ASÍ SE FABRICAN LAS FALSAS CONSPIRACIONES (COMO LA DE LA COVID-19)
Crisis como la desencadenada por la covid-19 son terreno fértil para que surjan voces alertando de que todo es un montaje urdido por oscuros intereses con el fin de engañar a la ciudadanía. ¿Cómo es posible que, contra toda evidencia, sigan circulando ese tipo de fabulaciones? ¿A qué resortes cognitivos y miedos apelan los conspiranoicos para infiltrarse en la psique colectiva?
¿ Quieres saber cuál es la verdad que existe detrás de la pandemia que estamos sufriendo? Estamos ante un complot que se ha ido gestando lentamente desde que las grandes fortunas introdujeron en la sociedad la idea de la globalización; es un paso más hacia un control total del mundo. Esta parte del plan se puso en marcha a finales de 2019 cuando se liberó en China un virus muy contagioso. ¿Por qué allí? Por tres razones: primero, porque pandemias de similares características suelen venir de aquel país; segundo, porque desde China es muy fácil diseminarlo gracias a los innumerables vuelos que la conectan con el resto del planeta; y tercero, porque su Gobierno puede controlar la información más fácilmente que en cualquier otro lugar del mundo.
Ahora bien, el patógeno no debe ser demasiado letal, pues se pretende que la población mundial se amedrente, no que entre en pánico. Lo más operativo es hacer que afecte principalmente a un segmento de población inútil para el sistema económico, esa masa social improductiva que se come una parte importante de los presupuestos nacionales: las personas mayores. Por supuesto, antes de lanzarlo se debe disponer de la correspondiente vacuna, que ya debe estar desarrollada –pero oculta– y se desvelará oportunamente. Con ella se inoculará un microchip destinado a controlar a la población a través de las torres de telefonía 5G. Eso sí, hay que ir informando a la población de los progresos que se están haciendo y anunciar que en medio año estará disponible. Esta es la parte más débil del engranaje: nunca en la historia se ha desarrollado una inmunización contra una enfermedad desconocida en tan poquísimo tiempo; incluso para el sida se lleva más de tres décadas investigando sin fruto. Por no hablar de otras dolencias infecciosas bien conocidas como el dengue, el zika o la malaria. Ahora bien, los ciudadanos se lo tragarán con la ayuda de los medios de comunicación.
Estos últimos son claves para difundir la historia-pantalla: un coronavirus de murciélago que saltó a los humanos en un mercado de Wuhan. Tanto ellos como la OMS –controlada por los conspiradores– deben acallar toda información que pueda poner en peligro el complot: así se hizo al principio de la pandemia, cuando todo estuvo a punto de estropearse por culpa de Taiwán –país que tiene vetada su entrada en la OMS–, al hacer público que el agente infeccioso ya estaba suelto por China meses antes de cuando se comunicó oficialmente; fue una prueba a pequeña escala para estudiar su comportamiento. O que se haya prestado nula atención a que en Wuhan, el supuesto foco de la pandemia y que por ese motivo debería haber sido una zona especialmente virulenta, tenga la tercera parte de muertes que, por ejemplo, la Comunidad de Madrid, a la que casi duplica en habitantes. Algo que no es de extrañar si lo que interesa es que se propague por el mundo: basta con empezar ahí y rápidamente mandarlo al exterior con personas infectadas.
