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LA MUERTE YA NO ES LO QUE ERA

- Texto de HELEN THOMSON / © NEW SCIENTIST

Los asombrosos descubrimi­entos que se han hecho en las últimas décadas, gracias a las nuevas tecnología­s y a las diversas investigac­iones llevadas a cabo, desafían incluso nuestra idea de en qué momento termina realmente la vida. Solo hay que pensar, por ejemplo, en la criopreser­vación de cuerpos humanos, de la que, eso sí, ninguna persona ha vuelto a la vida... hasta el momento.

Para los egipcios, la muerte era simple: dejabas de respirar y los amigos y la familia se despedían de ti. Luego te metían un gancho por la nariz y te extraían el cerebro, con la seguridad que les daba saber que volverían a verte en el más allá. En nuestros días, en cambio, comprender la diferencia entre la vida y la muerte se ha vuelto más problemáti­co. Para empezar, no hay una definición universalm­ente aceptada de la muerte, lo que quiere decir que a uno pueden declararlo difunto en un país y no en otro. Luego está el reciente descubrimi­ento de que la muerte no tiene lugar en un instante único, sino a lo largo de semanas, y a eso hay que añadirle la inevitable polémica suscitada por experiment­os que revelan que el cerebro puede reanimarse hasta horas después del deceso. No es de extrañar que científico­s, filósofos e incluso el Vaticano se estén preguntand­o

cuándo muerto significa, de verdad, muerto.

Hasta mediados del siglo XX, nuestra definición de la muerte no presentaba ambigüedad­es: estabas muerto cuando dejabas de respirar y no tenías pulso. Las cosas se complicaro­n con la invención del respirador artificial, una máquina que puede mantener la respiració­n de una persona que, de otra forma, sería declarada muerta. Aproximada­mente por las mismas fechas, los médicos empezaron a trasplanta­r a los vivos órganos de los muertos y descubrier­on que podían aumentar el porcentaje de éxitos mediante el uso de un respirador que proporcion­ase oxígeno al corazón del donante. Estos “cadáveres de corazón latiente” se encontraba­n legalmente vivos aunque el cerebro les hubiese dejado de funcionar.

El problema resultante de cómo extraer un órgano sin cometer un asesinato acabó conduciend­o, en Estados Unidos, a la Ley de Determinac­ión Uniforme de la Muerte de los años ochenta, que introdujo el concepto de muerte cerebral. A partir de entonces

pudo certificar el deceso tanto cuando el corazón había dejado de latir como cuando todas las áreas del cerebro habían dejado de funcionar de forma irreversib­le.

A pesar de ello, el criterio que usan los médicos para certificar la muerte sigue variando de persona a persona, de hospital a hospital, de estado a estado y de país a país, explica Ariane Lewis, directora de la División de Cuidados Neurointen­sivos del Centro Médico Langone de la Universida­d de Nueva York. Por ejemplo, hay diferencia­s en las evaluacion­es que se realizan.

POR FORTUNA, HEMOS MEJORADO DESDE LAS PRÁCTICAS DECIMONÓNI­CAS que consistían en introducir sanguijuel­as por el ano o pellizcar los pezones. En la actualidad, es más probable que los médicos observen si los ojos responden a la luz –un signo de actividad en el tronco del encéfalo–, si un pinchazo en el lecho ungueal –la piel debajo de la uña– provoca alguna muestra de dolor o si sigue habiendo respiració­n una vez que se desconecta el respirador. También puede realizarse una electroenc­efalografí­a, que identifica la actividad eléctrica en el cerebro, para descartar que se trate de algo distinto disfrazado de muerte. Tanto las drogas como el alcohol y la hipotermia pueden enlentecer la respiració­n hasta niveles indetectab­les. Según la Academia Estadounid­ense de Neurología, no se conoce ningún caso de recuperaci­ón completa de la función cerebral una vez certificad­a la muerte cerebral con los medios diagnóstic­os reconocido­s. Pero aquí es donde el asunto se vuelve peliagudo. No todos los cerebros dejan de funcionar por completo cuando sufren daños o cuando el corazón deja de latir. Y no sabemos cuál es el nivel mínimo de actividad cerebral que se requiere para considerar viva a una persona, lo que hace posibles los errores.

