Tres hitos tecnológicos que cambiarán el mundo
José Luis Cordeiro, ingeniero del MIT y divulgador científico, pronostica en este reportaje que en las próximas décadas tres tsunamis cambiarán todo: desarrollaremos inteligencias artificiales superiores a las nuestras, derrotaremos al envejecimiento y la muerte, y aceleraremos la carrera espacial hasta colonizar otros mundos.
El famoso científico y escritor británico Arthur C. Clarke publicó en 1962 el libro Perfiles del futuro. En él planteaba ideas tan radicales como la posibilidad de una inteligencia artificial superior a la humana, la inmortalidad biológica y la colonización del espacio. Las esbozó cuando apenas se comenzaba a hablar de máquinas pensantes, hacía solo nueve años que se había descubierto la estructura de doble hélice del ADN y el programa Apolo arrancaba. La capacidad visionaria de Clarke era fascinante, como antes lo fue la del francés Julio Verne y la de su compatriota H. G. Wells, dos de los más grandes autores de ciencia ficción de la historia. Estos genios nos han demostrado que lo que hoy es pura fantasía mañana puede convertirse en ciencia. Y la realidad les está dando la razón.
EL MUNDO ESTÁ CAMBIANDO A PASOS ACELERADOS GRACIAS A LAS NUEVAS TECNOLOGÍAS, que progresan exponencialmente, aunque los humanos sigamos pensando linealmente. El gran empresario y filántropo Bill Gates dice que “la mayoría de las personas sobrestiman lo que pueden hacer en un año y subestiman lo que pueden hacer en diez”. Pienso que en la próxima década veremos
más cambios tecnológicos que en todo el siglo pasado, a partir de tres grandes revoluciones: la de la inteligencia artificial (IA), la de la inmortalidad y la espacial. Vamos con ellas.
EL DESAFÍO DE LA INTELIGENCIA ARTIFICIAL
El científico estadounidense Marvin Minsky, famoso profesor del MIT y considerado uno de los padres fundadores del campo de la inteligencia artificial, es recordado por decir que “los robots heredarán la Tierra”. Pero con un matiz: según él, los robots seremos nosotros. De hecho, avanzamos exponencialmente en la integración entre humanos y máquinas. Los ordenadores, los teléfonos móviles y las tecnologías de la información y la comunicación están aumentando nuestra capacidad, complementándonos, mejorándonos.
Recuerdo mis primeros cursos de Informática en el MIT, cuatro décadas atrás, cuando aún usábamos las tarjetas perforadas de IBM, que contenían 1 kilobyte de memoria. Hoy tenemos pequeñas memorias flash USB que ya llegan a 1 terabyte, mil millones de veces más. Esta tendencia continúa y sigue fielmente la ley de Moore, basada en el descubrimiento de Gordon Moore, cofundador de Intel, quien en 1965 advirtió
que los ordenadores duplicaban su capacidad computacional cada dos años o menos. El científico Ray Kurzweil, director de Ingeniería de Google, piensa que esta tendencia se agudiza, de acuerdo con lo que él llama ley del retorno acelerado. Esta sostiene que el progreso humano se mueve de forma exponencial y no lineal. De hecho, pronostica que el test de Turing se superará en 2029. Esta prueba diseñada por el científico británico Alan Turing a mitad del siglo XX examina la capacidad de una máquina para responder como un humano, de forma que no sepamos si nos estamos comunicando con una IA o con una persona. Al ritmo al que avanza la tecnología, es posible que esto ocurra incluso antes.
Por su parte, el emprendedor Elon Musk participa en el desarrollo de una inteligencia artificial amigable a través de la compañía sin ánimo de lucro Open AI y el proyecto Neuralink, basado en la creación de interfaces cerebro-máquina implantables. Según el magnate estadounidense de origen sudafricano, necesitamos conectar nuestros cerebros a internet para curar enfermedades mentales e incluso mejorar el órgano pensante. En un futuro cercano podremos enchufar nuestro neocórtex a un exocórtex que nos permitirá comunicarnos más rápido, con mayor precisión, con mayor ancho de banda y con una memoria casi ilimitada. Hay otras muchas empresas –desde pequeñas start–ups hasta colosos como Facebook– que incluso consideran que la telepatía será posible gracias a las futuras interfaces cerebrales, que además aumentarán nuestra capacidad cognitiva con IA. Esto cambiará a nuestra especie. No hay que temer a la inteligencia de las máquinas, pero sí a la estupidez humana.
