METANO: ¿UNA BOMBA DE RELOJERÍA CLIMÁTICA?
Es uno de los gases de efecto invernadero más peligrosos: en cantidades similares, su efecto de calentamiento es casi treinta veces más potente que el CO2. Y cada vez hay más en la atmósfera, por lo que se ha convertido en uno de nuestros principales enemigos en la lucha contra la crisis del clima.
Amediados del pasado mes de julio la revista Earth System Science and Data publicó el esperado informe The Global Methane Budget 2000-2017, elaborado por el equipo de científicos del Global Carbon Project, una organización que se dedica a cuantificar las emisiones globales de gases de efecto invernadero (GEI) y sus causas. Los resultados revelan que, desde 20002006 hasta 2017 –el año más reciente del que se disponen datos completos–, las emisiones de metano han crecido casi un 10 % a nivel mundial. Cuando hablamos de GEI, inmediatamente pensamos en el dióxido de carbono, el mayor responsable del calentamiento global y sobre el que se ha puesto el foco en casi todas las acciones orientadas a mitigar el cambio climático. Sin embargo, en los últimos años los científicos han empezado a prestar más atención a otros gases como el óxido nitroso y el metano. Este último tiene una persistencia mucho menor que el CO2 en la atmósfera –alrededor de una década frente a siglos–, pero, a su vez, es capaz de absorber muchísima más energía. En concreto, su potencial de calentamiento global es 86 veces mayor que el del CO2 cuando se promedian sus impactos en los primeros veinte años y 28 veces mayor en cien años. Dicho en otras palabras: el metano permanece mucho menos tiempo en la atmósfera que el CO2, pero durante ese periodo calienta muchísimo más.
“Hasta hace poco, las concentraciones de metano y de otros GEI en la atmósfera permanecían estables y por eso no habían sido muy preocupantes —reflexiona el ambientólogo Andreu Escrivà, doctor en Biodiversidad—. “El problema actual con el metano es que, además de que las fuentes de emisión antropogénicas están aumentando, las actividades humanas y la mala gestión están provocando desequilibrios en determinados ecosistemas que podrían conducir al aumento de las emisiones desde fuentes naturales, y esos procesos, una vez se ponen en marcha, son muy difíciles de detener”. Uno de ellos es el deshielo del permafrost, la capa de subsuelo permanentemente congelada que ocupa millones de hectáreas de la superficie terres
tre y es un importante sumidero de carbono. “En el permafrost, el metano suele encontrarse encapsulado en unas estructuras que se denominan clatratos. Como consecuencia de la subida de temperaturas, esa especie de jaulas se rompen y el metano se libera —explica Escrivà—. El problema de esto es que se produce un bucle de retroalimentación, porque, conforme la atmósfera se calienta, se libera más metano, que a su vez sigue contribuyendo al calentamiento”. El deshielo del permafrost es, de hecho, uno de los puntos de inflexión que se han descrito en relación con la emergencia climática y que, de activarse, serían difícilmente reversibles. Algunos expertos ya se han referido al metano acumulado en el hielo como una bomba de relojería que podría estallar en cualquier momento y ser imparable.
¿HEMOS SUPERADO ESE PUNTO DE NO RETORNO? EN EL CASO DEL DESHIELO DEL PERMAFROST, NO ESTÁ CLARO. Por ejemplo, en abril se publicó en la revista Nature Climate Change un estudio que revisaba las emisiones netas de metano en el Ártico e indicaba que estas podrían estar compensadas por la actividad como sumideros de ciertos microorganismos capaces de oxidar el gas. El análisis realizado por los científicos del Global Carbon Project para su informe sobre el metano tampoco revela una aceleración en las emisiones desde las fuentes naturales —principalmente humedales, lagos, ríos y fuentes geológicas naturales en la superficie de la tierra y los océanos—. “No hemos hallado cambios importantes en las emisiones globales de metano procedentes de los humedales, si bien es muy difícil determinar con precisión estos flujos —explica Pep Canadell, científico del CSIRO Oceans and Atmosphere (Australia) y director del Global Carbon Project—. Sin embargo, las emisiones de los humedales de las regiones más frías del planeta se están viendo modificadas como consecuencia del calentamiento global. Estos cambios son aún demasiado pequeños como para ser detectados a escala global, pero hay que seguir vigilándolos de cerca”.
