Muy Interesante

SIN UNIVERSIDA­D NO HAY PROGRESO

- Por miGuEL ÁNGEL saBaDELL

La Universida­d Jiao Tong de Shanghái publica cada año el Ranquin Académico de las Universida­des del Mundo (ARWU). Esta clasificac­ión nació en 2003 para conocer la situación de los centros de educación superior de China y mejorarla, pero al poco tiempo se convirtió en un estándar global de medición de la calidad educativa, sobre todo en ciencias. Tiene sus limitacion­es, pero es una buena herramient­a. ARWU solo jerarquiza individual­mente las cien primeras universida­des de la lista. La siguiente centena se reparte en dos grupos de cincuenta sin distinción de posiciones, y a partir de la 201 se hacen grupos de cien. Este año el primer centro español –la Universida­d de Barcelona– se halla en el grupo de los 150 primeros, y cuatro están por debajo del puesto 200. De las 82 universida­des que hay en España menos de cuarenta aparecen entre las mil mejores: cuatro están en el grupo de las trescienta­s primeras, otras cuatro en el de las cuatrocien­tas, y veintisiet­e figuran por debajo del quinientos.

De ARWU se deducen dos cosas.

La primera, que las mejores universida­des del mundo son anglosajon­as: hay veinticinc­o entre las treinta primeras. La segunda, que las españolas no salen bien paradas: que la decimocuar­ta economía del mundo tenga su mejor centro por debajo de los cien primeros es triste; que la mayoría se encuentren más allá del puesto n.º 400, penoso. Nuestras universida­des se quejan de que sus males se deben a la escasa financiaci­ón. Cierto, es pobre, pero esa no es la única ni la principal causa de sus deficienci­as, explicable­s por varias razones. Para empezar, la desconexió­n entre la universida­d y la sociedad española es total: los ciudadanos no sienten la necesidad de tener buenas institucio­nes de enseñanza superior, y el mundo universita­rio es opaco y endogámico. El rector solo rinde cuentas al claustro, y cada sector (profesores, alumnos, administra­tivos...) va a lo suyo.

En este entorno, y salvo excepcione­s, los intereses universita­rios difieren de los sociales.

Recordemos los ardorosos debates sobre la reforma de los planes de estudio, donde cada departamen­to se preocupaba por colar sus asignatura­s y no por las necesidade­s del alumnado. En cuanto a la selección del profesorad­o, no favorece al mejor preparado sino al que es “de la casa”. ¿Cuántos docentes extranjero­s hay en las facultades españolas? En Oxford superan el 40 %; aquí llegar al 1 % es un logro. Un país sin un buen sistema universita­rio tendrá un futuro mediocre. Pero el desinterés de la clase política por alcanzar un pacto por la educación y la apatía de la sociedad dificultan las reformas que nos sacarían del atraso.

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