A DOS PASOS DE LA INMORTALIDAD
Los cambios exponenciales afectan también a la medicina y la biología. La primera secuenciación del genoma humano se completó en 2003, el proyecto llevó trece años y costó 3000 millones de dólares. Hoy se hace por unos 100 dólares y se tarda veinticuatro horas. Los más optimistas piensan que en 2030 se logrará en un minuto y al coste de un dólar. ¿Imposible? El genoma humano tiene solo 3 GB de información biológica, así que los avances en procesamiento pueden lograrlo.
La secuencia del genoma está creando una disrupción en la medicina, pues ahora se puede considerar a la biología como un elemento digitalizable que sigue leyes similares a la de Moore o la de retornos acelerados de Kurzweil. Por eso, grandes empresas tecnológicas, como Amazon, Apple, Facebook, Google, IBM y Microsoft, invierten enormes sumas en el sector médico. Google ha creado una filial llamada Calico (California Life Company) con el objetivo de curar el envejecimiento, pues este –e incluso la muerte– pueden considerarse problemas técnicos que requieren soluciones técnicas. Mark Zuckerberg, cofundador y CEO de Facebook, y su esposa han anunciado que donarán el 99 % de su fortuna para curar todas las enfermedades, incluido el envejecimiento. IBM usa su IA Watson para diagnosticar el cáncer y otras dolencias, y Microsoft ha anunciado que se podrá vencer a este mal identificando las mutaciones genómicas de cada tumor gracias a la rápida y barata secuenciación del ADN.
EL ESTUDIO DEL CÁNCER ES ESENCIAL PARA NUESTRO INTENTO DE ALARGAR LA VIDA, pues a mediados del siglo pasado se descubrió que una línea de células cancerosas puede cultivarse en laboratorio constantemente, de forma que posea una suerte de inmortalidad. Esto se supo gracias a una muestra del tumor cervical de Henrietta Lacks, una estadounidense que murió a causa de ese cáncer en 1951, a los 31 años de edad. Sus células tumorales empezaron a cultivarse en el laboratorio y dieron lugar a un linaje que sigue usándose en la investigación: son las llamadas células HeLa (acrónimo de Henrietta Lacks), a las que muchos consideran inmortales. Por suerte, luego se ha descubierto que hay células buenas que comparten con las HeLA esa capacidad de no deteriorarse: son las espermatogonias y las oogonias, que se transforman en espermatozoides y óvulos, respectivamente.
También sabemos que existen microorganismos e incluso animales potencialmente inmortales, salvo que la falta de alimento o una agresión acaben con ellos. Por ejemplo, las bacterias pueden reproducirse indefinidamente si cuentan con recursos: nunca morirán de viejas. Es conocido el caso de las hidras –pequeños invertebrados de agua dulce– y de algunas medusas, que poseen la capacidad de ir reemplazando sus células viejas por otras nuevas. Algunas especies de la primeras pueden vivir hasta 1400 años si su entorno es favorable.
Es decir, que la inmortalidad biológica ya existe o sería posible en ciertas bacterias, células y hasta en algunos pequeños organismos. La ciencia busca descubrir cómo ha surgido esta característica en la naturaleza para replicarla. En los últimos años, hemos logrado con la manipulación de mecanismos biológicos casi duplicar la expectativa de vida de los ratones, cuadruplicar la de las moscas de la fruta y decuplicar la de los nematodos Caenorhabditis elegans.
El envejecimiento e incluso la muerte pueden considerarse problemas técnicos que requieren soluciones técnicas
Avances científicos recientes acrecientan la esperanza de vencer al deterioro físico y la muerte. En 2009, Elizabeth Blackburn, Carol Greider y Jack Szostak compartieron el Premio Nobel de Medicina por descubrir la telomerasa, la enzima que agrega ADN a los telómeros durante la duplicación celular. Los telómeros –las partes finales de los cromosomas– tienen como misión principal mantener la estabilidad de estos, y su acortamiento estaría relacionado con la incapacidad de las células para reproducirse y su muerte. Conocer cómo se forman y su estructura molecular es fundamental para desarrollar terapias contra el envejecimiento. En 2012, ese mismo galardón fue para el japonés Shinya Yamanaka, “por el descubrimiento de que células adultas pueden reprogramarse para convertirlas en pluripotentes”, capaces de generar casi cualquier tipo de tejido.
