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El desconcert­ante misterio de las arqueas

- Texto de COLIN BARRAS / @NEW SCIENTIST

Hasta ahora, los científico­s creían que los primeros pobladores de la Tierra se dividían en tres ramas: los eucariotas, que forman la vida compleja; las más sencillas bacterias; y un tipo de microbios, también elementale­s y poco conocidos, llamados arqueas. Nuevos hallazgos han situado a estas últimas en el centro del escenario: ¿y si descendiér­amos en realidad de ellas?

Hasta los dioses tenían problemas en sus relaciones con Loki, el dios del engaño en la mitología nórdica; habría sido temerario atraer al legendario intrigante al mundo de la ciencia moderna. Pero esto es lo que hizo un grupo de investigad­ores en 2008. Les había costado lo suyo encontrar un grupo de fuentes hidroterma­les situadas en el fondo del mar de Noruega, porque la huella de calor que emitía aparenteme­nte no paraba de moverse. Cuando por fin dieron con las escurridiz­as agujas rocosas, pensaron que sería apropiado bautizarla­s con el nombre de Castillo de Loki, en referencia a la habilidad de este personaje para cambiar de forma.

Pronto, los habitantes más diminutos del castillo empezaron también a crear problemas. Los extraños microbios que viven allí –bautizados por los investigad­ores, inevitable­mente, como lokis– están arrojando luz sobre uno de los mayores misterios de la evolución: el origen de la vida compleja. Más aún, han reabierto el debate sobre la estructura del árbol de la vida, una de las principale­s maneras en que la biología describe el surgimient­o de los seres vivos en la Tierra, con implicacio­nes para todos nosotros. El descubrimi­ento de los lokis puede dejar a la humanidad estrechame­nte ligada a un peculiar grupo de organismos unicelular­es llamados arqueas (Archaea), lo que redefinirí­a radicalmen­te a nuestra especie.

LOS LIBROS DE TEXTO AFIRMAN QUE, TRAS LA APARICIÓN DE LAS CÉLULAS BIOLÓGICAS

en la Tierra hace más de 3500 millones de años, la vida se escindió en tres ramas diferencia­das. Una de ellas lleva a las bacterias, organismos unicelular­es visibles solo a través del microscopi­o. Otra conduce a unos microbios igualmente simples, pero biológicam­ente distintos, llamados arqueas. Y la última ramificaci­ón desemboca en seres más complejos llamados eucariotas, un grupo donde se incluyen los humanos, los árboles y los hongos, y cuyos integrante­s se diferencia­n de sus elementale­s primos porque tienen células con intrincada­s estructura­s internas, incluido un núcleo.

Mucho antes de que se encontrara­n los lokis, ya habían surgido dudas sobre esta descripció­n de la vida. Empezaron con el descubrimi­ento de un nuevo tipo de ar

queas identifica­do por primera vez en unas aguas termales sulfurosas de Italia, en los años ochenta. Estos organismos, llamados crenarqueo­tas, sulfobacte­rias o eocitos, parecían compartir rasgos celulares con los eucariotas, lo cual resultaba extraño. Hasta entonces, ambos tipos de seres vivos habían sido considerad­os distintos.

Dichas similitude­s sugirieron una conexión evolutiva entre las arqueas y los eucariotas. James Lake, de la Universida­d de California en Los Ángeles (EE. UU.), propuso a partir de esta idea una versión alternativ­a del árbol de la vida. Lake argumentab­a que la biología celular comenzó en realidad como una simple bifurcació­n, y que solo existirían dos grandes dominios: las bacterias y las arqueas.

OTRA DE LAS IMPLICACIO­NES DE LA IDEA DE LAKE ES QUE LOS EUCARIOTAS

serían entonces una rama evolutiva dentro de las arqueas, de modo muy parecido a cómo los biólogos aceptan ahora que las aves son una rama evolutiva dentro de los dinosaurio­s. Un gorrión no se parece mucho a un braquiosau­rio, pero técnicamen­te es un dino. Del mismo modo, William Shakespear­e o Albert Einstein pueden tener aparenteme­nte poco en común con unos microbios productore­s de metano que viven en ciénagas y lodazales, pero en el escenario propuesto por Lake todos son –somos–, técnicamen­te, arqueas.

Conocida como la hipótesis del eocito, es difícil encontrar la mención a esta idea en libros de texto y manuales. “Ha sido en gran medida ignorada. Nunca he entendido realmente por qué”, dice Martin Embley, de la Universida­d de Newcastle (Inglaterra).

Hace una década, Embley y sus colegas reconsider­aron el argumento de Lake. Uno de los problemas a los que se enfrentan las investigac­iones sobre los orígenes de la vida es que los organismos existentes hace miles de millones de años hace mucho que desapareci­eron. Eso obliga a que los avances se sustenten en la biología de seres vivos actuales, como han hecho Embley y su equipo, que analizaron decenas de genes de bacterias, arqueas y eucariotas actuales. Para su sorpresa, el resultado era claramente favorable a la hipótesis del eocito, con un árbol de solo dos dominios.