OTRO PUNTO FUNDAMENTAL ES PROTEGER EL COMPLOT, que pasa por impedir –o, al menos, que se tome en serio– cualquier posible filtración. Por eso desde hace unos años empezaron a proliferar las fake news, lo que ha provocado la creación de organizaciones que deciden si un noticia es falsa o no: los famosos fake-checkers. Son los conspi
radores quienes se encuentran detrás de todo este asunto, en un paripé de crear/desenmascarar noticias falsas de modo que toda información que pueda poner en peligro el complot aparezca catalogada como bulo. También es necesario lanzar cortinas de humo, teorías alocadas como que es un virus diseminado por las torres de telefonía 5G, que el SARS-CoV-2 no existe o que las mascarillas enferman .... Para difundir estas tapaderas se cuenta con la colaboración desinteresada de ciudadanos como los que se manifestaron el pasado 16 de agosto en la plaza de Colón de Madrid, proclives a creer en confabulaciones y que, sin saberlo, hacen un formidable trabajo de encubrimiento de la verdadera conspiración; tontos útiles, que decía Lenin. Todo para conseguir lo que los supervillanos de Marvel han intentado a lo largo de la historia sin conseguirlo: controlar el mundo.
¿TE HA PARECIDO CREíBLE? CIERTAMENTE, RESULTA PROPIA DE UNA PELíCULA DE HOLLYWOOD, PERO AUN ASí NOS SENTIMOS TENTADOS A CREERLA. ¿POR QUé? Todas las teorías conspiranoicas están cortadas por el mismo patrón. Se caracterizan por tres elementos distintivos: un grupo poderoso, maligno y clandestino –Bill Gates–; los agentes que extienden su influencia a todos los niveles concebibles –la OMS, Fernando Simón...–; y un grupo de valientes e incomprendidos que tratan de desenmascararlos –la plataforma #StopConfinamientoEspaña–. Por supuesto, cada una tiene sus matices.
En el caso que nos ocupa, es una peculiar mezcolanza de viejas teorías aderezadas con miedos científicos y tecnológicos. La receta es simple: póngase en un recipiente la conspiración del nuevo orden mundial que quieren implantar las grandes fortunas como el Club Bilderberg, y sobre él extiéndase una crema pastelera hecha con el miedo a las antenas de telefonía móvil, el movimiento antivacunación y los manidos argumentos pseudocientíficos de los negacionistas del sida. Si todo esto se espolvorea con devotos creyentes en las medicinas alternativas, tendremos la tarta terminada. Como dicen los artífices de #StopConfinamientoEspaña en
su documento Crónica del virus del miedo estamos ante una falsa pandemia “cuidadosamente planeada por una élite mundial, siniestra y criminal”. ¿Y las pruebas? Eso es clave en cualquier teoría de este tipo: no las hay. Y lo más llamativo, los conspiranoicos no las necesitan.
LO FUNDAMENTAL QUE NECESITAN DEMOSTRAR ES QUE LA ‘CIENCIA OFICIAL’, encarnada ahora en la OMS, está vendida a otros intereses y que, según los datos disponibles, lo que dicen no se sostiene. Lo que ha proporcionado esta munición a los antimascarillas de todo el mundo fue, entre otros, un vídeo lanzado en las redes sociales a principios de mayo y que en menos de una semana tuvo ocho millones de visitas: Plandemia. La estrella de este documental de 26 minutos era una viróloga especializada en retrovirus llamada Judy Mikovits. El contenido, realizado por la productora Elevate –responsable de otros vídeos apoyando teorías conspiranoicas–, tenía todos los ingredientes para convertirse en un gran éxito: el testimonio de una supuesta científica prestigiosa –censurada y perseguida por las grandes farmacéuticas–, una maquinación mundial que solo busca el lucro a costa de la salud planetaria y afirmaciones basadas en pruebas supuestamente científicas.
Algunos llegan a afirmar que el coronavirus no existe y que la enfermedad se contrae por “factores ambientales”
Lanzado en un momento en que el ciudadano medio tenía su vida trastocada y con la necesidad imperiosa de encontrar a un culpable, su viralización fue inmediata. Plandemia presenta a Mikovits como “una de las científicas más brillantes de su generación”, cuando en realidad cayó en desgracia en 2009 tras publicar un artículo en la prestigiosa revista Science, donde desvelaba que un alto porcentaje de pacientes con síndrome de fatiga crónica estaban infectados con un retrovirus de ratón. El artículo fue todo un bombazo –habría que detener las transfusiones, por ejemplo–, y diferentes laboratorios se movilizaron para verificar ese descubrimiento. Nadie pudo hacerlo, y aunque al final se vio que los resultados habían sido causados por una contaminación de laboratorio, Mikovits siguió con la vieja práctica de sostenella y no enmendalla.