Hasta ahora hemos hablado de las fuentes de metano naturales, pero, según las conclusiones del Global Methane Budget, este gas se está acumulando en la atmósfera porque las actividades humanas –sobre todo la agricultura, la ganadería y los combustibles fósiles– lo producen a un ritmo mucho más rápido que al que se destruye. Desde hace unos años, la ganadería está en el punto de mira por ser una fuente importante de GEI. En cuanto a las emisiones de metano en concreto, las más conocidas son las de los rumiantes, que lo generan como subproducto de los procesos digestivos. En ese sentido, si bien la ganadería intensiva es responsable de un mayor volumen de emisiones de CO2, la extensiva libera más metano a consecuencia de una dieta más rica en fibra.
Sin embargo, existe una creciente corriente de científicos muy críticos con lo que ellos consideran que es una demonización de la actividad ganadera. Agustín del Prado es investigador en el Centro Vasco para el Cambio Climático (BC3) y fundador de Remedia, una red científica sobre mitigación de GEI en el sector agroforestal. “Lo que nosotros deci
El metano permanece mucho menos tiempo en la atmósfera que el CO , 2 pero durante ese periodo calienta muchísimo más
mos es que hay que considerar cuál es la magnitud real de las distintas fuentes antropogénicas de metano. No es lo mismo el metano biogénico, que se produce como consecuencia de la actividad de los rumiantes y forma parte del ciclo natural del carbono, que el emitido por combustibles fósiles”. El metano liberado por la ganadería debe tenerse en cuenta, pues esta actividad no ha dejado de crecer durante el último siglo y lo sigue haciendo a un fuerte ritmo, pero lo que este grupo de científicos rechaza es que se tenga en cuenta al mismo nivel que otras actividades de origen humano. “La cuestión es que en los ecosistemas naturales que existirían en los nichos que hoy ocupa la ganadería extensiva hay herbívoros silvestres que también emiten metano —explica Del Prado—. Ahora mismo, en la contabilidad oficial, toda la emisión de metano procedente de la ganadería se contabiliza como antropogénica y nosotros pensamos que no es justo. Estamos trabajando para ver qué porcentaje de emisiones procedentes de la fauna salvaje está reemplazando la ganadería y saber así cuál es el balance real”.
Este investigador trabaja actualmente con la asociación Amigos de la Tierra en la elaboración de un informe que se enmarca en la campaña Menos carne, mejor carne, que considera necesario rebajar el consumo de este alimento producido de forma industrial y priorizar el procedente de pequeñas explotaciones sostenibles y más respetuosas con el medioambiente. Escrivà coincide en esta visión: “Al final la culpa no es de los animales, sino de nuestro uso del suelo y del abuso de una ganadería absolutamente industrializada que produce carne de una forma demencial. El problema no es que las vacas emitan mucho o poco, sino que hay muchas”.
POR OTRO LADO, EXISTEN DISTINTAS SOLUCIONES PARA LIMITAR LA PRODUCCIÓN DE METANO EN LA ACTIVIDAD GANADERA. María Dolores Carro es investigadora en la Universidad Politécnica de Madrid y ha analizado las emisiones de los ru
miantes en función del tipo de dieta. “En general, aquellas con mayor proporción de forraje son más fibrosas y producirán más metano, y también hemos visto incrementos cuando hay un exceso de proteína en la alimentación. Se está investigando en el desarrollo de aditivos alimentarios para reducir las emisiones, pero siempre hay que tener en cuenta que los cambios no deben provocar efectos negativos en la salud y el bienestar de los animales ni en la cantidad y calidad de su producción —nos explica—. La estrategia más prometedora es un compuesto, el 3-nitrooxipropanol, capaz de reducir un 30% la emisión de metano de vacas lecheras sin afectar negativamente a la producción de leche. El 3-nitrooxipropanol está en fase de evaluación para su autorización como aditivo en la Unión Europea y en Estados Unidos, y si la evaluación es positiva será el primer aditivo alimentario autorizado en Europa para reducir las emisiones de metano”. Canadell, por su parte, también nos indica que, “mediante una adecuada selección de las variedades de ganado, se ha logrado una reducción de hasta el 10% de las emisiones sin ningún cambio en alimentación ni aditivos. Europa es una de las regiones que ha disminuido sus emisiones de metano en las últimas dos décadas, y lo ha hecho a través de nuevas regulaciones en ganadería y un mejor manejo del estiércol y los vertederos, también grandes emisores de metano”.