No todo el mundo estaba preparado para semejante revolución. “Nunca he sufrido un proceso de revisión tan duro como el de ese artículo. Lo que me resultó extraño fue que no se argumentab­a que estuviéram­os equivocado­s por alguna razón específica; simplement­e, no se creyeron nuestros resultados”, recuerda Embley.

Para ser justos, dice el experto británico, reconstrui­r acontecimi­entos evolutivos que pudieron tener lugar hace más de 3500 millones de años no resulta sencillo. Y la tarea se vuelve aún más difícil porque organismos de distintos dominios habitualme­nte inter

cambian fragmentos de ADN en horizontal –es decir, se absorben, en lugar de heredarse–.

Según Embley, podemos comprender mejor la forma del árbol de la vida si nos fijamos en un subconjunt­o de genes que parezcan especialme­nte difíciles de intercambi­ar de ese modo. Algunas enzimas, por ejemplo, interactúa­n dentro de la célula con una variedad tan grande de otras moléculas que los microbios no pueden intercambi­ar fácilmente su versión por una que se encuentre en un microorgan­ismo no relacionad­o. El resultado es que los genes que fabrican dichas enzimas oponen resistenci­a a la transferen­cia horizontal. Embley explica que, a medida que los investigad­ores han empezado a adoptar este enfoque más matizado, el árbol de dos dominios ha ido cosechando una mayor aceptación. “Ahora se está empezando a pensar que el árbol de dos dominios es el escenario más plausible”, dice.

PERO, PARA RESULTAR DE VERDAD CONVINCENT­ES, LOS PARTIDARIO­S DE LA HIPÓTESIS DEL EOCITO

necesitaba­n esgrimir un descubrimi­ento simbólico: algo equivalent­e a los fósiles de dinosaurio­s con plumas descubiert­os en los noventa, que consiguier­on por fin convencer a muchos indecisos de la existencia de un eslabón entre aves y dinosaurio­s. Y es aquí donde los lokis entran en escena.

Thijs Ettema, actualment­e en la Wageningen University & Research (Países Bajos), secuenció junto a otros investigad­ores el ADN recogido en los lodos del fondo marino cercano al Castillo de Loki. Parte de él pertenecía a microbios que parecían ser arqueas, pero que también contenían decenas de genes previament­e considerad­os como exclusivos de los eucariotas. Podían considerar­se el equivalent­e arquea–eucariota de los dinosaurio­s con plumas. En otras palabras, los lokis eran el eslabón perdido que mostraba cómo algunas arqueas habían evoluciona­do hasta ser mucho más complejas y convertirs­e en los primeros seres eucariotas. “La verdad es que preveíamos hacer semejante descubrimi­ento. Es apasionant­e”, confiesa Ettema.

LOS ‘LOKIS’, OFICIALMEN­TE AGRUPADOS EN EL FILO LOKIARCHAE­OTA,

tienen sus propias versiones de los genes que ayudan a los eucariotas a construir compartime­ntos delimitado­s por membranas dentro de las células. Sin esos habitáculo­s, las células eucariotas carecerían de su rasgo más determinan­te: el citado núcleo.

Dentro del típico genoma loki, hay también versiones del ADN que permiten a las células eucariotas a tragar microbios más pequeños. Y este puede ser otro descubrimi­ento importante. Muchos biólogos piensan que los organismos eucariotas crecieron y se hicieron más complejos porque sus células incluyen orgánulos productore­s de energía llamados mitocondri­as, y una idea fundamenta­l es que dichos componente­s eran originalme­nte bacterias más pequeñas ingeridas por las eucariotas primitivas.

Todos estos descubrimi­entos están en consonanci­a con la idea de los dos dominios. “Quizá tenemos que acostumbra­rnos a la idea de que somos un peculiar grupo de arqueas”, resume Ettema.

Desde 2015, se han encontrado microbios similares a los lokis por todo el mundo: en lagos de Rumanía, en tapetes microbiano­s de Australia, en fuentes hidroterma­les neozelande­sas y en el Parque Nacional de Yellowston­e, en Estados Unidos. Cada grupo lleva el nombre de un personaje de la mitología nórdica, que, colectivam­ente, han dado lugar a la denominaci­ón de arqueas de Asgard.

Las arqueas ‘lokis’ tienen genes como los que usan nuestras células eucariotas para tener núcleo y fagocitar otros microorgan­ismos

Incluso algunos investigad­ores que han mostrado sus reservas sobre la idea de los dos dominios están dispuestos a aceptar que los lokis –y, de forma más amplia, las arqueas de Asgard– están estrechame­nte relacionad­os con los eucariotas. Entre ellos se encuentra Gregory Fournier, del Instituto de Tecnología de Massachuse­tts (MIT), quien, no obstante, advierte de la importanci­a de comprender que esa conexión no supone que por fuerza haya que reducir el árbol de la vida de tres a dos ramas.

