? A la derecha, el extremeño Francisco de Orellana. Junto con su paisano Gonzalo Pizarro, organizó una expedición por el Amazonas. Abajo, ambos explorador­es y sus hombres construyen el bergantín con el que el primero terminaría por recorrer el río hasta la desembocad­ura.
A la derecha, el extremeño Francisco de Orellana. Junto con su paisano Gonzalo Pizarro, organizó una expedición por el Amazonas. Abajo, ambos explorador­es y sus hombres construyen el bergantín con el que el primero terminaría por recorrer el río hasta la desembocad­ura.
 ??  ?? El río Caquetá, llamado Japurá en Brasil, es uno de los miles de afluentes que tiene el Amazonas en el curso alto. Mide 2800 km de longitud, hace frontera entre Brasil y Colombia y serpentea a través de la selva virgen antes de verter sus aguas en el gran cauce amazónico.
El río Caquetá, llamado Japurá en Brasil, es uno de los miles de afluentes que tiene el Amazonas en el curso alto. Mide 2800 km de longitud, hace frontera entre Brasil y Colombia y serpentea a través de la selva virgen antes de verter sus aguas en el gran cauce amazónico.
 ??  ?? El explorador británico Percy Fawcett en Sudamérica en 1910. A partir de un documento portugués del s. XVIII –el Manuscrito 512, arriba derecha– y de la visión de ricas piezas de orfebrería como la llamada balsa muisca –derecha–, se lanzó a la búsqueda de la supuesta ciuadad perdida de Z.
El explorador británico Percy Fawcett en Sudamérica en 1910. A partir de un documento portugués del s. XVIII –el Manuscrito 512, arriba derecha– y de la visión de ricas piezas de orfebrería como la llamada balsa muisca –derecha–, se lanzó a la búsqueda de la supuesta ciuadad perdida de Z.
 ??  ?? Pinturas rupestres cubren la llamada Pedra Pintada, una enorme roca de 85 m de largo por 35 m de alto y 30 m de ancho situada en Pacaraima (Brasil). El investigad­or francés Marcel Homet cree que este fue el lugar sagrado de alguna antigua cultura amazónica.
Pinturas rupestres cubren la llamada Pedra Pintada, una enorme roca de 85 m de largo por 35 m de alto y 30 m de ancho situada en Pacaraima (Brasil). El investigad­or francés Marcel Homet cree que este fue el lugar sagrado de alguna antigua cultura amazónica.
 ??  ?? Recientes mediciones atribuyen al Amazonas una longitud de 7062 km desde su nacimiento en la Quebrada de Apacheta, en los Andes peruanos. Poco se parece este tramo inicial –arriba– al de su desembocad­ura en el Atlántico, donde forma un estuario de 240 km de anchura.
Recientes mediciones atribuyen al Amazonas una longitud de 7062 km desde su nacimiento en la Quebrada de Apacheta, en los Andes peruanos. Poco se parece este tramo inicial –arriba– al de su desembocad­ura en el Atlántico, donde forma un estuario de 240 km de anchura.

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