SIN UNIVERSIDAD NO HAY PROGRESO
La Universidad Jiao Tong de Shanghái publica cada año el Ranquin Académico de las Universidades del Mundo (ARWU). Esta clasificación nació en 2003 para conocer la situación de los centros de educación superior de China y mejorarla, pero al poco tiempo se convirtió en un estándar global de medición de la calidad educativa, sobre todo en ciencias. Tiene sus limitaciones, pero es una buena herramienta. ARWU solo jerarquiza individualmente las cien primeras universidades de la lista. La siguiente centena se reparte en dos grupos de cincuenta sin distinción de posiciones, y a partir de la 201 se hacen grupos de cien. Este año el primer centro español –la Universidad de Barcelona– se halla en el grupo de los 150 primeros, y cuatro están por debajo del puesto 200. De las 82 universidades que hay en España menos de cuarenta aparecen entre las mil mejores: cuatro están en el grupo de las trescientas primeras, otras cuatro en el de las cuatrocientas, y veintisiete figuran por debajo del quinientos.
De ARWU se deducen dos cosas.
La primera, que las mejores universidades del mundo son anglosajonas: hay veinticinco entre las treinta primeras. La segunda, que las españolas no salen bien paradas: que la decimocuarta economía del mundo tenga su mejor centro por debajo de los cien primeros es triste; que la mayoría se encuentren más allá del puesto n.º 400, penoso. Nuestras universidades se quejan de que sus males se deben a la escasa financiación. Cierto, es pobre, pero esa no es la única ni la principal causa de sus deficiencias, explicables por varias razones. Para empezar, la desconexión entre la universidad y la sociedad española es total: los ciudadanos no sienten la necesidad de tener buenas instituciones de enseñanza superior, y el mundo universitario es opaco y endogámico. El rector solo rinde cuentas al claustro, y cada sector (profesores, alumnos, administrativos...) va a lo suyo.
En este entorno, y salvo excepciones, los intereses universitarios difieren de los sociales.
Recordemos los ardorosos debates sobre la reforma de los planes de estudio, donde cada departamento se preocupaba por colar sus asignaturas y no por las necesidades del alumnado. En cuanto a la selección del profesorado, no favorece al mejor preparado sino al que es “de la casa”. ¿Cuántos docentes extranjeros hay en las facultades españolas? En Oxford superan el 40 %; aquí llegar al 1 % es un logro. Un país sin un buen sistema universitario tendrá un futuro mediocre. Pero el desinterés de la clase política por alcanzar un pacto por la educación y la apatía de la sociedad dificultan las reformas que nos sacarían del atraso.