COMO ESCRIBIERON STUART NEIL Y EDWARD CAMPBELL en la revista AIDS Research and Human Retroviruses, Mikovits “se convirtió en una científica que constantemente hacía afirmaciones sin base sobre los retrovirus de ratón como causante de una serie de enfermedades humanas”. Science retiró el artículo y el prestigio de Mikovits quedó en entredicho. La viróloga desapareció de la vida científica y el asunto se hubiera quedado
olvidado en el cajón de las meteduras de pata de la ciencia si no hubiera aparecido como estrella de Plandemia.
En España, los negacionistas cuentan entre sus filas con una médico de familia, Natalia Prego Cancelo. En una charla publicada en el canal de YouTube Mindalia Plus afirma que las enfermedades sin causa conocida “tienen que ver con esa parte intangible, no material, que se manifiesta en lo material” y enfermamos porque se desequilibra nuestro “cuerpo astral”. En otro vídeo difundido en julio, Prego arremete contra las pruebas PCR porque dan “muchos falsos positivos” y sostiene que “el premio Nobel que elaboró esta prueba dijo que no sirve para diagnosticar la enfermedad de covid-19”. Dicho inventor, Kary Mullis –que era, además, un negacionista del sida y del cambio climático, lo cual demuestra que recibir el Nobel no es antídoto para ser conspiranoico– murió en agosto de 2019, luego difícilmente pudo decir nada de la covid-19.
ESTOS 'ARGUMENTOS' CONVENCEN A MUCHOS DEFENSORES DE LAS MEDICINAS ALTERNATIVAS que pululan por nuestra sociedad, y algunos de ellos dan un paso más allá negando la existencia del mismo coronavirus: el impulsor de la protesta antimascarillas del pasado mes de agosto, un profesor de yoga y astropsicólogo llamado Fernando Vizcaíno, dice que “no existe ningún virus apocalíptico que esté matando a la gente”, o según contó al periódico El Mundo un tal Fernando, que trabaja como homeópata en Canadá: “Yo quiero que me abran un cadáver y lo saquen. Cuando me demuestren que existe, lo valoraré”. Entre los más prolíficos negacionistas del coronavirus estaba el canadiense de origen inglés David Crowe, que murió de cáncer el pasado mes de julio. En su blog The Infectious Myth afirmaba que muchas enfermedades consideradas infecciosas –como el sida, el ébola o la polio– no son provocadas por agentes víricos, sino por “factores ambientales”.
Los antivacunas también tienen su trocito de pastel: “La vacuna de Bill Gates, por el culo os la metéis”, gritaban el 16 de agosto los antimascarillas en la plaza de Colón. Entre los colectivos que suelen oponerse a las vacunaciones están los quiroprácticos. Así, la web del Centro Quiropráctico Juan Alonso, en San Sebastián, afirma que “si una persona se vacuna cinco años consecutivos [contra la gripe], sus posibilidades de desarrollar alzhéimer se multiplica por diez en comparación al que se ha vacunado una sola vez o nunca”. Y es que, para este gremio, la mayor parte de las enfermedades
provienen de lo que llaman subluxaciones vertebrales –un término no reconocido en la práctica médica– y que mediante una manipulación apropiada de la columna se fortalece el sistema inmune y se pueden tratar el asma, las infecciones de oído, los cólicos, el estreñimiento, la esclerosis múltiple, las migrañas...