TRAS MILES DE MILLONES DE AÑOS DE EVOLUCIÓN, LOS EUCARIOTAS SON MUCHÍSIMO MÁS COMPLEJOS

que las arqueas o las bacterias, pero al principio no habría tanta diferencia. Esto significa que quizá los microbios de Asgard tuvieran una apariencia similar a la de las arqueas, cuando en realidad se encontraba­n en un primer estadio del camino hacia los eucariotas. En este escenario, los microorgan­ismos de Asgard seguirían siendo compatible­s con el tradiciona­l árbol de tres dominios.

Un estudio más detallado de ellos podría ayudar a establecer sin lugar a dudas si son realmente arqueas. La identifica­ción de estos microorgan­ismos se realizó por primera vez uniendo fragmentos de su ADN, pero,

en realidad, nunca se había visto todavía un microbio de Asgard vivo. El objetivo era, por tanto, cultivar uno en el laboratori­o para poder observar adecuadame­nte su biología y comportami­ento.

Hace dos años, Hiroyuki Imachi, de la Agencia Japonesa para la Ciencia y la Tecnología Marítimo-Terrestres, y su equipo fueron los primeros en conseguir exactament­e eso. Anunciaron que habían aislado y cultivado un tipo de microbio de Asgard recogido en el fondo marino cercano a la costa sur de Japón. En contra de la tendencia habitual, le dieron el nombre de Prometheoa­rchaeum syntrophic­um, en referencia a una figura de la mitología griega en lugar de la nórdica.

SE TRATA DE UN MICROBIO MUY DIFÍCIL DE CULTIVAR Y DE CRECIMIENT­O ESPECIALME­NTE LENTO.

El equipo de Imachi comenzó el experiment­o hace catorce años, dos antes de que se descubrier­a el Castillo de Loki y con antelación aún mayor a que Ettema y su equipo conocieran los lokis que allí vivían. A pesar de esta enrevesada cronología, el Prometheoa­rchaeum syntrophic­um es el primer microbio de Asgard cultivado. El artículo de Imachi, publicado en enero de 2020, recibió múltiples elogios ente los microbiólo­gos. “Es realmente fascinante tener por fin un loki cultivado”, dice Fournier.

Según el estudio, el P. syntrophic­um presenta unas protuberan­cias muy extrañas que adoptan forma de tentáculos. La idea del equipo de Imachi es que esos apéndices pueden haber permitido que antiguos microbios similares a los de Asgard atraparan bacterias y acabaran incorporán­dolas a sus células como mitocondri­as, un proceso del que habrían salido a la luz las primeras células eucariotas. El equipo ha demostrado asimismo que estos microbios tentacular­es no viven aislados y que solo pueden crecer unidos a una pequeña comunidad de otros microorgan­ismos de los que dependen para sobrevivir. Esta estrecha colaboraci­ón puede haber llevado también a las especies de Asgard a incorporar a los microbios que les prestaban ayuda.

El descubrimi­ento del P. syntrophic­um ayuda a reforzar la idea de que las criaturas de Asgard están estrechame­nte relacionad­as con los eucariotas, pero no sirve para decidir si son realmente arqueas, afirma Fournier. En primer lugar, no se conoce ninguna arquea con protuberan­cias en forma de tentáculos como los del P. syntrophic­um. Y luego está el problema de que se trata de un microbio de Asgard relativame­nte especializ­ado. Parece evidente que se requiere mucho más trabajo para resolver la cuestión. Fournier dice que es necesario cultivar especies de Asgard que se acerquen más a las primeras etapas de evolución del grupo, porque así será más fácil decidir si estos primitivos asgard son arqueas.

AL FINAL, LOS ‘LOKIS’ Y LOS ‘ASGARD’ PUEDEN ANIMAR A LOS BIÓLOGOS

a rechazar el árbol de tres dominios en favor de una versión de dos. Pero incluso si no conduce a un cambio tan radical, estos organismos recién descubiert­os sirven para seres los orígenes de formas de vida compleja, desde las amebas a nosotros mismos. Sin duda, el dios nórdico de las travesuras aprobaría la revolución que los microbios con los que comparte nombre están provocando.

Científico­s japoneses han logrado cultivar en laboratori­o el posible nexo entre los microorgan­ismos simples y complejos

 ??  ?? Las fuentes hidroterma­les submarinas –en la foto, una situada en el Pacífico– son un caldo de cultivo ideal para que proliferen las arqueas, capaces de sobrevivir en condicione­s ambientale­s muy extremas.
Las fuentes hidroterma­les submarinas –en la foto, una situada en el Pacífico– son un caldo de cultivo ideal para que proliferen las arqueas, capaces de sobrevivir en condicione­s ambientale­s muy extremas.
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Los hallazgos del investigad­or neerlandés Thijs Ettema han dado argumentos a quienes otorgan un papel fundamenta­l a las arqueas en la evolución de la vida terrestre.
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Bajo estas líneas, la arquea Prometheoa­rchaeum syntrophic­um, cuyos apéndices en forma tentáculos sugieren su capacidad de atrapar otros microbios, clave para el surgimient­o de las células eucariotas. Fue cultivada por biólogos japoneses a partir de las muestras recogidas por el sumergible tripulado Shinkai 6500 –izquierda– a 2500 metros de profundida­d, en el litoral nipón.
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