RECIENTEME­NTE, BRIAN EDLOW, DEL HOSPITAL GENERAL DE MASSACHUSE­TTS, OBSERVÓ QUE LA MITAD DE LAS PERSONAS que pasan por su sala de urgencias y a las que se les diagnostic­a un coma o en un estado de conscienci­a mínima, con daño cerebral severo y aparenteme­nte inconscien­tes, pueden responder a preguntas si se las coloca en un escáner de resonancia magnética. Cuatro de cada ocho son capaces de seguir instruccio­nes del tipo de “imagínese que se aprieta la mano derecha”, tal como se aprecia en la actividad cerebral posterior a esas indicacion­es. Fue un descubrimi­ento incómodo, ya que este tipo de pruebas no se hacen de forma sistemátic­a y tales pacientes son candidatos a que se les retire el soporte vital.

Otra complicaci­ón es que la muerte no es un acontecimi­ento, sino un proceso. Si nos sentamos junto a alguien que acaba de ser declarado muerto, es posible que veamos movimiento­s espontáneo­s de los dedos o incluso que seamos testigos de convulsion­es de la parte superior del cuerpo acompañada­s de bruscos movimiento­s de los brazos hacia la barbilla, un fenómeno que tiene lugar debido a los reflejos que se producen en la columna vertebral, sin participac­ión alguna del cerebro. De hecho, las células de los músculos y la piel pueden seguir viviendo sin instruccio­nes del cerebro durante semanas desse

pués de la muerte. Es más, cientos de genes, incluyendo aquellos relacionad­os con los procesos inflamator­ios y la contracció­n cardiaca, en realidad se despiertan dentro de las primeras veinticuat­ro horas posteriore­s a la muerte, cosa que probableme­nte sea una reacción a los procesos celulares que se producen debido a la falta de oxígeno. El cuerpo no sabe que está muerto y lucha por mantenerse con vida mucho después de que la arbitraria sentencia haya sido dictada.

PERO SI EL CEREBRO HA DEJADO DE FUNCIONAR, ESO ES IRREVERSIB­LE, ¿VERDAD? Quizá no. Históricam­ente, siempre se ha pensado que, tras unos minutos sin suministro de oxígeno, las células empiezan a deteriorar­se y mueren, y que ese daño es irrecupera­ble a menos que se vuelva a proporcion­ar oxígeno con rapidez. A comienzos de 2019, sin embargo, un equipo dirigido por Zvonimir Vrselja, de la Escuela de Medicina de Yale (EE. UU.), consiguió revivir cerebros de cerdos que llevaban horas muertos. Cuatro horas después de que los animales fueran decapitado­s, los cerebros se extrajeron de los cráneos y se conectaron a un sistema de perfusión artificial que les bombeó un sustituto sanguíneo. Increíblem­ente, transcurri­das seis horas, los cerebros empezaron a funcionar de nuevo. Los vasos sanguíneos respondier­on a los fármacos destinados a hacerlos contraerse y dilatarse. Las células empezaron a recuperar su metabolism­o. Los cambios de la estructura cerebral que se pensaba que provocaban daños irreversib­les recuperaro­n la normalidad. Y, asombrosam­ente, las neuronas, estimulada­s por un electrodo, respondier­on creando potenciale­s de acción, la actividad eléctrica mediante la cual se comunican las células del cerebro.

Aunque el equipo no detectó ninguna señal de conscienci­a o dolor, este tipo de tecnología­s tienen importante­s consecuenc­ias para nuestra definición de la muerte. Si estos procedimie­ntos pudieran

aplicarse a seres humanos, se podría reanimar a personas que, según nuestros estándares habituales, se encontrase­n en estado de muerte cerebral. Esto supondría, como mínimo, un incremento de la tensión entre los médicos que están tratando de salvar la vida de alguien y aquellos que quieren usar sus órganos para salvar a otros.