LO QUE AVERIGUÓ ESTE INVESTIGADOR ES QUE RESULTA POSIBLE REJUVENECER CÉLULAS, reprogramarlas y devolverlas a un estado anterior, lo que en teoría serviría para eliminar el envejecimiento. Bastaría con modificar unos pocos genes. Esta técnica de la reprogramación celular ya se ha usado para transformar células epiteliales en neuronas. Hace unos años habría parecido magia, hoy es ciencia.
Cada vez más personas consideramos el envejecimiento una enfermedad curable. En mi libro La muerte de la muerte expreso mi convicción de que podremos revertirlo como muy tarde en 2045. Kurzweil es más atrevido y afirma que en 2029 llegaremos a la velocidad de escape de la longevidad (VE), a veces también conocida como matusaleridad o singularidad de Matusalén, que significa que por cada año que vivamos a partir de 2030 ganaremos otro año más de vida. Esto se desprende del continuo avance en las terapias génicas, los tratamientos con células madre, las inyecciones de telomerasa, la reprogramación celular y otras nuevas terapias. Sabemos que la inmortalidad biológica es posible, y la prueba es que ya existe en la naturaleza. Es una cuestión de tiempo que la alcancemos.
EL ESPACIO VUELVE A SER LA NUEVA FRONTERA
La industria espacial también crecerá exponencialmente en la década que empieza, de la mano tanto de la cooperación como de la competencia. Durante el siglo XX, la conquista del espacio se basó en la lucha por la hegemonía mundial entre Estados Unidos y la Unión Soviética, pero con la llegada del hombre a la Luna y el declive ruso las misiones disminuyeron en alcance y regularidad. Todo ha cambiado con la entrada en esce
Parece probable que a finales de esta década pisemos al fin el gran objetivo de la nueva carrera espacial: Marte
na de más actores: la
Unión Europea, Japón, China, la India y países más pequeños, como Israel, los Emiratos Árabes Unidos y Corea del Sur. Por si fuera poco, grandes empresarios multimillonarios se han unido a la nueva carrera espacial con proyectos propios de naves y cohetes. Por nombrar solo tres de los más conocidos: Elon
Musk, con su compañía Space X; Jeff Bezos (fundador y director de Amazon), con su empresa Blue Origin; y Richard Branson, con Virgin Galactic.
2020 supuso un punto de inflexión en esta renovada ambición. Por primera vez, una compañía privada, Space X, llevó carga y astronautas a la Estación Espacial Internacional, una tarea reservada antes a esfuerzos estatales, como los transbordadores espaciales de la NASA y las lanzaderas rusas Soyuz. Tres misiones de exploración despegaron el pasado julio rumbo a Marte: la Mars 2020 de la NASA, la Tianwen-1 de China, y la Al Amal de los Emiratos Árabes Unidos. En 2022 lo hará la iniciativa ruso-europea ExoMars, y Japón y la India preparan sus misiones para 2022 y 2024 respectivamente. La Luna ha vuelto al punto de mira: el programa Artemisa de la NASA pretende poner personas en el satélite en 2024; entre ellas, la primera mujer en hacer tal cosa. Aunque los planes puedan retrasarse, es obvio que la carrera espacial seguirá a gran escala, pues Rusia y China también tienen a nuestro satélite en mente, y el gigante asiático trabaja en su propia estación espacial.
ELON MUSK ASEGURA QUE SU COHETE STARSHIP LANZARÁ EN 2022 UNA PRIMERA misión con carga a Marte, y que los astronautas partirán hacia allí en 2024. Parece poco probable, pero no lo es que pisemos ese mundo a finales de esta década. La NASA piensa que con los nuevos telescopios espaciales podríamos identificar formas de vida en algunos de los millones de exoplanetas que se estima que hay solo en nuestra galaxia. Y es posible que descubramos indicios presentes o pasados de seres vivos –aunque sean microorganismos– en el planeta rojo o en lunas como Titán o Europa. Lo que descubramos gracias a estas iniciativas cambiará nuestra visión de la Tierra, un pequeño planeta en un pequeño sistema solar, en una pequeña galaxia dentro de un enorme universo casi desconocido.