Todos estos negacionistas encuentran su caja de resonancia en revistas como Discovery Salud, caracterizada por oponerse a todo lo que representa la medicina científica. En su número de julioagosto afirmaba que “los cuadros de miedo, ansiedad y depresión que causó el estado de alerta (sic) y las medidas adoptadas hizo que el sistema inmune de muchas personas se deprimiera provocando inmunodeficiencias que aceleraron o provocaron su muerte”. Es posible que en un futuro este argumento lo adopten los negacionistas del Holocausto: quizá por estar encerrados en un campo de exterminio los judíos se murieron de miedo.
EL CASO ES QUE CUANDO ATRAVESAMOS UNA CRISIS GRAVE RESULTA DIFíCIL DAR SENTIDO A UNA CASCADA DE EVENTOS que parecen no responder a una cadena causal evidente. Las teorías de la conspiración no aportan una explicación simple a un mundo confuso, sino que atribuyen la responsabilidad a algún tipo de poder oculto. “Las personas que se sienten impotentes tienen más probabilidades de creer en ellas”, dice el psicólogo Jan-Willem van Prooijen, de la Universidad Libre de Ámsterdam (Países Bajos).
Dos politólogos expertos en teorías de la conspiración norteamericanas, Joseph E. Uscinski y Joseph M. Parent, publicaron un artículo en 2011 con un título revelador: Las teorías de la conspiración son para los perdedores. Según estos autores, ofrecen una salida para quien se siente alienado: no me gusta hacia dónde se dirige mi vida y posiblemente no voy a poder cambiarlo, pero al menos entiendo cómo funciona verdaderamente el mundo y sé que no es culpa mía. Diversos estudios apuntan a que quienes suelen creer en conjuras son las personas de bajo nivel socioeconómico, junto con aquellos que se encuentran o se sienten excluidos y los que piensan que su vida está fuera de control. “Cuando la gente se siente impotente, ansiosa o amenazada, las teorías de la conspiración ofrecen alivio”, dice el psicólogo social de la Universidad de Northumbria, en Gran Bretaña, Daniel Jolley. Como explicara de forma muy gráfica el periodista Richard Grenier sobre la película de Oliver Stone JFK, “son la sofisticación del ignorante”.
En esta línea, y según Michael Barkun, profesor emérito de Ciencias Políticas de la Universidad de Siracusa (Nueva York), el atractivo del conspiracionismo se sustenta en tres puntos: explica lo que un análisis
“Cuando la gente se siente impotente, ansiosa o amenzada, estas teorías ofrecen alivio”, explica un psicólogo británico
convencional no revela; da sentido maniqueo a un mundo que de otra forma sería confuso; y finalmente, se presenta como un conocimiento secreto, desconocido o no apreciado en su totalidad por los demás, lo que potencia ese sentimiento de salvador y de sentirse superior por saber algo que el resto del mundo ignora.
A todo esto hay que añadir que los ciudadanos cada vez confiamos menos en las instituciones públicas. El más claro ejemplo de esto fue la llegada al poder de Donald Trump: los republicanos rechazaron en masa a los candidatos propuestos por las élites de su partido y apoyaron a uno absolutamente antiestablishment.
Esta desconfianza llega a que no nos creamos lo que nos dicen los medios de comunicación. Curiosamente, la clase política suele echar leña a esta hoguera: basta con recordar cómo el actual vicepresidente del Gobierno, Pablo Iglesias, defendía hace un par de años que el Parlamento debía controlar lo que decían los medios porque estaba en manos de millonarios poderosos que los usaban en su propio beneficio. ¿Qué le queda al ciudadano? El tremendo efecto multiplicador de las redes sociales, que se han convertido, como dice el sociólogo británico Will Davies, en “un acceso más puro e inmediato a la verdad”: los periodistas ciudadanos serían más fiables, no estarían a sueldo de instituciones corruptas, y solo por eso serían honestos, aunque vendan las ideas más alocadas.