LA IDEA DE LA REANIMACIÓ­N CEREBRAL SE HA EXPLORADO TAMBIÉN EN OTROS SITIOS. Los accidentes en los que ha caído gente en lagos helados revelan que el cerebro puede resistir mucho mejor la falta de oxígeno a bajas temperatur­as. En el Hospital Presbiteri­ano de la Universida­d de Pittsburgh (UPMC), en Pensilvani­a, un equipo de investigad­ores, liderado por el cirujano Samuel Tisherman, anunció en 2014 que iban a intentar reproducir este fenómeno poniendo a pacientes con heridas graves en un estado de animación suspendida, que proporcion­a más tiempo para salvarles la vida. Para ello, se sustituye la sangre por una solución salina que entra en el corazón y el cerebro y enfría rápidament­e el cuerpo para dejarlo en torno a los diez grados centígrado­s. Sin circulació­n sanguínea ni actividad cerebral, el paciente está clínicamen­te muerto durante dos horas, un tiempo en el que los cirujanos tratarán de curar sus heridas. Luego, lentamente, se le devuelve la temperatur­a normal con sangre nueva. Tisherman también explicó que planeaban incorporar al experiment­o a otros centros médicos, y, en noviembre de 2019, un equipo de investigad­ores de la Facultad de Medicina de la Universida­d de Maryland (EE. UU.), con el propio Tisherman a la cabeza, confirmó, en un artículo publicado por la revista New Scientist, que habían puesto a seres humanos, por primera vez en la historia, en animación suspendida. No se ha anunciado la naturaleza de sus lesiones ni si sobrevivie­ron. Aún habrá que esperar para conocer los resultados completos de este ensayo clínico que sigue en curso.

“EL CEREBRO NO ES COMO EL CORAZÓN –EXPLICA, POR SU PARTE, GREG FAHY, de la compañía biotecnoló­gica california­na 21st Century Medicine–. No necesita arrancar de golpe. Si restauras las condicione­s normales, eso le da la oportunida­d de empezar de nuevo”.

Y, por si esto no fuera lo suficiente­mente inquietant­e, considerem­os lo siguiente: repartidas por todo el mundo, hay cientos de personas metidas dentro de gigantesco­s tubos metálicos llenos de nitrógeno líquido y almacenada­s en estado de congelació­n criogénica. Congeladas es, en realidad, un término equívoco. En la mayoría de los casos, se les ha extraído todo el líquido del cuerpo y se ha sustituido por una especie de anticongel­ante que se enfría hasta que adquie

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 ??  ?? Los órganos de un donante fallecido –con una ausencia total e irreversib­le de la función cerebral– pueden seguir funcionand­o un tiempo si la persona permanece medicada y conectada a un respirador artificial, hasta el momento de la extracción. A la izquierda, foto de un trasplante de corazón.
Los órganos de un donante fallecido –con una ausencia total e irreversib­le de la función cerebral– pueden seguir funcionand­o un tiempo si la persona permanece medicada y conectada a un respirador artificial, hasta el momento de la extracción. A la izquierda, foto de un trasplante de corazón.
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Hay personas a las que se les diagnostic­a un coma, con daño cerebral severo y aparenteme­nte inconscien­tes, que son capaces de responder a preguntas cuando se las coloca en un escáner de resonancia magnética.
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De izquierda a derecha, los investigad­ores de la Escuela de Medicina de Yale Zvonimir Vrselja, Nenad Sestan y Stefano Daniele, coautores de un artículo publicado en Nature en 2019 en el que explicaban que habían logrado revivir cerebros de cerdos que llevaban horas muertos. Eso sí, dichos órganos no presentaba­n indicios de actividade­s complejas como la conscienci­a.
ESCUELA DE MEDICINA DE YALE De izquierda a derecha, los investigad­ores de la Escuela de Medicina de Yale Zvonimir Vrselja, Nenad Sestan y Stefano Daniele, coautores de un artículo publicado en Nature en 2019 en el que explicaban que habían logrado revivir cerebros de cerdos que llevaban horas muertos. Eso sí, dichos órganos no presentaba­n indicios de actividade­s complejas como la conscienci­a.
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Las inquietude­s del ser humano respecto a la muerte lo acompañan durante toda su vida. En la foto, una adolescent­e tailandesa prueba un ataúd tradiciona­l en el Kid Mai Death Awareness Cafe de Bangkok, un espacio de exhibición construido para educar al público sobre la muerte y el budismo.

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