Para muchos expertos, la solución más eficaz sería limitar su liberación en los sitios de extracción de petróleo y gas, que también constituyen una de sus principales fuentes antropogénicas. El gas natural,
Se están desarrollando aditivos alimentarios para las vacas lecheras que ayuden a rebajar las emisiones de este gas contaminante
en concreto, está formado fundamentalmente por metano, y es muy propenso a sufrir fugas en los pozos de extracción. Un artículo publicado este año en Nature concluía que las emisiones de metano fósil derivado de la industria de hidrocarburos podrían haber sido subestimadas en 38-58 millones de toneladas por año, lo que equivaldría a alrededor del 2540% de las estimaciones recientes. El trabajo corrobora las conclusiones de otros estudios que apuntan a que la cantidad de metano de origen fósil en la atmósfera podría ser muy superior a lo que se pensaba. “Esto es preocupante, porque de un tiempo a esta parte Estados Unidos ha relajado mucho su normativa de emisión de metano para favorecer actividades como el fracking”, recuerda Escrivà. De hecho, el aumento en el uso de esta técnica parece haber contribuido en gran medida al incremento del metano atmosférico en los últimos años, según un estudio publicado en 2019 en Biogeosciences.
¿Explotará la bomba de forma inminente? Pese a su menor tiempo de prevalencia en la atmósfera y la controversia originada en torno a la medición de sus distintas fuentes, las emisiones de metano están creciendo a un ritmo sin precedentes. De hecho, en junio del año pasado, un trabajo publicado en
Las emisiones de metano fósil derivado de la industria de hidrocarburos podrían haber sido subestimadas en 38-58 millones de toneladas por año
Science alertaba de que el aumento de las concentraciones de metano pone en peligro el cumplimiento de los objetivos establecidos en el Acuerdo de París para limitar el aumento de temperatura a 1,5-2 °C por encima de los niveles preindustriales.
“El problema del metano es que no está en el imaginario, y que, si bien no es el principal contribuyente al calentamiento global, tenemos poco margen de maniobra en lo que respecta a muchas de sus fuentes de emisión. Podemos prohibir el fracking o comer menos carne, pero con nuestra actividad también estamos provocando que se acelere la liberación desde otras fuentes naturales en procesos que son más difíciles de detener y que, además, no son tan visibles. Un gran incendio o un derrame de petróleo es muy impactante, pero una fuga de metano es como un fuego invisible que, aunque no se ve, tiene consecuencias que pueden ser tremendas”, reflexiona Escrivà.
SI BIEN MUCHOS EXPERTOS COINCIDEN EN QUE ES POCO PROBABLE QUE A CORTO PLAZO SE PRODUZCA UNA LIBERACIóN DE METANO similar a una bomba procedente del permafrost del Ártico, también destacan que no por ello hay que bajar la guardia. “El metano debe ser parte de la hoja de ruta en la mitigación del cambio climático —explica Canadell—. El dióxido de carbono es el agente más importante que va a determinar en última instancia la subida global de temperaturas, pero la eliminación de metano tiene efectos casi inmediatos, y eso nos puede ayudar a evitar a corto plazo los impactos no deseados del problema climático”. La idea es que, puesto que el metano tiene mucha más capacidad de atrapar calor que el CO2, si se lograra limitar su presencia en la atmósfera también se estaría suprimiendo a medio plazo buena parte del calentamiento global y se ganaría tiempo, algo nada desdeñable en la carrera contrarreloj para hacer frente a la emergencia climática.