Por otro lado, es más que probable que cualquier intento por controlar o desenmascarar los bulos que corren por la Red sea una estrategia inútil para impedir la propagación de creencias conspiranoicas: por un lado puede verse todo ese esfuerzo de borrado como una policía que persigue ideas que no están en la línea de lo que deciden los poderes fácticos. ¿Acaso no se destapó hace pocos años que Facebook y Google entregaban información de ciudadanos a los servicios de inteligencia? Por otro, cualquier campaña para desacreditar las patrañas consigue justamente lo contrario: reforzar la creencia en la conspiración. Las 900 páginas de la investigación oficial sobre la muerte de la princesa Diana en 1997, conocida como Operación Paget, que costó casi cuatro millones de libras y en la que participaron más de una docena de detectives de Scotland Yard, no sirvió para acallar los rumores: la mayoría de los ingleses –y quizá tú– todavía creen que hubo una confabulación para matarla.
EN 2014, DANIEL JOLLEY Y KAREN M. DOUGLAS ENCONTRARON QUE SI A UNA PERSONA SE LE PROPORCIONABA INFORMACIÓN a favor del movimiento contra las vacunas, entonces mostraba una mayor reticencia a inmunizar a sus hijos que si recibía información anticonspirativa. Algo que confirma lo que en 2006 los científicos sociales Brendan Nyhan y Jason Reifler llamaron efecto del tiro por la culata: todos los esfuerzos por desmontar información política errónea o imprecisa puede hacer que la gente se convenza más de que es correcta. No está muy claro cuáles son los mecanismos que operan para que esto suceda, pero parece que una creencia, cuanto más ideológica y emocional es, más resistente resulta a las pruebas en contra.
Según han descubierto Michael Wood y Karen Douglas, psicólogos de la Universidad de Kent (Inglaterra), los conspiranoicos dedican sus esfuerzos a criticar la explicación oficial, y pocos o
ninguno a demostrar sus propias ideas. Esta forma de razonar es propia de las pseudociencias, como la parapsicología o la ufología: no buscan explicar el fenómeno, sino demostrar que no tiene una explicación natural.
ADEMÁS, LAS TEORíAS DE LOS COMPLOTS SON UNA VARIANTE DE LA PAREIDOLIA, el fenómeno por el cual encontramos patrones donde no los hay, como ver caras en las nubes. Josh Hart, profesor de Psicología en el Union College de Nueva York, descubrió en 2018 que los creyentes en las conspiraciones tienden a ver más intencionalidad en el movimiento aleatorio de unos triángulos en una pantalla que quien no cree. Dicho de otra forma: para un conspiranoico, la casualidad no existe.
Discernir entre una confabulación real y otra ficticia es un proceso fundamentalmente subjetivo, y eso hace que las ideas conspiranoicas se cuelen en todos lados, hasta en los juzgados: en el famoso juicio de O. J. Simpson en 1995, sus abogados consiguieron convencer al jurado de que había una maquinación urdida por la
Un arma muy útil para no caer en las redes de estas patrañas es desconfiar de las explicaciones complicadas y que requieren de una cadena de engaños
policía contra su defendido. Nadie está a salvo de caer en las redes mentales del conspiracionismo.
Pero no todo está perdido, existen algunas armas para intentar que no nos vendan gato por liebre. La primera es un principio filosófico muy conocido llamado navaja de Ockham: la explicación más simple, la que requiere de menos hipótesis auxiliares, es la más probable de ser cierta. Normalmente, las teorías conspiranoicas son muy complicadas y requieren de una cadena de engaños tan compleja, una inteligencia maliciosa tan formidable y un pacto de silencio entre los conspiradores tan profundo que de por sí resulta increíble.
Además de sentido común, debemos tener un conocimiento suficiente de la historia. Y si hay algo que esta nos enseña son dos cosas: que las casualidades existen y que la mayoría de las verdaderas conspiraciones acaban fracasando. Ya decía Maquiavelo que conspirar conlleva muchas dificultades y riesgos, a lo que el filósofo de la ciencia Karl Popper añadía: “Rara vez triunfan, y si lo hacen, el resultado es distinto al buscado”.