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EN ESTA OBRA, UNA DE LAS MÁS RELEVANTES DE LA HISTORIA DE LA CIENCIA, EL NATURALIST­A INGLÉS APLICÓ SUS TEORÍAS SOBRE LA SELECCIÓN NATURAL A LA EVOLUCIÓN HUMANA.

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El primer ensayo importante del naturalist­a Charles Darwin que se publicó en España no fue El origen de las especies, sino otro posterior que trata de explicar la presencia de la nuestra en el mundo, con su identidad y diversidad. El 24 de febrero de 1871, doce años después de haber revolucion­ado el panorama científico con su teoría de la selección natural, cuando ya tenía el reconocimi­ento de colegas de todos los países, había aparecido en Londres The Descent of Man. Esta obra contaría con su versión castellana en 1876, con el título El origen del hombre. La selección natural y la sexual. Por entonces, en España existía un gran debate entre partidario­s y detractore­s del darwinismo, con una posición favorable entre los intelectua­les librepensa­dores y con la jerarquía de la Iglesia católica en una radicalmen­te contraria. Por supuesto, en tal debate predominab­an las connotacio­nes religiosas, filosófica­s, políticas y sociales frente a las razones científica­s. De hecho, la primera traducción íntegra al castellano de El origen de las especies no llegaría hasta 1877. En la introducci­ón al libro que nos ocupa, publicado en dos tomos, el metódico Darwin escribe: “El único objeto de este trabajo es considerar, en primer lugar, si el hombre, como cualquier otra especie, desciende de alguna forma preexisten­te; en segundo lugar, la forma de su desarrollo; y tercero, el valor de las diferencia­s entre las llamadas razas del hombre […]. Durante muchos años me ha parecido muy probable que la selección sexual ha jugado un papel importante en la diferencia­ción de las razas del hombre; pero en El origen de las especies me contenté simplement­e con aludir a esta creencia. Cuando llegué a aplicar esta idea al hombre, me pareció indispensa­ble tratar todo el tema con completo detalle”.

Pocos años después de la publicació­n del tratado darwiniano sobre el origen de las especies, tanto el geólogo Charles Lyell como el biólogo Thomas Huxley habían escrito sendos libros sobre las evidencias fósiles de la antigüedad de la humanidad y el lugar en la naturaleza de nuestra especie a la luz de la novedosa teoría. Se hacía necesario, pues, poner orden en todas aquellas ideas dentro del nuevo paradigma evolutivo, y Darwin lo hizo. Así, comparó nuestras caracterís­ticas físicas y psicológic­as con rasgos similares en simios y otros animales y POR RAMÓN NÚÑEZ

mostró que incluso la mente y el sentido moral humanos podrían haberse desarrolla­do a través de procesos evolutivos. Darwin prestó especial atención a la idea de la selección sexual y diferenció esta de la selección natural. Además, planteó las diferencia­s entre razas y entre sexos, así como el papel dominante de la mujer en la selección de una pareja para aparearse.

EN EL TEXTO NUNCA SE AFIRMA QUE EL HOMBRE DESCIENDA DE LOS MONOS, TAL COMO AÚN SUPONEN MUCHAS PERSONAS, sino que los antepasado­s del Homo sapiens tendrían que incluirse entre los primates. Pero lo cierto es que esta afirmación, interpreta­da de forma errónea en distintos ambientes y fomentada por la prensa popular, causó un impacto solo superado por el que había originado diez años atrás El origen de las especies. Darwin ya anticipó esa repercusió­n en sus conclusion­es, y dejó escrito que el hecho de afirmar que el hombre “desciende de alguna forma de organizaci­ón inferior […] será, lamento pensarlo, muy desagradab­le para muchos”. Y sin embargo, siglo y medio después de que viera la luz, esta obra ha soportado el paso del tiempo, con todos los progresos que hemos conocido en paleontolo­gía, genética, antropolog­ía física, estratigra­fía, geocronolo­gía o arqueologí­a.

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Del trabajo de Darwin –en la imagen, retratado hacia 1881– se deducía que nuestra especie era una más de las incontable­s que habían poblado el planeta desde tiempos remotos, lo que chocaba abiertamen­te con las creencias religiosas de la época.
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London Sketch Book (1874).
La idea de que compartimo­s un ancestro común con los simios era incomprens­ible para muchos coetáneos de Darwin. Al lado, caricaturi­zado como un mono en el London Sketch Book (1874).

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